100.- Lámpara sagrada.
La mujer solo cerró la puerta y apoyándose en el muro de un costado se deslizó hasta quedar sentada en el suelo. Su rostro solo se cubrió levemente entre sus piernas desnudas mientras lloraba.
Se había sentido capaz de decir todo aquello, en un principio pensaba que solo los actos que el duque hacía por ella era suficiente para reemplazar las palabras que ella quería escuchar, pero allí entendió que no era así. Ella realmente necesitaba oírlo, más ahora que sabía que él se iría y que tal vez aquella despedida sería la última vez que vería al duque y él la vería a ella viva.
La inseguridad también llegó a su mente, ¿Él de verdad la amaba?
"La gente que siempre dice amar a otros, terminan haciendo todo lo contrario"
Aynoa levantó su rostro y cruzó las piernas mientras su barriga aparecía entre la tela de la túnica. Ella amaba tanto al hombre que por ese motivo se había estado mordiendo la lengua sobre el futuro. De alguna u otra forma también sentía que lo estaba protegiendo, pero también algo en ella se estaba rompiendo. Si ella no le contaba sobre su muerte, ¿Sería no amarlo?
Soltó un suspiro mientras se secó las lágrimas de su rostro y en ese momento sintió que estaba entre la espada y la pared.
1. Anunciar su muerte y cambiar la conclusión de la guerra, el cual significaría la muerte de todos los que se revelaron, contando al duque entre ellos.
2. Luchar sola y dejar que Tarikan tome la mitad del reino y cobre su venganza.
Aynoa aún se inclinaba por la opción dos, no podía pensar solo en ella, su gente, su pueblo, su esposo, todos saldrían victoriosos si ella tan solo se mordía la lengua. Aunque asumió que si no lograba sobrevivir, Tarikan la odiaría con todo su ser, por un hecho que podía ser evitado.
—Hoja y papel —dijo poniéndose de pie. Escribiría una carta para él solo por si acaso. No podía permitir que él de alguna manera si llegara a sentir culpable.
En cuando dio unos pasos, la puerta de la otra habitación se cerró, aquello la paralizó unos segundos, entonces se atrevió a volver. La habitación matrimonial estaba vacía, el duque ya no estaba allí.
Aynoa no soltó la manilla de la puerta, solo bajó su cabeza reflexionando en todo y fue cuando la criada entró junto con una bandeja de comida.
—Mi señora, le ayudaré a vestirse.
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Eran pocos días los que quedaban, Aynoa sabía un poco de lo que ocurriría antes que el ejército se fuera, por lo tanto habían algunas cosas que tenia que preparar. Permanecer deprimida en su habitación no era la mejor decisión que podía tomar al ser conocedora del futuro, por lo tanto una vez que se había vestido y había comido, bajó al pequeño salón donde mandó a llamar al conde y esperó allí con una tasa de té.
—Son tantas cosas —soltó golpeando la mesa. No había nadie dentro por lo tanto pudo soltar un gran suspiro de la mano con una queja.
Debía calmarse, debía controlar los pensamientos y los sentimientos, no podía tan solo echarse a llorar y querer desaparecer. Necesitaba dejar todo listo antes que las serpientes marcharán.
Hace unos días había estado en la oficina que tenía Tarikan en los subterráneos buscando uno de los libros antiguos que tenía su esposo. Nadie creería que en los cinco meses que había pasado el duque se quedaría solo a vagar por ahí. Al igual que Aynoa el duque consiguió nuevos desafíos y estudios, sus conocimientos y su alimentación ante ellos no tenía límites.
—Necesito una lámpara sagrada —dijo ella mirando directamente a los ojos del soldado mientras dejaba sobre la mesa una hoja arrancada de un libro—. Necesito una poderosa, por ese motivo te lo he pedido a ti y no a Caleb.
—El duque lo haría en unas horas, ¿Por qué recurre a mi? Eso me tomaría dias.
—Seria un poco frío pedírselo y claramente se negaría.
—¿Debería preocuparme? —preguntó Sebastián mientras la obserbaba. El conde ya estaba sospechando de su señora, su petición no era algo inusual, además de estar esforzándose con su magia, no era algo que cualquier mujer hace sin haber un trasfondo claro.
—Solo cuida a mi esposo —dijo Aynoa dejando la tasa de té sobre su platillo—. No dejes que Siri tome control de él.
—¿Usted se da cuenta de lo que me está pidiendo? Vamos a una guerra señora, y ni más ni menos con la corona. No quiero asustarla, pero el rey tiene más hombre que nosotros.
—El poder, y la inteligencia es lo que hace la victoria de un ejército.
—Exacto —dijo él despegando su espalda del respaldar de la silla y apoyó un brazo sobre la mesa para hablarle de cerca—. El poder, está más allá de lo que un humano común puede hacer.
Aynoa lo miró a los ojos, entendía aquello, Tarikan y los demás hechiceros no podrían ganar si solo fueran simples humanos, debían si o si usar lo que sus entes y demonios hacían en ellos.
—Digame algo duquesa Aynoa —dijo el conde frunciendo levemente el ceño, sus ojos no se apartaron de ella de forma intimidante—. Si yo hago uso de un hechizo de la verdad, ¿usted me confiaría que no saldrá de Castilville intentando participar en esta guerra? No se me ocurre otra fin para que usted necesite uno de esos recipientes.
Aynoa entendió la duda y la sospecha que tenía el conde. ¿Acaso creía que con aquel artefacto podría ella misma buscar algún ente y hacerse más fuerte en su magia?
—Sebastian, sabes perfectamente que necesito subir de nivel para que tú sospecha sea creíble.
—Eso no evita que pueda intentarlo. Conozco su valentía y osadía. Tener al duque preocupado por usted no es algo que yo vaya a permitir.
—Conde...
—No puede salir de Castilville, si usted lo hace, cualquier cosa que haga, pondrá en peligro la misión y la victoria.
Sebastián estaba en lo cierto, no podía reprocharle, no iba a salir de Castilville, ese no era el fin que ella estaba buscando, pero era mejor que el soldado creyera eso, a qué sospechara realmente de que ella conocía todo el desenlace. Tener que explicarle que la lámpara sagrada no era para un ente cualquiera sino para el mismo duque, levantaría muchas más sospechas.
—Usa tu hechizo de la verdad —dijo Aynoa poniéndose de pie y apoyó la mano derecha sobre la mesa sin dejar de mirarlo.
El soldado no dudo un solo segundo en iluminar su mano con un patrón que salió con un susurró de él y luego, el sopló una escarcha dorada sobre su rostro.
Aynoa no permitiría que el conde hiciera cualquier pregunta al azar, así que se adelantó a todo y comenzó a hablar.
—No saldré de Castilville hasta que mi esposo regrese, no pienso involucrarme con algo de la guerra o los planes que se han hecho para llegar a la victoria de esta. Saldré del castillo solo si la situación lo amerita y solo si mi propio hogar y vida corra peligro. Obedeceré lo que él duque diga de permanecer aquí y protegeré, cuidaré a nuestra gente y nuestro ducado en su ausencia.
Sebastián abrió levemente los labios al oírla, con todos eso no tuvo otra pregunta que hacerle. Sus hombros se relajaron, la mismo tiempo que su expresión dejó de ser tensa.
Aynoa no dijo nada, la pequeña escarcha en su rostro se fue desapareciendo y a los pocos segundos dejo de estar frente a los hechizos de la verdad.
El conde tomó el papel sobre la mesa y lo metió con rapidez entre su armadura. Con la impresión y la tranquilidad que le dió la duquesa ni siquiera se percató de que Aynoa nunca había dicho realmente para que ocuparía aquel artefacto.
—Debo disculparme, pero necesitaba estar seguro y tranquilo de sus acciones. Haré lo que me pida, pero tardaré unos días.
—No te preocupes, amo a mi esposo, solo quiero ser capaz de cuidarme y cuidarlo a él o a ella —dijo acariciando su gran panza.
—Bien, la veré en unos días —dijo el conde bajando su cabeza y marchando hacia la puerta.
—Sebastian —agregó ella deteniendo su andar—. Tarikan no se puede enterar.
—Sí, señora. Eso solo lo preocuparía más, lo comprendo.
Cuando la puerta se cerró, Aynoa se volvió a sentar y soltó aire por su boca mientras cerraba los ojos.
—Ahora no te me vas a escapar —dijo sonriendo.
Ella tardaría unos días en comprender si aquello había tenido un buen resultado, lo que atraparía allí ayudaría al mismo conde, para que el ducado no tuviera tantas vidas inocentes que sacrificar cuando el duque perdiera la cabeza y se hundiera en la oscuridad de Siri.
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Los cuatro días pasaron en un abrir y cerrar los ojos, Tarikan y Aynoa no volvieron a referirse al tema, aunque se había formado una distancia entre ellos, ninguno de los dos evitó que el otro se acercara. Siguieron durmiendo en la misma cama y siguieron conversando como era habitual, aunque Aynoa se sentía dolida aún por las palabras del él.
Aynoa nerviosa, abrió la ventana de su habitación y dejó la lámpara sagrada cerca de de allí. Era la última noche que las serpientes pasarían en Castilville, la última noche que ella podría ser más íntima con el duque, pero sabía perfectamente una cosa... El duque no iría a dormir está vez con ella.
“¿Cómo puedes aguantar?, ¿Cómo puedes quedarte allí sin hacer nada conociendo lo que ocurriría?
Esa voz constantemente llegó a su cabeza, debía aguantar, debía abstenerse de interrumpir el suceso que haría que el propio duque pudiera vencer a la corona.
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Tarikan no se movió de su oficina, con la cabeza llena de disputas no podía volver al lado de su esposa, sabía que lo que había dicho era algo que pudo haberse guardado, pero estúpidamente abrió la boca. Entendía que ella estaba molesta por aquello, pero también sabía que ella esperaba algo de él, algo que quizás nunca podría decir.
Estaba a punto de lograr lo que necesitaba y liberarse de las cadenas del rey, no tenía idea si realmente aquello iba a resultar, pero debía hacer las paces con ella.
Si el destino fuera morir no la dejaría con el recuerdo de aquella discusión.
Había pasado toda la tarde en sus calabozos preparando todos los implementos que necesitaría para morir y volver a la vida con la escama del dragón blanco. La muerte era la única manera de liberarse del hechizo que lo obligaba a obedecer a la corona. No lo dudaba, estaba listo, ansioso, pero lo único que lo detenía aún, era ella.
La amaba, jamás había sentido aquel sentimiento, pero ahora a casi un año de haber desposado a esa mujer que había odiado tanto, hoy sentía realmente que la amaba y lo podía asumir, pero tenía miedo.
Sus ojos constantemente la buscaban, sus actividades e incluso sus estudios eran interrumpidos cuando ella llegaba a su mente.
—Aynoa —dijo asomando su rostro desde la torre, desde ese lugar podía observar la ventana que daba a su habitación y tenía la poca esperanza de verla, pero era bastante tarde. La luna ya se había movido sobre su cabeza y el frío clima comenzaba a notarse. Seguramente ella lo había estado esperando.
Cuestionó muchas veces lo que él era para esa mujer, ¿Merecía realmente el amor que le entregaba ella? Pero mientras más lo pensaba su esencia y su interior le decía constantemente que eran cosas que no deberían rondar por su mente, su inseguridad no le ayudaría en nada.
Tomando la única vela que iluminaba su oficina, salió de allí caminando lentamente. Iría directamente a los aposentos de ambos y aunque estuviera durmiendo la despertaría solo para darle una flor y decirle lo que lo mantenía inquieto. Palabras que pensó que jamás saldrían de su boca.
—Duque —dijo un guardia al verlo entrar a un salón, el solo le respondió bajando su cabeza y se encaminó al interior.
Sus pasos como una rata escurridiza se fueron moviendo por los pasillos y justo antes de llegar a la escalera del tercer piso algo lo detuvo.
La mayor parte del Castillo se mantenía en oscuridad y en silencio, los guardias permanecían sin llamar la atención y unos escasas almas vivientes rondaban por alli, pero Tarikan era bastante perceptivo y su serpiente enseguida vibró. Un extraño escalofrío, junto a un calor subió por su espalda hasta su nuca dónde erizó su cabello.
—No pensé que alguien pudiera intentar perseguírme dentro de mi propio castillo —dijo bajando el tono de su voz, su sombra como las tinieblas mismas comenzó a cubrir más el lugar con un manto negro.
—¿Es así como me das la bienvenida?
Esa voz... Esa voz hizo que Tarikan se le clavaran cómo aguja los bellos de los brazos y su respirar se detuvo en seco. La pupila de sus ojos se contrajo por completo y apretó firmemente los dientes hasta hacerlos crujir.
—Veo que hoy eres más fuerte que alguna vez yo mismo fuí.
—Ragnur —dijo el duque dándose vuelta y entre las sombras el antiguo duque y mentor lo observó con una sonrisa.
—Thari.
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