11.-La fiesta del rey
Había una fiesta que se celebraba todos los años en el castillo, los nobles viajaban a la capital para ofrecer regalos en conmemoración al cumpleaños del rey. Era una fecha llena de alegría a pesar de lo que Abeul había vivido. Poco a poco la gente que habitaba en ese lugar volvió allí para no descuidar la tierra y las cosechas. El rey le asignó un tributo a cada hogar y con eso, poder sustentarse hasta que todo vuelva a la normalidad, el cual ya se estaba trabajando en eso.
Cómo era de esperarse, el castillo se decoró de forma elegante con flores y lienzos de colores. Los guardias usaron trajes más ligeras tonalidades y cuando el atardecer comenzó, los invitados empezaron a llegar. Miles de carruajes se turnaron en la entrada para dejar a los nobles.
Aynoa trató de controlar su emoción al ver tanta gente bien vestida. Junto a su familia bajaron las escaleras, siendo anunciada por uno de los guardias. Muchos ojos se posaron en ellos, Sophia era una mujer hermosa al igual que sus hijas, Aynoa lo era, pero la mayor de sus hermanastras, Mariam podía decirse que se llevó todas las miradas. A pesar de que era gemela de Gabriela, una tenía más atractivo que la otra.
Con unos ojos color verdes que sobresalían de su blanca tés, su pelo café finamente recogido, dejando solo pequeños mechones cayendo y tocando sus hombros, los hombres enseguida posaron sus ojos en ella para pedirle una pieza de baile. Su hermana, Gabriela, se coló a la atención de los invitados, quedándose cerca y se mantuvo con ella hasta que más de un hombre pidió su mano para bailar
La suerte no llegó esta vez hacia Aynoa, miró con una leve sonrisa todo, ningún hombre se le acercó, las mujeres se agrupaban en pequeños grupos conversando fluidamente, pero al parecer la joven mujer no llamó la atención de ellas. Incómoda, prefirió mantenerse cerca de una de las mesas con comidas, cogió un vaso de vino mientras observaba algunos bailes para disimular sus manos temblorosas.
No era fea, pero Aynoa carecía de grandes pechos comparadas con sus hermanastras, era baja de altura, delgada y con caderas anchas. Su madre siempre le dijo que cuando creciera y tuviera un hijo, sus caderas no crecerían cómo las demás.
Cuando parecía que estaría sola toda la noche, un hombre joven caminó hacia ella, Aynoa al verle se sintió nerviosa y no dudo en sonreírle, pero su poca esperanza se aplastó cuando el hombre solo sacó una copa de la mesa que estaba a su lado y desapareció entre la gente. Mientras más minutos pasaban, más percibía que las mujeres la veían a ella y murmuraba sobre el rechazo que había tenido con todos, se sentía estúpida y decepcionada, la alegría con la que había llegado pronto se esfumó.
Sus hermanas fueron incapaces de controlar sus lenguas y haciéndose parte en la sociedad de mujeres de la capital, dejaron en claro que Aynoa no era más que la hija de una mujer enterrada bajo la tierra. En cuanto el marqués concedió los títulos a sus hijas adoptivas hizo que la posición de Aynoa bajara y hoy era Mariam la que tenía el mayor título de lady del marquesado.
Su padre, por otro lado, también desapareció entre tanta gente, seguramente estaría buscando quien podía prestarle el oro que necesitaba para la reconstrucción de Abeul.
Luego de un tiempo viendo cómo la gente se divertía y bailaba en el medio del salón, Aynoa dejó la copa en la mesa y caminó al balcón, ya no quería seguir viendo cómo todos reían y compartían entre sí sin ser incluida. Se había puesto un hermoso vestido, llevaba joyas y un poco de maquillaje en los labios, además de usar un corsé apretado e incómodo como para que después nadie la notara. Pensando en eso llegó al balcón y respiró de forma pesada.
Su postura que tanto había controlado enseguida se aflojó, su espalda se dobló mientras apoyaba los antebrazos en el borde y soltó un gran suspiro.
—Esto apesta —dijo en voz alta y al mismo tiempo observaba el jardín dándose cuenta de que realmente todo allí era hermoso y más cuando había una luna enorme sobre su cabeza.
—¿Sigues apestando?
La voz de un hombre enseguida la sacó de sus pensamientos. Una voz ronca y bastante masculina que había escuchado anteriormente. Giró su rostro de forma lenta hasta encontrarse con él.
—Yo... —dijo al verlo.
Tarikan apoyado en el balcón, la miró desde el otro extremo con aquellos ojos que parecían brillar con la luna. Con sus brazos cruzados sobre su pecho, no mostró ni una expresión en el rostro, por lo visto su semblante siempre era el mismo.
—Ruego que olvide aquello y yo olvidaré que me lanzó al agua dos veces sin una pizca de respeto. —Aynoa apretó las manos, no quería verse sumisa ante un hombre con tanta reputación como él y enseguida frunció el ceño.
—La primera impresión de una persona deja mucho que hablar, jamás podría olvidar aquello —dijo él con una leve sonrisa.
—Bien, pero si usted lo comenta, yo hablaré con la reina de que usted no fue correcto conmigo. —Aynoa esta vez no movió sus ojos de él. La distancia que los separaba seguramente le daba el valor para hablarle de esa forma.
—Hágalo, después de todo fue usted quien se lanzó a mis brazos. Usted estaría cavando su propia tumba.
—Eso no es cierto.
—¿Quiere que le muestre? —Tarikan separó la espalda de la baranda y lentamente dio unos pasos hacia ella.
Aynoa había olvidado que también el hombre era un brujo, podía con un soldado de alto rango, pero que fuera un hechicero, eso complicaba más las cosas.
—¿Está aquí afuera por qué no baila o es por qué no hay mujer que lo quiera invitar a bailar? —preguntó ella tratando de cambiar el tema.
—Es porque no me agrada la gente... —dijo llegando frente a ella y luego, sin sacar sus ojos, inclinó un poco el cuerpo para hablarle más de cerca—. Y menos las mujeres.
—No se acerque demasiado a mí —dijo ella dando un paso atrás y mirando hacia el salón. Incómoda trató de no mirarle a los ojos—. Las personas hablarán.
—¿Le preocupa lo que digan los demás? —preguntó él y volvió a acercarse.
—Claro que sí.
—¿Cuál era tu nombre? —dijo él parándose derecho y mirando al jardín. Sus ojos se movieron lentamente por el entorno tratando de recordar si lo había escuchado en alguna oportunidad.
—¿Me dirá el suyo si lo hago?
—Puedes llamarme como te dé la gana.
—Sé perfectamente que tiene muchos nombres duque, pero su verdadero nombre...
—Tarikan, no la molestes —dijo la voz del Gerald.
—Mi rey —dijo el hombre bajando su rostro y llevando sus manos a sus costados.
—Majestad. —Aynoa también bajó su rostro y sonrió al verle acercarse.
—Lady, estoy segura de que puede buscar a otras personas con mejor lengua que mi hechicero.
—¿Lady? —preguntó Tarikan volviendo a mirarla— ¿Eres la hija del marqués Tristán?
—Lo es —contestó el rey posando su mano en el hombro derecho del duque—. Compórtate. Lady, no la he visto bailar, pensé que en el marquesado le enseñaban a bailar, ¿o es usted tímida?
—Disculpe mi rey, no me había sentido bien —dijo ella con una leve sonrisa. No podía decirles a ambos hombres la verdad de no sentirse incluida.
—Vamos, la noche es aún joven. Tarikan llévala al centro del baile.
—¿Qué? No se moleste, mi rey... —dijo ella tratando de evitar al hombre que tenía al frente.
—No es una molestia, estoy seguro de que a las mujeres les gustará ver al duque regalar una pieza de baile.
Tarikan ocultó su malestar, mojó un poco sus labios y estiró su mano al frente mientras la mirada del rey lo presionó para obedecer. Era obvio que aquello era solo una forma de castigar su actuar, haciéndolo bailar con la hija del marqués.
—La acompañaré entonces —dijo él.
Aynoa sorprendida y avergonzada, miró unos segundos la mano del duque frente a ella, era grande, lisa y al tocarla sintió su calor tibio.
Antes de adentrarse en el salón, el rey volvió a pronunciar el nombre del hechicero como una forma de advertencia, para que esté guardará cordura. Conocía bien lo que había ocurrido con Abeul en su tiempo y ahora que aquel hombre estuviera al lado de la hija de Tristán era difícil de sobrellevar.
Gerald los observó entrar, era extraño que el destino ya los hubiera presentado para la mala situación que Tarikan había vivido, pero el hombre pareció calmado.
—Solo el rey puede hacer que nuestro joven duque quisiera participar —dijo la reina Eulisa caminando hacia su esposo.
—Ella no es muy bien recibida entre los nobles. Es hermosa, pero nadie parece notarlo.
—Sus hermanas le han robado ese puesto mi rey, agradezcamos que Tarikan no sepa quién es la mujer que está llevando.
—Ya lo sabe.
—¿Lo sabe?
—Se comportará, los vi a los dos hablando antes de interrumpir. Además, el desgraciado debe poner de su parte después de lo que hizo.
—¿Se conocían de antes? —preguntó ella. Enseguida, la imagen de la mujer completamente mojada y del hombre secando su ropa ancló una posibilidad.
—Quizás...
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