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114.-Un vacío desesperado

Tarikan nunca lograría apartar a Siriham de su cuerpo, eso era imposible hasta un mago tan talentoso como él. Su demonio no era tonto, ni ingenuo.

El sol se fue ocultando poco a poco, y hasta ese punto nadie se había dado cuenta de que el único que no tenía sombra era el duque. Escondiéndose más allá del torso, Siriham se mantuvo en sus pies, escondida, acechando, llamándolo sin parar a la oscuridad.

Alain dejó caer la manta llena de fuego y luego llevó sus manos hacia el frente apuntándolas hacia el duque. Ragnur no lo detuvo y el hechicero tampoco le dio importancia a los soldados que lo sostenían. Un gran poder mágico salió de él, como fuego consumiéndose golpeó de frente el cuerpo del hombre.

Los soldados gritaron desesperados, sus armaduras relucieron un brillo cuando comenzaron a fundirse en sus cuerpos. El duque cerró los ojos con fuerza mientras apretó los dientes, sintiendo como su piel se despegó de su carne, pero al mismo tiempo Siriham comenzó a cubrirlo.

Ante la mirada de todos el pelo del duque cambió de color, cuando Alain dejó de atacar, el hombre fue el único que quedó de pie.

Sebastián se asustó, el fuego había prácticamente derretido la mitad de su rostro.

—A-así que así, se-se siente… —dijo dejándose caer sobre una rodilla y miró el suelo. Pedazos de carne chamuscada y negra cayeron de él, pero el dolor físico no fue comparado a todo lo que estaba sintiendo.

Apretó la mano en la tierra, enjaulando piedrecitas entre sus dedos, sus ojos se empañaron, asumiendo todo lo que había perdido en cosa de minutos y luego, gritó con todas sus fuerzas. En cuanto lo hizo, Siriham despertó por completo.

La gente se apartó, incluso los soldados de las serpientes dieron pasos atrás cuando brazos negros, largos y sin forma salieron de la tierra. Todo el torso desnudo del hombre se fue cubriendo por escamas, como si su propia vestimenta fuera la misma piel de su serpiente.

Lo próximo que hizo el duque fue aterrador, Sebastián no tenía idea de los conocimientos del hombre y hasta qué punto de su magia había sido capaz. Como un hombre que cada vez que tenía tiempo libre estudiaba, esta vez demostró lo capaz que podía ser su poder.

Enterrando las manos en el suelo hizo que la tierra palpitara dos veces, aquello se sintió en cada pie de los espectadores, entonces los espíritus de colores verdosos comenzaron a aparecer en todo Castilville. La mayoría no tenía cuerpos físicos, pero los que habían muerto hace poco tiempo, salieron de dónde estaban sepultados para unirse como marionetas.

—Nigromante… La magia prohibida.

Ragnur intentó rápidamente mantener al duque en el suelo, mientras que Alain volvió a cubrirlo con una luz sagrada, pero “Los muertos ya no pueden morir”

Todos los magos que una vez existieron en ese lugar se levantaron bajó el mando del duque. En el castillo el coleccionista dejó escapar todas las piedras mágicas que desaparecieron para estar frente a su portador y Castilville se llenó de espíritus que portaban magia.

Tarikan no pensó en nadie, no les importó ya nada, abrió heridas de su propia gente, quienes aterrorizados vieron como sus seres queridos salían como marionetas de un hombre cruel.

Desde allí todo Castilville quedó en caos. Los soldados no dudaron en comenzar a asesinar a cada persona que se moviera, y las serpientes poco a poco recuperaron terreno.

Ragnur fue el primero en ser pescado por dos hechiceros de luz verde, mientras concentraba su magia en ellos, un remolino de viento espeso surgió de Tarikan y se fue abriendo violentamente. Un huracán se fue formando en una milésima de segundos, al mismo tiempo que el cielo se cubrió de nubes negras y el sol se esfumó.

Sebastián vio como todo el ducado se volvió un infierno, el viento era fuerte, se fue llevando poco a poco todo a su paso, y la gente, su propia gente, corrió desesperada por salvarse de su propio señor. Tarikan no tuvo cuidado con nadie.

Con Ragnur luchando a un lado, el gran escudo de protección comenzó a debilitarse, suficiente para que los hechiceros verdes atacarán el cielo que parecía un gran domo que los había encerrado, pero no fue fácil.

Sebastián intentó conjurar sus hechizos, pero cada vez que lo hacía el patrón que había enjaulado su magia se activaba haciéndole arder el cuello.

Nervioso y asustado por lo que estaba presenciando, Sebastián vio a Tarikan agarrar al hechicero Alain entre sus manos, su pelo negro con ojos oscuros había vuelto a tomar esa piel casi gris y su rostro herido se había llenado de escamas negras. Su ojo, que en su momento había perdido la visión, ahora era como un ónix reluciendo un fuerte brillo del mineral.

—¡Me has quitado todo! ¡Sucio bastardo! —La voz del duque apenas se escuchó, se podía ver cómo sus dientes se apretaban mientras que la serpiente retrocedía para que su rostro fuera lo último que el hechicero pudiera ver.

Bajó el cuerpo del hombre, Alain le fue imposible sacarlo de encima, había vuelto a estar bajo sus garras, y eso lo enfurecía aún más, ¿Cómo era posible que no pudiera contener a un mago maldito?

—Moriré, pero nada te devolverá lo que una vez el destino te quitó —dijo Alain, agarrando los brazos del duque e intentando hacer fuerza con él. 

El duque recibió dos rodillazos en los costados de su estómago, pero por más que Alain se esforzó en golpearlo con todo lo que tenía, el hombre ni siquiera se quejó.

—Tú… Quemaste a Newrom, y yo… Oh, no te imaginas todo lo que hice con ella —dijo mientras su cuello comenzó a ser presionado. 

Su rostro se calentó y la presión en sus ojos los hizo llenarse de sangre. Alain soltó una risa mientras volvió a narrar cosas terribles.

—Se lo saqué cuando aún estaba con vida —susurró—. No-no te imaginas cómo gritó rogando tu nombre…

Tarikan levantó el brazo derecho con fuerza para golpear su rostro, pero Alain movió la cabeza justa para que la mano del hombre se enterrará en la tierra, luego de eso un gran hechizo mágico sacó al duque de encima de Alain.

El hombre respiró aliviado cuando vio como el cuerpo de Tarikan golpeó la tierra a unos buenos metros lejos de él. Sentándose mientras soltaba una risa quebrada por su garganta herida, no esperó que el hombre se levantará con rapidez.

Envuelto en luces de color rojo, su ropa se había carbonizado y soltado pequeñas chispas eléctricas, pero eso no lo detuvo. El poder de Ragnur alguna vez fue lo suficientemente poderoso para poder derribar y noquear al hombre, pero ahora, gracias a Siriham, aquello no ocurrió.

—¡Voy a despellejarte vivo! —gritó furioso, sus ojos rojos de una ira tan grande no se apartaron de Alain. 

El hechicero de Rómulo intentó ponerse de pie y escapar, como ya era costumbre, deseaba refugiarse cerca del mentor del duque, pero su cazador no lo permitió. El cielo se iluminó y un rayo azulado cayó a la tierra dándole de lleno en el cuerpo.

Tarikan había extendido su mano derecha y luego diciendo un conjuro controló el poder del cielo.

Los gritos de los soldados se fundieron con los gemidos de las personas y luego el grito de uno en particular dio una cierta satisfacción al conde.

Alain gritó de una manera que la misma gente que estaba ahí llegó a compadecerse y sentir repulsión hacia el duque. 

Tarikan no tardó en llegar nuevamente a su lado, pero a un paso de él, sintió un aura poderosa, llevó sus ojos al frente y luego con su mano izquierda detuvo otra esfera de poder que había lanzado Ragnur.

—No más… —dijo Tarikan y todos los hechiceros de luces verdes comenzaron a dirigirse hacia Ragnur. 

El cielo volvió a crujir y a quebrarse, en cosa de segundos se desplomó sobre la ciudad dando fin al escudo protector que había tenido. El ejército de las serpientes entró sin dudar y la tierra tembló bajo las pisadas de los caballos.

La gente corrió rápidamente hacia fuera del ducado, por primera vez sus vidas estaban en peligro y no de un monstruo en específico.

Tarikan con Ragnur concentrado en los títeres, agarró el rostro de Alain. Subiéndose encima de su cuerpo, puso sus manos en cada costado y con los dedos, hundió sus pulgares en cada cuenca. La sangre corrió rápidamente junto con un líquido blanquecino, pero no solo fue eso, las manos del hombre parecían veneno que fue hirviendo todo lo que tocaba.

—¡Ah! —El gritó del hombre fue ensordecedor, mientras la ceguera lo invadió, sus manos trataron de liberarse rasguñando y golpeando al hombre, pero nada pareció salvarlo de aquello.

—Sakit, darah dan dendam —dijo el duque una y otra vez. Cómo lo había dicho, la piel del hombre pronto comenzó a salirse. 

Tarikan solo observó de cerca, su magia fue suficientemente rápida como para ver la piel desprenderse sin tener que utilizar sus manos. 

Tal cual como se despelleja un animal, la piel se levantó hacia el cielo sin nada que lo detuviera, flotó en el aire, desintegrándose en pequeñas partículas frente a la mirada de todos. 

Tarikan mostró un rostro pasivo, tranquilo, y no dijo nada más, contrario a lo que había ocurrido con los reyes, un suceso que había disfrutado y sonreído, pero aquí y en ese momento, esa tortura no compensaba todo lo que había perdido.

Luego de unos minutos el duque lo incendio, tal cual Alain había hecho con su hijo. 

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Los soldados de Rómulo habían tomado prisionero a mucha gente, entre ellos estaba Reimy que después de separarse de su señora, la esperó con la esperanza que ella logrará salvarse entre los túneles subterráneos. Lo único que encontró luego de unos minutos había sido a los dos magos, quienes lo tomaron rápidamente como prisionero. Su trato al menos fue mejor que todos los demás, Ragnur aún se acordaba del anciano, por lo tanto, Reimy fue el único que no recibió algún golpe o maltrato.

Ahora, que todo era una lucha fuera del castillo, el anciano junto a los otros prisioneros quedaron libres, sus captores corrieron para juntarse a la lucha y nada evitó que ellos escaparan. Reimy no dudo en volver a los subterráneos, él aún no se enteraba de la muerte de Aynoa, tenía esperanzas de que su señora aún estuviera con vida.

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—Oh, vamos, no vas a pelear conmigo en esa forma —dijo Ragnur al ver a Tarikan acercarse.

Sudado y con su pelo canoso sobre la cara, jadeo antes de enderezar su espalda. Estaba rodeado de hechiceros de luces verdes, a pesar de que no todos eran un oponente digno, los ataques en conjunto sí habían agotado la magia de Ragnur.

—No fue idea mía, no soy un monstruo, al menos no con los demás. Aún puedo enseñarte más cosas.

—Yo la amaba —susurró Tarikan deteniéndose.

Ragnur abrió grande los ojos al escucharlo, y cuando fijo sus ojos en el duque, se dio cuenta de que estaba acabado. Hacia atrás del hombre, el ejército de las serpientes había llegado y arrasaron con los soldados que habían quedado de Rómulo.

—¿Tú? —dijo soltando una risa nerviosa al tiempo que volvía a fijar sus ojos en el duque—. ¿Cómo sabes eso? Ninguna persona en tu vida se interesó alguna vez en ti, ni siquiera tu padre quiso amarte como para que hoy sepas que significa esa palabra. No es amor, Tarikan, solo es el deseo de aferrarte a algo para sentirte importante, e incluso vivo.

Cuando las palabras de Ragnur se escucharon, los magos verdes se detuvieron y se giraron hacia él, sus brazos lentamente fueron levantándose y lo apuntaron. Eran más de cincuenta marionetas, todas a punto de sepultar a uno de los mejores magos que tuvo Hamrille.

—¿Aferrarme a algo? —pensó Tarikan, podía ignorar todas las palabras de toda la gente, pero con Ragnur era distinto, no podía simplemente hacer como si no lo escuchara.

Bajando su mirada, pensó en lo que el hombre había dicho, ¿Existía realmente una posibilidad de que viera a Aynoa como su salvación?, ¿Algo que lo hiciera sentirse vivo?, ¿Era dependencia, obsesión o simplemente amor?

Cualquiera que fuera el caso, eso no cambiaba el vacío que sentía, como sus fuerzas se concentraban en no derrumbarse cuando realmente quería morir ahí mismo. 

—Tarikan, muchacho, podemos hacer grandes cosas juntos. No todo tiene que acabar así, olvidemos lo que hicimos aquí y trabajemos juntos. El reino no tiene quien lo dirija, y tu padre necesitará un lugar donde volver.

—Jamás imaginé escucharte hablar como un cervatillo que le tiene miedo a la muerte.

—No puedes matarme, Tarikan. Recuerda quién estuvo ahí para ti, quien te rescató de las calles, quien busco tu sangre y encontró a tu padre. ¡Fui yo! Por mí es que estás vivo, por mí tienes todos los títulos que cargas sobre tus hombros, ¡Tu sueño era volverte un verdadero hombre!

—Mi sueño… —Tarikan frunció fuertemente el ceño, sus ojos volvieron a arder. Ragnur rápidamente fue tomado del cuello y Tarikan lo levantó despegando sus pies del suelo—. No tienes ni idea de todo lo que hice para…

Ragnur sonrió mientras con sus dos manos hizo rápidamente un hechizo que quebró el brazo del hombre. El gemido de dolor que salió de Tarikan fue fuerte, dio un paso atrás y enseguida contraatacó la magia de su mentor, al tiempo que Siri ensambló el hueso quebrado

—Mátalo maldición… Tarikan…—se dijo Sebastián mientras golpeó a un soldado y lo tiró al suelo.

—¡Vamos muchacho! —gritó Ragnur viendo cómo su ahijado utilizo su magia.

Ese era el fin que necesitaba, aunque el rostro del duque había cambiado, en sus ojos Siriham estaba a punto de tomar toda su alma.

Sebastián se dio cuenta de aquello, no podía permitir que Tarikan siguiera ocupando su magia negra, pero cuando creyó que podía interponerse, el duque desapareció en una milésima de segundos y apareció justo para darle un golpe en la cara al hombre.

Ragnur cayó al suelo escupiendo dientes que había salido llenos de sangre, se cubrió rápidamente la cara cuando el duque volvió a golpearlo. Arrastrándose de estómago, se movió solo unos segundos antes que su cabello largo, fuera jalado hacia atrás levantando su rostro.

El frío del metal tocó su garganta, estaba a punto de ser degollado. En su vida había pensado que moriría bajo la magia de un hechicero, pero nunca pensó que ese hechicero fuera Tarikan y mucho menos que solo usará una simple espada.

Una gota de sangre cayó desde su cuello y el ardor hizo que apretara los dientes, pero el filo no siguió cortándolo.

El conde, a solo unos pasos de allí, vio como Tarikan se detuvo. 

—¿Qué? —se dijo sin entender nada.

Lo tenía ahí, lo tenía justo donde todos esperaban ver el término de un legado, pero el duque no lo asesinó. Había levantado su rostro hacia el frente y lentamente soltó al hechicero que cayó al suelo de forma brusca.

Sebastián tardó unos minutos en comprender por qué lo había hecho, los títeres de Tarikan eran magos con piedras mágicas y frente a él el cuerpo de la duquesa había aparecido.

Con ojos grandes, su rostro volvió poco a poco a ser el mismo mientras sus cejas se inclinaron en un lamento que todos pudieron notar.

El duque dejó a Ragnur solo, dio pasos lentos sin despegar sus ojos del cuerpo de su señora y lentamente llegó a ella. La luz que movía su cuerpo se apagó justo cuando el duque la tomó entre sus brazos mientras caía de rodillas al suelo.

—Tarikan.

Sebastián sintió como su cuello ardió, pero no solo fue él, sino todos los hechiceros de las serpientes sintieron lo mismo. El hechizo se había roto y su magia había vuelto a despertar. 

Cualquiera podía haber visto aquello como algo bueno, pero para Sebastián eso solo significó una sola cosa, Tarikan no iba a encargarse de su mentor.

El gran duque y demonio de Castilville se derrumbó en el medio de toda la pelea, hundiéndose en la pena que lo había carcomido, nada lo pudo sacar de ese momento. Hundió el rostro en el hombro de su mujer y lloró amargamente.

Sebastián y los demás no se detuvieron, Ragnur vio el momento perfecto para acabar con su ahijado, viéndolo destruido y sin ser capaz de volver a atacarlo, se abalanzó hacia él. 

“Si uno cae, otros se levantarán”

Y así fue, mientras el señor de todo Castilville había caído, todos los demás hechiceros se fueron contra Ragnur. Su ejército, sus hombres, todos lo que alguna vez le sirvieron, estuvieron ahí para protegerlo.

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Reimy había llegado a los calabozos, en solo un cuarto de hora se había enterado de todo lo que había sucedido, en lo profundo del lugar encontró un soldado que se debatía entre la vida y la muerte, pero sus palabras no pudo ignorar.

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Ragnur fue reducido, magos hicieron que las raíces de la tierra lo aprisionaran, mientras que otros intentaron mantener su magia controlada. Algo que Tarikan podía haber hecho en cosa de minutos, los hechiceros les tomó al menos media hora en recién doblegarlo.

Aunque no todo fue bueno, en cuanto Ragnur chocó la mejilla con el pasto, la tierra tembló y todos pudieron sentir un aura temible.

Sebastián giró su rostro hacia el duque y este había dejado el cuerpo de su señora en el suelo. Arrodillado aún sobre el pasto, subió su rostro al cielo, dejando caer sus manos al costado y toda su piel se volvió negra.

—Siriham…

Los títeres verdes enseguida cayeron cuando el poder del duque se fue. Entonces las almas de los muertos salieron de sus cuerpos y todas se dirigieron hacia el hombre de negro. Siriham se fue alimentando desde el cuerpo del hombre y eso solo iniciaba un terrible acontecimiento.

—Hay que buscar una lámpara sagrada.

—No nos quedan collares… —dijo Sebastián levantando la mirada hacia el castillo—. No sé puede ir de aquí, ¡por favor manténgalos aquí!

Corriendo a toda velocidad, Sebastián no se detuvo, estaba agotado, ya casi se cumplía un día completo desde que todo empezó y no había podido detenerse a respirar y a pensar en todo lo que había estado presenciando.

—¡Me embriagaré, beberé hasta caer inconsciente! 

No podía pensar en nada, cuando volteó hacia atrás vio al hombre de negro agarrando a sus propios soldados, los aniquiló en solo unos segundos. 

—Resistan… Resistan…

El destino giró sus ruedas como siempre lo había hecho, y en cuanto Sebastián puso un pie en la entrada del castillo, sintió el remezón de las construcciones del ducado. Desde su distancia los edificios comenzaron a caer.

—Argg…—soltó cuando chocó con alguien y ambas personas resbalaron por el piso en ruinas.

—Oh…—Se quejó el anciano.

—Reimy… por dios.

El anciano no puso su atención en el soldado, arrodillándose lentamente y claramente adolorido, llevó sus ojos a un objeto envuelto en mantas que rodó por el suelo.

—Sir Caleb…

—¿Qué?

—Sir Caleb dijo que usted buscaría eso —dijo apuntando con su dedo tembloroso.

Sebastián se puso de pie lentamente, antes que sus ojos se fueran a ese objeto, observó el mismo castillo. Todo estaba en ruinas, todo lo que una vez había visto hermoso y elegante, se había ido.

—Me alegra verte bien… —dijo agitado, pero cuando volvió a ver al anciano, el hombre lloraba tratando de aguantarse. Empuñó su mano y la mordió con los dientes mientras las lágrimas fluían por sus mejillas.

Sebastián cerró su boca, era evidente que el anciano ya sabía la tragedia que había tenido el ducado.

—No puedo… Pierdo el tiempo aquí —dijo dando unos pasos hacia el pasillo, paso por al lado del objeto, concentrándose en ir a buscar los collares.

—¡Es una lámpara! —dijo el anciano con la voz quebrada.

Sebastián se detuvo en seco y lo observó sorprendido. Esperaba todo, pero menos que esa palabra surgiera de él.

—No es posible…—dijo y rápidamente dio pasos para arrodillarse en el suelo y destapar con urgencia aquel tesoro.

¿Cómo podía estar eso ahí?, ¿Quién…?

Los ojos de Sebastián relucieron un brillo tan fuerte, una luz tan clara que prácticamente lo dejó ciego unos segundos. Aun así, la sonrisa que mostró en su rostro fue genuina, pensaba que sus hombres morirían tratando de contener el gran demonio del duque mientras él iba en busca de algún espíritu, pero Arkan nunca se había ido, revoloteando entre el interior de la lámpara parecía tranquilo esperando ser liberado.

Aynoa había hecho todo, recordaba mediante el libro que el duque perdería a su espíritu de bondad, se imaginó también que perdería los estribos con Siriham cuando se enterará de su muerte, pero pensando siempre en que viviría y lograría permanecer en ese mundo había hecho todo por él.

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