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17.-Vagabundo de poca clase


—Tarikan —dijo Sebastián tocando la puerta de la habitación.

No quería interrumpirlo, pero el duque se había encerrado por 5 días en la biblioteca de la torre y no había salido de allí. Sus hombres estaban acostumbrados a este tipo de comportamiento de su señor, ya que aquello significaba que se había puesto a estudiar algo que ni una cama cómoda, ni una tina de agua caliente lo sacarían de su concentración.

Por la noche, luces de colores se escapaba por el umbral de la puerta y por las ventanas que habían sido cubiertas por madera. Ni un mago, ni hechicero tenían comportamientos tan obsesivos como lo tenía Tarikan y eso hacía la diferencia de lo poderoso que se volvía cada vez que aprendía algo nuevo, él jamás dejaba de estudiar.

Cuánto Sebastián abrió la puerta se encontró con un desastre de proporciones mayores. Los libros estaban regados por todo el suelo, la mesa dada vuelta hacia una de las ventanas y había un gran círculo mágico en el suelo de color rojo con patrones minúsculos, pero contenían gran detalle. La oscuridad y el olor a polvo y cosas viejas hizo que se tapara la nariz.

—Mierda —susurró negando con la cabeza. Observó lentamente el lugar, pero la poca luz hacía que todo pareciera una cueva solitaria—. A fény most él —susurró cerrando sus ojos y levantando la palma de la mano derecha, enseguida una hermosa luz blanca surgió de ella iluminando el lugar.

El conde entró lentamente mirando cada rincón, pero lo único que veía eran libros y desorden, aun así, el padrón mágico que estaba en el suelo se veía claramente dibujado. Parecía un hechizo activado, por lo tanto, ni siquiera intentó pasar por encima, lo rodeo con cuidado dirigiéndose a la profundidad de la habitación hasta que escuchó el sicineo de la serpiente negra del duque.

—Siri no vengo a hacerte daño —dijo el soldado arrodillándose en el suelo. Sus ojos aún no encontraban a la serpiente entre toda la oscuridad.

Se mantuvo quieto y sin moverse, él conocía perfectamente aquel animal y no lo subestimaba, sabía que Siri podía cambiar el tamaño de su cuerpo, podía estar en cualquier sitio y no dudaría en atacarlo si lo veía como una amenaza.

—Tarikan tengo información importante del ducado —dijo girando su rostro para seguir buscándolo—. Mormónt tomó el castillo hace tres días, aludiendo tener derecho de cuidar tus tierras en tu ausencia. Además, menciona que has roto el pacto que tenías con él.

Mientras hablaba sin saber si realmente el duque estaba allí, debajo de una silla con más libros desparramados vio las escamas negras arrastrándose hacia el fondo de la habitación, si seguía a Siri podía encontrar donde estaba el cuerpo del loco hechicero.

—Tarikan, ¿me estás escuchando?

—Las malas noticias no son buenas para la primera hora de la mañana —dijo una voz baja y somnolienta.

—El medio día ya pasó y el almuerzo ya fue servido —dijo Sebastián levantándose y la luz de su mano se hizo más potente— ¿Pensé que esto solo lo harías en el ducado?

—Sería perder tiempo si fuera así —dijo Tarikan sentándose y apareciendo entre los libros—. La capital tiene libros que no puedo sacar de aquí

—¿Te los has robado?

—Robar sería si nadie supiera que los tengo, digamos que me permitieron llevarme algunos.

—¿Llamas a esto algunos? Dios, Tarikan volverás a meterte en problemas, la iglesia ya te tiene en la mira, ¿por qué robas sus libros?

—Ya te lo dije, no es robar, pedí permiso antes de traerlos.

—¿Le preguntaste al obispo, al rey?

—Lamentablemente, no estaban, pero el que cuida la iglesia cuenta como responsable.

—Oh... si eres un idiota.

—Amas a este idiota.

—Cállate, ¿has escuchado lo que dije? —preguntó el conde acercándose e iluminando aquel rincón—. Te ves horrible —agregó al verlo.

El duque tenía el pelo revuelto por todos lados, ojeras oscuras tatuadas bajó sus ojos y una ropa completamente arrugada y llena de polvo. Cualquier persona que no lo conociera, fácilmente lo hubiera confundido con un vagabundo de los callejones. Su aspecto era poco digno de un duque famoso como él, pero entendible para un hechicero con las capacidades que poseía.

—Sí, te escuché, Mormónt es un estúpido, pero puede disfrutar del ducado unos días.

—Nuestros soldados están preocupados, nuestras familias están allí, si no volvemos la ciudad entrará en guerra civil y te culparán por no ayudarles.

—¿Qué ha dicho el rey? Que un noble tome el ducado que no es de él es una falta grave.

—¿No te preocupa el castillo?

—Las habitaciones importantes están bajo hechizos de protección, tendría que tener un mago lo suficientemente bueno como para descifrarlos —dijo poniéndose de pie y sacudiendo su ropa.

—Nuestros estudiantes también se levantarán y habrá una masacre, debemos volver ya.

—Sabes que eso no ocurrirá hasta que el rey nos permita ir.

—¿Qué es lo que te ha mantenido aquí? ¿Y cuál es el pacto que hiciste con Mormónt? —preguntó Sebastián siguiendo a Tarikan hacia el centro de la habitación.

El duque le dio la espalda y se agachó para tocar el círculo mágico, en cuanto lo hizo este comenzó a desaparecer dejando la madera limpia y sin rastros de tinta roja.

—Algo que definitivamente jamás lo tomé en serio ¿Conoces a la hija de Mormónt? ¿La recuerdas?

Sebastián llevó su mano a su mentón mientras intentaba pensar en aquella mujer, pero el duque comenzó a hablar con una vocecita aguda y afeminada.

—Oh hermosa mariposa llegada desde cielo, ¿Eres tú el regalo que dios me ha dado para poder observar y amar toda la vida? —dijo estrujando la ropa en su pecho junto con una sonrisa y cejas arqueadas—. Oh mi hombrecito hecho de fina cerámica...

Sebastián no entendió en un principio, pero tampoco quiso reírse del duque, lo miró mientras siguió imitando a la mujer. Luego se detuvo reflexionando unos segundos, Tarikan le dio la espalda y lentamente giró su rostro mirándolo sobre su hombro al soldado. Sus ojos filosos y esa mirada asesina afirmaron que Tarikan no estaba para bromas.

—Esa maldita mujer —dijo con una voz ronca—. Una lapa pegada constantemente a mi brazo como si quisiera tocar su cuerpo todo el tiempo, no tiene escrúpulos, ni vergüenza decir estupideces delante de todos.

—La recuerdo —dijo Sebastián riéndose, el duque había imitado a la perfección a la mujer. Su forma de hablar, y la obsesión que tenía con Tarikan, sobresalía ante todas las mujeres que buscaban su atención—. La flor de loto.

—Oh, cállate, ni flor ni nada, es una rata con problemas de déficit de atención.

—¡Ja! Mira quién habla, Dios —dijo Sebastián cruzándose de brazos mientras negaba con la cabeza—. Mormónt entenderá, pero tienes que hablar con él, recuerda que viene de tierras con costumbres distintas.

—Sea de dónde venga es mi ducado, mi tierra, no tiene por qué haber tomado mi castillo.

—La carta solo dice "Mormónt" así que puede ser él o uno de sus hermanos, incluso su hijo. Dime qué decía el pacto.

—No lo recuerdo —dijo estirando su cuerpo y haciendo sonar su cuello, Tarikan era tan relajado con estos asuntos que sus hombres muchas veces rabiaban con él.

—No me sorprendes.

—Supongo que debí cuidar mejor su regalo.

—¿Su regalo?

—¿De quién crees que era la yegua que llevé al lago?

—Hey, ¿Aceptaste un regalo de Mormónt? ¿Qué es eso? ¿Una propuesta de matrimonio?

—Sea lo que sea ya paso, el maldito gigante mató a la yegua y lo que muere muerto está.

—Espera ¿Qué?

—Solo pagaré por ella y se acabó el asunto, no quiero casarme con esa mujer, es insoportable. Me quemarían en la hoguera a las pocas horas de haberla desposado solo por arrancarle la lengua.

—Pero aceptaste a la yegua, no debiste, ¿volverás y te casarás ahora?

—No me estás escuchando, sea o no que lo haya aceptado, no me casaré.

—La tradición es así, desde generaciones antes que naciéramos, debiste rechazar su regalo por más que te presionaron.

—No es mi problema.

—Claro que sí, pero no me extraña.

—¿Qué? —El hechicero volteó a mirarlo enfadado.

—Eres un duque Tarikan, ya no eres un joven niño que no tiene nada, ahora lo tienes todo ¿A dónde crees que irá tu riqueza cuando mueras?

—Estaré muerto ¿Crees que me importa lo que deje?

—Y si se lo dieran a Tristán, ¿eso te gustaría? —Sebastián obtuvo enseguida la reacción que estaba buscando, el duque no dijo nada, bajó solo la cabeza mientras pensaba en aquello—. Desposa a una mujer, déjala vivir en el castillo, cógetela solo una vez al mes hasta que procree un hijo y la encierras. Llegarás a Castilville y te van a presionar.

—No.

—Hazlo antes que el propio rey te ordene casarte con la hija de Mormónt y date una ducha, quieres —dijo el conde caminando a la puerta—. No siempre estaremos para ayudarte.

—Espera ¿No querías saber que era lo que me tenía aquí encerrado?

Sebastián se detuvo al escucharlo y volteó a mirarle, pero enseguida se arrepintió de verle la cara. Tan rápido como intentó hablar, Tarikan estiró su mano hacia él, con un leve sonido saliendo de su boca, los ojos del duque pegaron un destello y Sebastián desapareció.

Fuera de la torre, el grito del hombre llamó la atención rápidamente de los soldados que lo vieron caer desde una gran altura, tardó unos segundos en hacer un hechizo que lo protegiera y estuvo a punto de estrellarse contra el suelo. Una luz blanca con un patrón de una estrella se dibujó bajo él y luego se cubrió el rostro con los brazos. Aquello sin duda lo hubiera dejado con algunos huesos fracturados, pero gracias a su rápido actuar el golpe fue como si cayera de la cama al suelo.

—¡MALDITO INFELIZ! —gruñó golpeando la tierra con el puño apretado mientras los soldados se rieron de él.

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