117.- La escama del dragón.
Tarikan aún en el balcón, se limitó en salir de ahí, desde donde él estaba, se escuchaba la voz de una persona, quien era el que estaba guiando toda la ceremonia.
Parecía un eco, parecía algo irreal, palabras que no llegaban a sus oídos, jamás se había imaginado tener que despedirla a ella, la única persona que era importante para el hombre, era un momento donde el duque no quería estar viviendo.
—¿Qué haces aquí? —dijo el duque sin ni siquiera voltear, pero la presencia que había llegado, no necesito verlo para saber quién era.
—Sigo siendo parte de esto, Tarikan —dijo Caleb.
—No voy a perdonar tus fallas.
—Sé que no lo harás, pero al menos trata de pensar en qué haría ella. No has entrado y la ceremonia está por terminar.
—Debí protegerla y lo sabes. ¿De qué sirve haber sido el mejor de los magos cuando nada pude hacer para mantenerla a salvo?
—Todos debimos hacerlo, pero quizás lo que a Aynoa la hacía diferente, es lo que hace que no puedas traerla de vuelta.
—¿Diferente?
—He repasado todo el hechizo y el elixir para usar la escama del dragón, pienso que funcionó en su hijo porque es parte de ti, pero Aynoa tenía dos energías.
Tarikan pensó en aquello, y soltó una pequeña sonrisa, ¿Acaso ella habría vuelto a su otro mundo?
—Ella odiaba ese lugar…
—¿Qué?
—Nada, ¿cuándo es la ejecución?
—Mañana en la mañana, el marqués se ofreció para hacerlo —dijo Caleb, refiriéndose a la acusación que se haría a Ragnur y su posterior ejecución.
—Deja que lo haga.
—¿No irás?
—Claro que no.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Ragnur tiene algo en su habla, y cada vez que lo escucho siento que mi cerebro es lavado, prefiero no ir.
—No tendrás otra oportunidad.
—No es una oportunidad, solo un suceso que prefiero olvidar. Solo mátenlo, pero asegúrate que las herramientas lo hagan lentamente.
—Les sacaré el filo entonces.
Cuando la ceremonia acabó, la gente comenzó a abandonar el lugar lentamente, muchos se giraron a mirar al segundo piso para visualizar al duque, pero ninguno de sus saludos fue respondido.
—Tarikan, ya es hora —dijo el marqués
El duque bajó su rostro al escucharlo, realmente no quería, ¿por qué debía hacer algo que no eran sus verdaderos deseos?, ¿dónde estaba el límite de lo bueno y lo malo? Pero si esto se había vuelto algo enfermizo y obsesionado, Tarikan sabía que ni él podía ser consciente de ese mal.
—No quiero…—susurró apretando las manos sobre la baranda—, no quiero dejarte ir…
—¡Tarikan! —volvió a decir el marqués.
—¿Por qué?, ¿por qué tengo que hacerle caso a los demás?, ¿por qué tengo que soportar esto? —pensó el duque, pero incluso llegó a imaginar llevársela y desaparecer en los bosques, sin importar nada.
—Duque…—La voz de Reimy también se escuchó detrás de él.
—En que estoy pensando —se dijo a sí mismo llevando su mano a cubrir su rostro y lentamente subió y echó su pelo hacia atrás.
—Tarikan.
—¿Pueden callarse? Ya los escuché —dijo con voz fuerte.
Tarikan levantó el rostro y volvió a sentir como su corazón se estrujaba, llevó sus ojos al cielo y apretó los labios.
—Perdóname, yo nunca fui digno de ti, merecías algo mucho mejor.
Reimy y el marqués quedaron en la entrada, Caleb estaba un poco más atrás aguardando pacientemente, era obvio que el duque aún estaba tan herido que no podía pensar con claridad, pero permanecer en ese estado, no era bueno para nadie.
Tarikan no tardó más, volteó lentamente y caminó hacia dentro sin mirar a nadie. No dijo una sola palabra, dando pasos uno tras el otro, se dirigió a dónde estaba el cuerpo de Aynoa.
Las manos del hechicero se iluminaron, hizo un gran círculo frente a él de color oro y luego al juntarlos una hermosa flor quedó en la mirada de todos. Una que no moriría, una que el tiempo no la iba a estropear, una que ninguna persona había recibido jamás por parte de aquel hombre, una flor digna de la mujer que se llevaba todo su corazón.
Dejó la flor entre sus manos, tocándola por última vez y luego, cerró el ataúd de cristal y recitó las palabras que debía decir, pero que claramente no quería.
Su pelo se volvió gris y sus manos una luz blanca comenzó a salir, luego estiró más manos sobre el ataúd y este, se cerró con una luz que fundió toda apertura.
—Lo siento tanto —dijo la voz de Reimy.
El marqués apretó también los dientes, amaba a su hija, pero para un hombre como él, ya las lágrimas no valían la pena.
De repente, en el medio de todo, las luces de las manos del duque se detuvieron y todos los magos que estaban allí sintieron como la tierra dio un pequeño temblor. Cada uno, incluso Tarikan se voltearon para ver hacia la puerta, una energía mágica extraña se había presentado.
Los hechiceros comenzaron a salir rápidamente del castillo y Tarikan no fue la excepción, subiendo las escaleras con rapidez salió al balcón posando sus ojos en la causa de aquel extraño sentimiento.
A lo lejos una enorme luz azul tocó los cielos, la gente salió de las casas al ver aquello, ya que parecía una gran montaña llena de energía. Era distinta a la luz que salía de los templos cada vez que moría un hechicero, esta tenía un celeste fuerte, brillante, un poder poderoso.
Tarikan al ver aquello se quedó de pie flechando sus ojos de aquella energía. No era algo normal ni tampoco natural, aquella energía era magia, podía sentirlo en cada uno de sus poros como si cada parte de su cuerpo reaccionara y revoloteara en su interior. Siriham, por otro lado, se redujo completamente en su pecho, pero fue lo contrario de Arkan, un espíritu de luz que tomó el control.
Tarikan sintió como una leve luz cubrió su piel, un cosquilleo extraño que se llevó todo el dolor que sentía en su corazón y después de días de tormentos, hoy pudo sentir paz y tranquilidad.
—¿Viene de Lehim? —preguntó Reimy acercándose al balcón.
—No, esto es del otro continente —contestó Sebastián.
—Tarikan tu pelo —dijo Caleb. Vio como lentamente el duque cerró los ojos, se veía tranquilo, pero su apariencia comenzó a cambiar.
Naturalmente, su cabello y sus ojos cambiaban cuando usaba su magia, pero allí el duque no hizo ni un solo hechizo o patrón mágico. Solo había una enorme luz que podía apreciarse muy, muy lejos.
Tarikan se veía distinto, su piel se puso blanca y brilló. Miró sus manos extrañado, parecía que ni siquiera él comprendía que era lo que le ocurría, pero cuando volteó a ver a Caleb ellos vieron sus ojos, un color que jamás habían visto en él, ojos celestes tan profundos como el cielo, parecía otra persona.
Entonces las palabras del Caleb recorrieron su mente.
“Quizás lo que a Aynoa la hacía diferente, es lo que hace que no puedas traerla de vuelta”
El duque no se quedó para saber que era esa magia que había absorbido su cuerpo, no hubo ni un solo hechicero que experimentara lo mismo, pero de ahí nada lo detuvo.
Caminó devuelta al interior del castillo, bajó la escalera y se fue directo al ataúd.
—¡Tarikan, espera! —dijo el marqués apareciendo en la escalera.
Caleb estaba en lo cierto, Aynoa era distinta y claramente no era de este mundo, por lo tanto, su magia no era genuina.
—Magia lunar, lo que te falta a ti es lo que me sobra a mí, energía mágica —dijo como si ella lo fuera a escuchar y enseguida golpeó el ataúd con su mano empuñada.
—¡Detente, Tarikan! —dijo el marqués agarrándolo de los hombros, pero rápidamente fue empujado con fuerza a dónde estaban los bancos.
—Tócame una sola vez y te asesino —dijo el duque mirándolo con unos ojos bien abiertos. Tristán se sintió intimidado.
Tarikan abrió las ventanas con rapidez, jaló las cortinas hasta sacarlas por completo y luego desapareció. En cuestión de minutos trajo todo el elixir y lo que necesitaba, sacó la caja que guardaba entre su magia y en sus dedos tomó la escama del dragón blanco una vez más.
—¡Tarikan no lo hagas! —le dijo Sebastián.
—Te amo y me vas a perdonar, pero lo volveré a intentar.
—Tarikan —dijo Caleb llegando agitado—. El templo de magia se acaba de iluminar, y una luz fuerte y poderosa salió de allí.
—No me interesa —dijo Tarikan dibujando el patrón en el suelo y luego fue al cajón de Cristian y lo abrió, este rápidamente soltó una luz como un resplandor.
—Tarikan —volvió a llamarlo el soldado, parecía que el duque no se había detenido a pensar que significaba la muerte de un hechicero con esa fuerza para iluminar de esa manera el templo de magia—. El único mago que queda con una gran fuerza mágica como tú, era tu padre.
—¿Señor, que hará? —preguntó Reimy llegando y rápidamente se dio cuenta de que Tarikan estaba haciendo nuevamente el ritual que lo había llevado al fracaso—. Señor, destruirá el lugar…
—Pues me alegra que por fin se haya muerto, se lo merecía. Ahora cállense —dijo Tarikan llevando el cuerpo de su esposa hacia el patrón mágico.
En cuantos todos cerraron la boca, Tarikan pronunció unas palabras y un gran patrón se dibujó en el suelo. No era rojo, no era como lo había hecho antes, esta vez la luz cubrió cada línea, cada segmento hasta centrarse en el cuerpo de Aynoa.
Caleb aguardó allí, mirando como el hechizo de resurrección se iba activando. Había notado la diferencia, su hombre ahora que parecía ser un ángel por su apariencia, estaba por lograrlo.
Los espectadores se cubrieron rostro cuando todo comenzó, Reimy también notó la diferencia, y enseguida surgió una pequeña esperanza en recuperarla.
Un gran viento comenzó a correr y cuando la escama del dragón fue puesta en el pecho de la mujer, está brillo siendo absorbida por ella. Luego todo comenzó a sentirse caliente…
—Aynoa —susurró el duque y tomó su mano.
En la mirada del duque su mujer comenzó a brillar, mientras que todo el viento giró en torno a ellos su entorno comenzó a cambiar.
Las paredes se desintegraron como si un gran huracán se llevará parte de las maderas, el suelo a trizarse y el cielo blanco quedó sobre él. Algo tan puro, algo tan contrario a lo que él era y tenía.
Aynoa pronto desapareció, al igual como lo hizo su propia realidad. Se encontró desnudo, sus pies tocaban suelo que no se podía apreciar con la vista, su piel se mantuvo blanca, completa y no hubo un solo tatuaje o cicatriz sobre sí mismo.
Tarikan nunca había experimentado esto, jamás había usado la escama más que su hijo y tampoco sentido la energía que había salido de la nada. Nervioso y un tanto asustado, trató de buscar algo que mirar, pero sus ojos solo veía la nada misma.
—¿Este es el cielo acaso? —pensó por pocos segundos, creía que había resultado, pero ahora, por más que mirara, más se estaba haciendo la idea de que él también había muerto.
De repente en medio de todo el silencio un sonido agudo se pudo escuchar, se detenía solo unos segundos para luego volver a sonar y para nuevamente detenerse. Era tan continuo que el duque no supo realmente que era, se asemejaba mucho cuando golpeaba un cristal, pero no tenía mucho vibrato. Corto, fino y fuerte.
Tarikan realmente no sabía qué hacer, pero esas respuestas llegaron de una vez con una gran luz blanca que lo cegó por unos minutos. Se tapó los ojos con el antebrazo derecho mientras un viento golpeó su cuerpo. Todo fue pasando en cuestión de segundos y luego la tranquilidad dejó de ser tan eterna.
—¿Do-dónde estoy? —Se preguntó al destapar sus ojos.
Un escenario extraño estaba frente a él. Había un pasillo con luces que parecían faroles, pero no había fuego que los iluminará, él rápidamente creyó que era magia. Acercándose a uno de ellos paso la mano cauteloso, y no se quemó, lo que sintió fue vidrio caliente, similar a una esfera.
—Una luz encerrada dentro de un vidrio… —dijo extrañado.
Los sonidos extraños parecían retumbar en cada pared. Jamás había visto un lugar tan reluciente y pronto, sombras de personas se pudieron divisar moviéndose de un lado a otro. El hombre rápidamente hecho su espalda apoyándose en un muro y los observó extraños.
Tarikan no tenía idea dónde estaba, no reconocía ese lugar, todo parecía extraño, pero mantuvo la calma mientras caminó por unas cerámicas grandes y brillantes. Al fondo del pasillo una puerta estaba entre abierta y aquel ruido fino y continúo se acentuó.
Frente a él, una cama extraña llena de tubos colgando, cuadros moviéndose, y máquinas que jamás podría haberse imaginado. Tarikan enseguida comprendió que ese no era su tiempo, nada de eso reconocía, pero recordaba algunas palabras que Aynoa le había contado, como las luces dentro de un vidrio, y los extraños tubos saliendo de más paredes.
El duque se mantuvo ahí unos segundos, frente a él, había una mujer en la cama con ojos cerrados y tapada hasta la cintura con mantas celestes. Nervioso por todo lo que sus ojos estaban apreciando, dio pasos al frente mientras intentó que su respiración se calmara.
De repente escuchó unos pasos acercarse y enseguida miró hacia la puerta.
—Hola Susan, voy a darte vuelta y más tarde volveré para acompañarte un ratito, ¿bueno, hermosa? —dijo una mujer vestida de azul.
Tarikan se dio cuenta allí mismo que aquella mujer no lo podía ver, pero esto no podía ser solo una coincidencia. La mujer en la cama llena de tubos que salían de sus brazos era alguien que él ya conocía.
—Aynoa…—dijo acercándose a la cama mientras la mujer que había llegado la giró un poco, pero ella no hizo nada. Parecía que estaba en un profundo sueño, sus brazos y piernas eran delgados evidenciando un tiempo prolongado que deterioró su cuerpo.
La mujer que había entrado, salió tan rápido como había aparecido y nuevamente el duque quedo solo con ella. Mirando el lugar, se sintió un poco reacio en un principio, incluso vio un ramo de flores posado en una pequeña mesita. Eso hizo que el duque comprendiera que Aynoa aún era apreciada por alguien en ese mundo, no como ella pensaba, quizás alguno de sus amigos que había mencionado fugazmente.
Tarikan estiró su mano hacia esa mujer, y a centímetro que su mano pudiera tocarla, las luces y las máquinas que la conectaban comenzaron a parpadear. Eso hizo que él enseguida retrocediera y la observara sin comprender que ocurría.
Mirándose la palma no sintió su magia correr por su cuerpo, pero al volver a intentar tocarla, las luces volvieron a parpadear. Nada de eso me importó, no estaba allí para buscar respuestas, sino que quería estar con ella.
—Así que Susan era tu nombre —dijo apoyando sus brazos en la cama y acercó su rostro a ella—. Estás viva aquí, pero no puedo imaginarme un mundo donde tú no estés. Aunque estés aquí, llámame egoísta, pero te quiero conmigo, quiero llevarte conmigo.
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—¡Traigan a los hechiceros! —gritó Sebastián a los guardias que rápidamente salieron de las puertas.
—Mierda, Tarikan —dijo Caleb con sus manos tratando de curar la cabeza del hombre.
—¿Qué es esto? —preguntó el marqués.
En cuanto las luces dejaron de brillar, el duque cayó al suelo y Caleb rápidamente sintió la energía mágica del hombre. Invocó su propia energía vital y luego, al tocar al duque, su energía mágica se proyectó en el aire flotando como pequeñas líneas de tiempo.
Aquello lo recordó rápidamente el marqués, Tarikan había hecho lo mismo cuando ocurrió la muerte de Mariam, demostrándole a sí mismo su línea de vida.
—No…—dijo al ver cómo la línea dorada que debía fluir constantemente como un río, comenzó a quebrarse.
Sebastián se arrodilló también a un lado del duque y estiró sus manos hacia su rostro, no podían permitir que su línea mágica se quebrara, era la vida de su señor que estaba ahí.
—No entiendo, ¡¿por qué, por qué?! —gritó el conde mirando a Caleb, pero el hombre solo negó con la cabeza, tampoco sabía qué estaba ocurriendo.
La línea de la vida del duque se quebró en varios segmentos, mientras sus soldados intentaban curar aquello, la línea se ensamblaba, para luego romperse en otro lado.
—¡¿Dónde están los demás!?
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—Hablaste de este mundo, pero pensé que estabas muerta, ahora entiendo por qué tenías dos energías, una en mi mundo y otra aún anclada a este lugar… Aynoa —dijo el duque y lentamente tomó su mano, las luces pronto comenzaron a apagarse y a prenderse constantemente.
Tarikan no le importó, era extraño hablar con una persona que físicamente no la reconocía, pero sin sacar sus ojos de la mujer se acercó aún más a ella.
—Si no puedes venir conmigo, entonces llévame contigo —dijo juntando su frente con la de ella y con su mano derecha tomó su rostro—. Aynoa yo te amo, tanto que haría cualquier cosa…
El sonido agudo que hacía la máquina de un segundo a otro sonó con un pitillo fuerte, dejó de apagarse y continúo el sonido por un largo tiempo.
Tarikan desapareció de ese lugar en cuanto la mujer dejo de existir. Muchos enfermeros llegaron a esa habitación que por años había estado manteniendo a la mujer. La esperanza de su familia de que algún día abriría los ojos y saliera de ese coma terminaron allí.
¿Cuánto era suficiente?, ¿Cuándo la magia se convertía en el poder de Dios?
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Y llegó la hora, próximo y último capítulo se subirá mañana, agradecida nuevamente de cada uno y el apoyo que me han dado.
Espero leernos en un futuro próximo. Amor a ustedes ❤️
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