21.-Castigos
Para el día once Tarikan sintió los sonidos de las puertas y en cosa de segundos su celda fue abierta, ni una sola luz lo despertaba. Entraban como fantasmas de la oscuridad.
—Ven conmigo, daremos un paseo —dijo Richard entrando mientras sus soldados tomaban al duque de los brazos. El no dijo nada, solo los miró unos pocos segundos antes de que su rostro fuera tapado con una manta negra.
Era poco probable que Richard llegara a atreverse a asesinarlo, Tarikan no era poca cosa y sin duda el rey le dolería perder a uno de sus más grandes hechiceros, por ese hecho el duque no temía por su vida. Si perdiera todo lo que hoy era, no le importaba comenzar de cero, mientras pudiera deshacerse de las órdenes de los reyes.
—Sabes que por más que cubras mis ojos sabré a dónde me llevas.
—Quédate callado pedazo de mierda.
Tarikan fue zamarreado de un lado a otro de forma brusca hasta que lo metieron a una habitación y su espalda golpeó fuertemente una muralla.
La capucha negra se le fue retirada y un golpe de luz llegó a sus ojos, los cerró enseguida y apretó un poco los dientes, había estado muchos días en la oscuridad para que sus orbes grises se sintieran cegados por unos minutos. Cuando la luz comenzó a bajar su intensidad y sus ojos a acostumbrarse a su brillo pudo ver la habitación en la que estaba, ya la conocía bastante.
—Gerald —susurró al ver la silueta del rey sentado frente a él, pero sus ojos aún no podían definir su imagen— ¿Ya has decidido castigarme?
—¿Te parece poco lo que has hecho?
—Oh, vamos, ¿qué castigo podrías darme que no me hayas hecho ya?
—¿Quieres que te recuerde que puedo hacerte?
—Al menos tu mujer tiene más huevos y vino a disculparse. —El general no aguantó aquello y volvió a golpearlo.
Un sonido seco y duro sonó en la habitación antes que Tarikan soltará un gemido afligido al caer hacia un lado.
—¡Ten más respeto infeliz!
—Solo-solo un cobarde... golpea a un hombre esposado. —La voz de Tarikan salió entrecortada mientras expulsaba de su boca un poco de sangre.
—Richard es suficiente —dijo el rey sentándose.
El soldado se acercó al duque y del borde de la ropa lo jalo para levantarlo. Un hilo de baba y sangre dejó en la cerámica, pero una vez que estuvo de pie, miró a Richard y escupió el suelo justo en las botas del soldado.
—Eres un...
—Richard —dijo el rey deteniendo una vez más el brazo del hombre que estaba listo para volver a golpear a Tarikan—. Sal de aquí.
—Mi rey y si él...
—¿Qué puede hacer un hombre como el, esposado, golpeado y sin energía mágica?
—Sí, mi rey.
Richard salió sin antes de arreglarle la ropa a Tarikan mientras que su sola mirada le daba una sutil advertencia. La puerta lentamente se cerró, dejando al duque junto con el rey dentro.
—Se le está pasando la mano a tu soldadito.
—Cállate Tarikan, no tienes ni el mínimo arrepentimiento de lo que has hecho.
—¿Y qué harás al respecto?
—No me subestimes —le dijo entre dientes—. Se te ha pasado la mano y se te está pasando la mano con la forma en la que me hablas, ¿sabes cuantos años tenía la torre que has destruido? Has amenazado a mi reina, aun así, estás allí puesto de pie y con vida.
—Yo no la amenacé.
—No es lo que dijeron mis soldados. Ahora dime ¿Cómo calmaré a la iglesia?, ¿qué condena es apropiada para ti? Me enfermas Tarikan, tal vez te jactes de ser leal a la corona y está claro que lo que haces no son ataques para mí, pero sí para la gente que me rodea. Te he dado todo como para que sigas comportándote así. Dime —dijo sacando una caja y de allí sacó un collar dorado— ¿Quieres que vuelva a usar esto?
Los ojos del duque se posaron en aquel objeto, tragó saliva espesa al recordar esos tiempos, mientras que el tatuaje que llevaba en su cuello comenzó a aparecer.
—Si te ordenara lamerme los huevos que has dicho que no tengo, lo harías ¿Cierto? —dijo el rey sentándose sobre su escritorio mientras jugueteaba con aquel collar. No tardó en dibujar una sonrisa mientras miraba al duque.
—Tú... Lo prometiste.
—Y tú prometiste comportarte.
—No te he dañado y te he obedecido en todo —dijo limpiándose los labios con la manga derecha de su ropa.
El rey entonces agarró el collar y se lo puso pasándolo por su largo cabello. Sin apartar la mirada del hombre frente a el, despegó sus labios.
—Arrodíllate —ordenó.
El tatuaje de su cuello ardió y sus piernas enseguida se doblaron obedeciéndolo, no había nada que pudiera hacer para desobedecer. Sobre los hombros de Tarikan descansaba un hechizo poderoso que ni el mismo podía romper.
El rey satisfecho una vez más por verlo allí siendo su marioneta, bajó de la mesa y se acercó a él. Lo suficiente para incomodarlo, lo miró desde las alturas tan de cerca que incluso apegó su mentón a su pecho para visualizar los orbes grises de Tarikan.
—¿Qué haré contigo? Esto es lejos lo peor que has hecho, ¿cuántos soldados te abandonaran una vez que sepan que ya no tendrás título?
—Tiene que intentarlo.
—Oh, ¿Ahora me hablas educadamente? —agregó el rey. La hebilla de su cinturón estaba a pocos centímetros del rostro del hombre—. Es humillante, ¿no? Me asombra lo lejos que has llegado, siendo un niño de la calle que ni siquiera conoció a sus padres verdaderos. Has escalado mucho, pero nunca te olvides de dónde vienes.
—Ni uno de mis soldados me dejará.
—No estés tan seguro —dijo el rey yendo hacia su espalda y lentamente se agachó jalándolo lentamente de la trenza en su nuca—. Obediente, pero desafiante, educado, pero también eres un perro arrogante. —La mano derecha del rey tocó la piel del duque y lentamente bajó de su cuello a su pecho— ¿Qué es lo que siento?, ¿quieres asesinarme o solo te estoy haciendo enfurecer?
El rey podía sentir algunas emociones de aquel perro faldero, su hechizo junto con el collar lo hacía tener el completo control del duque y también sentir estas emociones fuertes y negativas cuando eran contra la corona.
—Eres un adulto ahora —dijo el rey acercando su rostro hasta tocar la mejilla de Tarikan—. No me hagas volver a verte como un niño. Ahora —agregó poniéndose de pie y caminando al escritorio—. No serás más comandante.
—Soy el único apto para dirigir a...
—No, Tarikan. Tú siempre podrás ser remplazado —dijo sacándose el collar y lentamente lo volvió a poner en la caja—. Hagamos una cosa. —El rey volteó a mirarlo mientras el duque se ponía de pie con lentitud—. Te dejaré solo a los hombres que quieran seguirte y volverás a Castilville con ellos, la cuarta parte se unirán a Richard y a Rómulo y para el resto elegiré otro comandante. Tu cargo está a disposición de quien se crea merecedor.
—Gerald.
—Hay otro asunto, las expediciones al nuevo continente han tenido sus bajas, los hostiles han sido bastante agresivos y hemos sufrido bajas. Te unirás a ellos en la próxima embarcación.
—¿Al menos intentó tratar a los "hostiles" civilizadamente?
—Tú vas a venir a hablarme de ser civilizado —dijo el rey soltando una carcajada— ¡Richard!
—¿Sí, señor? —dijo entrando el soldado.
—Richard —dijo el rey con una voz autoritaria—. No casaré a este hombre con ese rostro, deja de golpearlo.
—No se sorprenda mi rey por el resultado de mis hombres —dijo Tarikan entre dientes mientras era agarrado por el soldado.
—Sí, señor —dijo Richard bajando su cabeza y salió de allí con Tarikan en sus manos— ¿Por qué mierda no te curas como siempre lo has hecho en batalla?
—Disfrutaré ahora que no puedes golpearme —río Tarikan mirándolo, pero Richard enfureció más y con su mano empuñada le golpeó el estómago dejándolo sin aire. El duque otra vez cayó de rodillas.
—Dijo rostro, así que no te alegres tanto. Ahora muévete —dijo jalándolo del brazo izquierdo para llevarlo una vez más a las celdas.
Increíblemente, muchas de las personas justificaron sus actos, incluso hubo algunas que pensaron que Tarikan no fue el responsable del incendio o que estaba haciendo algún hechizo que se salió de su control. Obviamente, para el castillo que ya conocían al hechicero sabían muy bien que él era capaz de muchas cosas.
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A los pocos días, el ejército de las serpientes de cola plateada, que había llegado a la capital con el duque, fue reunido en los jardines traseros. El sol había sido cubierto por un extenso manto de nubes pasajeras, tiñendo el lugar un tanto sombrío, de colores blancos y grises.
Caleb y Sebastián estaban entre las primeras filas, esperando alguna noticia de su hombre, no era algo nuevo para ellos, y de hecho si aparecía un poco golpeado no le sorprendería, pero lejos lo que había hecho era grave.
La noticia se había propagado por la capital, las personas creyentes rápidamente se pusieron en contra de todas las acciones del duque y se habían aglomerado en la entrada del castillo pidiendo un castigo justo. Para el rey, no era de situación pública, más de una vez había tapado todos los problemas que había hecho aquel hombre y a pesar de la gravedad, esta no sería la excepción.
El rey se había tomado a pecho las palabras de su hombre y allí, mirando a todos los soldados de armadura plateada con capas azules, estiró su mano hacia un costado y sacó a Tarikan amarrado de pies y manos para mostrárselos a sus soldados.
—Oh hijo de puta —soltó Merlín, que estaba en la tercera fila. No estaba molesto con Richard o con la corona, sino con el mismo duque—. Lo golpearé, ni que se presente frente a mí.
—Guarda silencio Merlín —dijo Caleb.
—Van a escucharte.
—¿Y qué?, ¿qué podrían perder? Que ese infeliz retrasara aún más nuestro regreso ya es suficiente.
—Ahora que lo pienso, quizás tomará las cosas con más calma con una esposa a su lado.
—Nuestro rey ha tomado el cargo de su comandante a disposición —dijo Richard sobre su caballo y poco a poco los soldados pusieron su atención en él—. Les recuerdo la gravedad y faltas que su Señor ha dejado en claro y todos estamos en conocimiento de aquello.
Tarikan no mostró vergüenza y no bajó el rostro. Observó a Richard como se iba moviendo entre sus hombres. El duque confiaba en cada uno de ellos y ellos en él, el rey no iba a obtener que lo que buscaba, eran más fieles al hombre esposado con ropa sucia y herido que a la misma corona.
Cuando Richard mencionó estar agradecido de aceptar alguno de los hombres en el ejército real no obtuvo respuesta y cuando mencionó que el duque perdería el título se llevó otra sorpresa más.
—Cualquiera que quiera acompañar al duque lo puede hacer, mientras tanto el resto será asignado a otro comandante. Elijan seguir siendo soldados o simples vasallos.
Escuchando aquello, Tarikan volteó a mirar al rey, con una leve sonrisa le dio la espalda a sus hombres y el acero pronto comenzó a sonar.
Merlín fue el primero en soltar su pectoral y tirarlo al suelo, luego todos comenzaron a hacer lo mismo, no hubo uno solo que mantuvo su armadura puesta en su cuerpo.
—Lo mismo ocurrirá en Castilville mi rey —dijo Tarikan.
Gerald no podía decidir lo que realmente quería, ordenar la ejecución de todos era perder más de 6 mil hombres y el mejor ejército mágico que tenía su reino. Lo que había dicho Tarikan en su oficina era cierto, sus hombres lo amaban más que el miedo a ser ejecutados y una vez más la rebeldía disfrazada en aquel hombre salía a la luz.
—¡Son una vergüenza! Ustedes le deben lealtad a la corona, no a un hombre que viene de la basura.
—El rey no fue quien nos salvó de nuestra miseria —dijo un hombre a sus espaldas.
—Yo te voy a dar tu maldita salvación —agregó Richard desenvainando su espada.
—General —dijo el rey deteniéndolo.
—Señor —dijo uno de los consejeros—. No podemos dejar que Tarikan se salga con la suya, si los soldados no lo dejarán, al menos limite la libertad que tiene.
—Eso es cierto, mi rey, los ingresos serían buenos para la capital.
El rey pensó unos segundos mientras miraba a los soldados, luego de unos minutos se puso de pie con el ceño fruncido y todos guardaron silencio.
—He tomado otra decisión, el duque Tarikan mantendrá sus títulos, pero durante un año estará encerrado en su ducado sin una sola opción de salir. No hay expediciones, ni participaciones fuera de su tierra, se le congelará las contribuciones y además de eso será el responsable de construir tres iglesias con los fondos propios del ducado.
La sangre de Richard hirvió de una manera extrema, si fuera un volcán este se hubiera visto hacer erupción. Con su rostro enrojecido, su mandíbula se tensó a tal punto que incluso su caballo sintió la energía negativa, para dar un gran relincho, sacudió sus patas delanteras con la tierra.
Más tarde ese día se comentó entre los consejeros y los reyes las cosas que habían ocurrido. Era de esperar que el rey volviera a perdonarle la vida con facilidad, los problemas que hacía el duque no eran suficientes como para perder a un gran mago. Después de todo, Richard solo necesitaba volver a usar aquel objeto para tenerlo bajo control.
—Tarikan es un maldito —dijo el rey mirando a sus consejeros—. Pero sus hombres lo aman y no perderé un ejército tan grande por su culpa.
—Debió ejecutar a algún soldado, quizás así se sentirían intimidados y aceptarían servir a otro señor.
—Eso no solucionaría nada.
—Ya lo decidí, tomen control de las finanzas de Tarikan, ganará lo que le dé el ducado, pero su riqueza será congelada.
—Sí, Señor.
—Avísenle al marqués Tristán que prepare la cena de ceremonia. El duque no se irá de la capital sin esposa.
—Enseguida Señor.
Richard no dijo nada después de eso, hundiéndose en sus pensamientos, recordó el día que había visto al muchacho por primera vez. El duque Ragnur lo trajo cuando tenía casi diez años, en ese entonces solo era un hechicero muy básico y un soldado principiante. Inocente, inofensivo y vulnerable, pero jamás borró esa mirada llena de valentía y ganas de vivir.
Un escalofrío llegó a su cuerpo cuando recordó los años posteriores a su llegada al reino.
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A los días después de aquello, Tarikan fue liberado y sus soldados lo recibieron calmadamente. No era primera vez que Tarikan pasaba unos días en los calabozos, pero era la primera vez que a Richard se le pasará la mano.
—Déjame verte —dijo Merlín acercándose a él en cuanto entró en la tienda.
—Merlín no hagas... —dijo Sebastián, pero el hombre no sé, aguantó y le dio un fuerte golpe en el rostro al duque.
—¡Para la otra nos involucras maldito seas! —dijo enojado. Merlín era grande y corpulento que parecía ser más fuerte que el propio duque.
—Envidioso —dijo Tarikan poniéndose de pie con la ayuda de Caleb—. Pero el trato del rey sería muy diferente si se tratará de ustedes.
—¡Eres un idiota!
—Siempre lo he sido —dijo el duque riéndose mientras limpio su labio inferior que volvía a sangrar.
—Les diré a los hombres que busquen un caballo —dijo Sebastián caminando a la salida—. Después de que alimentes a Siri podrás recuperarte bien.
—No necesita esa serpiente —dijo Merlín agarrándole la cara y mirándolo.
—Espera nomás que esté recuperado —gruñó Tarikan por la brusquedad de su hombre.
—Te ves horrendo —dijo soltándolo y enseguida recitó unas palabras suavemente. Sus manos se iluminaron, pasándola cerca del duque las heridas en su rostro y la que él había hecho comenzó a cerrarse lentamente.
—Deberías hacerlo en menos de cinco minutos —gruñó Tarikan mientras lo observaba.
Merlín era el más apto para ser el sucesor de magia, ya que su afinidad con ella hizo que hasta el día de hoy él fuera el siguiente mago más fuerte después del duque.
—Hijo de tu maldita madre, solo ábrete la camisa.
—Me haces sentir conmovido... Mer-lín —dijo Tarikan deletreando su nombre, a pesar de sus heridas y su magullado cuerpo, no dejó de poner su atención en el hombre que lo curaba concentrado en hacerlo enojar.
—Tarikan —dijo Caleb acercándose.
En cuanto el duque terminó de desabrochar su camisa, su torso quedó al descubierto y los abusos del general Richard quedaron a simple vista.
—Ese maldito —Merlín volvió a enfurecerse.
Contusiones de distintos colores se extendían por el estómago y parte del pectoral, si no hubiera sido por los guanteletes que tenía Richard, Tarikan no hubiera estado tan magullado, pero el soldado real ni siquiera le importó sacarse la armadura que cubría sus puños.
—El bastardo me las va a pagar —soltó el duque dejando su humor de lado, con aquellas palabras sus hombres relajaron un poco su expresión, pero estaban furiosos con el general y sus soldados. Algo que no olvidarían con facilidad.
—¿Qué harás?
—¿Con Richard? Nada en la capital, pero una vez fuera será carne molida.
—¿Y lo que firmaste? —preguntó Caleb.
—¿Saben que es más preciado para Tristán aparte de su esposa y el marquesado?
—¿Su hija? —preguntó Merlín—. Te casarás con la puta mayor.
—Exacto, ¿no es la hija del marqués la menor de las tres? —preguntó Caleb.
—Léelo —dijo el duque sacando un documento entre su ropa. Caleb la tomó entre sus manos y comenzó rápidamente a leer el papel que contenía la firma del duque—. En ningún lado sale cuál de todas las hijas del marqués desposaré. Sería una pena que los planes de su padre y del rey fueran cambiados solo por haber evitado escribir un detalle.
—Eres un maldito —soltó Merlín con una sonrisa—. Tristán llorará sin duda alguna.
—Sí... —dijo Tarikan.
No lamentaría el hecho, conocía a la mujer, incluso parte de él podía asumir que le gustaba llevarle la contraria, aquello sería bastante divertido cuando el marqués se dé cuenta de que no será su hija mayor quien será llevada por él.
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