Días antes.
Li Mingyue, A'yue para muchos, mantenía sus ojos ámbar abiertos como cada noche a causa de su insomnio crónico. A su alrededor, el silencio era tan crudo que dolía y solo la luz de la luna de épocas de lluvia alumbraba el cielo negro de mitad de la madrugada. Los libros que estaban esparcidos en el suelo ya no le eran de su agrado, solo necesitaba ojeada para recordarlo a la perfección por el esto de su vida, por lo que la biblioteca ya no era su lugar preferido, una vez que ya había repasado todos los manuscritos.
Con un suspiro se incorporó en su cama dejando caer las sábanas de seda que acariciaban sus ropas de mujer. Acostumbrado a aquel aspecto que por momentos le hacía olvidar que biológicamente era el sexo opuesto. Si no fuera por las reglas de la familia, tal vez todo sería más fácil para él.
No podía decir que lo trataban mal en aquella mansión, todo lo contrario, lo mimaban en todo lo posible, y alababan su piel blanca a causa de los constantes cuidados que le propiciaban. Su cabello muy largo y negro que peinaban día tras día y su cuerpo delgado, ajeno de músculos masculino resultado de una muy cuidadosa alimentación. Pero una cosa era eso y la otra ocultar su verdadera identidad a lo largo de sus veintiún años.
Era agotador tener que resistir cada comentario como si fuera una mujer débil que solo buscara matrimonio, cuando el secretamente entrenaba el arte de la espada sin mucho resultados. No podía hacer nada, era la ley de la familia, solo el primogénito tenía permitido ser el hombre que llevara el honor del nombre, el resto de los hijos debían ser mujeres que ayudaran con su dote al tesoro familiar. Y siendo el quinto solo le había quedado la alternativa de pasar por mujer para no perder la cabeza y sobrevivir, o eso era lo que su madre había decidido por él.
Así de simple y difícil era la vida.
Tal vez pasada la medianoche, ruidos del exterior rompieron el silencio y Mingyue se alarmó ¿Qué podría ocasionar tal disturbio a tal hora ? Apartando lo que le quedaba de las sábanas caminó hacia la puerta y la abrió levemente para solo ser empujado golpeándose la frente con el borde de la mesa, mareándose por el impacto.
No podía moverse, estaba aturdido y el sonido se hacía más fuerte y divagador, a medida que su cuerpo era arrastrado por los pasillos de la gran mansión sujetado por su cabello, como si fuera un saco humano. Algo líquido y caliente salpicó su rostro y no pudo definirlo hasta divisar por el rabillo de su ojo su túnica blanca de dormir manchada de gotas sangre.
La imagen lo hizo salir un poco de su nebulosa y a pesar de seguir entumecido se sacudió intentando soltarse del agarre, agitando las manos y gritando pero lo único que consiguió fue que algo duro aterrizara contra su mejilla rompiéndole el labio.
-Quieta niñata, sino quieres perder tu vida aquí mismo- una voz grave llegó a sus oídos y lo estremeció tanto que se quedó inmóvil, ni siquiera su padre, las pocas veces que se molestaba con él le había hablado así. Era como si cada músculo de su cuerpo se petrificara en sumisión.
Para cuando fue lanzado contra las piedras blancas del patio central, sus pies tenían magulladuras y su ropa estaba descompuesta dejando ver parte de su blanco y estilizado pecho que subía y bajaba agitadmente. Mingyue abrió sus ojos y movió la cabeza encontrándose con una desagradable y desgarradora imagen delante. El cuerpo de su madre, padre, hermano, hermanas, criados, su clan entero estaba tendido ante sus ojos y su sangre se extendía debajo de ellos hasta manchar las manos de él, como un lago interminable.
Un grito se atoró en su garganta e intentó acercarse a ellos cuando su tobillo fue agarrado y jalado hacia atrás, hiriéndose las palmas y la barbilla contra las piedras ahora de color carmín.
Mingyue giró su rostro y solo encontró un nombre, un solo nombre, cubierto de pies a cabeza con ropa negra mostrando un cuerpo erguido y trabajado, que cubría su rostro solo dejando ver dos ojos color ámbar incluso más dorados y brillantes que los de él. Una ola de nostalgia lo recorrió al mirarlo, como si no fuera la priemera vez que viera aquellos irreales orbes, pero fue difuminado al escuchar su risa.
-Una hermosa piel, perfecta para un excelente trabajo- se arrodilló y alzó al chico por el cabello que enmarcaba su rostro introduciendo la mano por la abertura de su túnica y corriéndola hacia un lado dejado su pecho descubierto -Apetitosa y blanquecina, sería una lástima que fuera profanada- sus dedos manchados de sangre se extendieron desde la clavícula hasta el borde de su pecho plano.
-Un hermoso cuerpo oculto bajo una mundana fachada. Tan bajo han caído- se río y alzó más a Mingyue que luchaba por soportar el dolor que le provocaba el agarre, con una mueca que desfiguraba sus rasgos delicados.
El hombre acercó su rostro a su oído y volvió a reír esta vez más grave.
-Esta piel tuya será el material ideal para mi objetivo- A'yue tembló y las lágrimas corrieron por su mejillas. Si querían llamarlo cobarde podrían. Nunca fue enseñado como un chico duro, apenas su habilidad con la espada podía decirse que era decente y la conmoción de los actuales hechos lo abrumaba.
El desconocido lo lanzó contra el suelo nuevamente y de uno de sus bolsillos sacó unas cuerdas. A'yue se movió y empezó a arrastrarse para mantener distancia pero el hombre se puso sobre él y se sentó rudamente dejándolo inmóvil y casi sin aire. A pesar de luchar sus manos y pies fueron atados e inmovilizados contra el suelo por algo que no podía definir. Su túnica fue retirada junto a su ropa interior dejándolo totalmente desnudo y sucio.
Allí en medio de la noche con las piernas separadas, amarrado y sin alguna barrera protectora entre su cuerpo y el exterior, se sintió desprotegido y aterrado. Pensó que sería una buena idea gritar pero quien lo oiría. Estaba rodeado por muchos cadáveres, demasiado para que quedara alguien vivo en aquel lugar aparte de ellos dos. Eso si no caía en el hecho que su enorme mansión estaba separada del pueblo mas cecano por algunos acres de tierra.
Un olor a quemado llegó hacia él y en medio de sus ojos bañados en lágrimas divisó una pequeña fogata con ganchos de hierro que se calentaban al rojo vivo dentro de ella. El hombre volvió a ponerse sobre él y se sentó sobre su estómago con las piernas a cada lado de su cintura. Esta vez xaminó, otra vez, la piel del chico con fascinación y lujuria.
Estiró uno de los brazos agarrando uno de los ganchos y lo pasó frente a su rostro admirando el rojo vivo del metal.
-Hermoso ¿verdad?- le preguntó a Mingyue sabiendo que no tendría respuesta- Solo dolerá al principio, después encontraras placer incluso en la locura del dolor-
El pánico se intensificó en el chico que intentó liberarse para solo causarse más daño en sus articulaciones.
Su garganta que hasta ahora no había dejado salir un sonido, se desgarró con un grito cuando el metal caliente tocó su piel marcando así, de por vida lo que hasta hacia unos minutos mantenía oculto.
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