71.-El conde
“Somos la parte oscura de toda la ciudad, somos lo malo, lo abominable, somos pecado, somos todo menos hijos de un Dios sin compasión”
Era extraño, era diferente. Agarrada firmemente del borde de la ventana sintió como el duque entró en ella de forma lenta. Siri no estaba por lo tanto aquella sensación está vez fue distinta, suave, cálido y resbaladizo, aquello no era igual a lo que había experimentado. Aún así la situación en la que el hombre la ponía, provocaba que todo se volviera excitante.
El duque tapó su boca con toda la palma de su mano derecha mientras que sus caderas se movieron empujándose en ella. La obligó a inclinarse sobre la ventana, lo suficiente para que ella mirase, pero no para que la gente pudiera notar sus hombros desnudos.
Aynoa podía mirar a las criadas y sirvientes en el primer piso, podía escuchar sus conversaciones, por lo tanto tampoco pudo hacer un solo ruido. La vergüenza era grande, no podía entender como el duque no tenía pudor, no le importaba si los llegarán a escuchar o ver, pero mientras más lo pensaba, más sentía que se volvía como él.
Parecía que el duque era un veneno, un veneno que contagiaba todo lo que tocaba y poseía, porque ella no quería detener aquel acto. El hombre que una vez fue el más codiciado por todos hoy era el mismo que gemía detrás de ella con una voz ronca y gutural.
¿Que dirían las personas?, ¿Que ella había sido influenciada por él?, ¿Que él solo abusaba de su mujer poniéndola en este tipo de actos paganos?
Aynoa negó con la cabeza y cerró fuertemente los ojos cuando los empujes del hombre se volvieron más violentos. Sus pequeños senos se abatían con el borde de la ventana y poco a poco sentía como sus piernas iban a doblarse. Los dedos de los pies comenzaron a hacer fuerza con la madera del suelo al mismo tiempo que sentía como una leve cosquillas le acariciaban muslo.
Había estado lista para él desde que él la había besado en el pasillo. Humedecida hasta las enaguas, el duque no tuvo un solo impedimento en enfudarse con ella. Habían pasado días juntos, pero ninguno de ellos tan íntimo como para volver a ser solo una sola carne.
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El ruido de la gente se incrementó, y luego el sonido que hace el conjunto de armaduras comenzaron a hacer eco por las calles. Las trompetas, las banderas y estándares llegaron pronto a verse por la calle principal.
La gente gritaba como siempre lo hacía, enaltecida, emocionadas, querían saludar el conde que hacía años que no había visitado la capital.
En la cabeza el conde Newrom venía sobre su corcel de color plata, a su lado izquierdo dos clerigos que seguían órdenes estrictas de Dios y a su otro lado su hechicero. Cubierto por un manto blanco dejaba solo ver su pelo dorado a cada costado.
Los reyes estaban esperando en el gran salón, todos terminaron por reunirse en ese lugar como era de costumbre. Richard había vuelto a tomar el puesto a un lado del rey junto con su armadura reluciente y con seriedad esperó sin decir nada.
—Mi rey, a ti sea la gloria y a Dios la santidad de su pueblo —dijo Newrom bajando su cabeza y todos sus hombres hicieron lo mismo.
—Es un gusto verte, te has hecho más viejo—contestó el rey riéndose.
—Me agrada que este de buen humor, después de todo no siempre sus dos ejércitos más lejanos están reunidos en el mismo lugar —dijo el hombre llevando sus ojos a todo su alrededor. Las serpientes también estaban allí, pero claramente faltaba la cabeza—. Supongo que mi llegada fue repentina.
—Recibí noticias que llegabas mañana.
—Sí, su majestad, deseaba pasar por Abeul, pero mi sobrina está un poco delicada de salud, el cual me obligó a venir directamente a la capital.
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—¿Sabes cuántas noches creí que estabas allí conmigo? Yo no me cansaría de hacer esto todos los días.
Con el respirar agitado, Aynoa vio como aquellas palabras salían de la boca del duque. Estaba sobre ella mirándola sostenido de sus brazos y su pelo se dividía en pequeños y finos hilos que tocaban su frente. Su piel se cubría de una capa dorada de sudor mientras aún sus cuerpos estaban conectados.
Aynoa apretó sus piernas en su cadera y estirando sus manos volvieron a besarse mientras él se dejaba caer lentamente sobre ella. Sus piernas se entrelazaron mientras que él la abrazó apegando todo de si en aquella mujer. Ni un solo sirviente fue a tocar la puerta en todo el tiempo que la llegada de la manos de Romulo tocaron la capital.
—Vas a meterte en problemas otra vez.
—¿Voy? Si yo caigo, caerás conmigo.
—Eso... —dijo Aynoa riéndose—. Eso no fue para nada caballeroso.
—Yo no soy un caballero.
—Sí lo eres, no te gusta admitirlo, que es otra cosa.
—Aynoa.
—¿Si, duque?
—¿Por qué me sigues llamando duque? —dijo arrugando un poco la frente.
—No quiero equivocarme y que aquí sepan tu verdadero nombre. No quiero que nadie más te llame de esa forma.
—Entiendo. Ahora, no quiero que te molestes por lo que te preguntaré —dijo él y lentamente se deslizó hacia un costado mientras la observaba.
—Te escuchó.
Aynoa se levantó y puso su rostro sobre su mano mientras se apoyaba en su hombro. Hace un momento le había dado la impresión de que el duque tenía algo que decirle, estaba un poco inquieto y la miraba con otros ojos.
—¿Trajiste las infusiones?
—Sí, las tengo en mi habitación, ¿quieres que vaya a beberlas ahora?
—No, sé que deseas ser madre y yo te dije que solo había un momento que podía ser posible.
—Lo recuerdo.
—Ese momento es ahora.
Aynoa abrió su boca asombrada y pegó su mirada en cada uno de los ojos del duque. No entendió con rapidez lo que él le decía, o más bien no le creía. Entonces pensó en lo que eso significaba y el porque hoy si era posible.
—Eres... humano.
—Lo has entendido.
—Pero Thari, tu... ¿Quieres?
—No se trata de si quiero o no quiero. Lo que no quiero es volver a vivir algo como esto, desvincularme con Siri es... Yo preferiría morir, no sabes lo que se siente.
—Sí, te entiendo Tarikan —dijo ella y lentamente puso su mano en su mejilla acariciándola y dejó un beso en sus labios.
Aynoa lo abrazó dejando su rostro en su pecho. No pudo evitar pensar que la historia podia cambiar, la protagonista nunca quedaría embarazada en toda la historia, pero con solo saber que el duque estaba pensando en ella, eso la reconfortó en parte. Si tan solo él supiera que a pesar de la condición que estaba ahora aquello no sería cumplido era romper sus esperanzas.
Hubo un tiempo donde había pensado que había una posibilidad, pero luego de recordar más cosas del libro descartó aquel hecho.
—Intentémoslo, a pesar de las restricciones que tenemos aquí.
—Tranquila, se me ocurrirá otra manera de volver a llenarte.
—Tarikan —dijo ella soltando una risa—. No tienes vergüenza.
—Claro que no.
—Tarikan, quería preguntarte una cosa —dijo ella volviendo a mirarlo, quería intentar ver su rostro cuando dijera esas palabras—. Quiero ir a Abeul.
Tarikan apretó rápidamente los labios, pero no puso una cara molesta o enojada, la miró esperando que ella le contará más, pero Aynoa no continúo.
—¿Por qué quieres ir al marquesado?, ¿hay algo que no te he dado?
—No se trata de dar, sino que deseo ver a mi padre. Ya que estamos a poca distancia del lugar que una vez fue mi hogar.
—El hogar donde recibiste un trato no tan cordial...
—Tarikan porfavor, al menos piénsalo.
—Esta bien, lo pensaré.
—Pero no pienses que voy a ir sola, quiero que vayas conmigo.
—Aynoa.
—Lo sé duque, lo sé, pero crea conmigo nuevas experiencias… juntos.
—Te tendré respuesta un día de estos —dijo besando la punta de su nariz—. Ahora... —agregó empujándola hacia si mismo y la dejó sobre él— ¿Que tal si volvemos a intentarlo?
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Al día siguiente se hizo una gran cena en honor al Romulo, la gente importante se había presentado para tal festejo y el ánimo, al menos había subido después de lo ocurrido con el dragón.
Hasta el momento los duques no habían sido vistos por la gente de la ciudad, por lo tanto cuando entraron al salón, se llevaron rápidamente todas las miradas. El duque no asistía a este tipo de cosas, pero ahora junto a su esposa parecía disfrutar la atención de la gente.
Fue el tema de la conversación de la mayoría, la duquesa ahora se veía toda una mujer digna de sostener el brazo del hombre que una vez fue el más codiciado.
Newrom por otro lado también era un hombre con buenas facciones, pero era un casanova que con solo un guiño de su ojo las mujeres podían asegurar la noche con él, contrario al duque que nunca mostró interés en nada.
Con un hermoso vestido celeste con tonalidades blancas y su pelo elegantemente tomado, Aynoa caminó con la cabeza en alto. Su pierna derecha mostraba un poco de piel, lo suficiente para verse sensual y a la vez elegante, aquello también la mostró como una mujer segura de si misma.
Mucha gente intentó saludarla y conversar con ella amablemente, ya no era una mujer que no era vista e ignorada. Hoy todos quería al menos intercambiar palabras con ella.
—Tarikan. —La voz de un hombre ronca llegó a ellos y el duque enseguida se detuvo.
Aynoa volteó y frente a ella un hombre con un traje completamente negro con decoraciones grises los quedó mirando. Su enorme sonrisa y sus ojos grandes de color verde hizo que rápidamente supiera quién era.
—Newrom —dijo la voz del duque mientras solo le pegó una mirada y luego tomó la mano de Aynoa jalandola de allí.
—Oh no me extraña tu poca cortesía —dijo el hombre alzando un poco mas la voz, mientras observó desde ese lugar como el duque y su esposa se alejaban de el—. Puto bastardo.
—¿Sigue siendo un idiota? —dijo la voz de su hechicero.
—Sigue haciéndose el interesante Alain, dame unas horas, déjame encargarme de su duquesita y el duque será todo tuyo.
—No hay ni una sola magia fuerte en este lugar más que la mía.
—Entonces si es verdad, hoy no es más que una simple basura humana.
Caleb y Sebastián de acercaron a los duques cuando ellos estuvieron en sus miradas. Habían visto a Newrom desde su llegada y hasta el momento el hombre no había hecho ni un solo movimiento que los fuera a molestar.
—Tarikan, por qué…
—No me simpatiza y la verdad no necesito un porque para alejarme de él. Si pudiera ignorarlo toda la noche sería perfecto —dijo acercándose a una mesa y sacando un vaso de vino que bebió hasta el fondo.
—No se preocupe duquesa, Newrom es un hombre hostigoso, vanidoso y no solo con las damas, es por eso que el duque no lo soporta.
—Es su carácter, cree obtener todo lo que sus ojos pueden ver, pero aún así vino con el dos clerigos.
—¿Dos clerigos? —preguntó el duque extrañado.
—Ves que debiste asistir a la bienvenida—agregó Caleb soltando una risita.
—Parece que el conde se ha entregado por completo a la fe catolica, he escuchado rumores de sus soldados, de los castigos que han impuesto en las iglesias y la tolerancia cero que ha habido en Miminch y sus alrededores.
—Una basura creyéndose hijo de Dios —soltó Tarikan.
—¿Que ocurrirá si esto le da más poder a la iglesias del sur?, ¿tendremos que acatar?
—Todo arderá —dijo Tarikan.
Aynoa subió la mirada hacia el duque, los ojos del hombre estaban puestos en un punto fijo entre la gente, pero esa forma de mirar que había puesto fue peligrosa. Afilada como pocas veces lo había visto, junto con aquellas palabras, volvió a recordar al hombre del libro.
Esa figura reflejada en su pupila, acabaría con la mitad del continente. Tan dulce con ella, tan tranquilo, divertido y amable, no sería nada en comparación a lo que se convertiría. Realmente ella no quería ver esa parte de él.
Luego de un vals que duro solo seis piezas de baile, todos fueron invitados al gran salón a compartir la cena.
Una fina música era tocada por una orquesta mientras que los reyes se regocijaba mirando unos bailes ya preparados.
Se sirvieron todo tipo de carnes, patatas, verduras y ensaladas, claro que todos guardaron su compostura por los tragos ya servidos pero aún así, las risas que se escucharon entre las mesas cualquiera hubiera dicho que el alcohol había hecho de las suyas.
El duque no tardó en ser llamado por los reyes, pero antes de irse, dejó un suave beso en la cien de su esposa y abandonó su asiento.
Aynoa no se sintió incómoda, sabía que su esposo sería llamado tarde o temprano por no presentarse en la bienvenida, así que solo lo miró de lejos como llegó hacia ellos y lentamente inclinó su cabeza.
Tarikan no actuaba enojado o molesto con los reyes, eso hizo que Aynoa lo viera como un hombre fuerte. A pesar de todo lo que esas dos personas le hicieron, él no mostraba recelo, solo respeto y una pizca de frialdad.
Tenía un pequeño remolino en su estómago, estaba un poco entusiasmada porque el duque le diera respuesta de aceptación para ir a Abeul. En su ausencia, había recibido más de dos cartas del marqués, pero las había ignorado por causa de su esposo. Ahora que él estaba mejor de salud, deseaba que su padre viera al hombre que ahora ella veía con sus ojos.
—Debes tener algo especial para que el duque se haya casado con usted —dijo la voz de un hombre.
Aynoa rápidamente sintió la presencia de alguien en la misma silla que hace unos momentos estuvo su esposo. Al girar su rostro unos ojos verdes la quedaron mirando.
—Creo que no nos hemos presentado —dijo estirando su mano hacia ella—. Soy el conde Newrom, y usted...
Aynoa rápidamente apretó los labios y tragó saliva, recordó lo que él duque le había dicho de los rumores de este hombre. Tomó la copa en su mano y contestó dejándolo con la mano extendida.
—Aynoa, la nueva duquesa de Castilville.
—Se algunas cosas de usted gracias a la marquesa Sophia, ¿Puede decirse que usted es un poco caprichosa? Después de todo a causa suya, el duque fue obligado a casarse.
—Mi esposo lamenta no haber estado para su llegada.
—No estoy hablando de su esposo en este momento —dijo sin despegar sus ojos de ella. Parecía que no pestañeaba en ningún momento, con un rostro un tanto tenso y una sonrisa a media, se mantuvo allí con sus ojos flechados en ella.
—¿Que le gusta duquesa?, ¿sale a pasear?, ¿le gusta caminar o sentarse con una tasa de té?
—Me gustan algunas cosas que me apena mencionar, ya que son muy discutidas por la iglesia —dijo ella sentandose derecha y poco a poco apoyó la espalda en el respaldar—. No le podría decir ya que no es ni un cura para confesar mis intereses poco apropiados.
—Es una pecadora entonces.
—Pecadora o no, no me importa. Muchos actos conllevan esa palabra, desde algo tan simple como leer un libro no apto para una mujer, ¿Qué pecado tan horrible sería aquello?, ¿Qué problema tan inmenso que una mujer abra su mente más allá que un hombre? Si le confesara todo, estaría horas charlando con usted.
—La influencia del duque es grande, y no tanto entre sus hombres y su ducado, sino con sus más cercanos. Usted es hija del marqués y de una buena mujer, escucharla hablar de esa manera, supongo que su padre debe pensar que algo hizo mal.
—Libre albedrío, ¿no?
—Usted entonces es una mujer diferente y creo conocer a esas mujeres que se creen únicas, ¿Podría persuadirla a caminar está noche por los jardines o acompañarme con una tasa de té en un lugar más íntimo?
Posando su mano izquierda en la mesa, el hombre lentamente llevó la otra bajó el mantel y tocó su muslo derecho con toda su palma, justo donde la abertura de su vestido se abría.
¿Qué era este sentimiento tan familiar?
El calor extraño de esa caricia ajena fue tan asquerosos a su parecer, pero solo tardó unos segundos en que su corazón diera un fuerte golpe en su pecho y una ola de escalofríos llegó a su espalda.
Abriendo los ojos grandemente respiró una gran bocanada de aire, un terror que venía en su inconsciente de su vida anterior tocó cada célula de su cuerpo.
Aynoa no pudo más y de forma rápida agarró el tenedor con las puntas hacia abajo y atacó al hombre. El conde abrió los dedos y el tenedor pasó entre ellos, incrustándose en la mesa. El sonido de la vasija sonó y se llevó la atención de todos, pero Aynoa no sacó sus ojos de él.
El hombre se puso rápidamente de pie junto con ella que se sentía impotente, había querido dañarlo en un intento de escapar de allí, pero no le resultó. Su cuerpo solo pedía a gritos correr.
Sus lágrimas se juntaron en sus ojos mientras no pudo apartar la mirada de aquellos ojos que la habían codiciado, ojos malditos que hizo que ella se sintiera vulnerable, pero se mantuvo firme.
Los recuerdos de su vida pasada llegaron a ella, ese sentimiento tan familiar de oler el olor de un Alfa y que el cuerpo quisiera entregarse completamente sin tener una sola opción de decir no. Un palpitar extraño comenzó a golpear su pecho con fuerza, ese hombre sin duda algo había hecho que su cuerpo comenzara a reaccionar.
Lentamente una cálida mano rodeo su cintura, sacó los ojos de aquel infeliz solo para ver al duque que lentamente la atrajo a él y la fue dejando atrás. Su gran silueta la hizo sentir segura, sus manos enseguida se aferraron a él arrugando la camisa de su espalda.
—Si te llegas a cansar de tu enamoramiento, por favor dame una oportunidad con tu esposa —dijo el hombre sentándose nuevamente en la silla y de forma descarada lo miró con una sonrisa.
El duque entonces puso la mano en la mesa e inclinó su rostro cerca del hombre. Su cuerpo rápidamente quedó encorvado como un gran león acechando.
—No te preocupes sabré como mantener a mi esposa satisfecha —dijo el duque—. Pero si alguna vez te entran las ganas de morir avísame, te daré una muerte rapida.
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