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90.- Aynoa

Tarikan torturó al hombre hasta que pudo saber el camino que debía tomar. Quemándole la piel hasta los huesos no tuvo que llegar tan lejos para que el cardenal comenzará a abrir la boca.  

El grupo de casi cincuenta hombres comenzó su camino hacia aquel lugar. El hombre fue curado, pero maniatado fue sobre un caballo sin ser perdido de vista. En su conciencia esperaba que todo fuera un fracaso ya que nadie podía pasar la barrera.

Contrario a eso, el duque sí sintió aquello, cerca de los bosques de Rumani y Castilville, un extraño cambio de la dirección del aire hizo que supiera que iban en la dirección correcta.

—Alto —dijo Tarikan levantando la mano. Lentamente bajó del caballo mientras que Sebastián lo siguió.

—¿Que sientes?

—Pureza.

—Es ligera, ¿no? —dijo Sebastián mirando, pero al igual como en Castilville, no había ni una sola señal que allí había una pared mágica.

—Sí —contestó Tarikan mientras observó el bosque. Luego, dió unos pasos y estiró su mano derecha

En cuando la palma del duque toco la gran pared, Siri reaccionó. Sebastián vio como el duque pegó un gran salto hacia atrás mientras que la serpiente llenaba completamente la mano y brazo del duque en escamas.

“Protección”

El demonio no se detuvo y cubrió hasta el cuello al duque, Tarikan se miró, su rostro asombrado y completamente fuera de si fue evidente.

¿Que magia poderosa podía haber sido aquella para que Siri saliera en segundos y protegiera a su portador?

—¿Tarikan?

El cardenal soltó una risa mientras miraba la espalda del hombre. Su mano llena de escamas negras con dedos afilados fue lo único que aterró en su interior.

El duque giró lentamente su rostro hacia el cardenal y le regaló una gran sonrisa macabra. Nada había hecho más feliz al hombre que saber sobre esa fuerza.

Aquel campo de energía no estaba antes, pero ahora, eso significaba una cosa que produjo una ansiedad en el duque.

—Sebastian, cuando salgamos de aquí, contacta a tus hombres, necesito saber si Ragnur ha regresado al continente o si el infeliz bastardo de mi padre fue el responsable de esto. Cualquiera que sea el caso, quiero saber quién de los dos fue. Yo los asesinaré con mis propias manos.

—¡Ragnur está protegido por la corona y por la iglesia! —gritó el hombre de Dios.

—Mira lo que haré, para que nunca te olvides quien es el hechicero más fuerte de Hamrille y nadie alcanzará mi poder.

La humildad del duque se esfumó en ese momento, sabía quién era, sabía que tal capaz podía ser y esa mágica pared no era nada.

Levantó los brazos a cada costado y las escamas de Siri comenzaron a desvanecerse, su pelo en cambió y se tiñó de un blanco completo. En un lugar santo, la protección también debía ser para aquellos con oscuridad, pero Tarikan no solo tenía a Siri.

—Kami juga ringan dan kami memusnahkan yang paling suci

“Somos también luz, pero nuestra luz destruirá lo más sagrado“

Una gran serpiente blanca salió como un gran resplandor de la espalda del duque. No era algo físico, no se podía tocar, solo era una gran luz con escamas casi plateadas y unos hermosos ojos azules.

Cuando el duque llevó sus manos hacia adelante la serpiente se fue con todo hacia ese lugar. El gran muro mágico quedo en la mirada de todos cuando Arkan se extendió por todo el lugar como una gran nube que todo lo cubrió. Lo que parecía ser invisible ahora ya se podía ver.

Tarikan fijo sus ojos allí, mientras bajaba el mentón, sus dedos comenzaron a enroscarse como si agarrara marte de aquella magia. Las venas de de sus brazos se apretaron cuando hizo fuerza con todo aquello como si el mismo fuera Arkan.

Entonces todo comenzó a temblar, el gran muro parecía un vidrio azotado por una tormenta, pero para Tarikan el poder de alguno de los que una vez fueron sus superiores ya no eran dignos oponentes.

Tardó unos segundos antes de que el muro comenzara a desmoronarse, abriendo un hueco de casi diez metros de alto y ocho de ancho, suficiente para que todos entrarán.

—Sebastian, devuelve a esta basura y no te olvides de borrar su memoria —dijo Tarikan viendo cómo Arkan volvía a su cuerpo y dejaba una escarcha en todo el perímetro de aquel agujero.

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Esa misma tarde el gran templo había sido encontrado. Era una enorme edificación de color blanca con una cruz en una de sus torres, los vidrios estaban llenos de dibujos de santos y todo parecía tener una armonía que no se encontraba con facilidad. Aún así, a Caleb y a sus hombres no les agradó en absoluto, estaban hartos de haber pasado días y días perdidos sin rumbo,  el tiempo que les costó encontrar al fin el templo, fue absurdo.

Habían perdido a los caballos, y habían sido abandonados en un lugar que parecía dar vueltas en círculos. Aunque ese día, Caleb había sentido por fin su propia magia correr por su venas, y recién el camino hacia el templo estuvo delante de sus ojos.

En ese momento no lo sabía, pero la barrera mágica había sido quebrada.

—¡Que es esto! ¡¿Cómo se atreve a invadir el templo con sus sucios pies?!

—Obispo, hemos venido por la gran duquesa de Castilville —dijo Caleb que estaba al mando del pequeño grupo.

—La duquesa aún no puede ser visitada.

—Solo queremos verla, si ella está bien, entonces no habrá necesidad de que entremos por la fuerza.

—No tienen permitida la entrada y si dan un paso más, los soldados santos se encargarán. La duquesa estará con nosotros hasta que cumpla su penitencia y asuma los cargos acusados.

—¡Es nuestra señora! Merecemos saber de ella —dijo otro soldado.

—¿Cómo se atreven a venir aquí y gritar de esa forma? La iglesia cuidará a la duquesa los días que estime conveniente.

—Solo tráiganla aquí, la vemos y dejaremos el templo tranquilo.

—¿Dudan de la santidad de nuestros hermanos? La duquesa está en perfecta forma.

—Ella está embarazada —dijo Caleb entre dientes—. Ustedes no pueden tratarla como cualquier persona.

El hombre asombrado por escuchar aquello, llevó sus ojos hacia sus fieles y rápidamente un sacerdote dió media vuelta para entrar al templo.

—Ante los ojos de Dios, todos somos iguales.

Caleb apretó los dientes, estaba arto, no podía tragarse la derrota ante los soldados santos y mientras la vena de su rostro se hincho, abrió la boca una vez más.

—Esta es la última vez que le pido esto con cortesía, obispo. La siguiente vez no será una solicitud —agregó posando su mano en su espada y la desenvainó lentamente. Sus soldados hicieron lo mismo.

Los guardias alados salieron de sus posiciones reuniéndose en la entrada. La magia allí estaba suprimida, por lo tanto, ni Caleb o algún hechicero podía utilizar algún hechizo, al menos eso era lo que sabían los del templo. No tenían idea que aquella protección “irrompible” alguien ha la había roto.

—Solo un hombre que sirve a Dios y a jurado ante el rey su lealtad podrá entrar por esas puertas.

—Me alegra que menciones eso —dijo una voz detrás de los soldados de capas azules. Abriéndose y girando para mirar atrás, las serpientes junto al obispo se dieron cuenta de la presencia del duque que había llegado con su grupo montando a caballo.

—Duque de Castilvell, ¿que-que hace aquí?

—Estupida pregunta esa —dijo Tarikan caminando entre los soldados. Sebastián venía junto a él—. Mi esposa —agregó con una voz grave.

—No puedes entrar de esa manera...

—¿Vas a impedírme el paso? Haz dicho que un hombre que haya jurado lealtad al rey podía entrar y como sabes soy uno de sus más fieles servidores.

El obispo miró a los sacerdotes que lo habían acompañado, pero realmente sabía que no podía evitar que él duque en persona entrara. Ya que si no lo hacía, podía ser capaz de involucrar a la corona por su cercanía estrecha con los reyes.

—Sin armas, sin magia, sin armadura.

—No traigo armadura más que esto —dijo sacándose los brazales, pero todo su cuerpo solo se encontraba con una camisa y un abrigo con capucha.

Luego sacó cada arma dejándolas caer al suelo, su espada, sus dagas ocultas y dos manoplas pequeñas de acero. Luego abrió los brazos sin dejar de observar al hombre.

—Sin magia —dijo el obispo. Sabía que estaba la barrera, pero para el hombre que tenía adentro debía ser cauteloso, aún se preguntaba ¿cómo habían llegado a ese lugar?

Tarikan estrechó un poco los ojos y de forma lenta se levantó la ropa de la mano derecha y susurró el nombre de su demonio.

—Siriham. —La voz que salió del duque fue tenebrosa, solo lo había hecho para asustar al obispo, pero a sus soldados también los dejaba tenzo cuando se trataba de aquella serpiente.

Allí adentro no podia llevar nada que pudiera defenderse o causar alguna falta de respeto por su propia oscuridad, pero eso no le importaba.

Siri salio de él moviéndose con rapidez por el pasto y desapareció esfumándose lejos. Ni un soldado pudo visualizarla una vez que deslizandose se marchó.

Caleb se mordió la lengua, no esperaba encontrar al duque aquí, no pudo subir la mirada, pero si sintió como el hombre llegó frente a él y se detuvo sin decir nada.

Caleb recién llevó sus ojos hacia el hombre, asumía que había perdido a la duquesa y que por culpa suya el templo se hizo cargo de ella. Solo cerró los ojos cuando vio el puño de Tarikan acercarse.

El duque lo golpeó dos veces hasta que el soldado cayó de rodillas y luego recibió una patada en el estómago.

—Basura te has vuelto —le dijo.

Tarikan lo dejó después de eso y caminó hacia el obispo que lo miraba con un rostro asombrado.

—Ahora —dijo el duque pasando su mano por la ropa blanca del hombre, una línea de sangre quedó allí por sus nudillos rotos—. ¿Dónde está ella?, ¿Dónde tienes a mi esposa?

Tarikan caminó dentro del lugar mientras que sus soldados asediaron todo el templo. Ninguna persona salió de allí y tampoco iban a permitir que una sola ave vuele con algún mensaje. Tarikan había dejado órdenes claras y el templo completo estaría fuera del alcance de la corona.

Dentro del lugar, el duque sintió rápidamente el cambio de temperatura, todo el lugar era mágico, los soldados vestían armaduras con protección para ser verdaderamente fuertes y audaces, pero nada de eso sorprendió al duque.

Cuando tenía casi quince años fue también encerrado en ese lugar. Sabía perfectamente las cosas que se hacían allí y todo bajo la justificación de Dios.

Tarikan venía preparado, sabía que no podía causar problemas, pero estaba preocupado, lo más probable era que su esposa también había sufrido un trato degradante y poco cordial de los sacerdotes, monjas e incluso del obispo.

Rogó por no perder la cordura.

—Su esposa ha sido acusada de brujería —dijo el sacerdote caminando delante del duque—. Tenemos fe en la persona que la acusó ya que mostró pruebas y además conoce muy bien a la duquesa. Se le ha tratado como es debido, ayer estuvo con las monjas, pero es casi un hecho que ella ha sido poseída por un demonio o ha hecho actos maliciosos.

—¿Por que lo dices? Se perfectamente que mi esposa tiene un carácter un poco desafiante.

—¿Desafiante? Eso es una burla para lo que es ella. Hoy mordió la mano de la gran madre y se está evaluando si perderá el dedo o no.

Tarikan no dijo nada, si la iglesia tan solo usará la magia no solo para armonizar el lugar y sus soldados, muy bien podían curar a sus súbditos, pero no era permitido.

—¿Y que has hecho? —dijo el duque deteniéndose y bajando el rostro.

Su mirada se acentuó mientras que la luz de una ventana le daba solo en el ojo derecho, los hombres enseguida se detuvieron y voltearon a verlo.

—¿Has castigado a mi esposa?

El obispo apretó los labios, dentro de ese lugar él tenía el mando de todas las cosas, pero aún así, sabiendo que el hombre a quien miraba no portaba ni una sola arma, le causó recelo y temor.

—Solo son respuestas a las acciones que ella ha hecho —dijo volviendo a caminar hasta una de las puertas de madera—. Dios la ha juzgado por todo su mal, puede estar con ella unos minutos, pero siempre recuerde la acusación que está sobre sus hombros.

Tarikan respiró lo más que pudo para poder controlar su temperamento, quería asesinar a cada una de esas personas que pudieron tocar algo que le pertenecía a él.

El obispo abrió la puerta con una de las llaves y está crujió antes de ser abierta. La madera rechinó lentamente mientras que el duque llegó a ese lugar.

Sus ojos se posaron rápidamente en Aynoa, mientras mostró una calma que nunca alguien había esperado de él. Sus pasos sonaron al chocar con los charcos de agua, pero no dijo nada.

Aynoa estaba desnuda, sus manos con grilletes colgaban del cielo y la habían mojado recientemente ya que de su pelo aún caían gotas de agua.

Ella no se percató de la presencia del duque, estaba dormida mientras sus brazos se mantenían tensos, su rostro caído hacia un lado mientras que solo las puntas de los pies tocaban el suelo. Tarikan la rodeó mirando su cuerpo, tenía rojas las nalgas y moretones en sus piernas, más que eso no quiso saber.

El duque se acercó lentamente, vio sus senos, y bajó hacia su abdomen recordando lo que había allí, entonces sacó su abrigo y la cubrió sosteniendo su cintura y apegándola a él.

—No...—soltó ella cuando fue movida. En su conciencia, aún creía que era la gran madre con el palo de madera. Con una voz apagada mientras arrugaba el rostro, negó con la cabeza.

—Sh... Soy yo, soy yo.

Aynoa fue tomando poco a poco conciencia, se largó a llorar en cuanto escuchó su voz. Parecía que sus brazos habían desaparecido ya que no los sentía, pero si un dolor constante en sus hombros que la hicieron gemir cuando el duque la sujetó dándole una pizca de alivio.

—Suéltenla.

—Ella está pagando penitencia, duque.

—Dime como se verá para la gente este castigo que le das a mi esposa sabiendo que lleva a mi hijo. Un niño que no tiene culpa de nada.

—Duque de Castilvell, le daré solo diez minutos y luego ira conmigo a conversar sobre las acciones siguientes —dijo el obispo—. Suéltenla.

El duque no volvió a girar su rostro al hombre, miró a su esposa como apoyó su rostro en su regazo, sus ojos se movían de un lado a otro con un profundo miedo. Su mano derecha fue la primera en ser soltada pero solo cayó a su costado como si estuviera muerta.

Tarikan la llevó a un rincón en cuanto la terminaron de soltar. El gemido de ella fue evidente cuando sus brazos por fin tuvieron la oportunidad de caer, pero no tuvo control sobre ellos. Parecía solo una muñeca que se movía gracias a un titiritero.

—Creí que-que me-me habías abandonado —dijo ella en voz baja fundida en un llanto débil y silencioso. El duque la escuchó perfectamente.

Llevando su mano hacia su mejilla la acarició mientras cubría todo su cuerpo con su ropa para abrigar su piel helada. La puerta se cerró y ambos quedaron solos por exactos minutos.

—No sabes cuándo te busqué, no sabía dónde ir, o donde comenzar. No estabas en Castilville, ni en Rumani, no sabía que te había pasado —dijo él bajando su rostro hasta apoyar su frente con la de ella—. Yo jamás te abandonaría.

—Lo siento, te lo suplico, perdóname, pero no me dejes aquí —dijo ella y sus manos estrujaron la ropa del hombre—. Por favor, por favor...por favor.

—Yo voy a matarlos a todos —dijo dándole un beso en la frente y la meció con suavidad como si fuera una niña pequeña—. Pero debes confiar en mi.

—No me dejes aquí.

—Tengo que hacerlo —dijo él tomando su mano y besando sus dedos. La luz de curación salió suavemente entre él y ella.

Los dedos de Aynoa estaban llenos de sangre, parecía que habían enterrado agujas debajo de sus uñas, el cual el duque no tardó en curar.

—Por favor... Haré lo que sea, lo que sea que quieras, yo...

—Confia en mi, siempre te lo he dicho —dijo él tomando su rostro y mirándola a los ojos—. Te sacaré, y haré todo lo posible, pero debes aguantar un poco más.

—Duque —dijo el obispo abriendo la puerta.

Tarikan enseguida se puso de pie soltando las manos de su esposa que se aferraba a él.
Aynoa no quiso soltarlo, cayó al suelo mirando como el rostro del duque era indiferente, se llenó de desesperación mientras gritó su nombre, pero él no mostró nada más.

Caminó de espalda a la puerta como si fuera un tormento para ella, y tuvo que mirarlo a la cara mientras se alejaba hasta que la puerta volvió a cerrarse.

Lloró como una niña pequeña golpeando el suelo, el duque era su única esperanza y él la había dejado.

—“Confia en mi”

 

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¿Negociamos un cap más para mañana?

¿Cuántos años el duque debe servirle a la corona?

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