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3.Cicatriz


El río fluía emitiendo el inconfundible eco del agua que circulaba con tranquilidad en aquel ahora solitario lugar en el que se encontraba Tau. Observando el árbol partido y las escasas marcas de forcejeo a la orilla del río al capturar el jabalí, el niño recordaba su bochornoso encuentro y aquella amarga frustración por el fallo cometido. Sabía que Aracne le advirtió, pero la ansiedad hizo que no sopesara sus palabras. Ahora, una nueva oportunidad para redimirse iluminaba su camino con la luz del alba, pero esta vez no se contentaría con una simple presa fácil de cazar... Tau vio las huellas del rey, el cual huyó despavorido ante la presencia de Dracis, y siguió el mismo camino.

Aunque aquella zona no perteneciera al territorio del rey de la colina, las huellas en la tierra húmeda eran inconfundibles. Una bestia de tal magnitud dejaba unas marcas duraderas  allá por donde pasara, lo que facilitaba su búsqueda. Tau no es que fuera ducho en el arte del rastreo, pero sabía cuáles eran los hábitos de un oso que, además, era considerado la mayor amenaza de los bosques Úrsicos. No era la única vez que se topaba con sus rastros, ya en su primera Naquia quedó impresionado a la vez cómo un animal podía dejar tantas marcas en su entorno sin que le importara ocultar su presencia.

Ya hace dos años, cuando cumplió ocho, Tau tuvo que enfrentarse al ritual que todo niño de la tribu de las bestias debe superar para considerarse un valeroso guerrero. Es un duro desafío que pone a prueba a los niños tanto física como mentalmente, ya que son ellos mismos los que deciden la dificultad de dicha prueba. Todos los alumnos del criadero pudieron superarla tras pasar la primera noche, algo lógico para unos niños con aptitudes excepcionales... Todos superaron su Naquia, todos menos un chico al cual el cruel destino le impidió cumplir su cometido.

Siguiendo el rastro, este desembocó en un hormiguero destrozado con evidentes marcas de garras en el suelo. Al ver la tierra removida, estaba claro que el rey de la colina había pasado por ahí; lo que no extrañaba a Tau, desde ese punto era muy fácil llegar al territorio del oso bordeando la colina... Aquella colina... justo en frente de lo que quedaba del hormiguero, se encontraba el enorme tronco hueco que tantos recuerdos de su primera Naquia le traía. Ese no era un lugar sin más en los amplios bosques Úrsicos, el interior de aquel tronco vacío fue el refugio de Tau en su primera Naquia, donde pasó aquella fría y húmeda noche antes de... Pero ese tronco no solo fue su refugio, sino que también era la antesala de la cumbre que, aunque quisiera, Tau nunca podría borrar sus recuerdos. Sabía que lo más fácil era bordear la colina y seguir el rastro, pero; en su interior, sentía que debía volver a aquel lugar que hacía dos años que no pisaba por miedo. 

Conforme subía aquella empinada colina, los pasos de aquel niño eran más erráticos y vacilantes. El frescor de la mañana no impedía que de su frente emanaran gotas de sudor que no se debían precisamente al esfuerzo. Para distraerse de los recuerdos, Tau inspeccionó la zona pudiendo encontrar algunas castañas que comió rápidamente antes de masticar las hojas del tilo, lo que sabía que era bueno para calmar los nervios. En todo momento observaba el cielo despejado temiendo que hubiera alguna nube. Por medio de todas esas distracciones, finalmente, Tau acabó llegando a la cima de la colina que se elevaba por encima de casi todo el bosque Úrsico; un lugar llamativo de aquella zona al que le llamaba "La mano del bosque". Esto se debía al curioso árbol que se encontraba solitario en la cima de aquella colina, el cual estaba totalmente seco y sus ramas daban la apariencia de una mano humana.

No se creía capaz de llegar a aquel lugar el cual recordaba muy diferente, pero ahí estaba; por encima de todos los árboles entre los que se crio. Tau podía vez aquel extraño árbol con forma de mano, el cual tenía su tronco surcado por la misma cicatriz que él tenía en la palma de su mano; a fin y al cabo, ese fue el erigen de su marca compartida. Hace dos años, durante la Naquia de Tau, una fuerte tormenta azotó el bosque cómo era común por esas fechas. El agua y el viento lo convirtieron en un lugar horrible por el que era casi imposible transitar. Tau estaba siguiendo el rastro de un zorro, pero la tormenta le hizo inalcanzable capturar a su presa; por lo que prefirió buscar refugio. Al día siguiente, en un intento de ubicarse y encontrar al zorro o cualquier otra presa válida, subió por la colina de la cual fluía un arroyo de lodo y desechos del bosque producidos por las intensas lluvias que no parecían cesar. Empapado y ensuciado por los resbalones, Tau consiguió llegar a la cima; pero la agitación de los árboles, la lluvia y el vaho que exhalaba el bosque convertían la zona en un lugar perfecto para ocultar todo aquello que habitara entre los árboles. Desesperado y totalmente inquieto por la fuerza de la tormenta, aquel niño trepó por la mano del bosque que bailaba a causa del viento dando la sensación de saludarle e invitarle a llegar a su palma para poder ver mejor los bosques Úrsicos. Por desgracia... Tau no sabía que aquella fue una decisión que estuvo al filo de costarle la vida... Un poderoso y brillante rayo surco el cielo hasta impactar en la mano del bosque, justo donde se encontraba aquel niño que recibió la caricia de la tormenta en la palma de su mano izquierda surcando su brazo hasta su pecho.

Afortunadamente, la preocupación de Leónidas hizo que este le encontrara inconsciente en el suelo al lado de la mano del bosque que aún humeaba por la quemadura del rayo. Nadie podía creer que, aquel niño del que nos e esperaba nada, sobreviviera a algo así. Fue por eso por lo que se dio por concluida su Naquia; aunque, oficialmente, no la había completado. Leónidas quería hacerle creer a Tau que sobrevivir al poder de un rayo era una prueba de fuerza que demostraba su valía aún más que la Naquia; pero aquel niño sabía que solo eran palabras para que no se sintiera mal por haber fallado. Forcis se lo dejó bien claro: Si puedes, eres fuerte. Si no puedes, eres débil. Él no pudo completar su Naquia, y ese hecho era el que realmente importaba. 

Tau miraba la mano del bosque con algo de rabia producido por el mismo miedo que sentía estar cerca de aquel árbol que, aunque no tuviera hojas, seguía vivo. Agarró con firmeza la corteza; su corazón latía con fuerza mientras el deseo de marcharse se incrustaba en su mente. La ira nacida del miedo era lo que le daba fuerzas para aferrarse al tronco de la mano. Sabía que no tenía por qué hacerlo, pero sentía que debía hacerlo. Al agarrarse de la rama que le dejaría en la palma de la mano, pensó que Dracis no se acobardaría por algo como esto; necesitaba vencer su miedo si quería cumplir su objetivo... 

Desde lo alto de la mano del bosque el aire era diferente. Los rayos del sol y la brisa que mecían el oscuro de pelo de Tau le hacía sentir ligero sobre las copas de todos los árboles. Aunque se encontrara en el mismo lugar que hace dos años... la sensación era completamente diferente. Desde ese lugar podía verlos todo: el bosque, el criadero, las aves, las nubes, el sol, los animales... y el que sería su siguiente destino... Puede que fuera una locura imposible, pero debía por lo menos intentarlo. Aquel niño no tenía nada salvo su valor, del cual confiaba plenamente como compensación de su falta de poder. Si lo que quería era superar al mejor, entonces debía cazar al depredador más fuerte. Su objetivo, el rey del bosque. Destino... la cascada del rey.

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