Tatuaje 4
Mingyue sabía que el mundo estaba plagado de personas crueles, pero nunca se imaginó toparse con dos en tan poco tiempo. Primero aquella persona que había cambiado su vida y aparecía en las pocas horas de sueño que su insomnio le permitía. La otra era este supuesto amigo de la familia que después de muchas horas y toda una noche ni siquiera se había asomado para dignarse a conocerlo.
Apretó los puños contra la tela húmeda y helada. Sentía la fiebre hacerse paso por su cuerpo y el cansancio cerraba sus ojos haciendo que se tambaleara en aquella posición. Había dicho que se mantendría firme, pero era realmente difícil. Los rayos del sol le anunciaron el amanecer y el fin de la lluvia. Se acarició los brazos por encima de la tela en un intento vano de calentarse. Estaba calado hasta los huesos.
El sombrero que antes lo protegía se había desecho casi por completo gracias a la buena calidad de su confección y sus ropas manchadas hasta casi perder el color.
Tragó un sollozo lamentándose. Porque tenía que sufrir todo aquello. No había hecho daño a nadie en sus pocos años de vida. No es que se relacionara mucho con otros que no fueran las personas de su familia o criados.
De pronto sintió unos pasos acercándose a él. Con la poca fuerza que le quedaba alzó su rostro donde el velo se pegaba a su rostro. Un hombre alto y de olor rancio se había detenido a menos de dos metros y lo miraba con interés.
-Pero bueno que tenemos aquí- con una sonrisa en aquellos labios agrietados lo agarró bruscamente del brazo y lo alzó.
Mingyue solo quedo colgando como un muñeco de trapo sin fuerzas apenas para replicar. Sentía sus piernas como gelatina de estar tanto tiempo arrodillado y los músculos no hacían caso de su orden.
-Una mujer abandonada y sola, no puede estar sin compañía- el hombre lo pegó a su cuerpo pasando la mano por su cintura lastimando sus recién casi curadas quemaduras y el chico se estremeció ante el contacto. Era asqueroso y repulsivo.
-Suéltame- logro articular roncamente a través de la garganta inflamada, con los dientes apretados.
Los dedos del hombre agarraron su rostro bruscamente y lo hicieron girarse contra él.
-¿O qué? Me harás perder una mano.
Y como si sus palabras fueran un pedido de los cielos vio desprenderse su miembro de la muñeca tras un chorro de sangre que manchó el pecho y rostro de ambos.
El hombre lo soltó de un tirón agarrándose la herida intentando parar el sangrado mientras la calle se llenaba con su grito agudo.
Mingyue cayó al suelo con un sonido sordo y se incorporó como pudo solo alzando el pecho. Pasó el dorso de su mano por sus ojos para retirar el líquido viscoso y tembló. Era sangre otra vez. Se mordió el labio reprimiendo el también un chillido de pánico. Los recuerdos de aquella noche le fueron tan vividos que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Apretando los párpados para despeñarlos prestó atención a que pasaba con su atacante para comprender que había ocurrido.
La imagen lo dejó mudo. La persona que anteriormente lo había tratado no muy agradable y había negado su entrada en la casa ahora portaba en la mano una espada empapada de sangre. Ahora, de cerca parecía más grande y agresivo y su porte firme mostraba su entrenamiento pasado.
El desconocido herido dejó de divagar entre el dolor y la cordura y le lanzó un puñetazo que fue esquivado solo para recibir el filo de la espada contra la garganta.
-Desaparece si valoras tu vida-
Mingyue lo vio temblar y como cobarde que podría ser, desaparecer a lo lejos, dejando un trillo de sangre.
-Tao, limpia ese desastre, no quiero comentarios más tarde una voz desconocida llamó la atención del chico que entre sus cansados párpados vio a un hombre alto y de ancha espalda recostado contra el marco de la entrada. Por los rayos del sol que lo iluminaban por detrás haciéndole sombra, apenas podía definir los rasgos de su rostro, solo su cabello largo y oscuro se ondeaba sobre su hombro y cadera a favor de la leve brisa.
-Si mi señor- el criado se giró hacia él e hizo una marcada reverencia.
-Primero tráela dentro- tener a alguien tanto tiempo en la entrada es molesto. Si da problemas, córtale la lengua, si sigue, córtale el cuello- y con la misma volvió a entrar.
Mingyue no sabía si era preciso entrar después de lo que escucho, pero una mano se enrolló nuevamente en su brazo y lo levantó empujándolo. El chico se tambaleó hasta caer de rodillas, pero al sentir el sonido del metal contra el suelo y recordando lo fácil que podía cortar la carne, les dio la orden a sus piernas de moverse. Y con movimientos torpes caminó por donde le indicaba el criado hasta una pequeña habitación.
La mano en su hombro lo hizo entrar y caer completamente en el suelo.
-Te traerán ropa en un momento, quítate la mugre que tienes arriba, al amo no le gustan las mujeres mal vestidas, si vas a seducirlo al menos hazlo decentemente-
-No voy a sedu...-no pudo terminar la frase al cerrase la puerta de golpe.
-¿En serio?¿me ven cara de puta acaso?
Se dejó caer en el piso con un suspiro. Estaba agotado. Pero no podía darse el placer de perder el conocimiento. Si lo hacía alguien lo desvestiría y más de un secreto saldría a la luz. No sabía si aún podía confiar en aquel hombre. Aunque ya estaba pensando que corría más peligro siendo una chica que un chico dentro de aquellas paredes.
Girándose gateó hasta lo que parecía un pequeño baño con una tina de madera. El agua no estaba caliente, pero tampoco fría. Al menos serviría. Mirando a los alrededores dejo caer las prendas al suelo y se inspeccionó. Las costras de las quemaduras ya se habían caído dejando a su paso diferentes y trabajados patrones más oscuros en su piel que parecían tatuajes en vez de heridas. Se extendía desde la clavícula hasta sus muslos sin obviar incluso su ingle o nalgas. Aquella persona no había parado incluso cuando no había podido parar de gritar por el sufrimiento.
Con aquellos recuerdos amargos se metió en la tina y dejó que el agua relajara sus músculos. Disfrutó de la sensación. Llevaba días sin un baño así y su cuerpo se lo agradecía. Oyó la puerta abrirse y se sumergió en el agua hasta la altura de la nariz. Un juego de ropa fue dejado en la entrada y después se volvió a quedar solo.
No se demoró mucho, salió lo antes posible y se vistió. No se sentía seguro a la intemperie. Al ver que no había velo para ocultar la marca en su rostro, agarro el que tenía lavándolo para quitarle los rastros de sangre y lo comenzó a agitar en su mano hasta que estuvo medianamente seco.
Respiró profundo y se sentó sobre sus talones, esperando que la puerta se volviera a abrir. Ahora era cuando empezaba la guerra.
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