Capítulo 25 (capítulo final)
https://youtu.be/mJ_fkw5j-t0
"El amor, para que sea auténtico, debe costarnos".
Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) Misionera de origen albanés naturalizada india.
¡Por fin había llegado el deseado día! El pueblo romano era supersticioso en sus costumbres y Quinto había esperado el día más propicio para celebrar el matrimonio. Nada enturbiaría su boda después de tanto tiempo y para ello, qué mejor fecha que la fiesta deFloralia. Se casarían dentro de la domus y de una forma discreta y sencilla, ya que las segundas nupcias siempre estaban mal consideradas que se celebraran con las mismas pompas que en las primeras nupcias. La domus había sido decorada con ramas de olivo y de laurel, y el sacrificio había sido realizado por Horacio por segunda vez en siete años.
Acompañado por los hermanos Vinicius y con diez testigos, la domus había sido engalanada con sus mejores galas para tan especial ocasión. El novio esperaba ansioso la aparición de la novia que no había visto desde la víspera del día anterior cuando las mujeres habían insistido en llevársela para realizar los ritos propios de la noche precedente a la boda.
—¡Podrías dejar de pasearte! Me estás poniendo nervioso —dijo Marco a Quinto.
—Deja al muchacho, ¿o es que no te acuerdas de tu propia boda? —preguntó Máximus a su hermano—. Te recuerdo quetú estabas peor que él.
—De muchacho ya no tiene nada, que yo sepa hasta va a ser padre por segunda vez... —declaró Marco sonriendo.
—No me recordéis aquel día, aquella noche comenzó toda mi pesadilla... —dijo Quinto.
—Es cierto, no viene al caso acordarse de aquel aciago día, discúlpame... —dijo nuevamente Marco.
—¡No he visto nunca a dos personas tan desesperadas por celebrar su boda como a vosotros dos! —declaró Máximus volviéndose mientras observaba si llegaba el cortejo nupcial—. Los testigos ya están aquí pero las mujeres se están haciendo de rogar.
—El que se está exasperando ahora eres tú, acabarás por ponerme más nervioso. La espera me está dando hambre... —declaró Marco.
Quinto sonrió por primera vez al darse cuenta que los hermanos estaban más impacientes que él mismo porque se celebrase la ceremonia. De repente, la puerta del cubiculum se abrió y un rayo de sol procedente de su interior dejó entrever a las personas que encabezaban la comitiva. Los destellos del sol solo permitían distinguir las siluetas de las personas que salían con paso lento pero cuando avanzaron un poco y, se dejaron ver del todo, un sonriente Plinio acompañaba a la novia más hermosa que Quinto hubiese visto jamás. Decir que Claudia estaba espectacular y radiante era quedarse corto, una diosa avanzaba hacia él. El tradicional velo naranja cubría su cabello trenzado para la ocasión y una vaporosa túnica parecía crear la ilusión óptica de que flotaba según avanzaba. Quinto se emocionó al comprobar que los años no habían restado belleza a su futura esposa porque ahora sí que lo sería. Siempre había considerado a Claudia como su mujer pero de aquí en adelante, nadie le podría rebatir que Claudia era su legítima esposa.
Cuando el anciano llego a la altura del novio, le entregó la mano de Claudia y la joven, que no había dejado de buscarle con la mirada, le obsequió con la sonrisa más brillante que Quinto hubiese visto jamás. Marco tuvo que carraspear fuerte para que los novios se dieran por aludidos y se situaran junto al altar donde el sacerdote esperaba impaciente para sacrificar el animal como súplica a los dioses por la felicidad de los ensimismados contrayentes.
Por detrás de ellos, Julia llevaba a sus hijos de la mano acompañada de la joven Helena que portaba a su vez al inquieto hijo de los novios. Y Paulo y Horacio, situados por delante, eran parte de los diez testigos de la boda.
Tras el sacrificio el arúspice leyó las entrañas del animal, prediciendo un futuro esplendoroso para ambos. Ante los diez testigos y tras la ceremonia, se procedió a la firma del contrato, en el que se especificó el valor de la dote que en este caso el emperador aportaba para la novia y seguidamente Prisca, que ese día actuaba también como la prónuba, juntó las manos derechas de los novios. Ambos sostuvieron una antorcha encendida mientras los tres niños con rostro de pilluelos y sonrientes miraban ensimismados al auspex nuptiarum que había elevado sus súplicas a las cinco divinidades, encendiendo seguidamente cinco cirios.
La celebración de la cena nupcial se prolongó hasta bien entrada la noche y, al finalizar la fiesta, Claudia se refugio en brazos de su prónuba, donde Quinto simuló arrancarla violentamente sin conseguirlo. Seguidamente el cortejo nupcial se dividió en dos bandos: uno que acompañó a la novia hasta la puerta de la habitación, mientras que el otro adelantándose, llevaba a Quinto para recibir a su esposa. Los amigos del novio iban cantando canciones pícaras y subidas de tono, lanzando gritos nupciales.
A la novia, acompañada de la prónuba y flanqueada a ambos lados por dos de los tres niños, la sostenían por los brazos como si pretendieran impedir la huida de alguien a quien llevan raptado. Los tres niños portaban los típicos objetos: el primero, un huso; el segundo, una rueca, y abriendo el cortejo, el tercer niño una antorcha de espino albar encendida en el fuego del hogar. Tan pronto como ambas comitivas se encontraron, se disputaron la posesión de la antorcha. Paulina, que portaba la antorcha, se hizo al final con ella entregándosela a Claudia para que esa noche, una vez apagada, la colocara bajo el tálamo nupcial.
Acabado este ritual, Quinto entregó a la novia una redoma con aceite con la cual Claudia ungió los goznes de la puerta para seguidamente coger el copo de lana, el huso y la rueca que portaban los niños, simbolizando el trabajo doméstico de las antiguas esposas. Quinto le presentó el agua mientras emocionado le preguntaba:
—¿Quién eres tú?
A lo que Claudia respondió:
—"Ubi tu Caius, ego Caia".
El novio levantó en vilo a la novia para entrar en la habitación sin que su pie tocase el umbral. Y, ante el aplauso y las voces de los asistentes, los novios cerraron la puerta del cubículum aislándose del mundo exterior.
—¡Por fin! Se me ha hecho interminable el día —declaró Quinto.
Claudia dejó los objetos encima de un banco y, volviéndose hacia el que era legalmente su esposo, le respondió:
—Pues a mí, demasiado corto...
—¡Ah, si! Pues entonces Claudia Aurelius, ya puedes cambiarte de ropa... —declaró Quinto dándole un rápido besoen los labios.
—¿Por qué deseas que me cambie de ropa?
—Quiero llevarte a un sitio especial... —confesó Quinto en voz baja mientras le cogía el rostro entre las manos y la besaba de nuevo.
—¿Ahora? ¿Pero dónde quieres ir? —volvió a preguntar Claudia anonadada.
—Tú cámbiate, he querido llevarte a ese lugar desde que lo descubrí y esta noche es la ideal... —dijo Quinto dándole una túnica oscura que de noche la hacía pasar desapercibida—. Toma, llévate esto también.
—¿La gladius? —preguntó Claudia extrañada de repente.
—La última vez que nos escapamos de noche sin ser vistos no acabó demasiado bien, desde entonces procuro ser precavido.
—Bueno, visto así, llevas razón —dijo Claudia despojándose la ropa y vistiéndose con la que Quinto le había dado.
En cuanto los dos recién casados se cambiaron, salieron sin ser vistos por los demás asistentes a la boda que todavía continuaban celebrando el enlace sin que se percataran de nada. Excepto, unos ojos traviesos e inteligentes que no se perdían detalle.
—¡No cambiarán en la vida! —dijo el muchacho sonriendo.
—¿Qué has dicho Paulo?
—Nada Helena, nada... —contestó Paulo sin querer entrar en detalles. Esta vez no iría detrás de ellos bastante tuvo la vez anterior, ahora se merecían continuar solos aquel camino, se lo habían ganado con creces.
—¿Dónde vas? —preguntó Helena extrañada al comprobar que su hermano se levantaba del lugar donde seguían celebrando el banquete.
—Voy a bailar con cierta muchacha —dijo mirando hacia donde estaba sentada Paulina.
—Ya sabes lo que te pasó la última vez... —le recordó su hermana sonriendo— acabaste un poco dolorido.
—¡Eres malvada como las de tu género! Gracias por recordármelo... —dijo Paulo gruñendo a su hermana—. Ya soy demasiado mayor para que me digas lo que tengo que hacer...
—Bueno, eso fue lo que dijiste cuando lo del caballo... —siguió burlándose Helena.
—¿Quieres parar? ¡No sé que espera padre para buscarte marido|... —dijo Paulo marchándose del lugar y dejándola sentada con los demás comensales.
—¿Qué me lo busque yo sola? —contestó Helena sin que su hermana llegara a escucharla.
—Tu hermano parece malhumorado —dijo Julia sentándose a su lado.
—Le he dado donde más le duele... —dijo Helena sonriendo—. ¡Vente Julia! Vayamos a bailar, hoy hay que celebrar la boda de Claudia.
—Llevas razón, mi marido es demasiado serio para estos menesteres, descubrí que había algo incapaz de dominar —declaró Julia provocando la risa de Helena.
Ambas mujeres se dirigieron hacia donde los músicos y la fiesta continuó hasta el alba mientras los dos enamorados bajaban por las calles de Tarraco al amparo de la oscuridad.
—No conocía esta parte de la ciudad... —dijo Claudia en voz baja.
—Desde que llegamos aquí has estado demasiado atareada, entre las molestias del embarazo y los preparativos de la boda, no me atreví a sugerirte que viniéramos. Temí traerte por si te indisponías por el camino pero hoy es nuestro día y afortunadamente, te encuentras mejor.
—Llevas razón, ha sido una suerte que desde ayer me encuentre mejor... Se me hace mentira que seas mi marido, he estado nerviosa todos estos días temiendo que en cualquier momento ocurriría algo que impidiera nuestro boda. Necesitaré que pase bastante tiempo para poder hacerme a la idea que estamos casados.
Claudia caminaba de la mano de Quinto sin poder evitar escudriñar cada esquina de cada callejuela.
—Pues espero que te vayas acostumbrado porque a partir de esta noche eso será un hecho consumado —declaró Quinto mientras bajando una cuesta accedían a una pequeña cala del lugar—. Tranquilízate, no va a salir nadie al paso...
Era inevitable dejar de lado las viejas costumbres pero Claudia lo intentó y, mirando al frente, se relajó en cuanto comprobó la vista que tenía ante ella.
—¡Esto me recuerda tanto a Baelo Claudia! —dijo la joven pasando su brazo por la cintura de su esposo.
—He querido traerte aquí para recordar aquellos tiempos que nos trajeron tanta felicidad y para borrar de nuestras mentes los malos. Nos interrumpieron en lo que debió haber sido el mejor momento de nuestra vida pero de aquí en adelante construiremos otros recuerdos que nos ayudarán a borrar todo lo que sufrimos.
—Eso espero, llevas razón... —dijo Claudia sonriendo.
—¿Y por qué te cuesta a veces tanto dármela? —preguntó Quinto tomándole el pelo.
—Porque entonces te volverías demasiado engreído y ya no serías el Quinto que conocí. Tendría que retarte constantemente para ponerte en tu sitio.
Quinto sonrió a su mujer, se había enamorado de su desparpajo y atrevimiento y jamás soñó que se convertiría más osada y bella si cabe.
Cuando llegaron a una zona donde la cala terminaba, Quinto empezó a despojarse de su ropa mientras Claudia le miraba asombrada.
—¿No irás a bañarte con el agua tan fría? —preguntó Claudia tiritando un poco al haberse alejado del calor corporal masculino.
—Por supuesto, aquí tienes mujer tu primer reto de casada. Si consigues meterte en el agua y ganarme, te prometo que mañana estaré a tu disposición. Pero si pierdes tendrás que obedecerme a mí cada vez que te enfades.
—Eso no es justo, tu ganas más que yo, además, espera... —dijo Claudia acercándose a él mientras Quinto le observaba.
—¿Qué...? —preguntó Quinto.
Antes de que el hombre terminara de formular la pregunta, Claudia pasó su pie por debajo del talón de Quinto y consiguió derribarlo con un fuerte empujón. Momento que aprovechó ella para correr hacia el mar mientras Quinto se levantaba de la arena.
—¡Serás tramposa! —dijo el hombre echando a correr tras ella intentando darle alcance.
Cuando Claudia escuchó las últimas palabras, su túnica volaba por encima de su cabeza y la joven corría gritando al entrar en el agua helada.
Quinto no pudo evitar sonreír a carcajadas mientras escuchaba a su esposa chillar. A pesar de que la joven le sacó al principio delantera, consiguió llegar a su altura y agarrándola por detrás de la cintura, empezó a introducirse con ella en el agua mientras Claudia continuaba chillando al comprobar que la llevaba en volandas.
—Me parece que hemos ganado los dos, ¿considerarías adecuado un empate? —preguntó Quinto sosteniéndola en sus brazos y besándola mientras se alejaban un par de metros de la orilla.
—Está bien, por hoy te lo concedo...—observando su rostro en medio de la oscuridad con el reflejo que los rayos de la luna proporcionaban en las olas—. ¿Te he dicho que te quiero? —le preguntó Claudia a Quinto mientras el silencio se había instaurado entre ambos— No creo que puedas nunca hacerte una idea del gran amor que te tengo y de lo contenta que estoy de haberte encontrado —dijo Claudia emocionada.
—No creo que me quieras ni una décima parte de lo que yo te quiero a ti.
En ese momento la pareja se besó y se amaron durante toda la noche sin impedimentos, sin prisas y sin nada enturbiase el futuro que les esperaba. Les había costado llegar hasta ahí pero al final lo habían conseguido.
Tarraco, cinco meses después.
—¡Vamos, muchacha, empuja! Ya queda menos para ver a esa criatura que está deseando salir... —ordenó una concentrada Prisca que ayudada por Julia atendía a la parturienta desde la noche anterior.
—¡Prisca! Esto duele demasiado... —dijo Claudia intentando coger fuerzas para volver a soportar el dolor.
—¡Venga que ya se le ve la cabeza! Empuja fuerte, muchacha... tu marido está insoportable ahí fuera y el marido de Julia no va a poder sujetarlo más. Si no quieres que este lugar se llene de hombres empuja de nuevo ¿Dónde está esa fortaleza que tienen las gladiadoras?
—¡Se ha ido, Prisca! ¡Se ha ido!... —decía Claudia llorando en medio del fuerte dolor.
—¡Vergüenza te debería dar decir eso!... ¡Vamos! Empuja de nuevo, ya queda poco para que nazca —ordenó Prisca enfadada mientras empezaba a ver el recién nacido— Ya tengo aquí la cabeza..., vamos otro empujón más y sale entero...
En ese momento otra contracción tuvo lugar y Claudia terminó de expulsar a ese pequeño ser del centro de sus entrañas.
—¡Por los dioses, Claudia! ¡Qué bonita es!... —dijo Julia llorando emocionada mientras observaba la recién nacida.
—¿Es una niña? —preguntó Claudia llorando, intentando incorporarse para verla.
—¡Vaya, que si! ¡Mírala! Y además se parece tanto a ti, mira tu pequeña gladiatrix... —dijo Prisca emocionada limpiando la carita de la pequeña y mostrándosela a la madre mientras a continuación se la pasaba a Julia para terminar de atender a la agotada madre—. ¡Lo has hecho fenomenal! Un poco chillona pero bueno qué le vamos a hacer... —dijo Prisca sonriendo y limpiándose las lágrimas.
Cuando dentro de la habitación se escuchó el llanto de un niño, Quinto ya no pudo aguantar más la espera y desesperado abrió la puerta.
—¿Claudia? —preguntó asustado.
—Pasa Quinto —dijo Julia mientras sonreía ilusionada—. Toma..., aquí tienes a tu hija.
El soldado acongojado recibió en sus brazos a aquella miniatura que era un réplica exacta de su esposa.
—¿No dices nada? —preguntó Claudia observando con interés la reacción de su esposo.
Quinto emocionado era incapaz de hablar. Como pudo se acercó lentamente al lecho donde yacía Claudia y arrodillándose a su lado, la besó en la frente con la criatura en brazos.
—No puedo expresar con palabras todo el amor que te tengo y lo feliz que me haces —dijo levantando levemente el rostro y observando a Claudia— si no tuviera suficiente con ver tu belleza cada día ahora los dioses me han obsequiado con dos mujeres iguales.
—¿Hubieses preferido otro niño? —preguntó Claudia con interés sonriendo.
—Me daba igual mientras los dos estuvierais bien, no he pasado mayor miedo en mi vida —confesó Quinto con lágrimas en los ojos—.Los recuerdos del parto de la madre del pequeño Quinto me han estado atormentando desde ayer, solo deseaba que dejaras de sufrir y que todo acabase de una vez —dijo besándola en los labios—. Te quiero.
—Yo también... —sonrió Claudia mientras le miraba inmensamente feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro