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116.-Luz y oscuridad.

Entre el silencio, los pasos de un hombre acompañó la soledad del mismo duque.

—Tarikan —dijo el hombre en voz baja—. No puedo curarlo…

Sebastián lo observó sentado en el suelo, desde donde él estaba solo vio su espalda, pero el duque al escucharlo respiró fuertemente y con su brazo izquierdo se refregó la cara.

Tarikan se puso de pie lentamente, sus ojos se fueron hacia el cristal que tenía a un costado y estirando su mano hacia él, pronunció palabras roncas y pequeños silbidos.

La luz, las rosas, todo lo que mantenía ahí a su propia madre fue desactivado y como le había dicho una vez a Aynoa, en cuanto aquello se rompiera, la mujer dormida volvería a ser polvos y huesos.

Sebastián no entendió por qué había hecho aquello. Sabía todo lo que significaba esa mujer para el duque, pero ahora ya se había hecho nada, aún así, la magia que estaba allí fue absorbida por la mano del duque.

Con una calma que era inquietante para el soldado, Tarikan abrió un cofre y de allí sacó unos artefactos que fue preparando.

—Dale esto a Caleb, y vete de aquí.

Sebastián tomó el frasco que el hombre le pasó y enseguida desapareció.

Nuevamente, solo en ese lugar tan íntimo, su mente se mantuvo en completa concentración mientras dibujaba patrones en el suelo, luego puso a su hijo en el medio, lo descubrió sacando la tela azul y el pequeño cuerpecito de delgadas extremidades quedó allí. Levantándose de forma lenta, observó todo. Había tenido todos esos artículos listos para el mismo, pero ahora, no se había imaginado nunca que los utilizaría para otras personas.

—No era así como se supone que quería que ocurrieran las cosas —dijo sacando una pequeña caja invocada entre su magia.

La escama, que tanto había buscado para liberarse el mismo de la corona, estuvo nuevamente en su mano. No dijo nada cuando sintió la presencia de alguien detrás de él, por solo sus sollozos supo enseguida que era su mayordomo.

Sacando una daga, el duque se rasgó la muñeca y su sangre comenzó a caer sobre el cuerpo del pequeño. Luego la escama fue puesta en el pecho del niño y arrodillándose fuera del patrón, Tarikan lo activó.

Los ojos ocultos a través de las gafas del mayordomo se iluminaron cuando todo el suelo se tornó azulino y luego blanco. Un viento corrió entre ellos mientras que algunos artículos flotaban a su alrededor. El cuerpo del pequeño heredero hizo que la pluma sobre su pecho desapareciera derritiéndose en su piel. Aquello fue evidente, realmente era el hijo del mago más poderoso de Hamrille, el niño también venía heredando su gran afinidad con la magia.

Sebastián, por otro lado, vio como aquel líquido corrió por las venas de su amigo y poco a poco este comenzó a reaccionar. Soltó un quejido de dolor mientras su respirar se volvió agitado y sus ojos se abrieron grandemente.

No era suficiente para curarlo por completo, pero al menos eso le daría tiempo al duque para llegar a él.

—Sebastián —susurró Caleb alzando su mano y tomando el hombro del soldado—. El bebé… Tienes que salvarlo…

—No te preocupes…

En cuanto aquello salió de su boca, el llanto del niño se pudo escuchar como eco retumbando en cada pared.

—Lo has salvado…—dijo Sebastián juntando su frente con el del hombre.

Claro que Caleb no entendió bien a qué se refería, pero si el niño hubiera sido quemado como todos creían, ni la escama del dragón hubiera bastado para traerlo de vuelta.

—¡Lo hizo!, ¡Lo hizo! El niño está vivo —dijo Reimy llegando hacia donde estaban ellos y con una sonrisa y lágrimas se fue de allí para anunciar la noticia.

Caleb miró al hombre marchar, y dibujo una leve sonrisa que duró una fracción de segundo. Tarikan había llegado hacia él y lo tomó del cuello alzándolo en el aire.

—Borra, esa maldita sonrisa.

—Tarikan —dijo Sebastián agarrando su brazo.

Los ojos del duque no cambiaron de expresión, al mismo tiempo la mano con la que había agarrado al soldado brillo con fuerza y el cuerpo del hombre se fue curando en su totalidad.

Caleb había resguardado al pequeño, pero claramente para el duque, todo eso no hubiera ocurrido si Caleb no hubiera perdido el control con los collares.

Tarikan terminó encerrando a su hijo en una cápsula, al igual como lo había hecho con su madre, ocupando artículos que había guardado, eso le proporcionó al menos unos días antes que realmente necesitará conjurar un hechizo mayor para que su hijo no estuviera en riesgo.

Reimy, por otro lado, mando a los soldados a buscar a los sobrevivientes, necesitaban encontrar a las mujeres que pudieran cuidar al pequeño en ausencia de su madre y las criadas.

**************************

Un mes después.

Mientras todo se reconstruía en el castillo y en el ducado, una explosión hizo que la tierra se meciera un poco, parecía extraña para muchos, pero para la gente de la ciudad aquello solo significaba un nuevo fracaso para el duque.

—Señor —dijo Reimy entrando a la oficina, el fuego se había encapsulado en una esfera, pero eso no impidió que el lugar aún humeara un poco.

El hombre allí no dijo nada, hundido en una ira implacable, se mantuvo con los ojos en el suelo mientras buscaba la razón de este nuevo fracaso.

Había juntado todo, entre los huesos de basilisco, agua sagrada, sangre de humano, flores de energía, pero nada formaba el elixir que necesitaba para recién mezclarlo con la escama del dragón blanco. Contrario con lo que había ocurrido con su hijo, todo debía hacerse desde cero.

¿Qué faltaba? ¿Por qué todo se salía de control?

—Señor… Llamaré a un médico.

—No necesito un médico —susurró en voz baja.

—Pero señor, su mano.

—Crees…

Reimy observó el lugar, estaba cerrado completamente por madera y trozos de tela. Solo la parte donde había sido la explosión se había deslizado un poco para permitir que un poco de luz iluminará el lugar.

Le dolía en el alma ver al duque en ese estado, parecía que con la muerte de su esposa había perdido la cabeza, pero no era algo que él podía contrarrestar. Manteniéndose allí de pie, miró la espalda del hombre y escuchó todo lo que Tarikan le estaba diciendo.

—¿Creer qué, señor?

—¿Crees que me obsesioné con ella? ¿Piensas que está mal intentar traerla de vuelta?

—Es su esposa, señor, yo hubiera hecho lo mismo por la persona que más amo en el mundo.

—El amor te hace estúpido.

—¿No se considera un… estúpido?

Tarikan bajó la cabeza y soltó el aire de sus pulmones, ya no quería derrumbarse más de lo que ya estaba, pero dibujó una leve sonrisa en su rostro con gran nostalgia.

—Por favor Reimy dime si ya es suficiente, si por lo estúpido que soy, debería dejar de intentar y rendirme.

—La vida, señor, consiste en esto, nacer, vivir y morir. ¿Cuál es la seguridad de que ella vuelva y sea la misma mujer que usted ama?

—Lo será, el hechizo es devolver el tiempo en su cuerpo.

—Pero señor, no hay ni un solo relato sobre esto. Ni su mentor pudo traer vida después de la muerte, su padre también lo intentó, pero tampoco lo consiguió —dijo su mayordomo acercándose lentamente a él—. Su hijo lo hizo y es quien lo necesita ahora.

—No me hables de mi padre. Sabes perfectamente que he hecho cosas que ninguno de mis antepasados ha hecho.

—En el puerto la gente dice que en el otro continente hay seres que usan la energía vital de las personas, quizás si usted aprende puede que…

—¿Aprender? Aun así, no sabría si eso ayudaría con este hechizo.

—Señor, con todo respeto y con el amor que le tengo por muchos años como mi hijo, voy a decirle algo. —Reimy puso su mano en el hombro de Tarikan que aún respiraba agitado—. Volvería a intentarlo, pero si volviera a fracasar yo… La dejaría partir.

Aquellas palabras hicieron temblar los hombros del duque, lentamente su cuerpo se fue hacia delante hasta que su frente chocó contra el suelo. Reimy apretó los dientes al escucharlo nuevamente, llorar, era silencioso, pero nadie allí podía comprender todo lo que aquella mujer había hecho con el duque.

—No te contengas, muchacho —dijo en voz baja mientras acariciaba su hombro.

El cuerpo de la duquesa permanecía aún intacto bajo hechizos, pero aquello solo hacía que el duque aún tuviera su cabeza perdida. No se permitía descansar y tampoco se rendiría con facilidad, pero ya las esperanzas se habían ido en cada habitante, incluso del anciano.

—No podemos aferrarnos a las cosas que sabemos que debemos dejar partir. ¿Cómo se sentiría ella al verlo de esa manera?, Ella sin duda lo retaría por dejar que su propia salud se deteriore, no se está alimentando bien, ni durmiendo bien. Siga mi consejo, descanse hoy completamente y mañana, con sus fuerzas y energías repuestas, inténtelo una vez más.

El duque no se movió de ese lugar, se sentía como un pequeño niño que había perdido algo que amaba  profundamente. Cerró los ojos solo porque su cuerpo estaba agotado, ni una cama cómoda, ni una comida caliente le harían sentirse mejor.

Aynoa sabía perfectamente lo que ocurriría, sabía que la muerte llegaría a su vida, intentó cambiarlo, pero nada funcionó. Hoy parte del duque se encontraba muy dolido por ella, actuó sola sin decir nada y eso lo enfurecía cada vez que pensaba en ella.

¿Cómo pudo ser tan egoísta?

Siguiendo los consejos de su mayordomo, Tarikan lo volvió a intentar, deseaba revivir a su esposa con la escama del dragón que le quedaba, pero nuevamente nada de eso funcionó.

Tal vez Ragnur tenía razón, Tarikan se había aferrado a ella, pero Aynoa era más que eso. La gente se preguntaba y les costaba entender por qué el duque no podía dejarla partir, descuidándose y obsesionándose con ella, parecía algo enfermizo, pero Reimy fue de los pocos que pudo entender aquello.

Aynoa fue la única persona que Tarikan había amado genuinamente y aunque todo había partido por un contrato, él había aprendido a ser el mismo junto a ella. Lo que más lamentaba es que aquel sentimiento tan profundo y hermoso, jamás pudo llegar a los oídos de su esposa.

A los dos días más, aceptó que la encerraran, al igual como su madre, la caja de cristal comenzó a forjarse mientras el duque junto con sus cercanos eligieron las cosas que debían ir dentro de ella.

—Este es bonito —dijo Sebastián con una leve sonrisa mientras veía uno de los vestidos que el sastre había traído. Las sirvientas los presentaron uno a uno para saber con qué atuendo iría la duquesa hasta el fin de los tiempos.

El gran salón se preparó para la última despedida, la gente se reunió en él mientras que toda una ceremonia comenzó a llevarse a cabo. Tarikan se mantuvo presente ausente todo el tiempo.

Frente a todos, un ataúd de cristal se llenó de flores que la misma gente de la ciudad fue dejando. El duque, por otro lado, no aguantó estar ahí más de cinco minutos y se marchó hacia el balcón, negándose todo el tiempo a la decisión de dejarla partir.

—Duque —dijo una criada acercándose a él—. Su pequeño ha comido y creemos con las demás criadas que pronto estará listo para dejar el cristal.

—Consúltalo con el doctor —contestó él sin sacar los ojos de la ciudad.

—Sí, señor…

La criada se fue lentamente, mientras que al dar media vuelta se detuvo para bajar la cabeza a un hombre que se había acercado. Con un bastón en su mano y un traje elegante respiró profundamente y se dirigió hacia el duque.

—¿Por qué no lo vas a ver? —preguntó el marqués caminando lentamente hacia él.

—No me hagas arrepentirme de haberte salvado —susurró el duque sin voltear—. No necesito que me sermonees.

—Tarikan, comprendo como te sientes, pero no puedo quedarme callado. Mi nieto no merece tu indiferencia.

—No puedo… No aún…

—Es un bebé que necesita de su padre.

—Necesita a su madre y claramente no está.

—No seas terco muchacho, por qué si no lo quieres yo me lo llevaré a Abeul.

—Marqués —dijo Reimy acercándose y bajando su cabeza, levantó sus ojos y lo miró con el ceño fruncido—. Por favor la ceremonia está por terminar.

—Piensa Tarikan, mi hija sin duda estaría decepcionada de ti si continúas de esta forma —dijo antes de irse.

El silencio se hizo presente, pero Reimy que conocía bastante al duque, se acercó lentamente y puso su mano en su hombro.

—Sé que es difícil, pero tiene que ser fuerte y continuar.

—Cada vez que lo veo, la veo a ella.

—Su hijo no tiene culpa de todo lo que ocurrió, pero comprendo el dolor que siente, el tiempo es el único que curara aquel sentimiento, aun así, no permita que los errores que cometió su padre con usted, se vuelvan a repetir.

Tarikan volvió a guardar silencio, pero una parte de él sabía que lo que estaba diciendo Reimy era cierto. No podía abandonar a su hijo, pero eran de esas cosas que realmente no quería hacer.

Había evitado verlo, a través de aquel cristal solo podía recordar una y otra vez como había ocurrido todo. A pesar que había pasado ya un mes de eso, los fracasos que lo habían seguido no era nada bueno. No podía ver lo bueno en las palabras bonitas, no podía sentir amor en algo tan simple como su hijo, se sentía deprimido, derrotado y solo.

—Dele tiempo —dijo Reimy llegando a un lado del marqués que se había quedado en la entrada observandolo—. Su hija fue mucho más de lo que usted y yo podríamos imaginar.

—Y lo entiendo, créame que lo hago, no olvides que yo también perdí a mi esposa, la madre de ella —dijo el marqués—, pero Tarikan no puede descuidar a su sucesor, es el único que tendrá. Agradecería que me mantuvieras informado.

—Castilville es capaz de cuidar al sucesor del duque mientras el se recupere.

—Si es que se recupera —dijo Tristán y luego marchó devuelta al salón.

El marqués había sido uno de los sobrevivientes, luego que el castillo había caído. Muchos heridos fueron sacados de las ruinas, entre ellos el padre de Aynoa, dónde rápidamente recibió atencion mágica junto con los doctores. Claramente su cuerpo no pudo ser curado totalmente, los hechiceros priorizaron la vida, por lo tanto aún acarreaba heridas en sus piernas que debían necesitar un bastón para caminar.

La noticia de su hija fue desvastadora, pero para un hombre que había ya perdido parte de su familia, al menos podía llorar en silencio y mantener la compostura frente a los demás.

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