109.- Muerte o victoria
Con la muerte del conde Newrom, todos los soldados de Romulo que habían sobrevivido se fueron arrodillando en el pasto para dar su rendición. Los monstruos fueron contenidos por los magos y la mayoría por el duque dejando una oleada de gritos y gemidos, no era de extrañar que el hombre los tortura antes de darle fin, pero fue rápido.
—¡ALAIN! —La voz del duque se escuchó como eco en toda la llanura.
Era evidente que lo estaba buscando entre todos los soldados, pero no tardó en encontrarlo.
Caleb lo había seguido y aunque intercambiaron ataques mágicos, dos hechiceros más se unieron para vencer al hombre de nivel superior. Luego, Sebastián también lo pudo reducir desde el lugar donde estaba, no hizo más esfuerzo, la energía mágica del hombre estaba casi agotada, y tenía una gran herida en su costado por los ataques que había recibido.
Las cosas se fueron calmando, las serpientes comenzaron a terminar el sufrimiento de algunos caídos dándoles una muerte más rápida, el cual tardaría un tiempo en reunir y quemar los cuerpos de los caídos. Mientras el duque comenzó a calmarse y a reunir nuevamente los fragmentos de oscuridad en su interior.
—Manden a la mitad de las tropas a Castilville —dijo Sebastián acercándose a dónde estaba el duque—. Los demás irán con nosotros.
—No pienso perder a más gente —dijo Tarikan con los ojos cerrados—. Y tampoco quiero que alguien sobreviva a dónde iré.
—Te guste o no, iremos contigo, duque —dijo Sebastián rodeándolo y mirándolo a una distancia prudente—. Caleb trae a la zorra de Alain.
Sebastián observó con determinación el rostro del hombre, se veía agitado, pero su piel no volvió a su color característico y cuando abrió los ojos, sus ojos grises estaban desapareciendo. El negro había consumido casi la mitad de este, desde los bordes exteriores hacia su pupila, haciendo evidente que el control de Siriham sería total cuando perdiera por completo su gris.
—¿Estas bien?
—Lo estaré cuando esto termine.
—¿Comprendes lo que está ocurriendo contigo? Si no solucionamos esto, tu...
—No cambiaré los planes sebastian —dijo caminando hacia él y paso a su lado dándole un leve golpe en el hombro.
—Tarikan —dijo Caleb acercándose con el hechicero amordazado y lo empujó para que cayera al suelo.
—No puedo creerlo —dijo el duque mirandolo con una sonrisa—. Ahora sí me voy a divertir bastante.
—Tarikan —susurró el hechicero.
El duque lo observó y claramente se dió cuenta que sus soldados se habían aprovechado de la situación. Su rostro estaba con contusiones y lo mismo que habían hecho con Lefir; el soldado de Caleb, Alain le faltaba una oreja.
—Será bonito cortar ese hermoso pelo tuyo —dijo Caleb agachándose y jalándolo de él para que levantará la cara.
—La perra aprenderá su lugar de una buena vez —rieron todos mientras lo obserbaba. Todos sabían el trato que el mismo hechicero de Rómulo tenía con los demás, el sentirse santo y superior, está vez le pasaría la cuenta.
—Tarikan…por favor —dijo el hombre mirándolo.
Entre todos los soldados que podía ver desde el suelo, Tarikan era el único que podía cambiar su destino, aunque ahora le tuviera un odio enorme y un miedo, no conocía realmente a los demás. Ubicaba a Caleb y a Sebastián, pero no había pasado tanto tiempo para compadecer piedad ante ellos.
—Es gracioso —dijo Tarikan mirándolo desde arriba—. Cómo fui tratado por ti en la capital cuando mis poderes estaban suprimidos, o como trataste a mi esposa e incluso a los mismos soldados que hoy te han vencido.
—Puedo hacer lo que sea... —dijo Alain mientras bajó su mirada y se dió cuenta de un objeto que tenía un hombre muerto a sus pies. Un artilugio valioso.
—Lo que sea no será suficiente —agregó Tarikan—. Me alegraré saber que podré hacer todo lo que tú dijiste que harías conmigo. Voy a doblegarte, a destuirte sin matarte y lo mejor de todo, es que desde este momento no voy a perderte de vista...
Tarikan terminó de decir aquello y el hechicero que tampoco era tonto, se lanzó de estómago al suelo. Tomó en sus manos el collar del fallecido y en cosas de segundos desapareció frente a la mirada de todos.
Un silencio sepulcral quedó entre ellos, en especial del duque que no hacía ni un segundo que había dicho aquellas palabras. Caleb se quiso morir ahí mismo, enterrar su cabeza en el suelo profundo y no salir nunca más. Todos los collares estaban desactivados, todos debían haber estado ya usados, ¿por qué ese exactamente no lo había hecho?
—Ca-leb... —Tarikan habló lento y suave, sus ojos no se movieron del lugar donde había estado Alain hace solo unos segundos, y su rostro no cambió el semblante.
—No-no lo entiendo...no es posible...
—Voy a matarte.
—Tarikan cálmate —le dijo Sebastián al ver sus ojos, su mirada que parecía dejar ver sus oscuros pensamientos y esa aura asesina que provocaba temor— ¿Dónde se fue, Caleb?
Todos miraron al soldado, pero al hacerlo solo descubrieron que aquella respuesta no se podía dar con seguridad. Los collares eran su responsabilidad, aquel hombre fallecido tenía cuatro.
1.Hacia el templo sagrado
2.Hacia la capital
3.Hacia la entrada de Castilville.
4.Hacia los subterráneos de mismo castillo del duque.
—Es tu responsabilidad saber a dónde se fue —dijo Tarikan.
—Lo voy descubrir.
—No puede haber ido muy lejos, está herido y su magia casi agotada por completo.
—Señor, ¿qué hacemos?
Caleb desapareció sin esperar nada más, no podía ser el responsable de que el prisionero de Tarikan se perdiera así como así. Pensó también en el hombre que portaba aquel collar, ¿podría ser un soldado que vino junto con el duque?, ¿podría haberse equivocado de collar y entregado a un soldado que no debía poseerlo? Cualquiera que fuera su error, ya los hechos estaban y debía remediarlo.
******************************
Nuevamente organizados, el grupo que acompañaría al duque a la capital se fue formando con las nuevas órdenes. Sebastián iría a la cabeza y tardarían al menos dos días en llegar, pero cuando Tarikan fue alfrente lo que hizo dejo con la boca abierta al mismo conde.
El hombre dándole la espalda a sus soldados, junto sus manos en su pecho haciendo un símbolo con ellas, dijo unas palabras lento y suave y luego, comenzó a repetirlas una y otra vez.
Una gran nube negra apareció frente a él, como un remolino que giraba de forma vertical y luego, comenzó a separarse. Lo que ahí se pudo apreciar fue lo que asombró a todos.
Frente a ellos quedaron edificios, casas, y personas que caminaban en las calles, para detenerse al ver aquel ejército.
Tarikan paso a través de aquel portal, sus botas pasaron rápidamente de tocar pasto a pisar piedra lisa. Sin duda la gente de la capital no se esperaba verlo aparecer de esa forma, el terror de ellos vino luego que unos soldados reales se acercarán.
Mientras los soldados del duque traspasaron por ahí, el hombre hizo arder las armaduras doradas y luego comenzó a quemar las casas. Vidrios rotos y estruendos hizo que todos se alermara.
—Quemenlo todo —dijo y sus soldados comenzaron a moverse.
La gente comenzó a gritar, a correr, muchos cayeron ante el filo de la espada, pero cuando los magos entraron por el portal, las edificaciones templaron con cada destruccion que hicieron.
Una ciudad maldita, una ciudad que no se merecía ser salvada, ni defendida. Tarikan no tendría piedad con nadie. Su magia natural salió en ese lugar, todo lo que se había guardado, estirando sus manos, la ciudad comenzó a quemarse.
******************************
—¡Fue él!
—No digan estupideces, sabemos que el duque está bajo los hechizos del rey Gerald.
—¿Que hay con Rómulo? —preguntó un consejero del rey.
—No hemos recibido nada, no una carta, ni aviso. No sabemos cómo están las cosas, pero el templo de magia se ha iluminado, eso significa...
—Significa que hemos perdido ya a seis o siete hechiceros.
—Mi señor, tal vez los hechiceros eran rebeldes, conocemos que son bastante buenos para coficiar el poder.
—Son muchos como para que todos hayan decidido traicionarnos —contestó Gerald mientras se tocaba en rostro sin entender nada.
—Señor, llame a Tarikan. El duque puede venir de un momento a otro, él puede ser el único que le dé explicación de lo que está ocurriendo.
—Si Rómulo ha caído ante los rebeldes, la corona debe enviar a sus soldados.
—No —dijo el rey poniéndose de pie lentamente—. Romulo no puede caer si las serpientes estaban con ellos. Es imposible que mis dos grandes ejércitos perecieran bajo las manos de individuos que son incapaces de experimentar una guerra.
—Señor, considere la traición.
—¡¿La traición de qué?! —gritó Gerald golpeando la mesa.
El rey no era sordo, ni tan tonto, pero no quería asumir que su perro faldero junto con su mejor ejército de combate mágico estuviera conspirando contra él.
—Gerald —dijo la reina que había llegado al salón, pero no había abierto la boca hasta ahora. El rey la miró con el ceño fruncido y esperó a escucharla—. La última vez que estuvo aquí, el duque se comportó más familiar que de costumbre.
—Fuera todos —dijo el rey soltando un gran suspiro al tiempo que dejó caer su espalda en la silla.
La gente rápidamente hizo caso, y salieron de allí murmurando lo que estaba ocurriendo.
—Explicate a qué te refieres.
—Él me besó —dijo ella mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Sabes cuántas veces el ha correspondido a un beso mío?
—¿Cuántas?
—Nunca, ni cuando era joven cuando me decía que me amaba.
—¿Estás segura de lo que estás diciendo?
—Que el duque me besara, de la forma en la que lo hizo —dijo ella bajando el rostro—. Al principio creí que por fin había obtenido algo de él, pero ¿no es curioso que después de aquel suceso yo... perdiera a nuestro hijo? —agregó con la voz quebrada.
—No puedo creer lo que dices.
—¿Por qué no?, ¿Que acaso eres sordo?, ¿Que acaso no te das cuenta que lo que es hombre te dijo del futuro coincide con todo lo que está pasando?
El rey apretó los puños y apoyó sus manos en la mesa mientras bajaba el rostro y cerraba los ojos. En su mente, los recuerdos que tenía junto al duque pasaron como una película, criado desde pequeño junto a el, el rey no pudo separar lo bueno y lo malo que había sido la vida de su joven duque.
Gerald abrió los ojos y una mirada furiosa fue la que la reina pudo observar, pero cuando Gerald fue a abrir la boca, un estupendo grande se escuchó a lo lejos, parecía un rayo que había llegado producto de un eco.
—¿Que fue eso? —dijo caminando por el borde de la mesa hacia la gran ventana, su esposo tardó unos segundos en llegar a su lado.
En su mirada quedó la imagen de la iglesia de la ciudad cayéndose a pedazos. El fuego que se podía apreciar fue grande, parecía un dragón que había llegado para incendiarlo todo. Dos flamas enormes que se levantaron hacia el cielo fueron lo que asustó a los reyes, si un monstruo había llegado a destruir la ciudad, no tendrían a los soldados, ni hechiceros suficientes para defenderla.
Todo estaba mal, toda la penumbra inundó la mente del rey, mientras sujetaba su cuerpo amén el borde del marco.
—¡Señor! —dijo un soldado abriendo las puertas de golpe. Las campanas de la ciudad rapidamente comenzaron a sonar avisando del peligro—. ¡La ciudad está siendo atacada!
—¡Eso ya lo sé, tengo ojos para ver lo que está ocurriendo!
—Pero señor —dijo el hombre mirándolo con unos ojos llenos de pánico—. Son las serpientes.
Aquellas palabras entraron tan lentamente en los oídos de los reyes, que no reaccionaron en los primeros dos minutos. El soldado no dijo nada más, los observó con gran miedo, pero Gerald solo miró el suelo y lentamente sus ojos subieron por su cuerpo hacia su pecho, el collar no estaba.
—Hijo de puta, malnacido de mierda, ahora le enseñaré lo que se merece un traidor como él —dijo saliendo del salón pequeño hacia su oficina.
Había prometido no sacarse el collar que controlaba al duque, pero luego de la perdida de su hijo, se había despojado de el con la esperanza de que al hacerlo, no cargará con tanta responsabilidad.
El rey fue seguido por su esposa y por un grupo de soldados, el hombre que había venido también fue tras el en busca de alguna orden que pudiera transmitir a los demás, pero Gerald no dijo nada más que maldecir al duque.
—¡Le dimos todo, y así nos paga! —gritó mientras a paso veloz caminaba por los corredores.
—Señor, la gente...
—Abran la puerta del este, dejen que la gente se salve como pueda.
—Gerald, ¿dejaras que las personas se salve sola?
—Tenemos otros asuntos que tratar, traeré al bastardo, al gran salón. Reúnan a mis soldados y reúnan a mis hechiceros. Lo haré gritar hasta que no tenga ningun sonido que pueda emitir —ordenó sin detenerse—. Los demás protejan el castillo y manden a los soldados al frente.
—Sí, señor.
**********************************
Sebastián tampoco tuvo compasión en su corazón, ver cómo el duque fundía las armaduras doradas no le causó malestar en absoluto. Los soldados reales comenzaron a morir de la peor forma, todo el metal de sus cuerpos se fue derritiendo quemándolos hasta los huesos. Era obvio que Tarikan se estaba dejando llevar por su maldito demonio, y sin piedad, ni duda en su rostro continuó haciéndose paso hasta la calle principal. Cuando llegó a ella, pudo visualizar a lo lejos el castillo real de Hamrille, el duque se detuvo y luego su mano derecha comenzó a cambiar y a tornarse completamente negra.
Una esfera roja como la sangre se formó en su palma, tan pequeña pero tan reluciente que Sebastián pudo sentir el gran poder que tenía la maldita serpiente. Los poderes del duque se volvieron completamente insuperables.
Lanzó al aire la esfera, y está se elevó tan alto en el cielo para luego explotar. De allí no salió nada, y no produjo nada. Sebastián no tenía idea de que era lo que el hombre había intentado.
—Sebastian, entren al castillo. No quiero a nadie con vida.
—Por supuesto, ¿tú...?
—Los reyes son míos, agradeceré que no me interrumpan en las próximas horas.
—Todos tuyos —dijo el conde mirando su espalda y luego el duque desapareció—. Ve, hombre de la corona y deshace las cadenas que una vez te enjaularon.
***********************************
El rey, furioso por todo lo que estaba ocurriendo, caminó sin detenerse hacia su oficina, tomó la caja y se dirigió al gran salón. Allí los soldados se habían reunidos y los dos hechiceros del rey llegaron agitados a su llamado.
La reina aguardó en la entrada, aún no podía creer todo lo que estaban viviendo, se negaba a aceptar que su joven duque fuera capaz de traicionárlos. Si ahora era él quien comandaba el ataque a la misma capital, entonces realmente podía ser capaz de haberla envenenado y asesinado a su hijo no mató, pero aún así, comprendiendo las interrogantes que se había formulado, siguió sin poder creerlo
¿Era amor lo que de verdad sentía por el que hacía cegarse ante aquella realidad o era solo una obsesión enfermiza?
Mientras todo eso pasaba, la luz que iluminaba el gran salón a través de sus ventanales se comenzó a oscurecer. El cielo de la nada se tornó nublado, apareciendo nubes dónde hace minutos estaba completamente despejado. La reina se acercó al ventanal mirando aquel extraño suceso, por momentos quería y deseaba que esto fuera solo un sueño, pero claramente no lo era.
La habitación se oscureció dejando solo pequeños lugares iluminados y luego el sol que estaba ya tapado fue sobrepasado por una luna rojiza y el día se hizo noche.
La boca de la reina se cayó y las lágrimas se juntaron en sus ojos, esto era realmente el fin, la profecía de la serpiente del duque se había cumplido.
“Morirás cuando esté hombre te traicione, cuando la luna se vuelva roja, el día se vuelva noche y tu mujer de a luz un monstruo de escamas y cuernos. Será el fin de tu reinado rey Gerald”
—¡TARIKAN! —gritó el rey.
Euliza volteó hacia su esposo encontrándose que el hombre ya había tomado el collar y lo tenía en su cuello, pero aún así, se veía furioso. Repitió una y otra vez el nombre del duque pero su collar no se iluminó.
—Es...imposible... —dijo levantando el rostro y mirando a uno de sus consejeros y luego vio a la reina.
—Ragnur dijo que esto era irrompible. No entiendo —dijo Euliza mirándolo asustada, pero mientras todos allí se preguntaban que había ocurrido, los soldados prendieron más antorchas para iluminar la habitación que poco a poco se volvía más oscura.
Cuando la primera antorcha llegó a iluminar el trono, una pequeña risa en la penumbra se puso apreciar.
—Quizas, si me llamas amablemente pueda funcionar.
Ronca y seductora, la voz del duque se escuchó resonando por todos los rincones, el rey lentamente se volteó hacia el trono y allí en su asiento real el hombre que había tratado de invocar estaba echado con una pierna sobre el apoyabrazos.
Sangre seca cubría parte de su rostro y cuello derecho, su ropa se había tenido de un color negro y su piel continuó siendo oscura.
La reina quedó atónita, no era normal ver al duque en esas condiciones y menos con sus ojos en ese estado, junto a su pelo negro carbón. Parecía endemoniado, poseído por algo maligno.
Tarikan sonrió lentamente mientras levantaba la mano y con los dedos lanzó un anillo hacia los pies del rey. Uno de sus consejeros lo recogió mostrándolo a su señor, el cual se dieron cuenta que ahora el general que habían nombrado para liderar a los soldados dorados, estaba muerto.
—Tarikan.
—Gerald.
***********************
Regalito por haber contestado la pregunta que deje en mi muro albalac
Nos vemos preparadas para lo que muchos han esperado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro