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86.- Mala jugada

Cuando llegó el día de la ceremonia las serpientes habían llegado a poco más de dos horas antes y desde ese momento el duque fue convocado por el rey y su paradero se perdió junto a Sebastián y Caleb.

Todo el asunto sería llevado acabo en el templo de los magos, detrás de este había un gran rodeo de arena que protegía a toda la ciudad de cualquier actividad mágica que allí se realizaría.

Hechiceros de toda la capital y sus alrededores fueron convocados, todos se reunirían al presenciar el nacimiento de un gran hechicero y eso era poco común por el nivel que ya había alcanzado Alain.

—Estaras junto a nosotros —dijo el rey mirando al duque—. Se que es peligroso, pero mi esposa quiere estar presente.

—Estoy seguro que su hechicero podría con eso —dijo Tarikan.

—¿Y si no? —preguntó el rey mirándolo con una ceja sobre la otra—. No pondré a mi futuro hijo en riesgo y supongo que tú esposa ya no lleva puresa en su cuerpo. Puedes preocuparte por mi mujer está vez.

—Mi esposa y yo...—dijo el duque, pero fue rápidamente interumpido.

—Tu esposa no es más importante que la reina, Tarikan —dijo Richard—. Pon a uno de tus soldados junto a ella, seguramente sabrán cómo cuidarla.

—La reina puede ser preparada para que nada malo salga, después de asegurarnos de eso, estoy seguro que mi magia podrá detener la energía de Dios —dijo Marinus.

—Bien, pero de todas formas el duque estará a tu lado, cualquier cosa que pase, el podrá ayudarte.

—Sí, señor. Le agradezco la oportunidad.

—¿Que mago más se unirá al ritual? —preguntó el rey—. Necesito que Tarikan me diga realmente si son capaces de soportar ese aura.

—Yo, señor —contestó un hombre.

—Yo también.

Tarikan bajó su mirada al suelo y dejó de escuchar. No estaba de acuerdo con lo que le habían ordenado, la parte final del ritual era peligroso para personas que eran vírgenes, tanto hombres como mujeres debían estar lejos de ese lugar, pero no solo ellos.

La reina en este caso cargaba a un ser en su vientre lleno de puresa, lo que la hacía vulnerable para ese tipo de ritual.

Aún así, el rey estaba dispuesto a arriesgarse y la tarea encomendada al hechicero de la corona era sumamente importante. Si fallaba, el duque tendría que intervenir para no permitir que la energía de Dios se llevará la vida de ella y del bebé que venía en camino.

Eso hizo que el duque pensará en su esposa, quizás era muy pronto para notar algo en ella si es que realmente estuviera embarazada. No había pasado ni un mes desde que había sido humano, por lo que no había una sola sospecha de aquello.

Pero... ¿Y si lo estuviera?

El duque tomó una bocanada de aire y lo soltó rápidamente por la boca mientras se peinó el cabello y miró por la ventana hacia afuera. Eso hizo que todos los que habían estado cerca de él se dieran cuenta y voltearan a mirarlo. Era extraño que el duque hiciera algo más que simplemente estar allí.

—¿Que sucede? —preguntó Richard mientras los demás seguían conversando.

El duque lo escuchó y lo miró estrechando un poco sus ojos.

—No he dicho nada.

—Dejas de ser un fantasma y eso solo me hace dudar de ti, ¿que estás planeando?

—Como volverte un hombre puro y así te mueres está tarde.

—Bastardo infeliz —soltó Richard subiendo los ojos al cielo y negando con la cabeza.

Tarikan volvió a mirar por la ventana ignorando al hombre y cruzó los brazos en su pecho. Era el único que el rey permitía que estuviera de pie, al igual que en Abeul, el duque odiaba sentarse junto a los demás nobles.

La reunión continúo y el duque volvió a perderse en sus pensamientos, está vez se imaginó a su mujer embarazada. Eso le sacó más de una leve y sutil sonrisa disfrazada en ese rostro serio.

Gorda y con una panza enorme, pensó que sería una oportunidad única para vivir lo más parecido a una familia que podía conocer. Si bien no sabía cómo ser padre, estaba seguro que su esposa sabría cómo enseñarle. Quería aferrarse a esa idea, ya no podía intentar formar una familia teniendo a Siri en su cuerpo, la oportunidad se había presentado y había sido única. Aunque no sabía si había dado frutos, evitó pensar negativamente.

—Ella, no debería ir a la ceremonia —pensó apoyando su cabeza en el borde de un pilar.

El rey no puso tanta atención en su gran hechicero, contrario a eso se concentró en el banquete que se haría para el hechicero de Romulo. Newrom estaba orgulloso, por fin tendría un hechicero en su ejército capaz de muchas cosas, a pesar de que su magia había resultado poca comparado con el duque, Alain ya podía con el permiso del rey realizar mayores incursiones y así ganar riquezas para Miminch.

Gerald no se había sacado el collar maldito que controlaba al duque, colgando en su cuello hizo juego con su ropa de rojos colores, confiado de que todo saldría como siempre lo había planeado.

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Aynoa estaba entusiasmada, uno de los libros que había leído, hablaban de los magníficos actos de magia que se podían apreciar cuando un hechicero tomaba el puesto para la corona. Sería la primera vez que podría asistir y ver realmente el poder que tenía Alain, eso lo hacía preguntarse si ese hombre de cabellos largos y cara fina tendría el mismo poder que Tarikan. Recordó el suceso en su llegada, y como el duque había tenido que defenderse de él.

—Milla, has estado muy callada, ¿Ocurrio algo en mi ausencia?

—No, duquesa.

—¿Qué te pasa entonces?, ¿estás enferma?

—No, solo he estado preocupada por algunas cosas.

—Bueno, no cargues con problemas que no puedes solucionar, si necesitas algo avíseme.

—Hablé con las personas que creo que pueden ayudar, en unos días le contaré todo.

Milla estaba peinando a su señora cuando la puerta  fue tocada. Aynoa sabía del ritual que se haría y como alguien que poseía una piedra mágica si estaba permitido que ella asistiera.

—Debe ser Caleb —dijo Aynoa mirando a Milla.

—Quizas viene con un recado de su esposo, después de todo él la abandonó en cuanto tocó este lugar.

—No digas esas cosas, suena muy cruel.

—Duquesa Aynoa —dijo Sebastián apareciendo por el dintel—. Disculpe mi intromisión —agregó entrando con una caja en sus manos.

—¿Que es eso?

—El duque me pide que por favor no asista a la ceremonia.

Aynoa al escucharlo se puso de pie lentamente mientras miraba a Milla, ya se había iluciones con las cosas que iba a presenciar.

—¿Por qué razón te pediría eso?

—Los reyes han pedido la presencia del duque todo el tiempo, por lo tanto no estará con usted en todo el transcurso que dure el ritual.

—Pero, sé que es algo que no siempre se puede ver, además ahora tengo la piedra...

—Mi señora, lo mejor sería que no fuera, está bien que todo sea nuevo para usted, pero el duque no quiere que nada malo le pase —dijo Sebastián y bajó su mirada a su barriga, claro que Aynoa no se dió cuenta de aquello.

El duque ya había hablado con el conde para informar sus sospechas, pero le dijo estrictamente que no mencionara el asunto. No quería que nadie supiera del estado de su mujer si resultaba ser cierto. Tarikan quería protegerla como fuera de lugar ante los ojos de sus enemigos que hoy se disfrazaban llenos de sonrisas.

—Esto se lo manda él, dijo que esperaba que lo usará en el transcurso del día —dijo pasándole la caja que había traído.

Aynoa la sostuvo con suavidad hasta que al sentarse la puso en sus piernas para abrirla. Frente a sus ojos un hermoso collar de piedras de color esmeralda relucía en su interior.

—Dios... Es muy hermoso —dijo pasando sus dedos sobre él. Parecía ser delicado y frágil, pero cuando lo levantó vio que a pesar de ser un collar fino y delgado, tenía eslabones bien hechos.

—Me retiro, espero que pueda considerar las palabras del duque.

—Gracias, Sebastián.

El hombre marchó de allí, pero antes que se fuera, Milla le siguió hacia el pasillo y lo detuvo fuera del alcance de Aynoa.

—Sir Sebastián.

—¿Si? —dijo el volteandose.

—Sé lo que piensas, pero mi señora no está embarazada.

—Eso no lo sabes, ¿La ha visto algún doctor?

—Yo he estado con ella por años, sabría si lo estuviera. Su pecho no ha crecido y su abdomen no ha tenido cambios.

—Aun así, no podemos estar seguros, quizás es muy pronto para asumir que...

—Estoy segura que no.

Sebastián apretó los labios mientras la miraba directamente a los ojos, no sabía si creer en sus palabras o no, pero también sabía que aquella mujer era muy cercana a la duquesa.

—Solo cuidala —dijo volteandose y dejándola sola.

Cuando Milla entró, vio a la duquesa frente a un espejo mirándose el collar que su esposo le había regalado, tenía una sonrisa espléndida y vio la emoción en su rostro. Claro que para su criada no todo era color de rosa, ella estaba sumamente preocupada por Aynoa.

**************************

—Tarikan —dijo Sebastián al verlo.

—¿Se lo entregaste?

—Sí, señor, pero ella deseaba asistir a la ceremonia.

—Conozco a mi mujer —dijo soltando un suspiro—. Tus palabras no la detendrán.

—Pero...

—¿Le diste el collar?

—Sí.

—Ten este —dijo pasándole otra caja—. Llévalo a los aposentos de la reina.

—No estoy entendiendo, pensé que el presente solo era para su esposa, ¿Por qué le da lo mismo a la reina? —dijo Sebastián abriendo la caja y mirando dentro.

—No son cualquier joya, Sebastián. Solo asegúrate de encontrar a mi esposa y que sin falta lleve ese collar. La protejerá si resulta estar embarazada.

—Pero ella...

—Ella se presentará, no lo dudes.

—Entiendo.

Sebastián se dió vuelta para caminar a la puerta cuando las campanas sonaron, eso solo significaba que el lugar se había abierto para que la gente comenzará a ir.

—Es hora.

**************************

Sebastián se dirigió a los aposentos de la reina y entregó la caja a una de sus damas de compañía. Luego de eso fue directamente al jardín y plantó sus pies allí para poder ver si la duquesa al fin y a cuentas se atrevía a asistir.

Parecía que el duque estaba seguro que ella lo haría sin dudar y eso le sacó una sonrisa al conde. Por primera vez el duque estaba viviendo con alguien que le devolvía de su propia medicina. Desde que lo conocía, Tarikan era problemático, ahora su esposa parecía ser igual que él, solo que el duque tenía que responder ante ella.

—Sabia que de todas formas asistirá—dijo el conde al verla siendo escoltada por su compañero.

—Por favor Sebastián, no me hagas devolverme —dijo ella bajando su rostro.

—El duque sabía que no se quedaría en su habitación —dijo el mirando el collar en su cuello, el cual lo hizo sentir tranquilo—. Caleb, no te separes de nuestra señora, el duque confía en nosotros.

—Mi esposo...

—Su esposo acaba de entrar junto al rey. Por favor pase desapercibida —dijo el bajando su cabeza para irse.

—Sí, Sebastián.

—Dudo que pueda entrar usted —dijo Caleb mirando a Milla que había seguido a su señora hacia el edificio.

—Me devolveré entonces, ¿no le importa duquesa?

—Claro que no —contestó ella.

—Duquesa. —La voz dulce de la reina sonó a su espalda, Aynoa rápidamente volteó y bajó su cabeza junto a Caleb. Milla también se detuvo para mostrar respetos.

—Mi reina.

—Es agradable verte, es un día hermoso y bastante único para la ocasión.

—Lo es mi reina. Un día perfecto.

—Sabes duquesa Aynoa —dijo la reina caminando hacia ella y en sus dedos tocó el collar en su cuello—. Es precioso, supongo que le duque se lo obsequio.

—Asi es.

—Debes cuidarlo mejor, en este lugar no debe llevar joyas ya que alteras más oiedras mágicas que hay en los cimientos—dijo la reina con una sonrisa—. Yo no llevo nada como vez.

—Oh...yo-yo no tenía la menor idea que no se podía...

—Hoy será un gran día, espero que pueda disfrutar de todo —dijo la reina volviendo a caminar hacia la arena.

Aynoa la quedó mirando y apretó los labios mientras la veía marchar. Sus damas se quedaron fuera de ese lugar mientras que la mujer era escoltada por el general Richard.

—Duquesa —dijo Milla acercandose—. Si lo desea, me llevaré sus joyas para no estraviarlas.

—Esta bien, guárdalas en la caja donde venían.

—Claro que sí.

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La reina llegó lentamente al tercer piso donde estaría frente a toda la arena, dos asientos preparados estaban allí, y en cuanto entró al lugar, pudo visualizar rápidamente a su esposo y a los dos hechiceros.

—Tarikan —dijo sonriendo mientras caminaba hacia ellos—. Vi a tu esposa entrar, claramente Abeul le hizo un bien, su rostro se ve más radiante.

El duque llevó sus ojos hacia la reina y contestó con cortesía antes de volver a mirar al rey y seguir conversando: —Le agradezco.

—Mi reina —dijo un soldado que había traído la caja. La mujer miró dentro de ella y encontró el collar que le había enviado el duque, sonrió conociendo lo que había hecho y que sin duda hoy la duquesa se llevaría una sorpresa.

—Es hermoso Tarikan —dijo mientras el soldado ponía el collar en su cuello.

—Eulisa no te lo vayas a sacar —dijo el rey.

—Claro que no, todo por el bien de nuestro pequeño príncipe —agregó acariciando su estómago.

Tarikan lo vió y no pudo evitar llevar sus ojos a la arena, se imaginó a su esposa entre toda la gente que llegaba. Estaba preocupado, deseaba verla para ver si ella al igual que la reina había hecho caso a lo que Sebastián le había dicho.

—Aynoa.

**********************

—Caleb ¿Tu habías estado antes aquí?

—Aqui sí, pero nunca para presenciar esto como un espectador —dijo el hombre—. Nunca tuve la oportunidad por diferentes motivos, recuerde que mi magia no es la misma que Sebastián, el ha estado más de una ocasión aquí.

—¿Crees que alguna vez mi magia llegue a ser tan grande como está?

—Si se esfuerza claro que sí. Disfrute este momento, no muchas mujeres pueden asistir.

Un gran dragón de fuego se formó por las grandes antorchas, el viento corrió fuertemente por todo el lugar y cada escenario pareció ser una película de fantasía ante los ojos de Aynoa.

Luces fuertes iluminaron toda la arena y entonces Alain comenzó a ser levantado en el aire mientras tres esferas blancas giraban alrededor de él.

Aynoa estaba asombrada, jamás había visto un acto de magia tan magnífico como este, el cual no tardó en llevar sus ojos hacia su esposo, recordandolo. Era una escena magnífica donde hubiera querido estar a su lado.

La reina y el rey estaban sonriendo, hacia su costado derecho estaba Marinus y para el otro costado el duque. Se veía tranquilo, pero sus ojos no dejaron de estar pendiente de las cosas que ocurrían. Parecía que el hombre no se había percatado dónde estaba Aynoa, y era entendible por la cantidad de gente que había entrado en cada piso.

Al verlo, Aynoa pensó que Tarikan ya había presenciado esto más de una vez, ya que parecía ni siquiera asombrarse. Apretó los labios al verlo, de verdad quería estar cerca de él, la imagen tan hermosa que estaba presenciando hizo que deseara una cosa, correr a él y decirle de la gran noticia que tenía guardada.

Abeul no era un lugar apropiado para haberlo hecho, pero la capital no estaba tan mal, por qué a pesar de todo, quizás eso haría también que Tarikan se sintiera mucho más apegado a su matrimonio que estar pendiente de la reina.

En cuanto Aynoa la mencionó en su cabeza, pudo ver cómo esa mujer llamaba al duque y le sonreía. Tarikan no tardó en inclinar su espalda hacia ella acercando su oído. Aún así el rostro del hombre no pareció cambiar, intercambiaron unas palabras, pero cuando eso acabó, el duque volvió a ponerse de pie y cruzar sus brazos en su pecho.

Eso hizo que Aynoa dibujara una leve sonrisa, el duque era increíble y realmente la tenía enamorada. A pesar de todo lo malo que los reyes habían hecho con el, él parecía cumplir con su puesto sin confundir las cosas. Entonces volvio a mirar a los reyes, desde su distancia si pudo apreciar el collar rojo del rey, lo maldijo por eso, sabía perfectamente que ese collar podía poner de rodillas a su esposo y hacer cualquier cosa que el quisiera.

—Maldita —susurró y Caleb la escuchó.

—Si la escucharán decir eso hacia esa persona, le podrían incluso cortar la lengua.

—Ella dijo que no podía usar joyas en este lugar, pero mira como carga en su cuello ese collar...—Aynoa fijo su mirada y un vacío se sintió en su interior—. Es...es el mismo que el mío.

—¿Qué?

Caleb la escuchó y miró a la reina, no tardó un segundo en agarrar el brazo de Aynoa y voltearla hacia el.

—¿Qué es lo que acaba de decir?

—El collar...el collar que tiene la reina es el mismo que me dió mi esposo antes de venir aquí.

Caleb lo comprendió en un solo instante, el duque no hacia esas cosas por descuido o por querer complacerla a ella y cumplir con la reina. No, algo debían tener en común.

—Mierda —solto bajando sus ojos a su barriga—. Estás embarazada.

—Eso ya lo sabías —dijo ella en voz baja.

—No...ese collar es más que un collar... ¡¿Dónde quedó su criada?! Venga conmigo —dijo agarrando su brazo y jalándola de allí.

—¿Qué?

—El duque se lo envío justo antes de esto, ¿no? Ese collar es protección, ¿No le dijo nada?

—No, Caleb. Sebastián fue quien me lo envió.

Aynoa caminó a paso veloz sin que su brazo fuera soltado, Caleb la tenía bien agarrada, lo suficiente para sentir presión y adormecimiento en su extremidad, pero ella también estaba preocupada por las palabras que él le decía.

Cuando Caleb llegó a la puerta principal, se detuvo rápidamente antes de dar un paso a través de ella. Lo que vió fue un reflejo, por lo tanto allí había algo que llamó su atención.

Estiró su mano lentamente y traspaso la barrera, por el otro lado sus dedos se pudrieron hasta ver el hueso.

Aynoa se alarmó al verlo, pero en cuanto el soldado retiró su mano, sus dedos volvieron a la normalidad.

—¿Puedes explicarme que está pasando? Tengo una piedra mágica, ¿por qué necesito protección?

—Debemos buscar al duque antes que la ceremonia se acabe.

Caleb entonces se fue moviendo por los pasillos, cada puerta que estaba abierta daba hacia un montón de gente que observaban la arena, parecía un gran estadio para la duquesa.

Entonces comenzó a comprender que ocurría, el soldado le explicó rápidamente sin dejar de moverse. Cada hechicero derramaba sangre en un cáliz donde había un hechizo hecho por los antiguos hechiceros. Ese hechizo se activaba al final de la ceremonia, justo cuando Alain también derrame su sangre, desatando así la luz de Dios.

Así como era en los antiguos escritos de la biblia dónde las plagas tocan la tierra, para que el faraón de Egipto liberará al pueblo de Dios, la última plaga era el primogénito. En este caso una energía similar era desatada por aquel hechizo y se llevaría todo lo puro y virgen que estaba dentro de esa barrera.

—Espere aquí —dijo Caleb mirando por unas tarimas hacia abajo y gritó el nombre del conde que estaba en el primer piso.

Mientras Caleb intentó llamar la atención del conde, Aynoa se acercó al borde y vio como frente al hechicero caminó una niña de no más de doce años. Iba con sus manos amarradas con cinta, llevaba un vestido blanco, estaba descalza y sus ojos estaban cubiertos.

Aynoa no entendía aquello, pero esa niña era el sacrificio que se necesitaba para calmar la luz de Dios y así unir un nuevo hechicero a la corona.

Sebastián se dió por enterado de lo que ocurría y rápidamente salió de su puesto y corrió hacia el lugar donde estaban los reyes.

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