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Recuerdos

Rúben se preparó para el largo viaje hacia las ruinas de la antigua biblioteca real. Con su caballo ensillado y las provisiones listas, se despidió de Bernardo y de su castillo, sabiendo que el destino de Drakoonia dependía de la información que pudiera encontrar.

El primer día de viaje fue tranquilo. Los caminos estaban despejados y el clima era favorable. Rúben aprovechó el tiempo para reflexionar sobre las palabras de las brujas y las historias de los antiguos Targaryen. La incertidumbre sobre el enemigo y el misterioso heredero pesaba en su mente.

Al caer la noche, Rúben acampó cerca de un arroyo. Encendió una pequeña fogata y se sentó a contemplar las estrellas. El silencio del bosque era interrumpido solo por el suave murmullo del agua y el crujido de las ramas. Mientras observaba el cielo, recordó las historias que su padre adoptivo, Magnus I, le contaba sobre los dragones y los antiguos reyes.

El segundo día de viaje fue más desafiante. El camino se volvió más accidentado y Rúben tuvo que atravesar un denso bosque. Las sombras de los árboles creaban formas inquietantes y los sonidos de la fauna nocturna lo mantenían alerta. A pesar de las dificultades, Rúben avanzó con determinación, sabiendo que cada paso lo acercaba más a su objetivo.

Al tercer día, Rúben llegó a las colinas que rodeaban las ruinas de la antigua biblioteca real. Desde la cima de una colina, pudo ver las estructuras derruidas y cubiertas de vegetación.

Descendió con cuidado y se adentró en las ruinas. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y enredaderas, y el suelo estaba lleno de escombros. Rúben avanzó con cautela, buscando cualquier indicio de los registros que necesitaba.

Finalmente, llegó a una sala grande y oscura, donde los estantes de libros y pergaminos se alzaban como sombras en la penumbra. Encendió una antorcha y comenzó a examinar los documentos antiguos. Muchos estaban deteriorados por el tiempo, pero Rúben no se desanimó. Sabía que en algún lugar de esa biblioteca se encontraba la clave para salvar a Drakoonia.

Mientras revisaba los pergaminos, encontró uno que parecía especialmente antiguo y frágil. Con cuidado, lo desenrolló y comenzó a leer.

Las palabras en el pergamino hablaban de una unión mística entre dragones y humanos, algo que jamás había escuchado antes.

El pergamino narraba una leyenda antigua, una historia que había sido olvidada por el tiempo. Decía que en épocas de gran necesidad, cuando el reino estaba al borde de la destrucción, un milagro podía ocurrir. La leyenda hablaba de un jinete de dragón y su montura, unidos por un vínculo tan profundo que sus almas podían fusionarse en uno solo.

Según la leyenda, en el momento de mayor desesperación, el corazón del jinete y el dragón podían unirse, creando una nueva forma de vida. Esta unión no solo salvaba al jinete de la muerte, sino que también le otorgaba habilidades extraordinarias.

Rúben leyó con fascinación, sus ojos recorriendo cada palabra. Aunque no era la información que estaba buscando específicamente, sabía que podía ser de gran utilidad. Si podía entender y aprovechar esta leyenda, podría tener una ventaja en la inminente guerra.

La leyenda continuaba, describiendo cómo el ser resultante de esta unión tenía la capacidad de volar alto y respirar fuego, pero también podía caminar entre los humanos, ocultando su verdadera naturaleza. Este ser era un guardián, destinado a proteger el reino en tiempos de gran peligro.

Rúben tomó el pergamino con cuidado, sabiendo que contenía información crucial para el futuro de Drakoonia. Con el documento en mano, se dispuso a regresar a su reino y mostrarle sus hallazgos a Bernardo. Sin embargo, al girar para salir de las ruinas, se encontró cara a cara con un joven de cabello castaño y ojos avellana.

Antes de que Rúben pudiera decir una palabra, el joven cayó desmayado. Rúben lo sujetó rápidamente, evitando que se golpeara contra el suelo. Fue entonces cuando notó la gran mancha de sangre en la espalda del joven. Su camisa blanca estaba desgarrada y empapada de sangre, indicando que había sufrido una herida grave.

—¡Por los dioses!—Exclamó Rúben, examinando la herida. Parecía que el joven había sido atacado por una criatura feroz, tal vez un dragón.

Sin perder tiempo, Rúben levantó al joven y lo colocó sobre su caballo. Sabía que debía regresar al castillo lo más rápido posible para que el joven recibiera atención médica. Montó su caballo y comenzó el viaje de regreso, con el joven herido apoyado contra él.

Rúben sabía que el viaje de regreso sería largo y peligroso, pero no podía permitirse descansar demasiado. Decidió detenerse solo una noche para recuperar fuerzas y atender al joven herido. Esa noche, acampó cerca de un río, donde el sonido del agua corriente proporcionaba un poco de calma en medio de la incertidumbre.

Encendió una pequeña fogata y preparó un lugar cómodo para el joven. Mientras el fuego crepitaba, Rúben se acercó al joven para cambiarle los vendajes. Al retirar la camisa desgarrada, pudo ver que el joven tenía varias cicatrices en su cuerpo, evidencia de un pasado lleno de luchas y sufrimiento. La cicatriz más llamativa se encontraba en su cuello, una marca profunda que parecía haber sido causada por un ataque feroz.

Rúben trabajó con cuidado, limpiando y vendando las heridas del joven, con las heridas atendidas, Rúben se sentó junto al fuego, observando las llamas danzar. Sabía que debía regresar al castillo lo más rápido posible, pero también sabía que el joven necesitaba descansar y recuperarse. Decidió que partirían al amanecer, sin más demoras.

Al día siguiente, Rúben y el joven herido continuaron su viaje. Rúben cabalgó sin descanso, impulsado por la urgencia de la situación. Cada paso los acercaba más a Drakoonia y a las respuestas que necesitaban.

Finalmente, después de tres días y tres noches de viaje, llegaron al castillo. Rúben llamó a los curanderos y ordenó que atendieran al joven de inmediato. Mientras los curanderos trabajaban, Rúben se dirigió a la biblioteca donde Bernardo lo esperaba.

—Bernardo, encontré algo en las ruinas.—Dijo Rúben, mostrando el pergamino.

—¿Qué es eso?—Preguntó Bernardo, tomando el pergamino y comenzando a leerlo.

—Es una una leyenda antigua... Habla de la unión de dragones y humanos.—Explicó Rúben.

—Esto es increíble.—Murmuró Bernardo, sus ojos recorriendo las palabras del pergamino.

—Y hay algo más.—Dijo Rúben, su voz llena de preocupación.

—Encontré a un joven herido en las ruinas. Parece que fue atacado por un dragón. Está siendo atendido por los curanderos ahora mismo.

—¿Un joven herido?—Preguntó Bernardo, levantando la vista del pergamino.

—Así es, iré ahora para verlo, ¿Puedes llevar algo de comida a la enfermería?

—Por supuesto.

Tan solo poner un pie ahí, Rúben se dio cuenta de algo, hacia un calor que no era normal en la habitación, iba ha acercarse, pero el joven despertó de repente, sus ojos avellana llenos de pánico y confusión.

Gritó algo en Alto Valyrio, un idioma antiguo y poderoso que resonó en las paredes de la habitación. Rúben, sorprendido por la repentina explosión de energía, intentó calmarlo.

—¡¿Skoriot iksā?! (¿Dónde estoy?)

—Tranquilo, estás a salvo—Dijo Rúben, acercándose con cautela.

Pero el joven, a pesar de sus heridas, tenía una fuerza sorprendente. Se levantó de la cama con una agilidad inesperada y empujó a Rúben hacia atrás. Aunque era más pequeño en tamaño y altura, su fuerza era impresionante, casi sobrehumana.

—¡¿Quvveti iksā se skoros syt iksan iā?! (¿Quién eres tú y por qué estoy aquí?)—Gritó el joven en un tono desafiante, sus ojos brillando con una mezcla de odio y rabia.

Rúben levantó las manos en señal de paz, tratando de mostrar que no tenía malas intenciones.

—No quiero hacerte daño.—Dijo Rúben con voz calmada.

—Te encontré herido y te traje aquí para que te curaran. Mi nombre es Rúben, soy el rey de Drakoonia.

—¿Drakoonia?

—¿Skoros issa Drakoonia?(¿Qué es Drakoonia?)

—¿Ahora se llama Drakoonia? Es un hermoso nombre...—Una voz resonó en la mente del joven, provocando que se tambaleara y Rúben, sin pensarlo, se acercó para sostenerlo.

Esto asustó al joven, quien, sin pensarlo dos veces, sacó sus garras y las colocó a la altura del cuello de Rúben. Rúben quedó sorprendido; ningún ser humano es capaz de tener garras, y mucho menos como esas.

En ese momento, Bernardo entró a la habitación con una bandeja de comida. Al ver la escena, dejó caer la bandeja, lo que atrajo la atención del joven. Aprovechando la distracción, Rúben inmovilizó al joven con un abrazo fuerte.

—¡Tranquilo! Tranquilo... No queremos hacerte daño.—Dijo Rúben, manteniendo su agarre firme pero sin lastimarlo.

El joven, aún desconcertado y débil por sus heridas, finalmente se relajó un poco, permitiendo que Rúben lo sostuviera sin resistencia.

—Bernardo, trae a los curanderos de nuevo.—Ordenó Rúben, sin soltar al joven.

—Necesitamos asegurarnos de que esté bien.

Bernardo asintió rápidamente y salió de la habitación para buscar ayuda. Rúben, mientras tanto, mantuvo su abrazo, tratando de transmitir calma y seguridad al joven herido.

—¿Puedes entenderme?—Sabía que el joven había dicho "Drakoonia" cuando le dijo que el era el rey, así que, aunque por muy extraño que sea, el joven hablaba Alto Valyrio a la perfección y podía entender el español.

—Puedo.—Susurró, ahora Rúben también podía decir que el joven no solo entendía, también hablaba su idioma.

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