19.- Traición
—¿Por qué la pequeña marquesa está interesada en ti? —preguntó Caleb mientras el duque observaba por la ventana a la invitada que se marchaba en su carruaje.
—Léela, no me importa —dijo apuntando a la carta arrugada sobre su escritorio.
El sonido del papel llenó la habitación mientras que el duque se acercaba a los sirvientes para ser vestido. Caleb también había sido uno de los sobrevivientes de aquel fatídico día con Tristán, pero era uno de los hombres que guardaba la compostura, al menos delante de los demás, a pesar de que también llevaba rencor contra el marqués.
—Al parecer la marquesa Sophia está buscando pretendientes para sus hijas, seguramente buscarán alguien con la fortuna necesaria que pueda ayudar a levantar Abeul.
—No me extraña, pero ¿cómo estarán buscando esposa si apenas podrían pagar él dote?
—Seguramente hablará con el rey, pero es absurdo que pague el dote y después el marido tenga que poner las finanzas hacia Abeul. Al menos sus hijas son bellas, ¿No? —preguntó Caleb mientras no dejaba de leer la carta.
—No me interesa, haz que los hombres se preparen, iré al castillo real y partiré en una hora, pero no le digas a Merlín, iremos sin él.
—Entiendo entonces, ¿ya tiene el castigo que nos dará por Abeul?
—Supongo que sí, ya me han vuelto a llamar.
Merlín era bastante parecido a Tarikan, pero a diferencia de él era que siempre se tomaba todo personal, tenía poco temperamento y podía muy bien perder los estribos si no le agradaba lo que el rey iba a dictar. Por esta vez el duque prefirió excluirlo de su visita al castillo.
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Aynoa llegó directo a unirse a la fiesta, saludando con elegancia a los invitados que estaban en los jardines, tomó una copa de vino y la bebió hasta el fondo antes de darse cuenta de la mirada de Sophia que la observaba desde el otro extremo del jardín.
—Aynoa —dijo Mariam acercándose junto a un grupo de hombres—. Te presento a los condes de la capital, señor Arthur es dueño de las mejores tiendas de tela, el señor Liam es dueño de dos tiendas de joyas, las más grandes de la capital y el señor Rusel maneja la transportación del cobre.
—Un gusto conocerlos —contestó ella bajando su cabeza con elegancia.
—Señores, ella es mi hermana pequeña, es la hija del primer matrimonio del marqués Tristán, es lamentable que no haya heredado más de la madre, pero lo que carece de belleza, mi hermana lo tiene de actitud, ¿no cierto Aynoa?
—¿Qué es lo que le gusta, señorita?
—¿Mi leidy sabe cabalgar? —preguntó el conde Arthur, un hombre de pelo negro con un bigote finamente cortado, era alto y delgado, con una manzana de Adán bastante pronunciada.
—Solo un poco, al menos aún no me han tirado al suelo —contestó ella y logró que los condes soltaran una pequeña risa de simpatía.
—Podríamos ver las piletas, ¿no? —dijo Mariam apuntando hacia ellas, el jardín tenía tres grandes piletas que muchas veces era el centro de atención.
Lo que Mariam había intentado hacer no lo logró, los condes ignoraron su propuesta y continuaron haciéndole preguntas a su joven hermana.
—¿Qué prefería, los jardines o los salones?
—¿Para qué específicamente señor? Si se refiere a los bailes, obviamente elijo los salones, son iluminados y la música se puede escuchar en todos sus rincones, pero si habla de una cena o un té, me agrada más el aire libre.
—No hay nada como disfrutar algo cotidiano junto a la naturaleza —dijo el conde Liam, sus ojos verdes se fijaron en los ojos de Aynoa mientras le regalo una sonrisa de aprobación.
—Aynoa, creo que madre te está llamando. Sería una pena dejar a la marquesa esperando.
Aynoa miró a Sophia y ella la observaba aún, supuso que Mariam ya no la quería allí y después de todo tenía un plan que llevar en marcha.
—Es cierto, me disculparán, señores —dijo bajando la cabeza para dirigirse hacia su madrastra.
—Espero poder volver a verla —dijo el conde Liam respondiendo a su despedida.
Aynoa caminó hacia Sophia y de camino sacó dos bollos de dulce de leche para echárselo a la boca. Parecía no asumir realmente las cosas que había hecho, su rostro relajado demostraba su confianza en sí misma.
—Aynoa —dijo su madrastra en cuanto se acercó, ella también estaba con un grupo de mujeres, pero se apartó de ellas para recibirla.
—Sophia es un hermoso...
—¿Dónde está? —le preguntó interrumpiéndola y enseguida le agarró el brazo bruscamente, el dulce que traía cayó al pasto seguido por la mirada de Aynoa.
—¿Quién?
—No te hagas la estúpida. Dijiste que el duque estaría aquí, la fiesta ya ha comenzado hace dos horas y aún no lo he visto llegar.
—No lo sé Sophia, quizás está... —dijo tratando de buscar una excusa adecuada y recordó que su padre hoy llegaría tarde a la fiesta, ya que estaba con el rey—. Quizás también fue llamado por el rey, seguramente llegará con el marqués.
Sophia pareció creerle, era una buena causa para que el duque no estuviera y así como Tristán recibió hoy la carta del rey, posiblemente con el duque ocurrió lo mismo.
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Los pasos sonaron por los pasillos reales, la armadura siempre crujía cada vez que caminaban por aquel lugar y eso era porque el castillo era tan grande que el mínimo sonido se podía percibir haciendo eco en cada rincón.
Los guardias de las puertas la abrieron enseguida y Tarikan entró junto a sus hombres al gran salón dónde se habían reunido los consejeros, los obispos representando la iglesia y Richard resguardando a un lado del rey.
—Mi rey —dijo el duque saludando mientras bajaba su cabeza y hacía una leve reverencia, lo mismo hicieron sus acompañantes.
—Tarikan, me alegra que hayas venido con rapidez
—No es como si pudiera estar lejos de usted —contestó el hombre, pero el rey solo lo miró.
Tarikan hizo evidente que, por orden del mismo rey Gerald, no podía moverse de la capital. Su humor tan impropio hizo que las miradas de los presentes se centraran en el mientras negaban con la cabeza.
—¿Has tenido información de tus escuadras?
—Solo información de ubicación, pero nada certero de lo que haya espantado a la arpía.
—Bien, avísame en cuanto sepas algo —dijo el rey levantando la mano y uno de los consejeros se puso de pie con un pergamino en la mano.
—Veo que ya tiene mi castigo.
—Por orden de su majestad, el rey, el duque Tarikan de Castilville, está obligado a pagar tres coronas de oro a la capital, construirás el monasterio del santo Herréis en las alturas del monte Leras y comenzará una vida bajo la mano de Dios.
—¿Qué significa eso? —río Tarikan mientras observaba a los obispos al lado derecho del salón.
—Que asistirá a misa todos los días santos, y se apegará a las leyes que rige la iglesia católica, también tendrá... —dijo el obispo, pero la reina enseguida lo silencio poniéndose de pie y caminando hacia el duque.
—Firma esto Tarikan —dijo ella acercándose con dos papeles dorados, el escudo real estaba allí junto con la firma del rey.
Mirándolo con una leve sonrisa de amabilidad, puso las hojas en una mesa, el lugar en seguida quedó en silencio mientras toda la atención se los llevaba la reina.
—No firmaré sin saber —soltó Tarikan en voz baja.
—Está escrito solamente lo que acaban de decirte, los pagos se harán en un mes, pero lo que tiene que ver con la iglesia será aquí o a dónde vayas. En el ducado habrá un sacerdote esperándote e irán a buscarte cada día santo si no te presentas voluntariamente.
—¿De verdad cree usted que tengo salvación? —dijo el duque susurrándole a la reina, ella solo apretó los labios mientras él sacó uno de los documentos y los comenzó a leer.
—Cualquier alma puede ser salvada, aunque sea una tan oscura y maldita como la tuya— dijo otro obispo.
Tarikan giró a mirarle y soltó un siseo entre dientes, recordándole al hombre la serpiente que vivía dentro de él.
—Firma Tarikan, no tenemos todo el tiempo —dijo el rey.
—¿Qué es esa presión que siento? —dijo sacando sus ojos del papel y lentamente los llevó hacia la reina que aún estaba frente a él— ¿Podemos decir que aquí está en juego mi confianza? —agregó en voz baja solo para que ella escuchase, pero la reina lo ignoró.
—Marqués Tristán, acérquese —dijo ella mirando sin ser intimidada por el duque—. Tarikan vas a pagar para la construcción de Abeul.
El duque no cambió su semblante, mostrándose serio, creyó que aquello era la otra parte que faltaba como la sorpresa y lo que ocultaba la corona, de hecho soltó un leve suspiro pensando que no era tan grave.
Tarikan leyó ambos documentos que eran exactamente iguales, el salón se llenó de murmullos de todos los espectadores mientras el hombre se tomó su tiempo. Luego de leerla y releerla, agarró la pluma, untándola en tinta y lentamente miró a la reina frente a él. La tinta escurrió por la mesa mientras él continuó moviendo la pluma de arriba hacia abajo con rapidez, para luego firmar con lentitud.
En cuanto lo hizo, la reina tomó los documentos y lamentó lo que iba a hacer. Despegando uno de los bordes de una de ellas, le dio el perfil al duque y sacó una tercera hoja con la firma de él, fresca y recién hecha. Una parte del duque se trizó en ese mismo momento.
El asombro se escuchó de los hombres de Tarikan que observaban en silencio, pero aquel acto fue una traición hacia su comandante de parte de la corona. Una hoja firmada sin ser leída, usando el método más bajo de pegar una hoja a base de arroz sobre la original.
Tarikan no dijo nada, abrió grande los ojos y observó a la reina, aquello sin duda no se lo esperaba de parte de ella. Había imaginado que agregaría algo como "pagar lo destruido en Abeul" pero nada más que estuviera firmado con su puño y letra.
—Te casarás con la hija mayor del marqués y con eso vivirás bajo la sombra de la iglesia... —dijo ella volteado y dándole la espalda.
—No puede hacerme esto...
—Tarikan, esto te ayudará a estar más cerca de Dios y cumplir con la iglesia —dijo Gerald.
—¡Estoy condenado a servirles por cuarenta años! —dijo dando unos pasos hacia los escalones, los guardias y Richard enseguida se interpusieron entre el hechicero y el rey. Lentamente, también la reina fue escoltada hacia un costado— ¡No pueden condenarme a otra cosa!
—La decisión ya está tomada, y has firmado los documentos... —dijo uno de los consejeros.
—¡A BASE DE ENGAÑOS! ¡DESPUÉS DE TODOS ESTOS AÑOS SIRVIÉNDOLES!
—Duque Tarikan guarda silencio —dijo el rey.
—¡Respeta a nuestros reyes! —le dijo el marqués. Parecía disfrutar lo que estaba ocurriendo.
—No creas que me quedaré con los brazos cruzados —agregó el duque mirando a Tristán, una palabra más del marqués y Tarikan se iría en contra él.
No comprendía la situación, ¿cómo el rey sabiendo su relación que tenía con el marqués lo obligaba a tomar a una de sus hijas?
—No hay nada que puedas hacer —agregó Tristán.
—¡Hijo de tu grandísima...!
—¡UNA PALABRA MÁS Y TE MANDARÉ A LOS CALABOZOS, DEJARAS DE SER DUQUE! — El rey no aceptó otra palabra de Tarikan, se puso de pie furioso y lo miró con ojos estrechados mientras que toda la audiencia bajó la cabeza con excepción el duque.
—No puedes... —volvió a decir entre dientes fijando sus ojos en el rey.
Sus hombres enseguida pusieron sus manos en sus hombros para detenerlo, ya que sin importar nada siguió acercándose al rey. Agitado el duque estaba perdiendo la cordura delante de los reyes y eso no lo hacía pensar con claridad. El tatuaje en su cuello comenzó a arder y a quemarle la piel, él tenía prohibido bajo un hechizo dañar a la corona, pero aquello no le importó. A vista de todos, la piel del duque comenzó a mostrarse rojiza, evidenciando su intención negativa a la corona. No era lealtad.
—Sal de mi vista —dijo el rey volviendo a sentarse en el trono, en su rostro se veía su malestar—. Acompaña al marqués, te entregará los documentos que tienes que firmar y pobre de ti que vuelvas a perder la cabeza. Te prohíbo que dañes a alguien en estos días, aunque sea una criada, te daré severas consecuencias si desobedeces.
Tarikan no volvió a llevar sus ojos hacia los reyes, sacando bruscamente las manos de sus soldados, volteó hacia la puerta sin decir una sola palabra más, reprimiendo todo lo que sentía.
—Tarikan —susurró Caleb mientras todos caminaban hacia el exterior por el pasillo, pero él no volteó ni una sola vez.
Cuando salieron del castillo, la noche ya había caído, el marqués no tardó en acercarse al grupo que estaba por salir del lugar a caballo, solo por su presencia los soldados de Tarikan guardaron cualquier tipo de comentarios y opiniones que tenían sobre lo sucedido. Parecía que Tristán no tomaba en serio la gravedad del engaño que había recibido el duque y al ver que no cambió su semblante al salir, relajó su cuerpo y se dio el permiso para hablar sin problemas.
—Mi hija le hará bien duque, tener una esposa no es la gran cosa, cásese con ella y verá que no hace tanto la diferencia de lo que está acostumbrado a vivir —dijo Tristán llevando su caballo cerca del corcel que montaba Tarikan.
El duque solo escuchó palabras absurdas, en otra situación se hubiera asombrado del trato que le estaba dando el marqués, aquello era inusual, pero después de todo, si se tratara de la procedencia de la novia, su trato era justificado y un tanto "valiente"
—Mi hija mayor es tranquila y bastante obediente, ¿me daría unos días para ver el tema de la dote? A mí también me sorprendió la propuesta del rey, pero no pude negarme, sabe bien como quedó mi marquesado... usted es el más indicado, con toda la riqueza que Castilville tiene, no será problema, ¿no cree?
Tristán no se detuvo en trabar su lengua en ningún momento, continúo hablando todo el transcurso hasta el castillo que se le había asignado y donde estaba también su familia.
La fiesta de Sophia había finalizado hace poco, aún podían encontrarse muchos nobles terminando de conversar, pero la presencia de ambos se llevaría toda la atención de los que quedaban, por lo tanto, el marqués solo decidió pasar desapercibido. Llevó al duque hacia la puerta posterior para no molestar a los invitados.
—Quédense aquí —ordenó Tarikan a sus hombres y entró al jardín siguiendo al marqués.
Sus hombres lo observaron alejarse, estaba actuando relativamente normal y tranquilo, esa orden había sido la única palabra que había pronunciado, la verdad su actitud era para preocuparse.
—Maldita sea —dijo Sebastián—. No lo asesinará, ¿cierto?
—Se condenaría solo si lo hace —agregó Caleb bajando de su caballo para luego acariciar el cuello del animal.
—Debería haber dicho algo.
—No creo que aún se trague todo, ¿te imaginas? Volveremos a Castilville con una Georgely.
—Vomitaré antes de partir.
—Esto es tan estúpido —dijo Caleb llevando sus manos a refregar su rostro y su pelo— ¿Quién en su sano juicio permitiría esto?
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—Entre gran duque, iré rápidamente por esos documentos.
—No, esperaré aquí —dijo el hombre deteniéndose en los jardines a unos pasos de la entrada. No tardó en quedar solo entre la oscuridad de la noche.
El lugar donde estaba no era tan iluminado como el frontis del edificio, un ambiente tranquilo y hermoso había allí, pero Tarikan no lo veía así, sino algo tan desolador que aún luchaba por controlar los sentimientos y pensamientos que estaba ocultando.
El grito de una mujer lo sacó de su estado, haciéndolo saltar, miró hacia un costado y una mujer había caído al estanque mientras que otras damas se reían de ella. Aquella silueta, la forma en la que se puso de pie de forma brusca y poco afeminada, la reconoció lentamente.
—Oh, Aynoa —dijo el marqués llegando con los documentos—. Discúlpeme, duque.
El marqués no dudó en caminar hacia la fuente, el interés en su hija fue evidente para Tarikan que no sabía que aquella mujer era tan importante para el hombre que incluso lo abandonará en ese lugar.
—Aynoa, ¿por qué eres tan torpe muchacha? —dijo su padre llegando a ella para ayudarle a salir del agua.
—Marqués —dijo Gabriela—. Estábamos solo conversando cuando de repente se tropezó con sus propios pies.
—No se queden allí parados —dijo el marqués mirando a sus sirvientes—. Traigan abrigos y toallas para secarla, ¿dónde está Sophia?
—Uno de los sirvientes también tropezó y derramó vino en su vestido, subió a cambiarse, pero de allí no ha vuelto.
Claro que no, Aynoa se había encargado de que Sophia no tuviera vestidos, el cual cambiarse.
—Duque —dijo una de las mujeres bajando su cabeza y todos voltearon a ver al hombre que se había acercado.
—Duque de Castilville no sabía que iba a presentarse a la fiesta —dijo una dama acercándose a él.
Tarikan, que había visto la cercanía del marqués, ocultó sus intenciones una vez más y sin decir nada sacó el abrigo que cubría su espalda. Acercándose a la joven empapada lo dejó caer en sus hombros, luego agarró una de sus manos para ayudar a levantarla y sacarla del agua.
—Haberla lanzado al agua fue una buena idea, veo que le gusta hacerlo —le susurró en su oído mientras la sacaba.
Tarikan se apartó enseguida de su lado para que aquella acción no notará la atención especial que le había dado, pero nuevamente lo que hizo se hablaría entre las mujeres.
—No se tenía que preocupar.
—No me molesta —dijo él, luego bajó levemente su rostro anunciando su retirada—. Marqués.
—Tenga —dijo pasándole los documentos—. Estamos en contacto.
—No me verá en unos días, pero hablaremos pronto. Señoritas. —Despidiéndose, Tarikan bajó su rostro y marchó.
—Duque.
Mientras el hombre se perdía en la oscuridad de la noche, Aynoa vio su espalda alejarse mientras agarraba su abrigo y se envolvía en él, ¿Qué hacía el duque allí?, ¿Qué asuntos tenía con su padre?
No tardó en tener respuestas, ya que el marqués corrió rápidamente al interior del castillo y habló en voz alta.
—Tengo grandes noticias —dijo dejándola con los sirvientes y corrió rápidamente hacia el interior del edificio gritando a todo pulmón el nombre de la marquesa.
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