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20.-Todo debe arder

Tarikan había reprimido sus sentimientos, aún no se detenía a pensar en todo lo que había escuchado y lo que habían hecho con él. Había sido engañado por la persona que él hasta ese momento creía que no podían dañarlo más, pero era un tonto y no podía aún tragarse la idea de tener que desposar a la hija mayor de Tristán.

Su cuerpo se movió por sí solo actuando como si nada ocurría, de hecho, hasta el marqués se extrañó de la actitud del hombre, pensando que se negaría en un principio a ir por los documentos y se asombró que incluso ayudará a su hija Aynoa, pero cuando Tarikan bajó de su caballo en la torre donde se quedaban, miró hacia su cima y no pudo seguir reprimiendo lo que sentía. Sus hombres a sus espaldas comentaron el hecho, enojados no podían creer lo que había ocurrido, Sebastián fue el único que dijo que aquello lo venía venir hace tiempo, pero Tarikan no escuchó nada.

Sumido en sus pensamientos, asumió que esta vez no escaparía del matrimonio y una idea se le vino a la mente, al menos elegiría él a su esposa y no les daría todo el gusto a los responsables de planear todo esto.

—Abandonad la torre —dijo con una voz ronca. Sus soldados guardaron silencio al escucharlo, era una orden donde nada de lo que vendría sería bueno.

—Duque, ¿qué hará? —preguntó Caleb acercándose a él.

Una sombra negra cubrió el rostro del hechicero, sus manos apretadas fuertemente tenían solo un deseo en su interior. Mientras sus ojos se fijaban en un objetivo, la vena en su cuello apareció y sonrió mientras sus soldados se aterraban detrás de él.

—Lo quemaré todo...

—Tarikan... piensa antes de... —dijo Sebastián, pero el duque no escuchó a ninguno.

Entró en la torre y a sus soldados no les quedó nada más que seguirlo, Sebastián no esperó convencerlo, sino que rápidamente dio órdenes de abandonar la torre. Por otro lado, Caleb siguió al duque tratando de persuadir sus intenciones.

—La torre tiene mil años Tarikan, no puedes destruirla, ¿qué dirá el rey, la iglesia?, ¿qué dirá la gente? Perderás el poco apoyo que tienes en la capital

—No me importa, asumo las consecuencias

—¡MIERDA TARIKAN! No estás pensando con claridad —dijo Caleb, pero rápidamente fue agarrado del cuello y empujado hacia una pared.

—La iglesia llorará unos libros, la corona unos bloques en ruina y la gente simplemente no le importará una vieja y mal cuidada torre. —El duque acerco su rostro a su soldado y aunque su voz salió con tranquilidad, sus ojos parecían los de una bestia a punto de estallar.

—Te van a encerrar

—Golpear, humillar, y volverán a tratar de domarme, pero ¿no crees que ya debería estar acostumbrado a eso? Soy muy valioso para la corona, aunque digan que soy reemplazable, así que ahora —dijo soltando a su hombre—. Sal de este lugar, no me voy a contener

Caleb, esta vez guardo silencio, observo al hombre dibujar una sonrisa en su rostro mientras levantaba su mano y fijaba sus ojos en él. Un remolino naranjo, amarillo, y rojo comenzó a posarse en su mano. El fuego consumirá todo.

Diez minutos exactos pasaron cuando la primera explosión quebró los vidrios del octavo piso, el fuego salió violentamente mientras la gente y los soldados miraron desde los jardines. Caleb alcanzó salir de allí justo cuando los vidrios se rompieron, fuera ya estaba todos resguardados.

El sonido llamó enseguida la atención de las personas que permanecían en los alrededores, como si de un trueno se tratara. La fiesta de Sophia había terminado, pero muchos carruajes aún estaban en la entrada para ver cómo el fuego a lo lejos consumía la gran torre que por años había permanecido allí.

Tarikan no tuvo la mínima intención de salvar nada, no solo la infraestructura sería un dolor para la capital, sino también los libros de magia que había, libros que había sacado del monasterio y que sin duda la iglesia también estaría dolida. Todo cubriéndose de un fuego intenso, y arrasando sin problema los otros pisos.

Los pocos intentos de la gente de apaciguar las llamas resultaron infructuosos, la noche sería recordado por sus soldados como el día en que la realeza junto con la iglesia engaño al mayor hechicero que tenía el reino, sin miedo a nada.

—Tarikan... —susurró Caleb al verlo salir. Su mirada inexpresiva e imperturbable no cambio en absoluto.

—Estaré cerca del río.

—¿Qué?

—Dile a la guardia real que busque allí, seguramente vendrán por mí.

El duque había asumido las consecuencias de sus acciones mucho antes de entrar a la torre, y sin problemas esperó a la guardia real que viniera a esposarlo y llevarlo directamente a los calabozos del castillo real.

Dos horas tardó Richard en llegar con la orden y tomar prisionero al duque, con la firma del rey lo llevó sin ningún tipo de respeto.

Los soldados rápidamente llegaron al castillo y entrando por la parte de atrás, llevaron al duque entre los pasadizos hasta llegar a una gran habitación oscura. Una vez dentro, los soldados empujaron a Tarikan hacia el frente de forma violenta.

El hombre cayó de rodillas, pero en cuanto levantó la mirada desde el suelo, Richard, que estaba allí de pie frente a él, le propinó una patada en la cara.

—Argg... —se quejó llevando sus manos al rostro.

—No digas nada pedazo de escoria —dijo Richard y luego escupió al suelo.

—¡Maldito infeliz! No puedo creer que destruyeras toda la torre, no sabes cuantos años estuvo esa edificación allí —dijo un hombre con traje rojo que demostraba ser uno de los consejeros del gabinete del rey. Entró con rapidez, fulminando con la mirada al hechicero.

—Yo me encargo —dijo el general.

—El rey no quiere verlo, mantéenlo en prisión hasta que se haga un juicio. Y tú —dijo girándose a ver al duque—. Con esto has sobrepasado todo lo que has hecho. Me alegraré cuando vuelvas a ser un maldito vagabundo, no podrás mantener tus títulos—agregó saliendo mientras golpeaba sus pies contra la puerta.

En cuanto el hombre salió, Richard se movió rápidamente contra el duque y lo agarró del cuello de la ropa.

—Voy a disfrutar esto —dijo acercando su rostro al de él—. Saca a tu maldito demonio y serás hombre muerto.

Tarikan no dijo nada, ya había asumido desde mucho antes lo que tendría que vivir a manos del general. Podía sacar a su serpiente, pero había gastado su energía mágica para destruir la torre, por lo tanto, lo poco que le quedaba era solo para mantenerse protegido de las acciones de Richard.

—Despójenlo de su armamento y vestimenta. Dentro de la celda, no es más que otro prisionero

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Más tarde Tarikan abrió los ojos encontrándose entre la oscuridad, una leve luz brillaba débilmente entre la penumbra. De forma letárgica, parpadeó varias veces antes de recordar las cosas que habían ocurrido, pero no tenía la menor idea de cómo había llegado allí. Al moverse para intentar sentarse el dolor en todo su cuerpo lo anclaron a la realidad.

—Siri —susurró al sentir el ruido de ella. La serpiente en su inconsciencia había salido para protegerlo y estaba enroscada sobre su estómago—. Buena chica... muéstrame que pasó.

Cómo había pasado anteriormente, Siri se fue difuminando en una nube y delante de Tarikan imágenes del pasado comenzaron a mostrarse, junto con ello la paliza que le dio Richard y los demás soldados.

—Así que así es como paso —dijo volviendo a recostarse.

Miró el cielo oscuro pensando en las cosas que habían ocurrido y las cosas que iban a pasar. La negación del matrimonio aún estaba presente, y mientras más lo pensaba más sentía que terminaría matando a cualquiera que sea su futura esposa. No podía tener peor suerte que desposar a una de las hijas del marqués.

Tarikan trató de no moverse de la posición en la que estaba, le ardía todo el pecho, el labio inferior izquierdo lo tenía hinchado e incluso sus dedos ardían. Estaba muy cansado como para que Siri volviera a su interior y mucho menos intentar curar su malherido cuerpo.

—¿Me lo merezco? —susurró en voz baja.

Quizás esta vez si se lo merecía, quemar la torre lo había hecho solo para ir en contra de la corona y con las ganas de provocar dolor, enojo y frustración de todas las personas que lo traicionaron. A pesar de eso, muchas de las cosas que había vivido habían sido crueles, desde pequeño hasta que se hizo un hechicero de alto nivel tuvo que soportar cosas que no merecía.

Lentamente, llegó a su mente la imagen de la mujer, odiaba al marqués y a toda su familia, pero con el rostro de ella la idea ya no parecía tan mala.

—Aynoa... —dijo y lentamente dibujo una sonrisa.

Siri enseguida siseo fuerte lanzando un ataque a su barbilla que apenas lo rozo, el duque soltó una pequeña risita en la oscuridad.

—Tranquila, no he bajado la guardia. —Su sonrisa no duró mucho fijando sus ojos en el cielo, apretó los dientes hasta que su rostro se oscureció y sus labios temblaron—. Cuando aquel día llegue, los mataré a todos Siri, los asesinaré uno por uno...

Diez días en completa oscuridad y soledad.

**************************

A los pocos días transcurrido, las puertas de los subterráneos se abrieron y la Reina junto con sus mujeres y dos guardias la acompañaron hasta las celdas de los prisioneros.

—Aguarden allí —les ordenó mientras se fue haciendo paso por los pasillos.

Anteriormente, ya le habían dicho dónde encontraría al duque y era exactamente dónde se dirigía.

—Tarikan —dijo la reina acercándose a una de las celdas.

—¿Viene a disculparse acaso? —La voz del hombre sonó suavemente por el lugar, entre la penumbra, la reina no lo podía ver, solo escuchar cómo se iba moviendo dentro de aquellos muros.

—No, te dije que no hicieras algo estúpido, ¿por qué de igual manera lo hiciste?

—¿Era una orden?

—No —dijo ella soltando un suspiro, entonces llevó sus manos a tomar los barrotes y lamentó lo que había hecho, pero aun así era la Reina, no podía mostrar arrepentimiento—. Lo hice por tu bien, si no lo hubiera hecho tú...

En cuanto dijo aquellas palabras, Tarikan de la nada apareció frente a ella, paso su brazo por los barrotes y la aprisionó fuertemente contra ellos.

—¿Sabe cuántos hechos inhumanos han sido justificados por esas palabras? —dijo entre dientes.

La Reina nunca había visto a Tarikan tan molesto con ella, lo que hizo enseguida la dejó atónita.

—¡Mi Reina! —gritó una de sus mujeres y los soldados enseguida se acercaron.

—¡Abran la celda! ¡AHORA! —gritó un hombre que se acercaba tratando de abrir.

—Yo... nunca voy a olvidar lo que ha hecho —le dijo Tarikan, sus ojos de mirada filosa clavaron en la conciencia de la mujer.

Los soldados enseguida entraron y tomándolo de los brazos lo alejaron de los barrotes para luego golpear su estómago y dejarlo arrodillado en el suelo.

—¿Te hubiera gustado casarte con la hija de Mormónt? —dijo la reina y enseguida dio la orden de soltarlo.

—Mi reina usted no puede... —dijo un soldado señalando su suavidad con el hombre, pero la reina lo hizo callar rápidamente.

—Tarikan si te lo hubiera dicho con palabras te hubieras negado.

—Siempre me he negado a sus peticiones —dijo poniéndose de pie— ¿Cuántas de esas peticiones no he cumplido? Me ha visto crecer desde niño como para saber cuántas órdenes he pasado por alto, ¿puede contar alguna?

La reina no dijo nada, lo observó unos segundos antes de voltear y salir de allí. Fuera volvió a girarse para verlo, mojo sus labios lentamente cuando ambos cruzaron miradas.

—A mis ojos, sigues siendo un niño, y aunque ahora estás golpeado y eres arrogante, sigues pareciéndome tan adorable, hermoso, pero esta vez no puedo dejar pasar lo que hiciste —agregó y dio unos pasos para marcharse.

—Y usted sabe perfectamente que lo que hizo no lo voy a perdonar —dijo él, deteniéndola justo fuera de su celda, pero tardó solo unos segundos en volver a caminar, dejándolo solo.

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