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1.-Un pasado y un presente

El día que perdí a mis padres fue uno de los días más oscuros que pude vivir. Desde las primeras memorias de sus abuelos, los monstruos y demonios habitaban en la tierra. La gente al principio no pudo con ellos, las ciudades eran arrasadas completamente si no había ni un hechicero o guerrero que pudiera enfrentarlos y vencerlos.

Las grandes ciudades crearon muros gigantes para poder proteger a la humanidad, aquello con el tiempo hizo más fácil estudiar a los monstruos y sus distintos comportamientos, pero mientras más peligrosos eran, más hechiceros se iban creando. Cuando por fin pudieron controlar a estos seres, las personas poco a poco dejaron las murallas. Los animales de vez en cuando salían de los bosques y atacaban, pero eran reducidos fácilmente.

Aquel día fue distinto. Vivía en la provincia de Abeul, al norte del Castillo del marqués Tristán, él era el responsable de su gente. Había tomado el título de marqués al casarse con la prima del Rey, un hombre bastante risueño y alegre, pero mi pueblo Sinova descubriría bastante tarde su doble cara.

Despertamos a mitad de la noche con gritos de pánico, tan temibles que de un salto salimos de la cama y corrimos fuera de la casa. Mi padre tomó mi mano agitándome y arrastrándome lejos de allí. Fue la primera vez que el miedo traspaso cada parte de mi cuerpo, sintiendo como agujas clavándose en mi piel, los bellos de mis brazos se endurecieron, mi cuerpo no respondió y cuando abrí mi boca ni siquiera salió un grito de ella.

Un enorme gigante de pelo negro y largo atacó el pueblo. Su sonrisa enorme y sus ojos de un amarillo tan brillante como el sol devoró a más de una persona masticándolas como si fuera cualquier pedazo de carne.

La gente como loca corrieron hacia las murallas de Abeul, quedaba a casi un kilómetro, su enorme fortaleza se podía ver con facilidad, ellos eran los únicos que podían protegernos, pero recuerdo que aquel día se festejaba el nacimiento de la primogénita del marqués. Cuando mi gente gritó por ayuda y con desesperación corrieron hacia ellas, las puertas se cerraron y las campanas que anunciaba algún monstruo sonaron haciendo eco por el lugar. Ningún soldado fue capaz de hacer girar las cadenas y abrir las puertas, por más que la gente gritó por ayuda y clemencia mirando hacia arriba, ellos no hicieron nada más que mirar.

Recuerdo que mi madre gritaba mientras se aferraba al cuerpo de mi hermana pequeña, mi padre no sabía qué decir ni que hacer. Los pocos soldados del pueblo eran insuficientes para aquel monstruo, ya que no había algún hechicero cerca.

Todos estaban en la ceremonia, se podía escuchar entre los gritos, la música; entre el pánico, la felicidad, y entre el llanto, las risas. Un segundo gigante llegó por las colinas, fue cuando la gente comenzó a disiparse. Se podía escuchar sus pisadas en los temblores de la tierra, y la mínima esperanza llegó a nuestros oídos, pero fue aplastado despiadadamente.

El marqués Tristán se asomó en el adarve de la muralla, lo vi con mis propios ojos cuando tambaleante se rio de nuestra agonía. Ebrio a más no poder soltó palabras insultantes hacia Sinova y gritó con fuerza la alegría que sentía de no tener que gastar un peso más en nosotros. Sus propios soldados trataron de contenerlo, pero aquello solo fue una sentencia de muerte.

Los gigantes en cosa de minutos estaban sobre nuestras cabezas, agarrando gente con sus manos, llevándola a sus bocas, pisándolas y produciendo sonidos, al igual que hace una rama al romperse. Tal vez fue mi cobardía, mi baja altura y mi incapacidad de pronunciar algún tipo de ruido o simplemente un poco de suerte.

Corrí, corrí lo más que pude, mi alma fue lo primero que se fue de mi cuerpo, moviéndose de forma automática con los temblores aún en mis pies y el eco de los gritos en mis tímpanos, me eché a correr sin mirar atrás.

Mi mente lo único que decía era que debía alejarme de allí, quería vivir, quería irme lejos. Voltee solo una vez, pero siempre me arrepentiría de aquel hecho. Aunque mis padres no compartían lazos sanguíneos conmigo, ellos fueron los únicos que pude llamarle familia, fue macabro voltear y ver a mi madre ser agarrada, mi hermana tragada por completo y mi padre despedazado antes de terminar en el estómago de uno de esos monstruos.

Yo solo tenía seis años... seis malditos años.

Son vivencias que no se olvida, mis pies moviéndose uno tras otro entre los árboles y ni siquiera saber a dónde me dirigía. Mi corazón no se calmó, me mantuvo agitado moviéndome sin parar entre el bosque. La noche poco a poco comenzó a caer sobre mi cabeza, fue el único momento donde pensé que lo mejor que me podía pasar era caer por un precipicio. Ya no tenía a nadie, ya no sabía a donde ir.

Me detuve allí donde la tierra se perdía, donde los árboles se sujetaban entre ellos, y la luna iluminaba una oscura noche. Bajo mis pies, la tierra comenzaba a colapsar hacia una caída libre llena de árboles, cubriendo gran parte de un territorio fértil e indomable. Con mi rostro lleno de tierra pegada, junto con mis lágrimas secas, di mi último suspiro perdiéndome en la inmensidad de la noche, mi cuerpo colapso justo allí donde deseaba morir.

No sé si fue suerte o algo tenía el destino para mí, pero más tarde mis ojos se volvieron a abrir, solo para descubrir las tinieblas ocultas en las profundidades de la naturaleza.

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El señor de Abeul era el marqués Tristán, vivía encima de una montaña encerrada por muros altos, su esposa había fallecido hace tres años y recientemente había contraído matrimonio por segunda vez. El rey no había apoyado su nuevo matrimonio, cuando se le invitó a la ceremonia, no se presentó y se podía especular que había un conflicto entre ellos, ya que la difunta mujer de Tristán había sido sobrina del rey. Poco tiempo había pasado para que su corazón volviera a aceptar a otra mujer y peor fue la noticia cuando se supo que Tristán había adoptado a las dos hijas de ella dándole los títulos de ladies.

La mayoría de la gente de Abeul eran personas esforzadas, gran parte de ellos eran granjeros y agricultores, eran ricos en alimentos que se distribuían para las grandes ciudades. La nueva marquesa Sophia, era una mujer de mucho lujo y gastaba mucho dinero innecesario en cócteles, vestidos y en la decoración del propio castillo. Hija del antiguo conde de Mimich, su posición había subido al casarse con Tristán y aquello le hacía sentir de más alta clase, permitiéndose lujos que antes no podía obtener.

A pesar de que ahora el castillo se veía armonioso y más vivo que cuando la primera marquesa había enfermado, su trato con la servidumbre y en especial con Aynoa, la primera hija de Tristán, dejaba mucho que desear.

Se decía que el marqués había crecido junto a Sophia hasta su adolescencia, en Mimich muchos comentaban que los dos niños serían una buena pareja en el futuro, pero cuando Tristán tuvo diecisiete años, conoció a Dayana, la marquesa y sobrina del rey, llamó la atención del joven muchacho, aunque se especuló mucho tiempo que Tristán la cortejaba y había dejado a Sophia, aquello se reafirmó cuando él desposó a la marquesa obteniendo así el título de marqués.

Hoy en día Sophia había perdonado las acciones de su esposo, pero lo que nunca perdonó fue a la mujer que se había robado el corazón de su amado, ahora que ella no estaba, Aynoa era el recuerdo constante de la antigua marquesa. Un dolor de cabeza constante y que no disimulaba su mal trato hacia ella.

—No puedes permitir que ella vaya y venga como le dé la gana Tristán.

—Padre, tú sabes que cada miércoles bajo a ayudar a la gente —le reclamó mientras lo observaba.

—Debes dejar de hacerlo, o vives en el castillo como una señorita con modales, o vives en el pueblo revolcándote en la podredumbre.

—Sophia —dijo el marqués mientras firmaba unos documentos, levantó levemente la mirada y observó a su mujer y a su hija—. Aynoa ha hecho esto desde que cumplió los quince años, no puedo prohibirle que no esté en contacto con el pueblo.

—Tienes que controlarla más Tristán, se te irá de las manos, ¿qué pasa si mañana llega embarazada?

—¡No! ¡Qué Dios no te escuché! —dijo el marqués poniéndose de pie— ¿Cómo se te ocurre? ¡Eso jamás ocurrirá!

—¿Qué yo qué?

—Hagamos una cosa —dijo el hombre soltando la pluma de sus dedos y dejándola caer en la mesa—. Hija, solo bajarás una vez al mes y bajarás con escolta, tus damas no te protegerán si algo llega a pasar.

—Pero padre, la gente que me conoce jamás me haría daño.

—Eres una mujer ya, y aunque careces de belleza sigues siendo mi hija, tengo que cuidarte. Sophia no vuelvas a tocar este tema, no cambiaré de opinión...

—Tristán —reclamó la marquesa.

—Es más, deberías un día ir al pueblo y conocerlo.

—No olvides de dónde vengo Tristán —le dijo la mujer acercándose a su escritorio—. Yo conozco todo lo que hacen allí.

—Aynoa —dijo él deteniéndola justo cuando iba saliendo por la puerta—. No te olvides de tus hermanas, si vas a buscar tela para tus vestidos, elige unas para ellas también.

Aynoa enseguida levantando un poco el rostro, estrechó la mandíbula y frunció el ceño demostrando su malestar por aquel pedido. No pudo evitar golpear los pies al caminar, los soldados solo sonrieron por aquella actitud, la entendían muy bien. Aynoa era una chica dulce, pero tampoco era una mujer que se guardaba todo, constantemente tenía pleitos con sus hermanas gemelas de veintiún años y gracias a su madrastra la relación entre las cuatro no era para nada buena.

—¿Milla tienes todo listo?

—Sí, señorita. Pensé que no le daría permiso —dijo su criada.

—Esa bruja otra vez intentando encerrarme aquí.

—No hablé tan alto, recuerde la última vez que lo hizo, se ganó un castigo durísimo.

Aynoa bajó el rostro recordándolo, la última vez había insultado en voz alta a la mujer y ella la castigó golpeándole con una varilla en la espalda. Su padre engatusado por Sophia ni siquiera le creyó a su hija que llevaba una que otra marca en su piel. Desde ese día, comprendió que por más que intentará convencer a su papá, no siempre sería escuchada.

—¿Qué vestido debería buscar para mis queridas hermanas? —preguntó Aynoa mientras iba en el carruaje hacia el pueblo.

—Si lleva de poca clase se meterá en problemas.

—Les compraré unos costosos.

— ¿De verdad? —dijo Milla mirándola con una sonrisa esperando que diría su leidy, después de todo siempre tenía algún plan para sus hermanastras.

— ¿Es tiempo de Tunas?

—No, mi señora.

—Sería una lástima que mis hermanas se llenen de ronchas por algo que traía el vestido.

—No hay Tunas, pero vi hace dos días que vendían Ortigas.

—¿Ortigas? También es buena idea.

La ortiga era una plata que se utilizaba para hacer remedios e infusiones, se lavaban con cuidado y se hervían hasta su ebullición, aliviaba el dolor menstrual y también detenía el sangrado o infecciones urinarias. Lamentablemente, esta planta no era totalmente inofensiva, al estar en contacto con sus hojas, estas liberaban pelos que producía escozor e inflación en la piel.

—Se verán magníficas para el baile.

—Sospecharán de usted —dijo su criada pensando que su señora le gustaba también entrar en pleitos con su familia.

—Claro que no, sospecharan del sastre, pero los vestidos vienen de afuera, dudo que algo se pueda hacer.

—¿Llevará también las telas?

—Sí, Milla.

Aynoa amaba a su padre, podía decir que tenía una muy buena relación con él, pero el marqués había cambiado bastante desde que tomó a Sophia como esposa. Aunque ella era una mujer joven, sentía envidia de sus hermanastras. Le habían robado el título, le habían dado habitaciones mucho más grandes que ella y constantemente las comparaban entre sí. En un principio las ignoró tratando de llevarse bien, pero a estas alturas, después de unos años conviviendo todas en el castillo, la guerra que había entre las cuatro era pan de cada día.



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 Bienvenidos a otro de mis mundos...

Yo la desaparecida, pero las historias no surgen de la noche a la mañana. Enero 03 y comenzamos.

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