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66-.Traición

¿Que era? ¿Era más fuerte solo porque protegía a ese dragón blanco?

Merlin y Sebastián visualizaron al nuevo animal, era más pequeño que el primero, pero aún así debían reducirlo ya que no dejaba de ser peligroso. Al verle el lomo rápidamente abrieron sus ojos y buscaron al duque entre la gente.

Sobre una gran colina el hombre tenía una sonrisa expendida y una gran sombra cubría su mano. El dragón que tanto había anhelado, el único que podía traer la vida, después de la muerte.

La mitad del ejército se perdió en las primeras doce horas. El olor a carne quemada cubrio todo el lugar, los soldados que eran alcanzados por las llamas gritaban de una forma desesperada cuando sus armaduras eran fundidas sobre sus cuerpos.

Las serpientes se dispersaron y los hechiceros intentaron cubrir todo con un escudo de protección, ni siquiera el fuego traspasó aquello, pero eso consumía mucha energía mágica.

—¡TARIKAN! —gritó Merlín del otro lado, negó lentamente con su cabeza y fue suficiente para que el duque comprendiera lo que debían hacer.

Un grupo contraatacó, las serpientes se encargaron del dragón blanco mientras que el dragón gigante era aún retenido entre quince hechiceros de los dos bandos.

—¡Ataquen! —La orden sonó entre todos los gritos, pero los hechiceros entendieron enseguida.

Mientras los soldados intentaban cercenar las extremidades de los dragones, los hechiceros se encargaron de atacarle la cabeza y el cuerpo con bolas de magia. El cuerpo del dragón era duro, dificil, pero no imposible.

La cara de Richard había palidecido más de una vez, el hombre y su ejército jamás habían visto a un moustruo de ese tamaño, se llenó rápidamente de terror al ver cómo con un solo golpe de su cola lanzó a un grupo de soldados por los aires.

Parecían hormigas jugando con un reptil gigante.

Muchos soldados cubrían el lugar, unos ya habían muerto, pero otros lloraban y gritaban del dolor. Todo culminó cuando frente a todos, el grito enorme del dragón blanco enfureciera al gran dragón.

Tres hechiceros que mantenían el manto de energía sobre el dragón fueron lanzados hacia uno de los montes, murieron al instante. El fuego se propagó a todos lados, el sonido que hacía este al salir de la boca del dragón fue fino y agudo manteniéndose por varios segundos.

—Mierda... —soltó Tarikan que había cubierto a los soldados  que estaban lejos de los hechiceros.

Entonces una gran oscuridad comenzó a envolver todo el sitio con un gran viento. Las varas doradas que aún mantuvieron al dragón incapaz de volar fueron lo único que podía controlarlo.

Entonces Richard presenció algo que hizo impacto en su conciencia, el control de la sangre.

Las sombras cubrieron al duque, su pelo se volvió de un negro intenso y su piel palideció. De su brazo broto una serpiente con un resplandor oscuro, no era su forma física sino un espíritus maligno.

El dragón rugió con más fuerza, moviendo su cola volvió a golpear a más soldados mientras que con su cabeza intentaba tragar a varios. Su fuerza estaba agotada, pero no era un animal que se dejaba vencer fácilmente.

Richard se aterró al ver aquel espectáculo, por donde ponía sus ojos, veía muerte, soldados heridos, aplastados, chamuscados, todo el lugar se había vuelto negro llenándose de carbón. Era diferente de las guerras donde podía ver soldados enemigos caer ante su fuerza, ahora solo veía derrota ante sus ojos.

Todo se sumó a la sangre que comenzó a flotar en pequeñas gotas por todo el lugar, su mente se fracturó y creyó ver el infierno mismo. Ya no estaba en el mundo real, ¿En qué momento había muerto?, ¿Si era tan devoto a Dios y al rey, como era que llegó al infierno mismo? Mirando una vez más lo que había sido el duque ahora solo veía lo más pareció a Satan.

Tarikan supo al poco tiempo que al menos perdería la cuarta parte de sus hombres, pero cuando intentó asumir aquello concentrandose en contener al animal, escuchó una palabra que jamás debía salir en medio de la lucha.

—¡RETIRENSE! —gritó Richard a sus hombres, aquello solo produjo desesperación en los demás.

—¡NO PUEDES ORDENAR ESO! —Tarikan se giró y en su mirada las varas de oro comenzaron a caer.

Los soldados del duque se aterraron, tenían todo planeado para poder acabar con el enorme animal, pero para eso debían contenerlo con las varas, los hechizos y el control del duque. Nada de eso ocurrió.

—¡ESTAS ENFERMO! ¡NO QUIERO MORIR! —respondió el general agarrando a uno de sus hechiceros y le gritó con fuerza que lo sacará de allí.

—¡Lo haremos si se van!

—Lo siento Tarikan, pero no permitiré que ese lagarto me trague —dijo aprentando la vara con fuerza.

—¡RICHARD!

El grito del duque se escuchó y eso solo hizo que todos rompieran filas, las capas doradas comenzaron a correr y el dragón fundió a la mitad de ellos mientras se comenzaba a liberar. Sus alas se extendieron y una gran ventisca hizo volar a las serpientes.

—¡Siri!

No, no era lo que debía hacer, separarse de su demonio lo hacía más vulnerable, pero fue lo único que podía hacer para lograr compensar las malditas varas de oro.

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Aynoa estaba en la biblioteca junto con Caleb cuando su rostro fue iluminado con una luz celeste que rápidamente se apagó. El soldado miró aquello y no dudo en salir corriendo del lugar, ella no entendió que había sido eso, hasta que Reimy llegó a su lado.

—¿Que está pasando? —preguntó Aynoa acercándose a la ventana y volver a ver una nueva luz azul que se extendió desde un lugar de la ciudad hasta el cielo.

—Es el templo de la hechicería, mi señora.

—El...templo...no, no esto no, no aún...

—¿No, aún?

Aynoa recordó entonces las palabras que una vez su esposo le había explicado sobre los templos de hechicería, estos se iluminaban cada vez que un hechicero moría y más fuerte era su resplandor cuando aquel hechicero era más valioso en poder. Eran exactamente las luces que no había querido ver

—Es lamentable —dijo Reimy observando por la ventana, el cielo comenzó a iluminarse constantemente—. Parecen estrellas volviendo al cielo.

—¿Estrellas?

—Sí.

—Reimy, manda una carta a la capital y prepara los carruajes para viajar, deseo partir lo antes posible.

—Sí, señora —dijo bajando su cabeza, pero antes de salir de la habitación, volvió a mirar a la duquesa—. El duque es capaz de salir de cualquier situación, confíe en él.

—No puedo no preocuparte Reimy, es poco el tiempo que he pasado junto a él.

—Él volverá, mi señora, él volverá.

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Las serpientes intentaron contener al dragón, pero aquello solo ayudó a que los hombres de Richard corrieran lejos de allí mientras las serpientes se llevaban la peor parte. Pagaron con sus vidas la cobardía de ellos.

Merlín mirando al duque tomó la decisión de contener al reptil mientras que de su boca escupía saliva y sangre. Al mismo tiempo la serpiente del duque rodeó al animal.

—¡Salgan de aquí!

Las serpientes al escucharlo voltearon a mirar al duque. Sabían que si se retiraban aquel animal saldría de allí, se escondería o atacaría cualquier ciudad a su paso. Esa realidad el duque lo tenía preocupado.

Richard no se retiró hasta que sus hombres salieran, cuando el último se esfumó de alli un gran patrón se formó en sus pies.

El único hechicero que aún quedaba de pie de sus hombres conjuro hechizos que hicieron que llegara a sangrar de boca y nariz. Los haría desaparecer a todos.

Richard saldría con vida de allí, con su respirar agitado, soltó la última vara de oro y asumió la alta traición que estaba haciendo. Lo último en su mirada mientras que su entorno se volviera negro fue a Merlín a punto de ser aplastado por el dragón negro y al duque entre las fauses del dragón blanco con todo el brazo derecho dentro del reptil.

—Lo siento, duque de Castilville.

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Aquella noche, un gran temblor sacudió al reino, los muros del propio castillo se trisaron y las cosas que estaban en los estantes se cayeron al suelo con facilidad. La gente salió rápidamente a las calles por miedo de ser aplastadas si la infraestructura se cayera sobre ellas.

El rey también salió a los jardines cuando luego del temblor, una gran luz celeste iluminó el edificio de magia llamando la atención de todos. Sin duda alguna algo no iba bien. Al cabo de unos minutos un soldado de aquel edificio corrió con rapidez hacia el castillo.

—Mi-mi señor —dijo agitado y luego apunto hacia el edificio que tenía a sus espaldas—. Necesitamos médicos, estan llegando los soldados heridos.

—Marinus —dijo a uno de sus consejeros—. Llama a Marinus y a todos los médicos que encuentres, ¡Ahora!

—Enseguida, señor.

Diriguiendose rápidamente hacia el edificio de magia otra luz volvió a iluminar el templo segando por unos segundos a todos los ojos que se posaban en él.

El cielo se iluminó con un arco dorado y de ellos los soldados comenzaron a aparecer, capas doradas que ya no se podía apreciar su color, bañaron el jardín.

Cuando Richard llegó, frente a sus ojos vió el pasto, su mirada no se apartó de allí. No sabía que decir, que explicación le daría al rey. Hundido en él mismo, lloró dejando salir todos los sentimientos que había experimentado.

Sentía como su cuerpo se rendía, cada músculo temblaba no por agotamiento sino por un profundo miedo y terror. La expresión de su rostro no cambió, sus ojos se habían hundido, ojeras enormes cubrieron su parte inferior y parecía que se había arrugado más, perdieron años de vida.

La última imagen se repitió en su mente como un disco rayado, pero luego a su espalda una enorme luz azul salió como si de una explosión se tratara. Iluminando el cielo se elevó con una grandeza tan enorme que rápidamente el pobre soldado se volteó mirándola.

Sentado en el jardín, sus ojos ardieron, pero no los apartó, ese era su castigo, una luz tan potente que significaba la muerte de un hechicero poderoso.

—No...no Dios... ¿Que he hecho? —Volvio a llorar negando con la cabeza.

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Gerald en cuando llegó al jardín vio a un grupo de hombres en el suelo, ensangrentados y quejándose por sus graves heridas.

Habían soldados con armaduras de tela dorada, a muchos le faltaba alguna extremidad o estaban heridos a muerte. El olor a azufre cubrió el lugar como también el hedor de piel quemada.

—¿Qué está pasando —preguntó un soldado acercándose a uno en el suelo

—¡Por favor ayúdame! ¡No lo soporto!

—Necesito ayuda, yo...nece-necesito...

—No-nos deje...

Los guardias no sabían que hacer, sacando sus capas fueron hacia algunos para detener las hemorragias de sus heridas, pero todo era infructuoso. Había más de una docena de soldados y no daban a basto.

Cuando los médicos llegaron se distribuyeron por todo el lugar y tan pronto como comenzaron a ver alguno, otra luz, está vez un poco más pequeña salió iluminando el lugar y de ella cayeron 5 soldados más.

—Los hechiceros están mandando a sus soldados heridos —dijo uno de los consejeros mirando tan terrible escena.

El último hechicero de Richard envío a los últimos antes de caer por el último agujero completamente ensangrentado. No duró ni cinco minutos cuando la luz de sus ojos dejo de brillar.

—No entiendo, porque tantas heridas, tantos caídos ¡¿Qué está pasando?! —gritó el rey tratando de buscar información

—Son dos, señor —dijo uno de sus guardias levantándose y dejando caer a un hombre ya muerto.

—¿Qué?, ¿cuáles dos?

—Son dos dragones, no era uno solo.

—Mierda —soltó agarrándose la barbilla—. Tú, cualquier mujer, hombre o joven que pueda ayudar a que vengan aquí e instalen tiendas donde podamos ver a los heridos.

—Sí, señor —dijo uno de sus consejeros para luego salir del lugar y comenzar a dar ordenes—. Necesitamos telas, agua tibia, mantas y un lugar donde dejar a los caídos.

Las tiendas fueron puestas en los jardines, siendo todo un caos, los heridos no dejaron de ser pocos. Si tan solo un dragón era suficientemente difícil, la situación era extrema y eso el rey lo sabía perfectamente.

Los corazones de todos estaban agitados tratando de sustentar la situación, pero cuando creían que los soldados porfin dejaron de llegar, llegó una sola serpiente.

Iluminado con un rayo rojo los pies del hombre aparecieron y luego comenzó a aparecer todo su cuerpo.

Sebastián se puso de pie mientras su respiración se mantuvo agitada, todos pusieron su atención en él, ya que hasta el momento solo capas doradas habían regresado.

El conde no tenía la misma expresión de todos, no estaba aterrado, ni asustado, pero si estaba furioso. Sus ojos buscaron entre todos los soldados al culpable de haber permitido que casi seis docenas de soldados hayan muerto.

En cuanto sus ojos fijaron su objetivo, el conde fue directamente hacia Richard que aún estaba sentado en el pasto. Caminó hacia él ignorando las palabras de las personas que preguntaban por su bienestar, tampoco le importó que a solo unos pasos los reyes también estaban en el lugar. Con los brazos firmemente apretados junto con sus puños, se lanzó al general en una fracción de segundos y lo golpeó más de una vez. Richard solo puso la cara, no hubo un solo intento de detenerlo.

—¡¿Que está pasando aquí?! —gritó el rey mientras los soldados reducian al conde en el suelo.

—¡Traidores!, ¡Malditos traidores todos ustedes!, ¡Por ustedes todo empeoró!

—¿Qué estás diciendo? —preguntó el rey.

—Asumo toda la responsabilidad —dijo el general poniéndose lentamente de pie.

—Richard, ¿dónde está el duque? —preguntó la reina acercándose con cejas arqueadas.

—Señora...él...

—¿Lo has dejado?, ¿Has dejado a Tarikan atrás?

—Al duque y a todos nosotros.

—¿Las serpientes...?

—Las serpientes se retiraron, los sobrevivientes fueron a Rumani. Sabíamos que aquí no habría habido basto para los heridos, pero muchos quedaron atrás.

—¿Sabes algo del duque?

—Lo lamento señor, deme permiso para volver allí.

—No.

—Pero señor... —dijo Sebastián mirando al rey con miedo, realmente quería volver, necesitaba saber de quién había sido aquella luz celeste tan poderosa, necesitaba saber quién había muerto.

—Soldados, tomen en custodia al general Richard y enciérrenlo en los calabozos —dijo el rey—. Conde, usted y yo conversaremos con detalle todo lo que ocurrió. Si el duque está muerto, quiero que me traigan su cuerpo.

Sebastián tragó una espesa saliva, mientras apretó los labios, sabía que no podía estar seguro si el duque había perecido, aquella enorme luz podía también ser de Merlín. Cualquiera que había sido el caso, el conde se sintió solo, ambos hombres era personas importante a pesar de su actitud.

Un dolor en su pecho hizo evidente la tristeza de aquella incertidumbre, lamentó haber obedecido a Merlin y marcharse con los demás, el arrepentimiento cobró todo su ser, el debía estar allí hasta el final.

Desde aquella luz, ninguna más volvió a aparecer, todas las luces anteriores habían sido seguidas, por lo tanto no se podía saber con exactitud cuántos hechiceros habían muerto, pero la última preocupaba a todos.

Todos, excepto a la única persona que sabía bien que y como había ocurrido todo, como una bruja que había estado recopilando cada uno de sus sueños, Aynoa plasmó todo el evento con detalle en su libro, libro que ahora sería su bien más preciado.






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Saben... He tenido un sueño y odio tener sueños de este tipo dónde solo mi mente me crea una escena interesante.

Suficiente para despertar y tener ya una idea de un nuevo libro. Odio esto cuando aún no termino esto, porque me distrae, y la inspiración se va hacia el otro.

Quien entiende a un escritor? Bueno esto es una lucha y mi mente lo único que quiere es escribir y seguir imaginando más escenas nuevas. U.U

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