105.-Siriham
Nervioso, Sebastián siguió al duque en silencio, aún no entendía que era lo que Tarikan escondía y como no había duda en hacer lo que hizo, actuaba extraño, incluso su caminar, su voz, su mirada.
Las serpientes se reunieron con los otros ejércitos lentamente. El conde tenía una gran mesa llena de papeles, el mapa de aquel lugar estaba allí extendido, mientras que con sus consejeros buscaban la mejor manera de atacar, pero en cuanto Tarikan se aproximó, Alain sintió algo extraño en él.
—Tarikan, es un gusto verte por estos lados —dijo Newrom mientras levantaba su rostro hacia él.
—¿Cuántos son? —preguntó enseguida.
—¿No quieres saber primero de nuestras estrategias?
—Conozco esta tierra lo suficiente como para no tener la necesidad de un mapa.
—Siempre tan engreído. Son alrededor de doscientos o trescientas personas, pero supongo que ahora son mucho menos con lo que acabas de hacer —dijo Newrom soltando una risita—. Han regenerado la mayoría de sus tropas, el cual me hace pensar que sus hechiceros son bastante buenos u organizados, pero deben estar cansados.
—¿Cuántos hechiceros has traído, duque? —preguntó un hombre.
—Cuatro.
—¿Contándote? —preguntó Tristán.
—Sí, el rey me dijo que solo necesitaban un poco de ayuda —dijo el duque con una leve sonrisa. Evitó completamente llevar sus ojos hacia el hechicero que lo observaba detenidamente desde el otro lado del lugar. Alain no se acercó a la mesa, se mantuvo a una distancia prudente sin la intención de interferir. Aun así, sus ojos nunca se apartaron de Tarikan.
—Debiste haber traído más, y más hombres. Son insuficientes —reclamó el conde.
—¿Insuficientes? —preguntó Sebastián mirando al hombre—. Veo los suficientes soldados para poder incluso cuatrocientos hombres y dos magos de nivel superior.
—Tu falta de experiencia se puede notar conde de Rumani, una guerra no está asegurada hasta que estemos seguros de aniquilarlos por completo. He tenido bastantes bajas, por lo que puedes también apreciar.
—Si curarás a tus hombres... —dijo Sebastián dando un paso al frente, pero el duque enseguida puso su mano en el pectoral y lo miró directo a los ojos.
Una sola advertencia para que el conde Sebastián se calmara, por unos segundos solo había pensado en el bienestar de incluso esos soldados para llevarle la contraria a Newrom. Que los soldados del conde de Mimich fueran curados no era un presagio bueno para la rebelión.
—Somos muchos más que ese grupo de rebeldes —dijo Tristán—. No deberíamos preocuparnos, después que el sol se vaya las sorpresas que nos trae el mañana serán temibles —agregó mirando el cielo.
Tarikan enseguida lo observó, era evidente que ahora el marqués conocía sus intenciones, pero aun así, le sorprendió que estuviera hablando en códigos, o tan solo quería amenazarlo sin que nadie se diera cuenta.
—Dependerá de la forma en que veas el futuro —dijo el duque mirándolo. Tristán sostuvo solo unos segundos su mirada y luego bajó sus ojos hacia el mapa.
—Sería bueno que un grupo baje por esta colonia y así intercepte a los rebeldes por esta parte —dijo el marqués.
—A mí me da lo mismo dónde...—dijo Tarikan pero fue interrumpido.
—Tus hombres podrán ir de los primeros, después de todo saben cómo encargarse de monstruos. Será fácil para ti encargarte de sus magos.
—Bien, atacaremos a medio día.
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—Algo no está bien —dijo Alain cuando el conde se acercó a él.
—Es un idiota y sigue siéndolo —agregó el conde entrando a su tienda, siendo seguido por su hombre.
—No me refiero a eso, sino que es diferente.
—¿A qué te refieres?
—Cuando lo vimos en la capital, claramente se podía sentir su magia natural en poca cantidad cuando Siri no estaba —dijo Alain soltando un suspiro mientras observaba al conde—. Después, cuando regresó, la podía percibir en su interior como un río lineal que se fusionaba con su propia magia natural, pero ahora... —agregó tomando un minuto de pausa—. No siento a su demonio.
—¿No lo percibes?, ¿entonces no está? Qué idiota, la otra vez dijiste que la única debilidad del duque era cuando su demonio estaba fuera de su cuerpo.
—Sí, Newrom, pero no me refiero a eso, si no que no puedo definir a Siri y la magia del duque como dos cosas. Es extraño...
—Quizás solo la está ocultando de nosotros, el rey muchas veces me dijo que el duque podría ocultar su magia porque nunca habíamos visto su poder por completo, yo pienso que eso solo es para asustar a los demás hechiceros. El hombre es bueno, eso no hay dudas, pero quizás no lo es tanto.
—Espero que sea solo eso, conde.
—¿Dónde está el prisionero? Oí que solo dejaron a uno vivo y que es un mago.
—Lo tienen en la tercera tienda, ¿Lo irás a ver?
—Claro que sí, pero primero ve si puedes sacarle algo.
—Por supuesto.
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—Tarikan —dijo Sebastián siguiéndolo por los pastos.
—Sé que te das cuenta de lo que está pasando, tu nivel de magia es suficiente para que sientas aquello.
—¿Es Siri? Si algo puedo hacer yo...
—No, no está en tus manos y si me detengo para solucionar este problema, todo acabará —dijo el duque sin detenerse.
—Sigo sin entenderte.
—Confía en mi Sebastián, pero cuando lo comprendas, sabrás qué hacer.
Tarikan abrió los telares de una tienda y rápidamente encontró a dos guardias que custodiaban al prisionero.
—Duque, no debería...—dijeron los hombres, pero no terminaron de hablar cuando Tarikan desapareció en un pestañeo para aparecer más al fondo de la tienda
El prisionero alzó la mirada al hombre y simplemente se arrastró en el suelo sin sacar sus ojos de él. Sebastián lo vio, sabía que era uno de sus hombres, aun así el mago actuó como era de esperarse y como se había conversado una vez, pero el miedo en sus ojos era genuino. Todo aliado del duque tenían un gran miedo de que alguna vez el hombre los viera y los considerara como un enemigo. Si bien ahora solo era parte de lo que debían hacer al resultar prisioneros, todos conocían la cantidad de hechiceros que Tarikan llevaba en sus manos.
—"Asesínalo. No hay nada que puedas sacar de él, es una basura"
—"No puedo"
—"Sí, uno más, uno menos, no habrá diferencia, ¡Acábalo!"
—"Es un hechicero de dos piedras"
—"Un falso hechicero creado por las personas, no es un mago verdadero, deshacerte de él"
—¡Duque de Castilville! —dijeron los soldados, pero rápidamente un muro transparente detuvo su entrar. Tarikan quedó solo con el prisionero frente a la vista de ellos y de Sebastián, que quedó allí sin saber qué hacer.
—"¡Hazlo!"
—"¡Mátalo!"
—"¡Destrípalo!"
—"Dame de comer"
El hombre no se movió de ese lugar, el duque lo observó unos segundos antes de dar más pasos hacia él y sus manos se iluminaron rojizas. Ese poder él ya lo conocía.
Su sangre pronto fue controlada, el hombre mostró miedo y asombro en su rostro mientras lentamente se fue arrodillando, llevando sus manos hacia atrás, hasta juntarlos en su espalda.
Sebastián no podía mostrar malestar en su rostro, pero también se impresionó ante las acciones del duque. No siempre controlaba a las personas con su magia negra, pero esta vez no tuvo problema con hacerlo y mucho menos que vieran su pelo negro reafirmando sus intenciones.
—Du-duque por favor...
—¿En qué problema te has metido para que estés aquí? —dijo Tarikan acercándose— ¿Cómo es que ahora Tristán sabe de nosotros? —agregó bajando su la voz.
—Señor...—susurró.
—¿Si reviso tus cosas, hallaré el collar de ida en tus pertenencias? —dijo Tarikan y con un movimiento rápido se arrodilló frente al hombre y lo tomó de la mandíbula—. ¿Algo que confesar?
—Lo-lo lamento du-duque —dijo el hombre y enseguida vio como una luz iluminaba su rostro. Sus ojos se movieron de forma lenta y vio que el duque había formado una pequeña esfera en sus dedos.
Aún no estaba seguro si Tarikan estaba actuando o simplemente borraría todo rastro de sus recuerdos con las serpientes antes de realmente torturarlo. Nervioso, sudó apretando los dientes, la herida en su costado no había parado de sangrar, pero no ponía en riesgo su salud.
—Sé un buen muchacho —dijo el duque acercando su oído a la única oreja que le quedaba al hechicero y luego le apretó las mejillas e introdujo sus dedos dentro de su vanidad vocal.
Sebastián no supo que era aquello, pero cuando Tarikan lo soltó, la esfera ya no estaba, la garganta de su propio hechicero se iluminó antes de desaparecer en su pecho.
Asustado, el hombre respiró profundamente al sentir como todo su interior se calentaba. Parecía que había bebido una botella de la más alta calidad de ron, fuerte, tibio, a tal punto que por poco ardía bajando lentamente a su pecho.
—"¡Golpéalo!"
—"¡Debes degollarlo ahí mismo!"
—"¡Decapitado! No merece seguir respirando"
—"Que grabé error"
—Lo lamento, pero serás mi conejo —dijo Tarikan poniéndose de pie.
—Tarikan, ¿qué haces aquí? —dijo Alain apareciendo, extrañamente, la pared invisible que había dejado a los soldados afuera ya no estuvo y este hombre entro en la tienda como si nada.
—Vine a divertirme.
—Debería ser yo quien le sacará información —dijo Alain mostrándose furioso— ¿Qué mierda te ha dicho?
—Pues, escúchalo por ti mismo —dijo el duque, desapareció en un solo pestañeo para luego aparecer detrás del hombre.
Tarikan tomó el cabello de su hechicero y le levantó el rostro para luego sacar un puñal y comenzó a raspar le la herida de la oreja.
—Oh, vamos —soltó entre una risa mientras el hombre comenzó a gritar. Su rostro rápidamente se puso rojo y caliente.
—Tarikan —dijo Sebastián con voz fuerte, pero Alain lo detuvo levantando una mano.
El hombre también disfrutaba aquello, por lo tanto, no sacó sus ojos de ambos hechiceros. Lamiéndose los labios sintió como la piel se erizaba bajo su armadura, le encantaba el duque y eso estaba más que claro, verlo muerto y humillado, siempre había sido su mayor anhelo, pero verlo allí, rudo y malvado, despierto nuevamente las intenciones que había tenido desde joven por él.
—¡FUE EL TEMPLO!, ¡FUE EL TEMPLO! —gritó el hombre mientras lágrimas caían de la comisura de sus ojos.
Sebastián, que había apretado los dientes tratando de controlar su rabia por las acciones del duque, relajo rápidamente la expresión y sus labios se separaron. Se dio cuenta de que el hombre seguía cumpliendo los acuerdos que se habían hecho con anterioridad, ¿Acaso no estaba perdiendo la cabeza con la tortura que estaba recibiendo de su propio señor?
—¿El templo? —susurró Alain—. Tarikan, detente.
El duque le obedeció y con una sonrisa lo observó mientras se mantuvo detrás del prisionero.
—El templo no tiene motivos, ¿por qué, por qué lo harían? —dijo Alain entre dientes.
Mimich era creyente, tanto así, que se había vuelto sumamente estricto con su gente, que ahora el templo sagrado estuviera detrás de esos rebeldes, no concordaba con todo lo que él y el conde Newrom creía.
—La iglesia se siente desplazada... Gerald...
—¡Rey! —gritó Alain, al mismo tiempo que él propinó una cachetada que le volteó el rostro— ¡Rey Gerald para ti!
—¿Por qué no mandas cartas a la iglesia y esperas que te contesté? —preguntó Tarikan.
—¿Y cuánto tardará eso, eh? —dijo Alain posando sus manos en la cadera mientras mirando el suelo.
—"¡Quemémoslo!"
—"Solo mátalo"
—Señor, las cartas que enviamos a la iglesia hace días no han sido contestadas —dijo un soldado—. Escuché al conde decir la extrañeza de aquel acto.
—¡No van a ganar esta guerra!, ¡La capital será de nosotros cuando el día se vuelva oscuro!
El hombre no sacó sus ojos del hechicero de Rómulo, le gritó con tanta fuerza que escupió saliva al hacerlo y logró enfurecerlo. No tardó en ver cómo Alain saco una daga entre sus ropas y hecho el brazo hacia atrás.
Tarikan no iba a permitir que su prisionero se le fuera arrebatado, por lo tanto, antes de que Alain lo apuñalara, tomó la cabeza del hombre entre sus manos y todo se incendió.
El hechicero de las serpientes que había sido el prisionero de guerra gritó con tanta fuerza que Sebastián llamo más de una vez el nombre del duque, pero este no se detuvo.
Frente a sus ojos, el hombre comenzó a quebrarse como lo hace una escarcha. Miles de partículas se separaron de su cuerpo, desapareciendo como si fuera tan solo una ilusión. Tarikan sacó sus manos de ahí y se puso de pie mirando como todo el resto del cuerpo del hombre termino siendo nada.
—¿Qué has hecho...? —preguntó Sebastián, atónito.
Alain, por otro lado, no se molestó de que su prisionero fuera eliminado, lo observó con gran admiración. Sentía que de esa manera era una de las mejores purgaciones que podía hacer para los pecadores, limpio, doloroso y rápido. Rápidamente, formuló en su mente escenas que beneficiaria a Rómulo si trabajaban con el duque, en especial en el otro continente. Alain lo odiaba con toda su alma, pero también tenía una loca obsesión con poseerlo.
—Voy a besarte —dijo dado unos pasos a delante, pero el duque puso su mano en su rostro empujándolo hacia atrás.
—Haz eso, y tú también arderás.
Tarikan paso a un lado de Sebastián empujando levemente su hombro izquierdo, este no se movió de allí, sus ojos solo se quedaron donde una vez estuvo su hermano de magia.
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Caleb, al otro lado de la llanura, sintió como un estruendo se replicó en el aire, como si los grandes troncos de los árboles crujieran. Todos miraron hacia arriba sin saber lo que escuchaban hasta que un fuego apareció haciendo un gran círculo y de allí un hombre cayó de cabezas.
—Lefir —dijo un hechicero al reconocer al soldado.
—¿Dónde estabas? —preguntó otro acercándose a él, pero en cuanto tocó su hombro derecho, el hechicero pego un salto lleno de terror.
—Hey, somos nosotros, somos tus hermanos.
—Ne-necesito hablar con-con Sir Caleb.
Los soldados se miraron rápidamente, no entendían qué había pasado para que el hombre se comportará así, y mucho menos que no pudiera reconocer al soldado que estaba justo frente a él.
—Te estoy escuchando —dijo Caleb—. Si deseas algo en privado puedes acompañarme.
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Tarikan salió de esa tienda solo para volver a entrar a una que estaba desocupada, nada lo llevo allí. Sentía que estaba hundiéndose, hasta el momento nadie sabía que Arkan ya no estaba en su espalda y eso comenzó a pasarle la cuenta.
Todo mago debía tener algo que controle la oscuridad de cada ente o demonio que atrapaban, muchos de ellos llevaban algún tipo de artilugio, o un tatuaje como el duque. Que ahora no lo llevará, significaba que su propia alma sería corrompida por Siriham y eso, ya lo estaba sintiendo.
—¡YA CALLATE! —gritó sintiendo aún las voces de su cabeza, pero mientras más enojado podía mostrarse, más excitaba al demonio.
—¡Tarikan! —La voz del conde Sebastián sonó sacándolo de ese estado, pero en cuanto volvió el conde no demoró un segundo en golpearle el rostro.
—Argg...
—¡¿Que acaso no tienes corazón?!
El duque cayó al suelo mientras se agarró rápidamente la nariz, un líquido caliente salió de ella mientras que el dolor le hizo apretar fuertemente los ojos y gimió soltando pequeños quejidos.
Sebastián no pensaba detenerse, lo volvió a agarrar de la solapa de la armadura y lo volvió a golpear. Podía recordar los gritos de su hermano, la forma en como fue quemado hasta morir y eso había sacado completamente al conde de sus cabales. Lo que no sabía, era que ningún templo de magia soltó al cielo una luz azul para corroborar la muerte de un hechicero.
—Idiota... —soltó el duque viendo como de su mano goteaba sangre sin parar manchando el suelo.
Sebastián, aún enojado, se detuvo cuando vio como su hombre se arrastró un poco sin ni siquiera mirarlo.
—¿Quién eres?, ¡¿por qué no te defiendes?! —le gritó Sebastián acercándose a él, pero Tarikan no le contestó, de hecho ni siquiera se movió de dónde estaba—. Oh dioses, todo lo que hemos planeado... Todo...—agregó soltando un gran suspiro lastimero al tiempo que llevó sus manos a su pelo y jaló de él.
Tardó unos segundos en voltear a ver al duque cuando lo escucho levantarse. Sin hacer un solo ruido le miró la espalda, pero un viento helado recorrió su piel al ver el pelo negro carbón del hombre.
—No puedo controlarla...—soltó el duque silenciosamente.
—¿Qué...?
—No me ayudas en nada si me golpeas.
A continuación, Sebastián sintió como el hueso de su nariz crujió cuando Tarikan acomodó nuevamente el tabique de él y soltó un respirar entrecortado.
—¿Eso es lo único que tienes para decir?, ¿Qué significa? —dijo entre dientes.
El ambiente entre ambos se puso tenso, pero más que eso, Sebastián sintió un poco de temor, Tarikan no había mostrado nada de magia para que su pelo se volviera negro, por lo tanto, también estaba curioso a lo que el hombre le estaba diciendo.
El duque no le dio explicaciones, mientras su hombre le miraba desde atrás, comenzó a desabrochar su capa y su armadura, esta cayó al suelo en cosa de segundos y luego, frente al soldado, quedó la camisa que poco a poco fue soltada.
Sebastián tomó una bocanada de aire cuando la prenda cayó por los brazos del duque y ante sus ojos la piel blanca del hombre quedó como si fuera una pesadilla.
—Tarikan, ¿cómo...?
—Es una larga historia, no va a agrandarte.
—¿La escama...?
—No fue necesario —dijo mientras volteaba hacia él, al tiempo que abrochaba su camisa.
—Debes irte, Tarikan. No puedo permitir que estés aquí, si Siriham toma control no podremos regresarte, llamará a los monstruos, te va a...
—Ya lo está haciendo, pero no puedo tan solo marcharme, ¡¿crees que no lo sé?!
Como si fuera poco, tragarse semejante realidad, Sebastián se dio cuenta de que el duque no tenía realmente el control. Solo gritar enojado había hecho que sus ojos se volvieran negros. Una sola pisca de amargura, despertaba la oscuridad que allí yacía sin un control o algún límite que impidiera que se manifestará.
—Quiero saberlo todo, sabes que debemos buscar al menos a cinco hechiceros de gran poder para los hechizos de protección.
—Terminaré esta guerra como es acordado, y no te preocupes por Lefir, él está con Caleb.
Sebastián escuchó con calma todo lo que había ocurrido, nunca se había imaginado que justo antes de toda la guerra que habían planeado, Ragnur apareciera como si nada. Pensaba que Tarikan había sido engañado, pero el duque también había sido astuto y eso explicaba el porqué ahora le faltaba un dedo.
Nada bueno podía salir de esto, estaba nervioso, si Tarikan perdía el control, Siriham podía llamar a los monstruos con facilidad y esta guerra se volvería una masacre solo de supervivencia.
El duque le prometió no hacerlo, pero no podía confiar plenamente en él, no ahora sabiendo que sus propias palabras podían ya estar envenenadas del su maldita serpiente. ¿Cuál era el aspecto de su demonio ahora que no estaba enjaulado?
—Señor —dijo un soldado de Rómulo entrando a la tienda—. Mi señor me ha enviado a informar que se dirigen a reunirse con los rebeldes.
—¿Qué?
—Hay un grupo de hombres a caballos acercándose, todos están encapuchados. Mi señor, nuestro hechicero y algunos soldados fueron a su encuentro.
—Gracias por informar.
—Ve a ver qué es —dijo Tarikan—. Quizás Caleb está preocupado.
—¿Estarás bien?
—Claro que sí.
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