PREFACIO
Desde pequeña escuché decir que la vida tiene giros inesperados. Que cuando menos lo esperas, un golpe se presentará de imprevisto para cambiarlo todo. Muerte o vida, suerte o tragedia, triunfo o fracaso, cualquier suceso relevante que impacte de manera brutal sobre nuestra existencia, tendrá el poder de rehacer la forma en que actuamos en este mundo.
Sin embargo, una ingenua parte de mí, estimo que aquellas cosas interesantes ocurren en personas importantes. Seres que desde su infancia irradian en sus auras los propósitos de su linaje. Como los herederos de los cinco reinos, que cuentan con vivencias sorprendentes que los han forjado como el oro. O como las ninfas nacidas bajo las cinco lunas, que con su poder equilibran los frutos de nuestra mayor fuente de vida.
Pero mis conclusiones estaban equivocadas.
Al vivir bajo los muros de un castillo, mi realidad se asemejaba a crecer en una cueva sin conocer el verdadero sol. Donde supuse durante años que manteniéndome al margen me libraría del mal y sus desgracias.
Desde luego eso cambió cuando comprendí que mi mundo no era más que una tenue ilusión construida por quienes siempre quisieron matarme. Aceptarlo fue como despertar de un sueño, para vivir una pesadilla. Porque sí, estoy viviendo la peor de todas. Y es que uno de los tantos eventos dolorosos que terminaron destruyéndose y cambiándome, me hizo llegar hasta acá, a esta maldita celda repulsiva del reino de Sombras.
Hoy se cumplen ciento veintiún días de mi cautiverio bajo el régimen político de los Tenebris, y a medida que el invierno avanza, mis esperanzas de obtener libertad decaen garrafalmente.
Recuerdo que antes de convertirme en cautiva tenía un buen estado físico. En Caelestia recibía lecciones de combate como toda princesa real — no tanto como a un hombre—, pero si lo suficiente para saber defenderme.
Pero esto supera los límites de crueldad. Estoy desnutrida, arropada solo con una túnica gris, mi piel está tan dañada que creo haber perdido la belleza que tanto me caracterizaba. Y es que el fuego de mi cabello está apagado, y el azul de mis ojos está desteñido.
Desde que llegué fui aislada en una celda individual, alejada de los demás prisioneros. Y como todas las mañanas, justo al medio día, los guardias de la prisión subterránea me liberan para realizar trabajos forzados.
No pasa mucho tiempo cuando aparecen los carceleros que me retiran del subterráneo. A medida que subimos observo los muros de piedra que crean un ambiente crudo y frívolo dentro del castillo. Me preparo mentalmente para obedecer órdenes abusadoras de las sirvientas del Rey. No obstante, el escenario que se presenta ante mis ojos al llegar al gran salón me deja totalmente congelada.
«Los Tenebris»
Los carceleros me empujan cuando me quedo pasmada, exponiéndose en medio de la zona como objeto de atención. Solo soy yo contra ellos. La ira me invade de una manera inexplicable, pues no hay nada más humillante que estar indefensa ante estos malditos.
Se mantienen en silencio sin manifestar benevolencia alguna por mi posición. Sus miradas transmiten años de oscuras vivencias, mientras que sus majestuosas alas descansan de manera gloriosa en sus asientos.
No soy capaz de articular palabra cuando los cuatro arcángeles se comienzan a reír con malicia.
Pero su diversión no dura mucho cuando de pronto un peligroso poder hace temblar la estructura del lugar. Las rodillas se me desvanecen y las puertas son abiertas para dejar entrar al hombre que me deja sin respiración.
Ingresa acaparando toda la atención de los presentes, y por un momento creo sentir que el mundo se detiene y el oxígeno desaparece gracias aquel semblante capaz de helar el fuego hada que corre por mi interior. Su altura e impotencia natural es algo que jamás había visto en otra criatura, sus ojos negros me hacen sumergirme en un abismo aterrador, idiotizándome a la vez por la indescriptible belleza que porta.
«Que no sea el Rey» suplico internamente.
— La gran heredera se ha quedado sin palabras. — dice Edwar, el arcángel infernal sacándome del trance.
Lo ignoro por completo manteniendo mi atención en el macho que yace a cinco pasos de distancia. Quién continúa detallándome con un rostro inescrutable. Sus alas negras y majestuosas se mantienen estáticas, creadas para sorprender y doblegar.
Sí. Es el rey.
Una desesperada y frágil parte de mí se arma de valor para hablar después de meses.
— Déjeme ir — susurro con voz temblorosa.
¿En serio acabo de decir eso?
Los demás idiotas se ríen, y yo cierro los ojos sintiéndome ridícula.
— No puedes irte, Safira Rowan. — Contesta con frialdad a través de esa voz oscura y misteriosa.
Mi corazón está apunto de estallar.
— Entonces máteme de una vez— digo furiosa.
Silencio...
Me preparo para su reacción, de todas formas desde que me secuestraron acepté que moriría. Sin embargo, en vez de una estaca atravesando mi corazón o carótida, recibo una sonrisa siniestramente atractiva.
— Temo que las cinco lunas de Tardix ya decidieron por ti. Y aún que mueras, siempre regresarás a mí — responde avanzando con lentitud — Porque quieras o no, ya estás marcada Safira, y no por cualquier Rey, sino por mí.
Frunzo el ceño, y las entrañas se me contraen ante sus palabras. No comprendo ni una sola oración emitida por su boca.
— Pasas por alto que soy el hada de fuego más poderosa de los cinco reinos. — admito con voz temblorosa.
Toda la corte de arcángeles nuevamente estalla en risas.
Él monarca se inclina hasta quedar a mi altura.
— De este reino no saldrás mientras yo viva—responde tajante.
El corazón se me rompe en mil pedazos. Intentó refutar, pero con un suave movimiento de su mano envía un dócil viento de oscuridad que me hace envolverme en un pesado sueño. Mis sentidos se apagan por completo, y lo último que escucho es decir es un...
"Es ella".
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