Capítulo 23
Este capítulo quiero dedicarselo a Astrid_Godoi, majeramina, Ana29051991 y marinaymara, espero no defraudaros con este capítulo y que disfrutéis con él. Imaginaros los últimos instantes de este capítulo mientras de fondo se escucha la versión de piratas del Caribe.
https://youtu.be/Lw_Qlu4Y1dk
"Ojo por ojo, diente por diente" (Ley del Talión).
Éxodo 21:24.
El túnel del anfiteatro estaba iluminado con antorchas pero algunas celdas sobrecogían. Claudia sabía que en los anfiteatros solía haber celdas cerradas que habitualmente no se usaban y que dejando caer algunas monedas, el encargado hacía oídos sordos sobre lo que se hacía en ellas. Se podía oler la humedad reinante del ambiente por la cercanía del mar y el olor típico de un lugar que lleva demasiado tiempo cerrado. Claudia había pagado al lanista que gestionaba el uso del anfiteatro para que le cediera una de aquellas celdas e hiciera oídos sordos. Alejada del bullicio y el trasiego de los gladiadores podría llevar a cabo su plan.
Había sobornado a los dos secuaces de Spículus para que engañaran al mahuritano, con la promesa de que el procónsul no se enteraría, pero antes de que se marcharan, habían colgado de un gancho en el techo a Spículus para que cuando se despertara de su inconsciencia se martirizara por sí mismo. Solamente el estar colgado ya era suficiente castigo, los músculos del cuerpo se le engarrotarían y le dolería tan horrorosamente que desearía estar muerto. La mordaza en la boca impediría que los gladiadores escucharan sus gritos. El hambre, el frío y la mente harían el resto.
Las mujeres desde un lado de la celda miraban con odio al ser vil y cruel que tenían enfrente. Inconsciente y con la cabeza agachada, no parecía el hombre tan peligroso que había atacado Baelo Claudia aquel día y que tantas penas había acarreado. Pero Claudia sabía que rezumaba maldad por todos los poros. Las marcas en su espalda eran testigo mudo de ello y no estaba dispuesta a que abandonara este mundo sin rendir cuentas. No le quedaba en el cuerpo ni una pizca de misericordia para él.
Cuando los delincuentes se marcharon, Julia habló en voz baja.
—¿Qué haremos con él?
—¿Que qué haremos con él? Lo mismo que hizo con nosotras —contestó Paulina en su lugar—. Si tan solo hubieses visto el estado en que llegó Claudia al barco de los lanistas, no estarías preguntando que qué le vamos a hacer. Pasé semanas curándole la espalda y...
Claudia se quedó mirando a Paulina con seriedad, negando con la cabeza, y la joven no pudo continuar hablando, sabía que era un tema prohibido para su amiga.
—Por el momento, dejaremos que se martirice durante unos días, al igual que yo hice en el buque durante días sin apenas comer ni beber. No hay peor enemigo que la mente de uno cuando se decide a hablar porque no hay forma humana de hacerla callar. Ese será su peor castigo.
Prisca miraba a aquel ser horrendo por el que sus muchachas habían sufrido tanto y por el que el amo Tito había perdido la vida.
—Yo..., acabaría con la vida de este malvado ahora mismo —declaró Prisca—. Estoy deseando que todo esto acabe, ese hombre me da miedo.
—No te preocupes Prisca, nada ha de suceder, pero eso sería otorgarle una muerte demasiado rápida. No se lo merece Prisca —dijo Claudia mirando al pirata—. Marchémonos de aquí, se hace tarde y no podemos permanecer más en el lugar. En unos días volveremos a ver si el salvaje se encuentra en las mismas condiciones.
Las cuatro mujeres salieron del lugar calladas y con la mirada cabizbaja, cada una sumida en sus pensamientos. Se les antojaba mentira que por fin tuvieran en su poder a aquel sujeto, había sido una suerte que Valeria hubiera escuchado a Spículus y que llegara a tiempo de informarles porque ese asesino podría haber ocasionado cualquier tragedia.
—Tendremos que disimular delante de los hombres, Quinto está últimamente demasiado protector a causa del embarazo y no quiero que desbarate mis planes —dijo Claudia.
—Te va a matar cuando se entere... —vaticinó Prisca.
Las demás mujeres sonrieron y asintieron al comentario de Prisca, comprendiendo perfectamente la situación. Julia era de la misma opinión, si Marco llegaba a enterarse de que habían capturado al pirata y no le habían comunicado nada, estaba segura que no le hablaría en un mes. Pero estaban decididas, acabarían con la vida de ese gusano.
—Mis hijos deben de estar preguntándose dónde esta su madre —dijo Julia más para sí misma que para los demás—. Menos mal que hemos puesto el pretexto de que te encontrabas mal con las nauseas porque Marco no me hubiera dejado salir tan fácilmente.
—Llevas razón, hemos desatendido un poco a los pequeños sin pretenderlo... —dijo Claudia.
—Bueno... eso de sin pretenderlo déjame que lo dude muchacha porque desde que la viuda de Tiberio llegó a tu casa no ha habido nadie que te hiciera cambiar de opinión —dijo Prisca mirándola a regañadientes.
La joven sonrió, y acercándose a ella, la abrazó con afecto.
—No te enfades Prisca, pero han sucedido tantas cosas que es imposible que se borren de mi mente con una regañina tuya. Cuando acabe todo esto, prometo portarme bien.
—Eso espero muchacha, que acabe esto pronto... —dijo la mujer mientras continuaban andando y le acariciaba la cara cariñosamente—. Haz lo que tengas que hacer, estaremos a tu lado para ayudarte.
Al cabo de un rato, cuando se acercaban a la domus, Prisca le dijo a sus muchachas en voz baja para que no lo oyeran los soldados apostados en la puerta:
—¿Les dirán algo a vuestros maridos?
—No lo dudes pero les diremos que salimos a dar un paseo por los alrededores hasta que se me pasó el estado tan delicado en el que me encontraba... —declaró Claudia.
—No se lo creerán, pero bueno, solo pido a los dioses que esto acabe pronto. Jamás pensé que vería de frente al causante de tantos males —dijo Prisca callando de repente.
—Ni yo tampoco Prisca, ni yo tampoco, y menos aquí—declaró Julia.
—Pues yo sí... —afirmó Claudia rotundamente.
En cuanto entraron al interior de la domus, los hombres salían del tablinum de Quinto con cara de estar realmente enfadados.
—¿Se puede saber por qué cuatro mujeres salen de la seguridad de la domus de noche y sin escolta alguna? —preguntó Quinto preocupado.
Claudia sabía lo que tenía que hacer, con paso lento se separó de sus amigas y abrazando al soldado dejó posar su cabeza sobre el pecho del hombre.
—Lo siento, no te enfades, me indispuse y pensamos que un paseo podría venirme bien, ellas no tienen la culpa —declaró Claudia cautelosa levantando la mirada hacia las demás mujeres.
—Sabéis que corréis demasiado peligro, Spículus podría estar acechando en cualquier lugar. Marco y yo ya íbamos a salir con una patrulla en busca de vosotras.
—¿Me perdonas? —le preguntó Claudia a Quinto levantando la cabeza y mirándole a los ojos.
—Solo si me prometes no volver a salir de noche nunca más —declaró Quinto bajando el tono de voz y sintiéndose aliviado.
—Eso está hecho, no te preocupes ¿Te importaría acompañarme a nuestra habitación? Me encuentro demasiado cansada.
—¿Porqué no lo has dicho antes? —preguntó taciturno el soldado mientras cogía de la mano a su mujer y se despedían de los demás.
En cuanto desaparecieron de la vista, el general se quedó mirando el lugar.
—¡Hace lo que quiere con él! —dijo Marco más para sí mismo que para las mujeres que le escuchaban.
—Eso ha sido así desde siempre... —recordó Julia cuando le vino a la mente las imágenes de cómo Claudia lo tentaba continuamente hasta que acabó pidiéndole su primera cita.
—Esa muchacha siempre ha sido una descarada —dijo Prisca.
—Sí pero a él le encantaba su descaro —contestó Marco nuevamente—. Nosotros deberíamos acostarnos también, mañana será un largo día...—declaró Marco mirando a su mujer.
—Sí... —dijo Julia cogiendo de la mano a Marco—. Hasta mañana Prisca, hasta mañana Paulina.
—Hasta mañana Julia... —declararon ambas mujeres viéndoles marchar.
A la mañana siguiente Marco y Quinto desayunaban en el triclinium, era demasiado temprano para que las mujeres se hubiesen levantado después de las horas tan tardías en que se habían acostado.
—¿Te creíste algo de lo que dijeron anoche? —preguntó Marco.
—Nada... —declaró Quinto con rotundidad—. Ha sido la primera vez que Claudia me pide perdón tan rápido, normalmente tarda en reconocer su error, si es que lo reconoce, y con su fuerte carácter me desafía constantemente.
—Ponles una escolta, que las vigilen de lejos, no me fio de ellas. Julia es demasiado inteligente para mi desgracia —declaró el general.
—Y Claudia demasiado atrevida y valiente para la mía —declaró Quinto mientras observaba la comida que tenía delante de él.
—¿Para cuando será la boda? —preguntó el general a su amigo.
—En cuanto llegue tu hermano y el auspex anuncie los buenos auspicios, quiero dejarlo todo completamente atado —aseguró Quinto.
De repente, una voz grave se oyó desde la entrada.
—Pues su hermano ya está aquí, así que apresúrate con el auspex porque no tengo tiempo que perder.
Ambos hombres se levantaron de inmediato de sus asientos y, con unas radiantes sonrisas, se acercaron hasta el recién llegado. Máximus Vinicius iba a realizar el saludo romano cuando su hermano se echó sobre él dándole un fuerte abrazo.
—¡Hermano! Cuánto tiempo sin verte —declaró Marco sin parar de sonreír—. Por los dioses que te has hecho caro de ver y estás más gordo...
—Tú sí que estás gordo, la vida de casado te ha sentado demasiado bien, ¿dónde están mi cuñada y mis sobrinos? Tienen que conocer a su tío.
—¿No habrás olvidado sus nombres?... porque no volviste a visitarnos ni una sola vez en todo este tiempo —terminó de decir Marco regañándole.
—Lo sé hermano, pero no me regañes, he estado ocupado... —declaró Máximus volviéndose hacia su amigo Quinto.
—Quinto ya no pareces ni la sombra de lo que eras. ¿Qué ha pasado para que mi mejor amigo tenga esa cara de felicidad? Me extrañó tu misiva solicitando mi presencia y encima me encuentro con la sorpresa de que mi hermano y su familia se encuentran aquí... —preguntó Máximus contento de verlos después de tanto tiempo.
—Al fin encontré a Claudia, mejor dicho, ella me encontró a mí; y si los dioses me son favorables pronto me casaré con ella.
—¡Por los dioses!¡Jamás pensé que lo lograrías! —declaró Máximus prestando atención—. ¡Me alegro por ti!
—Gracias... —declaró Quinto contento al ver a su amigo, aunque no pudo dejar de advertir la dureza y la frialdad de su mirada—. ¿Marcha todo bien?
—Sí, por supuesto —contestó Máximus.
—¿Tienes hambre? Siéntate, podrás reponer tus fuerzas mientras te ponemos al día de todo lo ocurrido —declaró Marco mirando a su hermano.
—La verdad es que he venido sin descanso. Lleváis razón, sentémonos, parece que se me ha abierto el hambre...
Los tres hombres continuaron desayunando mientras ponían al día a Máximus de lo ocurrido en los últimos tiempos y le explicaban el riesgo que corrían con el miserable de Spículus merodeando alrededor de ellos.
—¿Estás seguro que era Spículus? —preguntó Máximus mirando a Quinto detenidamente— durante todos estos años no ha vuelto a navegar, parece como si se lo hubiera tragado la tierra, en este caso el mar.
—Y tan seguro, por eso me los traje aquí, no podía permanecer en Legio poniéndoles en riesgo, además ahora Claudia está embarazada y no quiero que sufra percance alguno.
—¡Vaya, no has perdido el tiempo amigo! —dijo Máximus mirándole socarronamente.
—Nunca pensé que sería padre y que encima tendría dos hijos tan seguidos...—declaró Quinto mirando a su amigo mientras sonreía—. Encontrar a Claudia es lo mejor que me ha pasado en la vida —declaró el soldado sumido en sus pensamientos.
—No lo dudo... —dijo Máximus guardándose su opinión, porque si hubiera sido él, eso sería lo peor que podría pasarle.
—¿Te sucede algo? —preguntó Marco de repente, observando el semblante de su hermano— te noto un poco raro.
—No, claro que no... —dijo Máximus volviendo en sí.
—Pues cambia esa cara que esto no es un funeral, esto es una boda y hemos venido a acompañar a Quinto —dijo Marco sonriendo.
—Por supuesto, no me hagáis caso, sólo estoy un poco cansado del viaje... —respondió Máximus relajado.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Marco a Quinto.
—Como los preparativos de la boda siguen su curso, había puedo mostrarte la ciudad y las medidas de seguridad que he dispuesto para intentar cercar a Spículus en caso de que se atreva a poner un pie aquí. Su punto fuerte es el puerto y quiero que vayamos esta mañana allí, pero si estás cansado Máximus, podemos dejarlo para mañana...
—¿Y perderme vuestra compañía? De eso nada, vosotros sois lobos de tierra y necesitáis que alguien os aconseje en el mar.
—¡Mira quién fue a hablar! —contestó Marco a su hermano golpeándolo con el puño en el brazo de forma amistosa— ¡No cambiarás nunca!
—Ya sabes que no —contestó Máximus sonriendo.
Terminando de comer, los tres hombres se dirigieron camino a la ciudad antes de que empezase la actividad en la casa y fuese imposible desprenderse de las mujeres.
Mientras tanto, en la oscura celda, Spículus empezaba a despertarse por el fuerte dolor que tenía en los brazos. Los recuerdos inundaron su mente, no sabía que momento del día era, si de noche o de día, ni dónde se encontraba. Había caído de lleno en la trampa de aquella arpía. Sólo esperaba que su hombre fuera capaz de dar con él. Intentó balancearse para intentar romper la argolla sobre la que habían atado la cuerda pero fue inútil, los años no pasaban en balde y ya no tenía la agilidad de antes. Impotente dejó de resistirse y esperó a que la mujer apareciese, a la menor oportunidad le pondría las manos encima y estaría muerta. Ella y toda su descendencia.
Al rato de haber recuperado la conciencia, escuchó un ruido de gente a lo lejos. Intentó gritar, pero la mordaza en la boca impedía que sus gritos salieran del lugar. Maldita zorra, la mataría lentamente como a su amiga. Por lo menos le producía satisfacción pensar como la mataría.
En ese mismo momento, los tres soldados llegaron al puerto. El día estaba demasiado fresco y unas nubes se amontonaban en el horizonte como presagio de una tormenta. A pesar de las capas que llevaban corría un aire helado que se calaba en el interior de sus cuerpos y hacía que quisieran buscar un lugar más cálido, pero Quinto necesitaba la opinión de sus dos amigos. Máximus sabía que era necesario revisar la posición tanto de las armas defensivas como la de los hombres distribuidos a lo largo de la muralla y del puerto. Numerosos barcos estaban atracados aquella mañana buscando cobijo de las olas que se elevaban impetuosas consiguiendo que algunas embarcaciones se acercaran peligrosamente a las otras con el riesgo de colisionar.
—Conforme hemos ido bajando la colina, ha ido cambiando la temperatura de una forma tan brusca que la brisa del mar se te mete dentro del cuerpo —se quejó Marco inesperadamente.
—El matrimonio te está volviendo demasiado débil hermano —le dijo Máximus sonriendo.
—Sí, reconozco que estos años han hecho mella en mi, a veces prefiero estar en mi hogar con mi familia que por ahí y, si lo dices para ofenderme, ve sabiendo que puede ser que el día menos inesperado te toque a ti y sea yo el que me burle de tu persona.
—No te preocupes hermano, eso nunca lo verás... —dijo Máximus enmudeciendo.
Se había quedado inmóvil con la mirada perdida al frente, tanto Marco como Quinto observaron su reacción y dejaron de caminar esperando que Máximus reanudara la marcha. Pero cuando comprobaron que seguía ensimismado mirando hacia un punto a lo lejos, ambos volvieron también la mirada.
—Son esclavos..., acaban de llegar para ser vendidos aquí —dijo Quinto volviéndose repentinamente hosco.
No podía evitar sentirse malhumorado cada vez que se imaginaba a Claudia amordazada y maniatada siendo vendida en aquel puerto de Éfeso. Se mortificaba cada vez que la imaginaba en ese lugar y sufría pensando lo que tuvo que sentir al verse vendida como si de un trozo de carne o un animal fuese.
—Están bajándolos... —declaró Marco.
—Odio esa práctica... —continuó diciendo Quinto.
A Máximus se le erizó la piel cuando observó a una esclava con una larga melena del color del ébano, viejos recuerdos vinieron a su mente. Con la mirada cabizbaja no llegaba a alcanzar a mirarle el rostro. Se parecía tanto a... pero no podía ser, aquella perra traidora debía de estar tan tranquila con su familia en algún recóndito punto del Imperio riéndose todavía a su costa. El corazón empezó a bombearle de prisa, su respiración se aceleró y, cuando ya estaba a punto de iniciar nuevamente la marcha, la mujer volvió la mirada hacia atrás buscando a algo o a alguien detrás de ella.
La sangre se le congeló en las venas y un odio desgarrador y profundo salió de lo más recóndito de su mente. Sabía que Quinto y su hermano estaban esperándole pero no era capaz de escucharles, todos sus sentidos se quedaron embotados y fijos en aquella mujer y en los esclavos que la rodeaban. A uno de ellos lo reconocería hasta con los ojos cerrados, todavía recordaba el juramento que le había hecho burlándose de él y jurando que jamás tendría a su hermana. Era el hermano de ella, pero de repente reconoció también al padre, ambos andaban esclavizados e iban detrás de la mujer. Le extrañaba que hubieran acabado de esa manera. De repente, una profunda satisfacción le embargó en lo más profundo de su ser, por fin los dioses habían empezado a hacer justicia pero no la suficiente, quería verlos sufrir al igual que él había sufrido todos esos años. Se los imaginaba confabulando y burlándose de su obsesión por ella pero pagarían, vaya si pagarían todo el desprecio sufrido. Apoyándose en el muro con ambos brazos, inspiró profundo y comentó:
—Seguid adelante sin mí, os alcanzaré en un rato. Tan solo decidme dónde os puedo encontrar, voy a bajar ahí abajo.
—¿Sucede algo? Te has callado y estás completamente blanco —señaló el hermano de Máximus.
—No, no te preocupes, pero he visto algo y no puede esperar.
—Bueno, si tú lo dices... —dijo extrañado Marco—. No entiendo qué te retiene aquí que no pueda esperar. Subiremos a aquella torre y te esperaremos.
—Está bien, enseguida os doy alcance —dijo Máximus.
Cuando comprobó que ambos hombres se marchaban, abandonó el lugar y, bajando por la cuesta que iba hacia el muelle, se dirigió hacia donde estaban los barcos amarrados.
—¿Si entiendo algo...? —dijo Marco mirando a Quinto.
—Seguramente es cualquier tontería... prosigamos, la mañana está demasiado fría y se nos echa encima.
Mientras tanto, en la domus la actividad transcurría con normalidad, pero en una de las salas las mujeres se encontraban con los niños intentando disimular los sentimientos tan contradictorios que albergaban.
—Madre... ¿porqué mi hermana se llama como tu amiga Claudia? —preguntó el pequeño Marco mirando con interés a ambas.
—Se lo puse por ella, no quería olvidar ese nombre nunca.
—¿Y porqué no querías olvidarte de ese nombre?
—Ya te lo explicaré cuando llegue el momento... —dijo Julia ensimismada.
Claudia estaba sentada y el pequeño Quinto intentaba saltar de sus piernas sonriendo y alargando los brazos a la niña que lo miraba de frente. Los pequeños sonreían y jugaban como si nada pasara a su alrededor, eran demasiado pequeños e incapaces de presentir absolutamente nada.
Paulina se dio cuenta que el hijo mayor de Julia estaba aburrido y, cansada de estar allí metida, le dijo al niño:
—Oye Marco, ¿qué te parece si nos vamos al atrium de detrás de la domus y jugamos con las espadas?
—¿De verdad?... —dijo entusiasmado mirando a la joven y volviéndose hacia su madre— ¿Puedo ir a jugar con Paulina madre?
—Por supuesto, aunque mejor pensado me voy con vosotros y me da un poco el aire. Afuera hace frío pero si nos abrigamos bien, haremos tiempo hasta la hora de la comida.
—¡Bien...! —gritó el pequeño emocionado.
—Sí, vayamos afuera, cada minuto que pasa me estoy poniendo más nerviosa... —dijo Claudia a sus amigas.
Colocando al pequeño Quinto en la cintura y cogiendo a la pequeña Claudia de la mano salió hacia el patio seguida por los demás. Si los soldados vieron salir a la pequeña comitiva de mujeres y niños por el pasillo hacia el atrium exterior trasero, no dijeron absolutamente nada. Tenían órdenes de vigilarlas pero podían moverse libremente por la domus.
Al cabo de un rato, el juego sacaba las sonrisas de los presentes.
—Si levantas de esta manera tu gladius y golpeas así y luego te vuelves y golpeas a tu adversario por aquí...
—Paulina, si le enseñas eso, el niño estará siempre en el suelo o acaso no recuerdas aquella vez que te tumbé con esa misma táctica —dijo Claudia sonriendo.
—Si no fuera porque estás embarazada y tu marido me mataría, veríamos si con esa táctica volvías a tirarme en tierra...—dijo la joven señalándola con la espada de madera.
—Haces bien, mujer, porque desgraciado de aquel que se atreva a tocarle ni un solo pelo a mi mujer —dijo Quinto apareciendo en el patio.
—¡Padre! Ven, mira...—dijo el pequeño Marco emocionado al ver la figura de su padre—. Me están enseñando a luchar y las amigas de madre luchan mejor que un hombre...
—¡Por los dioses! ¡Solo le faltaba oír eso! —dijo Marco agachándose y cogiendo a su hijo en brazos—. Ven, mira, acaba de llegar tu tío Máximus.
—¿Este es el tío Máximus? —preguntó el niño emocionado al ver la otra persona al lado de su padre..
—Sí, muchacho, ese soy yo —dijo Máximus mirando fijamente a su sobrino que era idéntico a su hermano.
De repente, el niño hizo algo totalmente inesperado que el hombre no se esperaba. Sin previo aviso, dejó de estar en los brazos de su padre para lanzarse al cuello de su tío y dándole un fuerte abrazo le dijo:
—¡Ya era hora! Tenía muchas ganas de conocerte, tío Máximus.
El soldado conmocionado reaccionó sonriendo, en su vida había abrazado a un niño y por primera vez se sintió demasiado torpe. Al final, con voz ronca y autoritaria le preguntó:
—¿Con que una mujer te está enseñando a usar la espada? Bueno, luego comprobaremos qué es lo que has conseguido aprender, la técnica de los hombres es mejor.
Una enorme sonrisa infantil asomo a la carita del niño mientras que Julia, con su hija en brazos, se acercaba a su cuñado para saludarlo.
—Máximus, cuánto me alegro de verte, han pasado demasiados años hasta que has permitido honrarnos con tu presencia.
—Lo sé Julia, lo sé. Espero que me perdonéis —dijo Máximus saludándola con afecto y mirando de repente a la pequeña niña—. ¿Imagino que será mi sobrina?
—Imaginas bien hermano, esta es nuestra hija.
Máximus no pudo evitar sonreír al conocer a sus sobrinos aunque por dentro su voluntad libraba una dura batalla interna. Se encontraba como si estuviera al borde de un precipicio. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Quinto se acercó con una bella joven que llevaba un niño en brazos.
—Máximus, esta es Claudia, no llegaste a conocerla.
Claudia se quedó mirando a Quinto con una enorme sonrisa de satisfacción y volviéndose hacia el recién llegado lo saludó.
—Quinto me ha hablado mucho de ti, Máximus Vinicius. Gracias por ayudarle, sé que durante bastante tiempo le acompañaste en mi búsqueda. No conseguisteis encontrarme pero debo darte las gracias por acompañarle en aquellos momentos y por intentarlo.
Máximus asintió con la cabeza comprendiendo e intentando romper la tensión del momento contestó a la joven:
—Ahora comprendo porqué mi amigo perdió la cabeza por ti, eres muy guapa... —dijo Máximus haciendo sonreír a la gente—. Nunca se dio por vencido... pero ya es hora de dejar atrás todo lo ocurrido, he venido a celebrar una boda y no un funeral.
Todos asintieron y sonrieron ante la afirmación hasta que la voz del pequeño Marco les sacó de ese reencuentro.
—¡Padre me ruge el estómago! ¿Crees que la gente podría dejar de besarse? Tengo hambre.
—¡Por supuesto hijo! Vamos dentro, tenemos que celebrar la llegada del tío Máximus.
—¡Bien! Ya era hora... —dijo el pequeño Marco abrazando a su padre mientras el resto de adultos sonreían.
Dos días después las mujeres salían de la domus con el pretexto de que Claudia debía probarse el vestido para la boda. Una pequeña comitiva de soldados las acompañaban ajenos a las verdaderas intenciones de las mujeres. Efectivamente, Claudia se probaría el vestido que una conocida y reputada costurera de la ciudad le estaba cosiendo pero sus intenciones, una vez que se lo probara y aduciendo que la dueña las invitaba a comer, eran marcharse por la puerta de atrás en busca de los callejones que conducían al anfiteatro. En cuanto Claudia se probó el vestido, le pidió el favor a la mujer y esta accedió a sacarlas por la puerta trasera.
En cuanto las cuatro mujeres se vieron libres de sus vigilantes, avanzaron rápidamente hacia el anfiteatro. Calladas y silenciosas entraron en el recinto por el oscuro túnel y llegaron a la puerta de acceso de la celda. Claudia le dio un par de antorchas a Julia y a Prisca para que pudieran ver en el sombrío lugar. La anciana mujer sintió como un escalofrío recorría su cuerpo haciéndola estremecer. Ella no estaba ya para aquellas cosas, pero por sus niñas, las acompañaría hasta el fin del mundo. Había que acabar con aquel monstruo y se aseguraría de que eso fuese así. Las cuatro mujeres entraron en la celda contemplando en el centro al pirata colgado como si estuviera muerto.
Spículus sintió como la puerta se abría mientras sus sentidos se ponían en alerta. Haciéndose el dormido, esperó que los que estaban al otro lado entraran. Si pensaban que lo iban a pillar desprevenido estaban completamente equivocados.
Claudia, Julia, Paulina y Prisca rodearon al sujeto mirándolo pero con la suficiente precaución de retirarse lo suficiente para que el hombre no las derribara de una patada, podrían esperar cualquier cosa de ese engendro.
—Está desmayado todavía, ¿crees que habrá muerto? —preguntó inocentemente Julia.
—No te dejes engañar, hace falta mucho más que colgarlo para matar a este hijo de perra —contestó Paulina.
—Ahora comprobaremos si está muerto o vivo —dijo Claudia con una voz mortalmente fría.
Dando un paso al frente, sacó su gladius y poniéndola en el estómago del pirata le dijo al mercenario:
—¿Realmente hace falta que te clave la gladius para comprobar que estás despierto? Eres un estúpido si piensas que me puedes engañar.
Los párpados del sujeto se abrieron y unos ojos malignos la miraron con un odio exacerbado. La mordaza impedía que pudiera hablar.
—¡Ya veo que no!... —dijo Claudia mortalmente seria mientras permanecía callada mirando al desgraciado—. Un día juré acabar contigo y con Graco. Por fin ha llegado tu hora.
Claudia se dirigió hacia la pared donde estaba atada la soga mientras Paulina se acercaba por el otro lado a ayudar a su amiga. Entre las dos jóvenes desataron el nudo de la cuerda y bajaron lentamente al pirata dejándolo a un palmo a ras del suelo. Ambas se miraron entre sí y volvieron a atar la soga en la argolla de la pared, asegurándose que el sujeto permanecía colgado.
Paulina se acercó lentamente a Claudia y le dijo:
—Hazme los honores, al fin y al cabo la que lleva sus señales en la espalda eres tú.
Julia y Prisca se miraron entre sí y observaron como Claudia se dirigía hacia la espalda del sujeto.
—¿Qué quiere decir eso de que llevas sus señales en la espalda? —preguntó Julia nerviosa y con una extraña inquietud en el estómago.
—No he tenido tiempo de contártelo pero este malnacido que ves aquí, me propinó tal paliza con un látigo que me dejó marcada de por vida.
—¿Por qué? —preguntó Prisca con los ojos acuosos a punto de derramar lágrimas.
Claudia se volvió hacia la afable mujer y le contestó:
—Por defenderme de uno de sus malditos hombres cuando intentaba violarme, lo maté y me castigó por ello.
Prisca se volvió sobre sí y, tapándose la cara con sus manos, le dijo demasiado conmocionada:
—Pues entonces, ya sabes lo que tienes que hacer, "ojo por ojo y diente por diente".
Claudia asintió ante las palabras y colocándose detrás del mercenario le rompió la camisa que llevaba, dejando su espalda completamente desnuda. Volviéndose hacia Paulina, con el brazo extendido y la mano abierta le pidió el objeto.
Paulina le dio el látigo de cuero trenzado semejante al que el mercenario había usado con ella.
—Que sepas que los treinta latigazos que vas a recibir no te van a doler ni la mitad de lo que a mí me dolieron, pero al menos sabrás lo que es sufrir parte de esa agonía...
A partir de ese momento, Claudia se cobró parte de la deuda aunque jamás sería compensada por la vida que le fue arrancada de sus propias entrañas.
El mercenario no emitió ningún tipo de resuello pero cuando los latigazos iban mediados empezó a chillar como un condenado. Su piel fue abriéndose dejando la carne desgarrada y bañando el suelo con su sangre, asustado comprendió que aquella salvaje estaba decidida a arrebatarle la vida.
Ninguna de las mujeres que miraba los golpes le dio la espalda a aquel mercenario. No quitaron la vista de encima a aquel engendro. Cuando Claudia acabó de contar los treinta latigazos que había recibido tiró el látigo al suelo y, volviéndose, se puso enfrente del mercenario. El pirata que mantenía la cabeza baja elevó levemente la mirada de odio y en unos interminables segundos la joven le dijo:
—Esto ha sido por mí pero esto va a ser por mi amiga.
Sin que ninguna de las mujeres presentes lo esperase Claudia sacó una de sus dagas y como si una fuerza sobrenatural hubiera hecho presencia en ella, clavó la daga en el mismo sitio en el que su amiga recibió la herida mortal.
Spículus gritó del dolor a pesar de la mordaza, la mirada se le nubló y todo se volvió negro mientras se desmayaba.
Enmudecidas, fueron incapaces de emitir sonido alguno. Julia estaba como en trance rememorando aquellos instantes en que aquel arma mortal bajó y entró en sus carnes intentando arrebatarle la vida. Unas lágrimas silenciosas bajaron por la mejilla femenina liberándose de aquel dolor. Claudia había tenido el coraje de hacer lo que ella no había podido y le estaría agradecida de por vida. Acercándose a su amiga y observando al inerme sujeto le dijo en voz baja:
—Ya ha acabado todo.
—No, todavía no ha acabado todo ¡Paulina!
—¿Dime?
—Ayúdame a bajarle y a llevarlo a la arena.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Paulina observando la cara demacrada de la joven.
—Yo no soy una asesina como él, si hiciera exactamente lo mismo el deshonor recaería sobre mí y no pienso perder la poca dignidad que me queda.
Media hora después, el sol de la tarde estaba prácticamente a punto de irse de la arena del anfiteatro cuando Spículus emergió de su inconsciencia. Sin saber donde se encontraba se dio cuenta que alguien había volcado agua sobre él. Sintió sobre su cuerpo el golpe de algo que le habían echado encima.
—¡Levántate y lucha como un hombre! —dijo Claudia retándolo con la mirada mientras el mercenario la miraba con cara de un odio desmedido.
El pirata se echó mano a la herida comprobando rápidamente su estado, al intentar levantarse el dolor de la espalda hizo que casi se desmayara. Parecía como si montones de dagas estuvieran clavándose en su espalda, podía sentir la humedad a lo largo de ella mientras la sangre caía en la arena. Respirando hondo hizo acopio de las fuerza que le quedaba y, levantándose torpemente, cogió la gladius del suelo para matar a aquella fulana.
—¡Cobrarás con tu vida el daño que me has infligido perra!
—¡No me digas! Vaya sorpresa, a ver si tienes el valor necesario para hacerlo, desgraciado...
—¡Ah,...! —gritó Spículus mientras corría hacia ella para intentar matarla.
Claudia se posicionó esperando el ataque del mercenario. Cuando el pirata levantó el arma para golpearla, el golpe no consiguió desestabilizar a la joven después de años de entrenamiento. Llevaba mucho tiempo deseando matar a ese desgraciado y pagaría bien caro sus años de sufrimiento. Entre los dos, se desató una lucha sin cuartel donde la vida de ambos dependía de un hilo.
Julia y Prisca estaban conmocionadas y preocupadas ante la batalla que se desarrollaba delante de ellas. Paulina, atenta, estaba preparada para acudir en socorro de su amiga porque no dejaría que aquel fulano la matara estando ella delante, pero comprendía que Claudia necesitaba llevar a cabo su propia batalla, debía vengar la pérdida de su hijo.
El ruido de pasos corriendo hacia la lucha que se desarrollaba en la arena del foso, llegó hasta las mujeres.
—¡Claudia! ¡Detente ahora mismo! —dijo Quinto corriendo acercándose hacia ellas.
—¡No! —gritó Claudia—. ¡Márchate! Esto es entre él y yo.
—¡Claudia! Suelta la gladius... —le ordenó Quinto prácticamente a un metro de los dos luchadores.
—¡Jamás! ¡Esto lo tengo que acabar yo! —dijo Claudia mirándole de reojo mientras las lágrimas empezaban a correr por su cara— ...tú no comprendes.
—¿Qué no comprendo? Entrégame el arma —ordenó de nuevo el soldado alargando el brazo para que se la diera.
—Tú, no comprendes... —dijo Claudia mientras meneaba de un lado a otro la cabeza— ...él
—¿El qué...? —preguntó Quinto intentando aparentar una calma que realmente no tenía.
—El me lo arrebató... —confesó Claudia mientras las lágrimas descontroladas salían de sus ojos—. Tengo que matarlo.
—Yo lo haré, dame la gladius. Ya estoy aquí... —dijo Quinto mortalmente serio.
Mientras ambos hablaban, Marco y Maximus habían entrado corriendo detrás de él y posicionándose al lado de las demás mujeres, observaban toda la escena sin emitir palabra alguna, en un silencio sepulcral.
—No eras tú, no es eso... —dijo Claudia gritando.
—¿Entonces qué? —preguntó Quinto sin comprender nada.
—¡Mi hijo! Me quitó mi hijo... —dijo chillando y llorando impotente—. Este engendro hizo que perdiera a mi hijo —dijo Claudia mirándolo desesperada— la paliza que me propinó hizo que abortara y solo supe que había estado embarazada cuando ya todo fue demasiado tarde, cuando ya lo había perdido...
Quinto horrorizado, desvió la mirada de ella al mercenario que estaba a dos metros de él, observándoles con odio.
—¿Lo perdiste...? —preguntó intentado asimilar todo aquel horror.
—Sí, no lo pude evitar, tan solo si lo hubiese sabido...
Un silencio sepulcral se hizo presente entre los asistentes.
—Tu pérdida es la mía, ambos perdimos a nuestro hijo, así que entrégame tu arma y déjame a mí vengar esta afrenta.
Claudia llorando negaba con la cabeza mientras Quinto decidido se acercaba a ella arrebatándole el arma. Durante unos segundos demasiado breves, la abrazó intentando consolarla pero sin quitar la vista de encima a Spículus. El mahuritano respiraba rápido intentando hallar el momento idóneo para contraatacar. Con la mirada se comunicó silenciosamente con su amigo y a una señal de Quinto, Marco se acercó y alejó a Claudia del lugar dejando que Quinto terminara por fin con todo aquello.
—Raptaste a mi mujer, me heriste de muerte y acabaste con la vida de mi hijo... —dijo Quinto mirando con odio a aquel ser que tenía enfrente— ...ha llegado tu hora. A ver si eres tan valiente con un hombre como con una mujer.
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