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106.-El inicio del mañana

La pequeña reunión se originó en la mitad de la planicie, hombres cubiertos de rostro y pelo llegaron a juntarse con los soldados de Rómulo.

Alain los rodeó rápidamente sin decir una palabra, mientras que Newrom les contaba sobre las condiciones para su rendición. No escatimo en buenas palabras, o se rendían o simplemente masacrarían hasta el último de los rebeldes.

A una distancia prudente, Tarikan observó aquello, estaba un poco nervioso, temía que Alain acabará con ese grupo, y esperaba realmente que Caleb no estuviera allí. Aunque no había podido dejar de escuchar las palabras de su demonio, intentó concentrarse y mantener los pies sobre la tierra.

Cuando los minutos pasaron, se dió cuenta que si se mantenía tranquilo podía dejar de escucharla, aún así, la mínima cosa lo dejaba alterado. Incluso trató de pensar en su esposa, pero cuando lo intentaba no podía mantener su imagen en su mente, era claro que su cuerpo comenzaba a corromperse. Mientras no usará a Siriham podía aún pensar con claridad.

—Te notó más cambiado, muchacho —dijo la voz de Tristán acercándose desde atrás.

Tarikan carraspeó un poco la garganta y volvió a tomar compostura al escucharlo, pero se tomó su tiempo para llevar sus ojos hacia él.

—¿Has decidido?

—Aún lo pienso, pero mientras lo hago, ¿puedes contarme algo de mi hija? No he recibido sus cartas…

—Ella está bien…

—Bien embarazada —dijo el marqués soltando una leve risa—. Mi pobre niña, todo lo que tendrá que vivir si las cosas no salen como tú lo has planeado.

—Esto, siempre ha sido mi objetivo, Tristán.

—No lo entiendo, y tampoco quiero entenderlo. Mi respuesta depende de unas preguntas que te haré.

—Te estoy escuchando —dijo el duque al mismo tiempo que lentamente lamió sus labios al ver que el grupo que se había reunido venía devuelta. Luego, llevó sus ojos lentamente hacia el marqués.

—¿Es necesario?

—Lo es.

—¿Podríamos evitar el asesinato de los reyes?

—Definitivamente no.

—Me decepcionas —soltó Tristán bajando un poco la cabeza y soltando el aire de sus pulmones—. Después de todo lo que los reyes han hecho por ti. Has estado siempre metiéndote en problemas y jamás te han castigado con gravedad.

—Tristán —dijo Tarikan girándose hacia él.

El marqués levantó su rostro, pero no entendió que era lo que quería hasta que bajó sus ojos y vio la mano estirada del duque.

—Te voy a mostrar mis verdaderos motivos.

El hombre dudó unos segundos, pero mirándolo a los ojos, tragó un poco de saliva antes de mover su mano hacia él. Si lo pensaba no lo haría, así que actuó rápidamente antes de detenerse a meditar las cosas.

Con un fuerte agarré, confío nuevamente en el esposo de su hija y en cuanto el duque apretó su mano, una nueva experiencia pudo presenciar. 

Como si de un vídeo con imágenes se tratara, su mente visualizó una acumulación de situaciones grotescas que el duque quería mostrarle, fueron solo dos segundos cuando el duque soltó su mano.

Dentro de aquellos recuerdos, el marqués pudo ver la habitación de los espejos, niños pequeños tratando de sacarse cuerpos adultos de encima mientras eran abusados y asesinados entre las risas provenientes de cuerpos ensangrentados. 

Tristán se le apretó el pecho, no reaccionó cuando el duque lo soltó. Como si se hubiera convertido en una marioneta que siempre fue controlada por la corona, se dio cuenta de que los rumores no estaban tan errados.

—Piensa en tu decisión, marqués de Abeul, no querrás que tus nietos también sean solicitados por la corona y que estén cerca del mismo diablo, ¿o sí?

Tristán quedó sin palabras, conocía los rumores de los niños de la corona, pero nunca creyó que el mismo duque había sido criado y tratado de esa forma. Que aquel hombre tuviera esos recuerdos, no era necesario preguntar más si realmente había participado.

No apartó sus ojos de la espalda del hombre, luego miró hacia los soldados que se acercaban a caballo y la guerra que tocaba sus pies.

—Preparad a los hombres —dijo Newrom en cuanto estuvo cerca.

—Los podía haber incinerado en un pestañeo —reclamó el hechicero que venía a un lado del conde.

—Estrategias Alain, ni siquiera eres capaz de comprender eso —dijo su señor mientras con el ceño fruncido lo observaba—. Marqués, será mejor que parta hacia el lugar donde hemos acordado, espero que todo lo que mi hermana me ha conversado de usted sea cierto.

—Haré lo mejor que pueda —dijo Tristán sin sacar sus ojos del conde hasta que esté marchó—. Que desafortunado desenlace —soltó mientras uno de sus soldados le acercaba su caballo.

—Señor, todo está listo.

—Hay que moverse enseguida.

—Sí, señor.

**************************

Veinte minutos pasaron cuando el ruido y el suelo que pisaban evidenció lo que se avecinaba.

El ejército de rebeldes hizo temblar la tierra, parecía una manada de grandes bisontes corriendo sin parar hacia donde ellos estaban. Newrom subió rápidamente a su caballo y sus soldados personales lo siguieron a la más alta planicie, allí encontró que Tarikan y sus soldados ya estaban más que formados, por otro lado, Tristán había marchado, ya que atacarían por arriba para sorprender a los enemigos.

Newrom recién pudo darse cuenta de que de una vez por todas habían sacado a todas sus tropas, el cual doblegaron su tamaño. Habían contado los suficientes para saber que podían acabar con ellos, pero de la nada miles de hombres salieron desde los árboles. Parecían hormigas negras juntándose en un solo punto, en ese momento el conde no sabía que el resto del ejército del duque ya estaba entre las tropas de los rebeldes.

—Malditos —susurró y luego se mordió el labio mientras miraba a los demás. Tarikan se veía tranquilo, estaba lejos de su grupo, pero aun así podía observarle. El duque no había sacado sus ojos de aquel ejército que se acercaba, incluso mostró una leve sonrisa, el cual, hizo que el conde calmara un poco sus nervios.

“Loco demente” se dijo, asumiendo que el duque estaba ansioso por atacar, pero luego volvió a mirarlo. Detallo lentamente su rostro, fijándose en su mejilla, en sus ojos, su pelo y esa sutil sonrisa.

—¿Desde cuándo Tarikan sonreía tanto?

—¡Newrom! —gritó Alain sacándolo de sus pensamientos. 

—Solo hazlo —le contestó.

Los hombres del duque partieron en una infracción de segundos, ellos serían los primeros en atacar a los rebeldes, pero Tarikan no se movió. Todos sus soldados lo dejaron solo, pero cuando el conde volvió a mirar, supo que algo no estaba bien.

El duque tenía una sonrisa enorme, tan grande que parecía que no era humano, sus ojos se habían hecho más grandes, pero no se movió de ese lugar.

—Alain, espera… —dijo, pero su hechicero ya había partido. Su caballo se movió bruscamente haciendo relinchos para querer correr, pero el conde afirmó las riendas jalándolas con fuerza.

Todos sus soldados comenzaron a moverse, pasaron cabalgando a sus costados, mientras que el sitio se llenaba de eco por más pisadas de los animales. Alain, bajó a la gran planicie, el ejército del duque había tomado gran ventaja de separación, pero eso no detuvo al hechicero. 

Sobre su caballo, juntó sus manos en su pecho y comenzó a hablar en lenguas, mientras que sus hombres lo alcanzaron y pasaron a su lado. Rómulo tenía también hechiceros en sus filas, los cuales tres de ellos se fueron deteniendo para hacer exactamente lo mismo que Alain.

Tres esferas blancas se crearon bajo aquellos hechizos, los caballos no se detuvieron, continuaron corriendo ante el eminente choque entre ambos bandos, pero antes de que eso llegara a ocurrir, Alain y sus magos lanzaron el ataque mágico.

Ante los ojos de Newrom quedó la fuerza mágica de los rebeldes, desde donde él se encontraba, pudo notar tres magos que alzaron sus manos al aire y un gran manto verdoso cubrió la parte delantera del ejército.

—Allí están —dijo Newrom hablándole a otro hechicero que aguardaba a su lado—. Tu turno.

—Sí, mi señor. 

Las esferas no fueron suficientes para provocar daño, gracias a los hechiceros del duque que estaban acostumbrados a los ataques, soportaron la magia de Rómulo. Aun así, Newrom no esperó ni un segundo. Su hechicero fijó sus ojos en uno de los contrincantes y rápidamente comenzó a enjaular su magia. Cuando Alain lanzó otra esfera, el mago de los rebeldes no pudo decir nada, por lo tanto, su manto de protección no se activó.

Alain soltó una carcajada cuando lanzó la última esfera, los tres hechiceros juntaron su magia hacia aquel lugar donde la protección no estuvo. Al menos con eso eliminarían una gran cantidad de rebeldes sin que pudieran hacer nada.

Sebastián, que iba casi a la cabeza del ejército, apretó más fuerte las riendas del caballo cuando sobre su cabeza apareció la gran esfera blanca. El pasto a los pies de los caballos se iluminó por un segundo, antes de desaparecer siguiendo su camino hacia el frente.

La luz verde no estaba, eso hizo que Sebastián se pusiera más nervioso y apretó los dientes antes de gritar el nombre de su señor.

—¡TARIKAN!

**********************

La gran esfera impactó con un objeto explotando por todos lados, la nube de humo quedó obstaculizando la visión de todos. Gris y espesa cubrió el lugar, los caballos que se movían desaparecieron siendo cubierta por esta, pero los sonidos de sus cascos aún se podían sentir en la tierra.

Newrom observó con gran atención, podía ver los árboles encerrando todo el lugar, las colinas y el lugar donde aparecería Abeul. Aguardó allí sin despegar sus ojos hasta que un agujero se formó entre todo el humo apareciendo un hombre con las manos estiradas.

“Traición”

Ese fue el único pensamiento que llegó a todos los que estaban allí observando el primer ataque. Cuando Newrom llevó su mirada aún perpleja hacia el caballo del duque, el hombre ya no estaba allí.

—Hijo de puta… —dijo en voz baja.

—Es…es el duque —dijeron las voces de sus soldados, estaba confundidos.

—No puede ser…

—¿Tarikan…traicionó a la corona?

El gran hechicero de todo Hamrille por fin mostró su verdadera cara, sonriendo, disipó todo el humo que había provocado la esfera de magia, y recién los soldados de la mano de Romulo se dieron cuenta que los hombres que había traído el duque, pasaron entre las filas de los rebeldes hasta llegar al final para unirse a ellos.

Tarikan de pie sobre la tierra dejó sus manos estiradas al aire, al tiempo que su ahora ejército completo pasó en dirección a Newrom.

Romulo ya no pudo detener a sus hombres, a medio camino de la gran llanura, sería una deshonra ordenar la retirada, y aunque todos quedaron consternado por aquello, la guerra estaba empezando.

—No… —Alain dejó de estar presente, su caballo se movió sin que el lo dirigiera.

Sus hombres iban por el costado norte de todo el lugar, pero aún así, fijó sus ojos en el hombre de negro que estaba quieto entre todos los caballos. No podía creer que el perro faldero de la corona por fin mordiera la mano de su amo.

Cuando llevó sus ojos hacia al frente, su caballo chocó violentamente con otro y salió expulsado hacia alfrente.

Todos los soldados chocaron entre si y el sonido del metal, las espadas, el relinchos de los animales inundó todo el páramo.

—¡A la carga, son soldados de Romulo, hijos del gran Dios de los cielos, tenemos la bendición de él y su santo hijo!, ¡Hoy castigaremos a los traidores!, ¡En nombre de la corona y del rey Gerald, ordenó que me tráigan la cabeza del duque de Castilville y de todos sus secuaces!

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