112.- La caída de Castilville.
Aunque Sebastián había visto al duque tranquilo, no esperó que así lo estuviera. Luego de asegurarse que el rey había fallecido ordenó a sus soldados colgar los cuerpos de ambos reyes en la entrada.
—Lleven a los niños a Castilville, hagan que nuestros magos los revisen y los que no pasen las pruebas, los ejecutan.
—Sí, señor.
Sebastián había imaginado todo esto como una fantasía, pero nunca pensó que estaría viviendo algo como esto. Sus padres estaban preocupados, pero aún asi, sin la opinión de su hijo ellos decidieron apoyar al duque.
—Tarikan —dijo Sebastián abriendo la puerta de una oficina, pero inmediatamente la cerró de golpe.
Dentro vio lo que temía, Siriham se estaba devorando los cadáveres de algunos sirvientes, pero en el medio un gran manto negro se posaban sobre el duque que estaba arrodillado en el suelo. Parecía que todo aquello tenía vida, como un musgo que se extendía por las paredes subiendo y al mismo tiempo arrastrándose en el suelo.
—Tarikan, sé que aún estás ahí. Debo llamar a los magos y encontrar a Arkan —dijo el conde y volvio a abrir la puerta lentamente—. No puedes esperar más, si usas otra vez tu magia, no vamos a poder devolverte a la normalidad. Piensa en nosotros, en tu esposa, en tu hijo...
—¡Sal de aquí! —dijo la voz del hombre, pero había vuelto a cambiar.
Sebastián no sabía aún el estado en que se encontraba el duque, pero si aún lo escuchaba, sería suficiente para afirmar que ya estaba en el límite donde ese demonio tomaría el control del hombre en su totalidad. Tarikan debía hacer el esfuerzo para que aquello no ocurriera.
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El marqués junto a su hija llegaron al castillo, no tardaron en reunirse en el salón para hablar sobre lo que había ocurrido. La ciudad mantuvo la calma luego de la pequeña guerrilla fuera de sus murallas, pero aún así no se podía evitar el miedo y la preocupación en la mirada de cada habitante.
Aynoa había olvidado algo, de hecho, nadie se había dado cuenta que el muro de protección que tenía Castilville ya no estaba funcionando, si fuera así entonces ¿Cómo el marqués y los otros soldados entraron sin ningún problema?
En el salón, Tristán les relató a todos lo que el duque había hecho y como vio caer a Rómulo bajo su mano, eso entregó rápidamente tranquilidad a los oyentes, en especial para Reimy que aún estaba intranquilo.
—Su objetivo eran los reyes, ¿no?
—No lo entenderías si te lo explicará —dijo Aynoa.
—En eso estás equivocada —dijo Tristán dejándose caer en la silla y tomó la copa de vino ya servida—. Mi decisión de estar aquí fue por ti Aynoa, me aterró imaginar a mis nietos siendo...—dijo tomando un leve tiempo de silencio, luego y con un poco de timidez miró a su hija y continuó—, niños de la corona.
Aynoa abrió levemente la boca sin dejar de mirarlo, entonces comprendió que su padre estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero era más que eso.
—Padre...
—No me des explicaciones —dijo Tristán con una sonrisa delicada, parecía una expresión más de lamento más que una de felicidad.
—¿Él te lo contó?
—Lo hizo —dijo Tristán con una leve sonrisa—. Bien, concentremonos.
—¿Rómulo tiene soldados en Lehim? —preguntó Aynoa.
—No, por lo que tengo entendido son solo algunos soldados que esperan el regreso de las tropas del otro continente —dijo un consejero.
—¿No hay más?
Aynoa escuchó lo que decían los demás, ¿dónde Romulo sacaría más soldados?, los únicos que le quedaban eran en alta mar. Entonces, ¿De dónde vendría los soldados que estarían por presentarse en...?
En cuanto esa pregunta llegó a su mente, un temblor hizo sacudir todo el castillo, como un remezón fuerte que se movía de un lado a otro, tardó unos segundos antes de detenerse por completo.
Al minutos después de aquello las campanas de la ciudad comenzaron a sonar haciendo eco por todos los rincones de Castilville. Aquello originó el pánico de los habitantes.
—Ya están aquí... —susurró Aynoa poniéndose lentamente de pie y miró hacia la ventana donde varios de los presentes se habían acercado a observar.
—¿Qué está pasando?
—¿Qué es esto?
Tristán instintivamente sujetó su espada sin entender bien lo que ocurría, pero eso solo fueron otros minutos más antes que un soldado llegará y abriera la puerta violentamente.
—¡Señora, el ducado está bajo ataque!
—¡¿Qué?! Pero si acabamos con todos —dijo el marqués.
Aynoa no dijo nada, apretó los labios mientras que un silencio incómodo se propagó. La historia había cambiado con la llegada del marqués, pero había vuelto a su curso. El soldado volvió a hablar.
—Señor, señora, hay portales dentro de la ciudad, como solo el duque ha podido hacer.
—Eso es absurdo, Tarikan es un idiota, pero sería incapaz de atacar a su gente —dijo marqués.
—¿Y el escudo? Con eso el duque sabrá que estamos en peligro y vendrá con las serpientes—diji un consejero recordando el muro que protegía al ducado.
—Señor... No hay un escudo.
—No lo hay —susurró Aynoa mirando a su padre—. Estás aquí... Después de todo estás aquí.
—¿Qué?—preguntó él sin entender.
—Los escudos de Castilville están desactivados, si no, no estaría en marqués aquí. Que estúpido hemos sido...
—¡Cierren el castillo! —ordenó el marqués—. Mujeres y niños evacuen por...por...
—Hay salidas subterráneas —dijo Reimy mirándolo con un rostro asustado.
Aynoa se sintió igual que todos, estúpidos, ingenuos, vacíos, ¿Cómo era que ninguno se había dado cuenta de aquel detalle?
—Señora, debe irse —dijo un consejero mirando por la ventana.
Aynoa al ver su rostro se acercó para observar y he aquí, frente a sus ojos, un portal grande y redondo se abrió en los jardines delanteros. Desde el otro lado, soldados y soldados comenzaron a salir de allí.
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—Señor...
—Reunan a todos los magos, deben venir inmediatamente.
—Pero señor... Todos están dispersos por toda la ciudad, tardaremos en...
—Olvidalo —dijo Sebastián cubriendo su rostro—. No sirve de nada si no tenemos al espíritu.
Era cierto, aunque reuniera a todos los magos para poder ayudar al duque a controlar a Siriham, nada podrían logran sin encontrar aún a Arkan o algún otro espíritud de igual fuerza y poder.
Sebastián se sentía preocupado, estaba entre la espada y la pared imaginándose como perdería a su señor por algo tan absurdo. Ragnur debía pagar por lo que hizo, a pesar de que el duque había logrado su cometido y acabado con los reyes, eso le había costado caro.
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La ciudad estaba completamente en caos, la gente de Castilville no tardó en intentar desafiar al propio ejército de Romulo que entraba por los portales hechos por un mago poderoso. Sin armas, sin magia, todo lo que pudieron mantuvieron a los enemigos en constantes ataques, todos sabían que el señor de esa tierra no estaba, pero al menos en sus corazones se mantenía la devoción por su señora.
Los soldado se acercaban entre los pasillos, se podía escuchar sus armaduras crugir, luces de colores, estallidos y gritos de las personas. El duque llegaría ese día, pero nunca habían ansiado tanto su llegada.
La gente corría, la mayoría de los sirvientes al ver las rejas caer supieron que Castilville había cedido ante los enemigos. La única opción que tenían era resguardarse y salir rápidamente por los subterráneos ya hechos. Los pasadizos allí abajo perderían cualquier rastro, envueltos por hechizos los enemigos no sabrían que puerta sería la indicada perdiéndose en miles que aparecían una vez que la correcta fuera abierta.
—¡Baja ahora!
—¡No la voy a dejar, señora! —gritó Reimy tratando de seguir a la duquesa por el pasillo.
—Mis hombres detendrán el ataque, pero no será suficiente. Tienes que marcharte —dijo el Marqués girandose para ver a su hija.
—¿Qué será del ducado si yo como señora de él y responsable de su gente desaparece como si fuera una cobarde?, ¿que dirán de mi y mi poca valentía?
—No se trata de valentía mi señora.
—El mayordomo tiene razón Aynoa, tú eres el futuro de Castilville, si el ducado cae, solo caerá un tiempo. Sabes perfectamente que tu esposo es capaz de recuperarlo con facilidad.
—No sé nada de él aún, ¿cómo sé si sobrevivió a todo?
—¡El bastardo lo hará, mujer! —dijo su padre tomando su rostro con ambas manos—. No importa lo que diga la gente, no importa lo que los libros cuentan, tu eres la duquesa, una mujer que sobrevivirá a esto. ¡Ahora vete de aquí!
Aynoa fue jalada por Reimy, mientras tomó la mano de su padre hasta que lentamente sus dedos se tocaron hasta separarse.
—Te amo papá.
—Y yo a ti...—dijo el marqués mirándola con las cejas inclinadas.
La puerta se escuchó fuertemente y separando los ojos de su hija, Tristán sacó su espada junto a sus hombres para recibir la primera oleada de soldados de Romulo. Su destino ya estaba escrito y Aynoa sabía muy bien que cualquier cosa podía pasar. La historia había cambiado, pero como había ocurrido en otras ocasiones, cambiaba un poco, pero siempre volvía a su línea original.
¿Que ocurriría después? Hasta este momento Aynoa se convirtió en un personaje, nada de lo que ocurriría en unos segundos podría saber. Nunca terminó el libro, ella moría y el duque no alcanzaría a llegar para verla, ¿Cuántos capitulo había dejado inconcluso está historia?
Aynoa corrió junto a un montón de personas que desesperadas buscaban una escapatoria, no todas sabían de los pasadizos subterráneos, pero no era momento para explicar aquello. Cuando corrieron por unas de las puertas traseras Aynoa sintió un fuerte ruido que la hizo sobresaltar, instintivamente todos se agacharon y por poco dos mujeres fueron aplastadas por una bola gigante llena de fuego, que había entrado por uno de los ventanales.
—¡Corra! ¡Salga de aquí! —gritó Reimy agarrando su brazo y la levantó para continuar hacia aquel pasillo que los llevaría escalera abajo.
Aynoa se sintió dolida, todo lo que sus ojos podían apreciar, todo lo hermoso de su propio hogar hecho ruinas, ardiendo con un fuego que todo lo consumía. Conocía la historia, esto si iba a ocurrir, pero vivirlo y verlo allí fue algo devastador, todo lo que una vez contempló con amor, con tranquilidad hoy yacía roto, desecho bajó sus pies.
Corrió detrás de las personas, tratando de ignorar los gritos tan terribles que venían de afuera. Era su gente, personas que conocía, que había compartido con ella, y aunque hubiera querido salvarlos a todos, sabía que eso no iba a ser posible.
—¡Cuidado! —gritó la voz de una mujer y fue el momento donde las puertas se abrieron.
Aynoa despertó de lo doloroso que era ver aquello, tomó rápidamente conciencia de lo que ocurría y entonces supo una cosa.
Las puertas se abrirían, de allí entraría un grupo grande de soldados, asesinarían a cualquiera que se les cruzará, junto a un mago atacarían al grupo y ese era su fin.
Escuchó entonces las pisadas que hacía la armadura, sintió el remezon de cada paso, y al voltear por un solo segundo, el libro estaba justo en la parte más trágica de la historia.
—Yo...deseo vivir, yo... Viviré.
Los llantos de la señora Cler eran angustiantes, Reimy no dejaba de repetir el deseo de la llegada de su señor, pero nada de eso ocurriría al menos en una media hora más.
Los soldados degollaron a dos mujeres, aquella escena no la observó ninguno de los tres, su objetivo era correr, pero Aynoa sabía que si continuaba corriendo su destino sería inminente.
Se detuvo frente al gran pasillo y como lo había practicado comenzó a repetir las palabras del gran conjuro, una y otra vez su voz se fue haciendo cada vez más fuerte y sus manos se iluminaron de una luz verdosa.
—¡Mátenla!
El grupo de soldados sacaron los arcos y flechas y apuntaron hacia ella, pero sorprendentemente el mago de la historia que la atacaría junto a esos hombres, no estaba.
Aynoa con el corazón completamente agitado alzó las manos al frente y recordó a Caleb. El muro que tanto había practicado se formó desde el suelo hasta el techo levantándose, afirmandose y tomando grosor. Aquello no hubiera sido suficiente si un mago contraatacara, pero está vez la suerte estuvo de su lado.
Las flechas fueron lanzadas como una lluvia que asesinarían a todos los que estaban allí, pero en cuanto tocó el gran muro que había hecho ella, las flechas se devolvieron con gran potencia.
Tarikan si hubiera estado tranquilo hubiera podido sentir como la piedra que estaba bajo su mando había sido activada, pero dentro de su propio frenesí aquello fue imposible.
Aynoa no esperó nada más, Reimy fue el único que la esperó en la escalera y al verla comenzó rápidamente a bajar al subterráneo. La barrera de Aynoa duraría al menos diez minutos, y eso era suficiente para que pudieran escapar.
Toda la servidumbre que quedó fue entrando a ese pasadizo, Reimy y Cler fueron los únicos que aguardaron hasta que todos entraran, al ser ambos los jefes del lugar ante la ausencia de los duques, se aseguraron que todos estuvieran fuera de allí.
Aynoa se detuvo en las escaleras, el ruido de los pisos superiores era tanto que parecía una gran tormenta llena de sonidos de metales, gritos y pisadas. Los hombres del marqués al menos le dieron unos minutos para escapar junto al muro de Aynoa.
Entonces ella alzó el rostro y mantuvo la mirada en los ojos del mayordomo por un tiempo determinado, aquello solo evidenció su decisión. El anciano negó con la cabeza mientras la miraba.
—Arkan...—susurró ella. Reimy no entendería aquello, pero no había tiempo.
—¡Señora Aynoa!, ¡señora! —gritó el hombre.
—¡Lo entenderás, confía en mí! —dijo corriendo hacia la oficina del duque.
—¡SEÑORA...!
Había olvidado completamente la lámpara sagrada, estaba agradecida que la decisión de haberla guardado en la oficina de Tarikan había sido la mejor decisión, ya que no estaba lejos.
Sin Arkan, ¿cómo podría evitar que Siriham consumiera completamente el alma del duque?
Más de una vez vio como polvo caía desde el cielo, el castillo realmente estaba siendo atacado con todo, pero sabía que no caería. Aynoa había vuelto a tener esperanzas, habia evitado morir, lo que tanto había tenido por fin lo había logrado. Sus estrellas habían cambiado.
Era malo el momento para sonreír y mostrar un poco de esperanza, pero ahora solo debía tomar la lámpara y escapar por los túneles. Nadie entraría al subterráneo hasta que su muro se consumiera después de los diez minutos, sería suficiente para que su esposo llegara y pusiera todo en orden.
—Por favor, por favor solo un poco más.
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Antes de la primera caída.
Caleb no fue tonto, lo primero que debía corroborar era Castilville, en especial los subterráneos para poder proteger la ciudad.
Llegó en cosa de minutos, sus pies tocaron el frío suelo, pero cuando su cuerpo completo apareció en el lugar, solo lo esperó un silencio eterno. Su respiración era lo único que se podía escuchar, agitada, su pecho subió y bajó constantemente, aún así no había ni un solo ruido que pudiera percibir.
—Dios —se dijo a si mismo, mientras sus ojos recorrieron el lugar. Su mano no salió de la empuñadura de su espada, junto con la otra mano que la mantuvo frente a él listo para conjurar algún hechizo.
Conocía el poder del mago maldito, pero también sabía que Alain tenía su magia agotada, por lo tanto no sería un rival difícil de derribar. Lamentablemente para Caleb, la falta de información hubiera prevenido lo que iba a ocurrir.
Solo dos personas sabían que Ragnur había vuelto, Tarikan guardó ese detalle confiado de que todo saldría bien y luego de ser presionado por Sebastián, dejó escapar aquel hecho.
Caleb soltó un suspiro aliviado cuando al agacharse para observar el suelo, pudo notar rastros de sangre. El cordero mutilado sí estaba en ese lugar, ahora solo necesitaba encontrarlo, al menos estás se dirigían hacia las colecciones del duque y si fuera más allá, llegarían a la oficina de experimentos hasta el lugar donde permanecía la mujer dormida.
Cauteloso y sin hacer algún ruido, se movió como un ratón que se mueve en la noche, conocía el lugar bastante bien por lo tanto tampoco necesito alguna luz en la cual seguir. Los rastros lo llevaron exactamente dónde se había imaginado, pero cuando entró a la oficina donde Aynoa alguna vez había visto los fetos, la realidad que le tocó presenciar fue otra.
—Hola, Caleb. —La voz de un hombre hizo que el mismo soldado sintiera miedo. Sus pies se fundieron en la tierra mientras que en su pupila un hombre que había regresado de la misma muerte estaba completamente libre junto a Alain.
No había herida en su cuerpo, no había rastros de debilidad, eso solo condenó al pobre soldado que había tenido una simple misión.
—Ragnur...
El gran hechicero, alzó la mano envuelta en un humo negro y el cuello de Caleb rápidamente ardió.
El soldado rápidamente sacó un patrón de magia, pero cuando está se dibujó frente a él poco a poco se fue difuminando como si su propio hechizo se desactivará.
Ragnur dijo unas palabras mientras lo observaba con una sonrisa y entonces la marca negra salió en la nuca de Caleb suprimiendo toda su magia como una vez lo hizo Tarikan con el hechicero desertor de Abeul.
—Déjamelo a mi, yo me encargo —dijo Alain viendo cómo el soldado a pesar de su condición saco la espada.
Caleb no se rendiría fácilmente, aunque un soldado común no pudiera con la magia de un hechicero.
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En el otro lado del continente, las sombras que habían invadido al duque tardaron al menos dos horas en poder tranquilizarse, mientras el demonio hambriento de almas culpables se devoró a la mayoría de los soldados del reino, Tarikan tomó el control de su cuerpo. Claramente las noticias de Castilville no llegaron hasta pasadas esas dos significativas horas.
—No seré rey —dijo Tarikan, se había sentado en el suelo apoyando la espalda en una silla donde una vez se había sentado en rey. Mientras que sus soldados, poco a poco se iban reuniendo en el gran salón.
—Señor usted tomó la capital, hay desertores de la corona que ahora lo siguen a usted. Gerald y la reina están muertos, el reino no puede quedar sin un gobernante.
—Tarikan —dijo Sebastián mirándole—. Ellos tienen razón.
—Nunca vine aquí para poner una corona en mi cabeza. Elijan ustedes un rey, pregúntele a la gente a quienes quieren, pero yo, solo tendré mi ducado y la tierras a sus alrededores.
Tarikan se había tranquilizado sin la ayuda de nadie. Sorprendentemente no estaba agotado, aún sentía una pisca de excitación por lo que había hecho. Descansando un poco antes de recibir los informes de la guerra las puertas se abrieron y uno de sus soldados entró con prisa.
—Señor, son malas noticias —dijo el soldado.
Sebastián al escuchar aquello se volteó rápidamente y lo miró con unos ojos grandes, ¿que peligro podría haber si habían logrado tener el control de la capital, de Miminch, y el apoyo de Abeul?
—Abrieron un portal como el que usted duque ha hecho, el ejército de Romulo que estaba en el otro continente ha llegado a Castilville.
Tarikan no se movió de su asiento, pensó que realmente había controlado la situación, y el único que podía haber hecho algo como eso era ni más ni menos que su mentor.
—El collar...—susurró llevando los ojos hacia Sebastián.
Entonces todos comprendieron que el collar que Alain había robado y con el que había desaparecido lo había llevado al propio ducado, y por alguna razón la probabilidad de que Ragnur estuviera nuevamente libre era una gran posibilidad.
—Caleb...—susurró Sebastián asumiendo el gran error que habían cometido, pero no solo eso, si Caleb había ido tras Alain, podría estar muerto si se encontrará con Ragnur.
—El ejército que quedó debe estar por llegar a Castilville mi señor —dijo un soldado.
—No, esperarlos será demasiado tarde —dijo Sebastián—. Los collares que nos quedan solo nos llevarán a la entrada del ducado, Tarikan.
—Dejen a los necesarios en este lugar, los demás vamonos.
En cuanto Sebastián dió un paso, un pequeño remezón se sintió y las ventanas que daban hacia los patios traseros se iluminó con una luz azul. Sebastián que estaba hacia ese costado estrechó las cejas sin entender, ya que esa luz provenía del templo de magia, significando una sola cosa.
—¿Otro...hechicero a muerto?, ¿Caleb?
Sebastián sin entender llevó sus ojos hacia el duque y de un minuto a otro, en el techo del salón se abrió un patrón celeste y de allí cayó una piedra azul. Congelada y destellando luz verde hizo un sonido sordo al caer frente a la mesa.
El tiempo se detuvo unos instantes, y ninguno de los presentes dijo algo, de hecho pareció que ninguno respiró.
—Ta-Tarikan —susurró Sebastián al ver la piedra.
Todos supieron enseguida lo que significaba, el duque que había estado serio todo el tiempo, fijó sus ojos en el objeto, no tardó en agrandar lentamente los ojos y abrir su boca. Su semblante imperturbable que era natural de él, cambió de una forma que ninguno de los presentes se pudo imaginar jamás.
La expresión que hizo su rostro fue evidente y todos allí comprendieron una cosa, el ducado acababa de perder a su señora.
Tarikan no dijo nada, desapareció de allí sin dudarlo dejando un viento negro que giró en sí mismo antes que el silencio cobrará toda tranquilidad, pero no era tranquilidad lo que había crecido en cada uno de los hombres, sino un vacío y una gran tempestad.
—Vamonos —dijo Sebastián sacando el collar debajo de su armadura.
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Cada parte del libro va de la mano con una canción que me acompaña cuando lo escribo. El título de mi próximo capítulo lo saco de esta canción.
Saurom- Silencio roto.
¿Quién me cura a mi la ira, quién me cura la ilusión, quién me cura este silencio roto que dejó tu adiós, quién robó nuestro momento, quien robó nuestra canción, quién robó tu corazón helado?, ¿quien es el ladrón de sueños?
Cap 113.- El ladrón de sueños.
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