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4.- Piedad limitada

El general junto con su caballo y los otros soldados salieron lanzados hacia la entrada del marquesado y enseguida el rugido de un gran gigante cubrió el lugar mostrando su autoridad en él.

Agonizante, el hechicero abrió los ojos mientras su cuerpo experimentaba un shock intenso. El dolor de sus huesos rotos golpeó fuertemente su cabeza con un pitillo sonando en sus oídos, perdiendo un poco la noción de la realidad.

—Hijo... hijo de puta —soltó tratando de levantarse. Había volado unos metros y caído hacia una casa destruyendo parte del muro frontal. La sangre pronto comenzó a escurrir por todo su cuerpo.

Tomando conciencia de su estado, se miró lentamente, pero su cuerpo no le respondió cuando intentó sacar una piedra que aplastaba su mano derecha. Podía ver la silueta del gigante acercándose, la nube de polvo aún no se disipaba escondiéndolo entre los escombros.

Tarikan entonces dijo unas palabras, tan suave y tan silenciosas que parecía solo un pequeño susurro. Los huesos rotos que había sufrido su cuerpo vibraron moviéndose por sí solos hasta volver a su sitio, luego sus heridas comenzaron a cerrarse. Agradeció que su serpiente estuviera dentro de él si no, no hubiera podido sobrevivir a aquello.

Soltó un gran suspiro cuando pudo sacar los escombros sobre sí mismo. El muro del costado también se había caído, suficiente para esconderlo de los ojos del gigante mientras su cuerpo se recuperaba.

Puesto de pie miró a un costado para ver a su caballo muerto entre un establo, eso lo terminó de enfurecer.

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Aynoa que hasta el momento aún estaba escondida entre la paja con su criada, vieron todo aquel escenario. Cómo el gigante se acercó lentamente por una calle del costado y lanzó una piedra gigante hacia el hombre de armadura. Aquello provocó que casi toda la casa que estaba apegada al establo se viniera abajo.

Sinceramente, ellas no creían que aquellos hombres pudieran vencer a los monstruos, pero no pudieron evitar llorar y pegar un grito cuando aquel hombre desapareció entre los escombros de forma violenta, lanzado como si fuera cualquier cosa. Claramente, para ellas aquel hombre estaba muerto, pero cuando los escombros comenzaron a moverse vieron que abría los ojos y su cuerpo se movía como una serpiente retorciéndose hasta que sus huesos volvieran a su forma original.

Fue la primera vez que sentían terror. No comprendían lo que veían, ese hombre también era un monstruo. Levantándose su armadura, pegó un destello brillante cuando el sol volvió a tocarlo y el hombre sonrió de forma macabra.

Sangre había manchado su boca y mandíbula, mostrando sus dientes rojizos, dio unos pasos afrente saliendo de ese lugar. Estiró la mano al cielo y de la nada una nube negra formó un gran remolino, el gigante se fue acercando haciendo temblar el suelo mientras rugía. El cielo pronto se iluminó y una luz celeste atrapó al gigante en una gran fuerza eléctrica.

Tarikan no sé detuvo, electrocutó al gigante hasta que cayó al suelo calcinado, su piel pronto se comenzó a descascarar y continuo hasta hacerlo cenizas. El olor a quemado se impregnó en su ropa, pero aquello ni siquiera le molestó esta vez. Cuando terminó escupió el cadáver y caminó al establo. Su hermoso corcel allí tirado aún respiraba, pero nada podía hacer para curar su malherido cuerpo. Lamentando el hecho y su suerte, le dio unas leves palmadas en su cuello antes de sacar la espada.

—Lo siento chica —soltó levantándose y alzando la espada sobre su cabeza.

—Duque —dijo Sebastián, acercándose con un grupo de soldados, llegaron justo para ver la espada bajar ágilmente y cortar el cuello del animal.

Tarikan respiró profundamente y llevó su mirada a la entrada donde había caído Richard. El general aún se movía, solo por su lealtad hacia su rey sabía que debía ayudarlo, pero si fuera por él dejaría que el hombre muriera en agonía.

—Su excelencia.

—Te escucho.

—La familia del Marqués está a salvo, mucha gente se resguardó en el castillo, pero al menos la mitad de la ciudad ha sido aniquilada.

—Necesitaré otro caballo —dijo Tarikan sin voltear a mirar a sus hombres.

—¿Qué hace la guarda real aquí? —preguntó el conde Sebastián viendo el estandarte de Richard volar por el aire.

Aynoa y su sirviente no podían moverse, sabían que después de lo que vieron, el hombre que estuvo frente a ella era el mismísimo demonio de Castilville, y no solo eso, también habían presenciado la muerte de varias personas a manos de los monstruos.

Todos conocían lo que se hablaba del famoso hechicero y duque de Castilville. Era un hombre poco carismático, también era el comandante de las serpientes de cola plateada y era completamente leal a la corona o eso decían.

—Ah... —suspiró él mientras llevó su mano a desordenar su cabello café. Limpiando su espada sacó la sangre de su propio caballo para luego guardarla en su funda y se detuvo a unos pasos del establo.

Girando su rostro lentamente, los grises de sus ojos se encontraron por primera vez con los ojos color miel de Aynoa. Enseguida, ella supo que habían sido vistas.

Tarikan tenía una mirada filosa, a pesar de que su cabello era café, recién cuando había usado su magia ella estaba segura de que su pelo se había tornado plomo como el color de sus ojos.

—¡Somos sobrevivientes! Somos... solo sobrevivientes —dijo Milla poniéndose de pie con rapidez al sentir el sonido del fuego acercarse.

Las llamas azules se detuvieron en cuanto las dos mujeres salieron tímidamente entre la paja. Sus rostros negros con mugre pegada a sus cuerpos no se distinguieron con rapidez quienes eran y mucho menos que eran personas.

—¿Qué cosa eres? — Tarikan se aproximó a ellas observándolas. Enseguida llevó su brazo a su nariz al sentir el olor de heces que las cubría.

—Yo soy...

—Un pedazo de mierda —le interrumpió mientras volteó a ver a sus hombres—. Reúnanlas con los demás.

—Señor, su caballo —dijo un soldado entregándole las riendas de un caballo nuevo.

Aynoa quedó sorprendida, el soldado apenas las miró, ni una pisca de piedad para dos mujeres que habían hecho lo suficiente para sobrevivir mostró en su rostro. Tan pronto como agarró las riendas del caballo se dirigió a la entrada sin ni siquiera voltear una sola vez.

Tarikan solo había estado haciendo tiempo antes de dignarse a acercarse a la entrada. Ambos ejércitos no se llevaban bien, las disputas eran constantes, en especial de Richard y el hechicero, ya que el nombre del duque era sinónimo de constantes problemas.

Caminando lentamente con las riendas de su nuevo caballo en su mano, Tarikan se aproximó a observar al pobre soldado real. Levemente, sonrió disfrutando ver la vista que tenía, el sufrimiento de gente que se lo merecía era un gozo para él.

—Vaya golpe que te han dado —dijo hincándose frente al soldado—. Si me hubieras tratado bien desde un principio, la vida te hubiera tratado mejor.

Richard ni siquiera intentó hablar, su cuerpo producía espasmos constantemente a causa del shock de su malherido cuerpo, al igual que había ocurrido con el hechicero, el general tenía roto varias partes, incluso la clavícula se había partido en dos dejando uno de sus huesos expuestos. De su boca expulsaba sangre cada vez que respiraba y su cuerpo temblaba completamente.

—Que te quede claro que esto solo lo haré por el rey, recapacita tu trato conmigo o lamentarás que para la próxima esperaré a que mueras antes de acercarme —dijo llevando su mano hacia su frente—. Traer vida después de la muerte es algo imposible, incluso para mí —agregó sonriendo.

La luz volvió a salir de su mano, y con sus dedos extendidos agarró el rostro del hombre, y este comenzó a convulsionar mientras su cuerpo comenzaba a curarse. El pelo de Tarikan si cambiaba de tono, parecía más poderoso de lo que se podía ver con ese color, y sus ojos se volvían los de una bestia.

Richard devolvió una gran cantidad de sangre por su boca cuando el hechicero se puso de pie. Su cuerpo se regeneró completamente de forma dolorosa. Tarikan mirándolo desde lo alto lo observó cómo el soldado tosió recuperando el aire.

—Eres... Eres un maldito...

—No hay de qué Richard —agregó volteando y subiéndose al caballo—. Qué suerte que estés con "vida" —acentuó la última palabra antes de darle riendas a su caballo y alejarse.

—Es-espera... mis hombres. — Tratando de sentarse, miró a su alrededor, viendo a sus soldados tirados juntos a los tres caballos.

—Ya están muertos —dijo Tarikan sobre su hombro.

El grupo que había llegado recientemente, se unió al duque y en cosa de segundos cinco de ellos se dirigieron hacia el general para revisar su estado.

—Mis hombres —dijo el hombre, mirándolo aún confundido.

—Señor, uno está muerto —dijo un soldado de armadura plateada mientras corroboraba el estado—. Este aún tiene latidos, necesito a un hechicero, ¡Ahora!

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