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44.- Hilos de luz

—Maldito infeliz —lloró Aynoa.

Al día siguiente, despertó en su cama descubriendo los dolores de su cuerpo, rodó sobre su estómago completamente adolorida y gimió en silencio.

Parecía que el día anterior la habían golpeado con un garrote, le dolían los pies, las manos, la espalda y en especial sus muslos junto con el trasero.

Milla entró a los pocos segundos con sábanas y toallas limpias para encontrarla envuelta en tapas, su rostro estaba hundido debajo de las almohadas y pequeños quejidos la recibieron.

—Mi señora, ¿está todo bien? —preguntó extrañada.

—Recibí su castigo —dijo ella entre voz baja mientras se sentaba lentamente en la cama.

—¿De qué está hablando?

—Del duque.

—¿Se refiere a que usted le regaló su ropa y le mando a hacer tenidas nuevas? Las sirvientas dijeron que el duque no se enfadó, de hecho le agradeció a usted con un caballo y que la sacó a pasear junto con él, ¿dónde está el castigo allí?

—Él sabía todo, sabía que hoy mi cuerpo estaría masacrado.

—Mandaré a traer el agua caliente, sus músculos se relajarán y deberá tomar hierbas medicinales para no sentirse tan fatigada.

—Dios, jamás me había sentido así.

—Va a tener que salir a cabalgar más seguido, así su cuerpo se acostumbrará a esos esfuerzos y de a poco dejará de doler.

Con un suspiro, Aynoa dejó escapar hasta el alma.

********************

Empapada en el agua caliente y humeante, Aynoa sintió como su cuerpo comenzaba a dejar de estar tan tenso. Milla le enjabonó su pelo delicadamente mientras escuchaba las cosas que Aynoa había hecho en el día de ayer, sorpresivamente descubrió que todo lo que había asumido del duque era cierto. Su criada era buena para conversar con los demás sirvientes, gracias a ello siempre estaba bien informada y sabía que el duque también estaba involucrado en muchas cosas de la ciudad, confirmando así que el hombre ponía mucho interés en el bienestar de toda la gente que vivía en Castilville.

—Sabes, a veces siento que lo conozco, siento que muchas cosas que no conocía de él, lo sabía desde un principio —dijo pensando en el hombre y en las interrogantes que tenía.

Con cuidado salió del agua y comenzó a secarse con delicadeza, porque cada vez que movía su cuerpo, el dolor volvía a ella. Milla fue sumamente delicada.

—Es normal creer en eso, todos hablan del duque, todos lo conocen y todos creen saber hasta lo que piensa, pero solo usted y la gente que vive aquí conocen realmente como es el señor. No se exija, poco a poco los matrimonios se van forjando.

—Es solo un contrato Milla.

—Entonces disfrute de este contrato mi señora.

Aun así, escuchando las palabras de su criada, no sentía que aquello estaba correcto, era imposible que Aynoa supiera cosas del hombre sin antes haberlo escuchado y ahora recordando aquello, también pensó en Reimy, conocía como era de apariencia antes de verlo por primera vez.

—¿Seré una bruja? Una bruja que tuvo otra vida y que ahora podía conocer a la gente sin ni siquiera hablar con ellos?— se dijo mientras era peinada por su criada.

—Señora —dijo una mujer tocando su puerta para luego entrar—. Los entrenamientos han terminado y el duque pregunta por usted.

—¿Por mí?

—Sí, dijo que usted desayunaría con él.

—Mierda —susurró en voz baja mientras se iba levantando con dificultad—. Dile que allí estaré en unos minutos.

—Sí, señora.

—Milla busca alguna tela de calidad, hilo y aguja, voy a bordar un pañuelo cuando vuelva.

—¿Ya decidió qué regalarle al duque?

—No pienso ponerle tanto detalle, así que en dos o tres días deberé tenerlo listo.

—Conseguiré sus cosas.

Aynoa siguió a la sirvienta, podía sentir dolor en cada pierna al caminar y mayor fue su tormento cuando tuvo que bajar al primer piso para ir al salón de visitas.
Se aguantó lo más que pudo, pero lo que no pudo evitar fue apretar los dientes y tensar el rostro.

Cuando estuvo frente a las puertas respiró profundamente y su espalda se puso lo más recta posible para no mostrar malestar frente al hombre que la había dejado así.

Cuando las abrió, el duque estaba sentado justo frente a ella, con una pierna sobre la otra, había estirado sus brazos posándolos en un gran sillón. Sus ojos enseguida se encontraron con los suyos y ella tuvo que tragar lentamente la saliva.

—Creí que no vendrías —dijo él sin levantarse de dónde estaba.

Aynoa saludó bajando la cabeza y caminó a la mesa para sentarse, su rostro aún se veía cansado, parecía una señora anciana con el dolor en cada una de sus articulaciones. En cambio el irradiaba juventud, con la camisa abierta del cuello se había bañado hace poco y su pelo aún de encontraba un poco húmedo.

—¿Has descansado bien?

—Perfectamente —mintió.

—Me alegra escucharte —dijo el duque acercándose y echando la silla hacia atrás, se sentó frente a ella.

La mesa era pequeña, pudo sentir las piernas del duque rozar las suyas quedando solo a centímetros del otro. Sobre la mesa un mantel blanco de encaje forraba la madera. Había dos tazas de té y uno que otro platillo que se fue llenando de cosas dulces para comer.

—Tu padre ha enviado una carta —dijo el duque mirando a Reimy que había llegado en silencio y se había quedado en la puerta.

—¿Qué dice?

—Va dirigida hacia ti, así que no la he abierto, espero que sea de tu agrado.

El mayordomo enseguida se acercó a ella y se la entregó, mientras que Tarikan sacó un pedazo de pastel y comenzó a comer sin mostrar interés.

El sonido del papel brusco y seco sonó cuando ella la abrió y la leyó con tranquilidad. En ella su padre preguntaba por su estado, al parecer el marqués había perdonado lo que ella había hecho y se había animado a comunicarse con ella. Los arreglos de Abeul estaban en marcha y la próxima semana estarían ya viviendo en el marquesado. En sus escritos también encontró una invitación del marqués para poder pasar el invierno en Abeul.

—Supongo que debería contestarle y agradecer su hospitalidad.

—No quiero que me hables de él.

—Lo sé, pero nos está invitando a...

—No.

Aynoa apretó los labios al recibir la respuesta tan fría del duque, no había alcanzado a decirle nada para intentar convencerlo antes que respondiera negativamente.

Los ojos de Tarikan se fijaron en ella, solo la sirvienta lo distrajo cuando fue y sirvió el té.

—Conozco tus disputas con...

—He dicho que no.

—Pero...

—Salgan todos —dijo mientras echó su silla hacia atrás y se fue poniendo de pie. Las sirvientas enseguida salieron de allí.

Aynoa estaba segura de que no había dicho nada para molestarlo, sabía de su relación con su padre y del odio que también le tenía a ella, pero ¿él aún la odiaba?

Quedándose quieta en la silla miró al duque que lentamente caminó hacia ella, estaba segura de que no había bromas entremedios y si estaba molesto, está vez realmente lo estaba.

—Déjame explicarte una cosa —dijo hincándose a su lado—. No quiero aceptar ni una sola invitación hacia algún lado, al menos por seis meses —agregó con tranquilidad.

—Es-está bien —dijo ella mirándolo. Esperaba palabras de regaño, pero el duque no cambió su tono de voz— ¿Puedo preguntar por qué?

Su rostro había quedado a la altura de su pecho y parecía que realmente le importaba lo que le estaba diciendo. No estaba molesto, eso la sorprendió, teniéndolo de tan cerca una vez más el hombre la puso nerviosa.

—No quiero aprender a mirarte de otra manera Aynoa —dijo poniendo su mano sobre la de ella.

Un solo toque delicado y ella apretó los dientes, su estómago rápidamente comenzó a ser revoltoso y suprimió con fuerza lo que ese hombre hacía con ella.

—Estamos en esto por un trato entre tú y yo, he aprendido a compartir contigo tratando de no acordarme de dónde viene tu sangre, no me lo hagas más complicado.

—No era mi intención molestarlo.

—He comenzado a cumplir con todo lo pactado, no quiero llegar a arrepentirme.

—¿Tú-tú...me sigues odiando?

Aynoa vio un poco de sorpresa en sus ojos, lamió lentamente sus labios, pero no apartó su mirada de ella. Luego bajó su cabeza y soltó una pequeña risa.

—Siempre lo voy a hacer Aynoa —dijo poniéndose de pie y caminó a su asiento.

Tarikan estaba muy negativo con la situación, sabía lo que debía hacer y las cosas que había prometido. Una de ellas era que jamás la volvería a tocar o tener alguna otra intención con ella.

Ninguno de los dos tenía el valor de asumir que, lo que ambos habían prometido, quizás iba a ser una promesa fácil de quebrar. Pero mientras ambos entendían poco a poco, los nuevos desafíos aún quedaban muchos días, semanas y meses para conocerse.

Tarikan se mostraba frío e indiferente, pero el día anterior Aynoa lo había tentado grandemente sin que se diera cuenta. Entre bromas y bromas más pendiente estaba de buscarla y encontrarla.

Sinceramente, pensaba que no se presentaría al desayuno, ya que sabía muy bien que la mujer amanecería adolorida, aun así ella llegó a la habitación ocultando su malestar. Era valiente, fuerte o simplemente su orgullo la mantenían de pie.

—Señor —dijo Reimy tocando la puerta y entrando lentamente—. Tengo las cartas de algunas familias preguntando por la fiesta, confirmaré hoy el evento, le ruego que ese día asista.

—Es tu cumpleaños —susurró Aynoa para voltear a verle con una sonrisa, pero el duque estaba más serio que nunca.

—Otra cosa, señor, temo molestar su desayuno, pero queremos saber algunas cosas de la gran fiesta.

—¿Qué? —contestó él—. Olvida la fiesta.

—No, señor, ¿qué creerá la duquesa si no se hace fiesta para el señor de Castilville?

—¿No le gusta celebrar su cumpleaños? —preguntó ella.

—No me gustan las sonrisas y la atención falsa. ¿Podríamos hacer algo más íntimo está vez?

—Claro, señor, aunque la gente ya se está preparando para asistir. Hay mucho rumor por el asunto, la mayoría pregunta si usted presentará a su esposa ante todos.

—No es mi problema que se hayan preparado sin invitación.

—Duque —dijo Aynoa estirando su mano y posándola sobre la de él—. Podría avisar en esta fiesta que sería la última fiesta masiva y así no hace pasar mal rato a su gente.

—Reduciré mejor la cantidad. Reimy, has invitaciones —dijo él ignorándola.

—¿Cuánto señor?

—Solo cincuenta familias, no más que esas, y ve tú quien podría asistir.

—A su orden. Duquesa, espero contar con usted para ese día, su esposo suele desaparecer dejando a los invitados solos.

—Reimy.

—Señor —dijo el anciano bajando su cabeza y marchó con una sonrisa.

—¿Qué te gusta hacer es tu cumpleaños?— preguntó ella mientras levantaba la tasa de té y daba unos sorbos sin sacar sus ojos de él.

—Casualmente, mi cumpleaños se junta con el día festivo de los gitanos.

—¿Gitanos? —Aynoa rápidamente dejó el té en la mesa y se limpió la boca con un pañuelo de tela.

Ese término, tan tosco de letras engañosas, eran personas que iban y venían de un lugar a otro. Ladrones, comerciantes, gente de otro tipo de clase y estatus. Tenían costumbres muy poco confiables y no eran recibidos por la gente común y corriente. Aynoa, sorprendida, no sabía que los gitanos estaban en Castilville.

—¿Es difícil para ti creer que algo es bueno cuando siempre escuchaste que es malo?

—He leído y escuchado de ellos.

—Como has leído y escuchado de mí —dijo él bajando un poco la cabeza y acentuó más su mirada hacia ella.

Aynoa había conocido partes del duque que nadie conocía o más bien todos omitían. Descubriendo que la gente hablaba cosas que no siempre eran verdad, ¿sería lo mismo con los gitanos?

—Si usted desea ir a esos sitios, puedo ayudarle a distraer a la gente mientras usted va y vuelve.

—Nada de ir y volver, ¿Quieres ir conmigo? —dijo estirando el tenedor hacia ella, había pinchado un trozo de pastel y se lo ofreció.

Aynoa no pudo negarlo, sintió la abrumadora presión de él disfrazada con una muestra de cariño. Abrió su boca y lentamente sacó el dulce del tenedor del duque.

—¿Qué hay de la magia? ¿También me enseñará o no?

—La próxima semana se cumple un mes aquí, ¿por qué lo quieres todo tan rápido?

—Porque me siento ansiosa cuando tengo que aprender algo nuevo, me emociona a la vez y a demás quiero asegurarme que usted no cambiará de parecer.

—Tutéame Aynoa, estamos solos.

—Aún me cuesta un poco.

—Bien. La magia se aprende de a poco, son secuencias, patrones, palabras. Muchos hechiceros invocan poderosas armas, pero para que estos se generen sin dibujar un patrón mágico en el suelo, lo llevan tatuados en sus cuerpos.

Merlín tenía la magia del rayo y la electricidad, en sus dos brazos ocultos por tintas mágicas tenía ambos patrones.

Aynoa lo escuchó detenidamente, cualquiera que no fuera un hechicero no podía haberle explicado aquello. El duque se mostró tranquilo para explicarle cada una de las cosas. Entonces recordó algo que se le había olvidado.

—¿Tú tienes un tatuaje oculto en tu cuello? En la noche de la primavera, cuando me sujetaste para no apartar mi mirada de la hoguera, vi el emblema del rey en ti.

—Eso...—dijo el hombre desviando su mirada hacia un costado mientras negaba con la cabeza y formó una sonrisa forzada—. Solo es un hechizo sin importancia.

—Dudo que lo sea, ¿Merlín o Caleb también tienen uno así?

—No. A medida que te vaya conociendo, te iré contando de algunas cosas que claramente pocos saben.

—No estás obligado a decirme nada, pero me encantará escucharte. Voy a ir contigo.

—Perfecto —dijo poniéndose de pie.

Aynoa lo miró un poco y luego se echó un pedazo de dulce a la boca mientras ignoraba la presencia del hombre que lentamente se movió detrás de ella.

No tardó unos segundos en tensar el cuerpo y respirar profundamente al sentir las manos del hombre tocando sus hombros y delicadamente sintió una caricia en su cuello y clavícula desnuda.

Tarikan, por otro lado, volvió a asegurarse de la existencia de las dos energías que aún tenía su esposa. Brillantes y hermosas la fuerza con la que se movían eran saludables.

—Duque —dijo ella sin moverse mientras un escalofrío subió por su cuerpo.

—Sería bueno que pudieras aprender magia, puedo ayudarte en eso, pero deberás estudiar mucho y comprender los libros que te entregaré.

—¿Vas-vas a enseñarme tú?

—Puedo buscarte un buen tutor, creo que te sentirías más cómoda si la persona que te enseña no sea yo —dijo y luego apretó un poco el agarre de sus hombros.

Aynoa rápidamente gimió de dolor, avergonzada solo llevó sus manos a su rostro que poco a poco entró en calor.

Tarikan sonrió mientras la miraba desde la altura, podía ver su cabellera peinada elegantemente para que su cuello quedará a la vista, pero aquel ruido que salió de ella complació sus acciones.

—La magia curativa necesita de la energía que recorre el cuerpo de cada persona. Mi magia absorberá esa energía para redirigirla a las heridas y a los malestares del cuerpo.

Aynoa lo escuchó y lentamente sintió un frío cubriendo sus hombros dónde fue bajando como aire fresco envolviendo cada una de sus extremidades.

—Si tienes una buena energía dentro, la magia curativa será más eficaz y rápida.

—¿Toda la gente tiene esa energía?

—Sí.

—¿Qué pasa si esa energía no está o si es muy débil?

—Nada se puede hacer, pero hay personas que incluso cuando están agonizando, su energía aún es suficiente.

—¿Eso ocurrió con tu mayordomo?

—Si, pero no muchos puedes ser salvados. Me gustaría que pudieras aprender de esto, poco a poco.

Aynoa hizo un poco de fuerza para despegar su espalda del respaldar de la silla, pero las manos del duque la sujetaron con firmeza. Sintió solo una cosa al hacerlo, alivio, su cuerpo había dejado de doler.

—No olvides una cosa —dijo el duque acercando su rostro a su mejilla.

Aynoa sintió su respiración y aunque en esa posición no podía verle, sí pudo notar su silueta. En cuestión de segundos la mano derecha del hombre que estaba en su clavícula subió y la agarró del cuello.

—Yo también puedo ser bondadoso.

—Usted... sabía de mis dolencias —dijo ella mirando el cielo, ya que su mano hizo que su rostro subiera hacia allí.

—Y tú sabías que odiaba cómprame ropa —dijo soltándola—. Te regalé un caballo y te enseñé a montar, ¿no era eso lo que habíamos pactado?

—Tu bondad, ¿vendrá siempre con un castigo? —preguntó ella siguiéndolo con la mirada.

El hombre lentamente caminó a la ventana, su espalda ancha con hombros caídos se mantuvo allí con las manos en los bolsillos y no volteó a verla.

—Depende de cuánto quieras provocarme.

Viéndolo allí, con esa camisa suelta, con las manos escondidas estirando así más su pantalón, Aynoa lo visualizó completamente. El duque tenía una buena figura trasera, pero ella se sintió extraña.

¿Por qué siento que esto ya lo había visto?
Un hombre de pie frente a un ventanal justo cuando el sol llegaba con finos rayos, la forma en la que se paraba, incluso las arrugas que se le hacía en la camisa.

¿Era una imagen que había mirado en su anterior vida?

—Imposible...

Aynoa se retiró del desayuno luego de un tiempo, caminó rápidamente tomando su vestido para llegar más rápido a su habitación y una vez allí se sentó en el suelo apoyando su espalda en la cama.

—No...

—¿Duquesa, se encuentra bien? —preguntó una criada preocupada, la había visto correr a su recámara y su rostro parecía desconcertado.

¿Acaso el duque la habrá herido de alguna forma?

Dentro Aynoa se tomó la cabeza con ambas manos, jadeando el dolor volvió a punzarle la cien. En su mente, los hilos de luz quebrados comenzaron a juntarse poco a poco y cerró los ojos mientras toda la confusión que había tenido comenzó a aclararse. Los golpes de la criada y su voz se silenciaron y solo un zumbido agudo la enloqueció.

Lo que había creído que había visto antes era verdad, era una imagen, era un dibujo impreso, recordó las miles de letras describiendo al mayordomo y la situación que estaba viviendo.

Volvió a recordar que la última vez que se había desmayado, su mente la llevó a un recuerdo dónde había un libro. El libro que había visto con la serpiente de portada y su nombre, aunque no lo había podido visualizar, ahora sí lo recordó.

Aquel libro llevaba el mismo nombre que su esposo.

"TARIKAN"

—No puede ser...

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