Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5




5 - UN CAPULLO MUY ENGREÍDO


(Volcans - Buhos)


Estiré el cuello de un lado a otro con los auriculares puestos y la música sonando. Era una canción rítmica, animada... perfecta.

Hacía años que no iba a hacer ejercicio a un gimnasio... y sin embargo ahí estaba, plantada en medio de uno con cara de estar perdida.

¿Era cosa mía o todo el mundo era musculoso y perfecto a mi alrededor? ¿Cuántas horas al día venía esta gente? ¿Es que estaban locos?

Intenté no mirarlos mucho para no sentirme fuera de lugar y busqué algún sitio poco transitado en el que ponerme. Al final, la mejor opción fueron las cintas de correr. Principalmente porque casi estaban vacías, sí.

Me subí a una de ellas y, tras unos segundos dudando, pulsé el botoncito adecuado y la cinta empezó a moverse, y yo a correr.

La pregunta que os estaréis haciendo es... ¿qué hacía la pobre Marita en un gimnasio?

Bueno, pues había vuelto a tener pesadillas. Cada vez más intensas. En una de ellas, incluso, mi compañera de piso Zaida había entrado en mi habitación pensando que me pasaba algo malo por los sonidos de golpes. Era yo misma golpeando la cama como si alguien intentara ahogarme contra ella y yo quisiera apartarme.

Sí, era bastante desagradable. Apenas podía dormir más de dos horas diarias. O, al menos, durante esos últimos seis días. Y la doctora Jenkins me había dado dos opciones: o ejercitaba un poco y me tomaba en serio los ejercicios de relajación que me había enseñado, o me recetaría algo.

Y opté por la primera.

Aiden, curiosamente, no había insistido mucho en hablarme durante esa semana.

Ni siquiera después de... ejem... bueno...

Eso.

Sí, eso. Exacto.

¿Debería sentirme bien con que no me hablara? Porque no lo hacía. De hecho, varias veces me encontré a mí misma mirando el móvil con los labios apretados por la curiosidad.

¿Has pensado en hablarle tú?

¿Eh?

No sé, es una opción.

P-pero... es decir... yo no quería hablar con él. Para nada. No lo necesitaba.

Y, aún así, bajé la velocidad de la cinta hasta que solo tuve que andar y saqué el móvil para mirar su contacto, dubitativa.

A ver... un mensaje no haría daño a nadie, ¿no?

Claro que no, ¡mándaselo!

Pero... ¿y si le molestaba?

Le molesta más tu indiferencia, créeme.

¿Y si se creía que era una pesada?

Yo sí que creo que eres una pesada. ¡Mándaselo ya!

Puse una mueca y empecé a teclear. Borré el mensaje dos veces antes de quedarme satisfecha con el resultado y enviarlo.

Mara: Estoy viendo a muchos musculitos sudorosos a mi alrededor y he pensado en ti.

Eso es, discreta.

Esperé un poco a que respondiera, pero no lo hizo. Seguramente estaba entrenando.

Justo cuando iba a esconder el móvil, noté que me vibraba en la mano y bajé la mirada muchísimo más rápido de lo que me gustaría admitir delante de nadie.

Aiden: ¿Cómo? ¿A musculitos sudorosos? ¿Tengo que preocuparme?

Mara: Algunos son muy guapos...

Aiden: :(

Mara: Puede que más que tú, incluso.

Aiden: :((

Mara: Igual me voy con alguno de ellos.

Aiden: Pero apuesto lo que quieras a que no dejarías que ninguno más te metiera mano en la pared de un callejón.

Casi me caí de culo de la cinta.

Mara: Capullo engreído.

Aiden: Creo que me has llamado así más veces que por mi nombre.

Mara: Tienes razón, voy a guardarte como capullo engreído.

Capullo engreído<3: ¿Me has guardado con un corazón?

Mara: Claro que no, no digas tonterías.

Capullo engreído: ¿Lo acabas de quitar? ;)

Mara: ¡Que no te he puesto corazones!

Capullo engreído: :(

Mara: Deja de mandarme caritas tristes.

Capullo engreído: :((

Mara: ¡Aiden!

Capullo engreído: Dime algo bonito y dejaré de mandarlas :(((

Mara: Los musculitos se han ido y ahora estoy sola en el gimnasio. No hay peligro a la vista.

Capullo engreído: :)

Mara: ¿No deberías estar entrenando?

Capullo engreído: No puedo hacerlo si me distraes.

Mara: Podrías no responderme.

Capullo engreído: Es que me encanta que me distraigas ;)

Sonreí un poco y, justo cuando iba a seguir escribiendo, algo hizo que levantara la cabeza.

O más bien alguien.

Mi mirada fue a parar inmediatamente sobre uno de los trabajadores del gimnasio. En concreto, el chico de pelo castaño muy claro, ligeramente alto y con músculos un poco abultados que se acercaba a mi zona revisando distraídamente las máquinas.

Oh, no. Drew. mi exnovio.

Una ola de nervios me recorrió entera. ¿Iba a reconocerme? No había cambiado mucho, pero... quizá no lo hacía. Con suerte. Todavía recordaba la última vez que nos habíamos visto. Las cosas no habían terminado nada bien. Básicamente, él me había llamado zorra y la novia de mi padre le había dado una bofetada.

Sí, muy intenso, todo.

Así que no estaba muy segura de si quería que me reconociera. No quería una escenita en medio del gimnasio. Bajé la cabeza y traté de ocultarme la cara con el pelo, fingiendo que miraba al frente. Mi corazón se aceleró por la tensión cuando noté que se acercaba a mi máquina...

...y pasó de largo.

Uf, menos mal.

Por un momento, creí que...

—¿Mara? ¿Mara Dawson?

Mierda.

Probablemente notó lo tensos que estaban mis hombros cuando detuve la cinta y me giré lentamente hacia él con una extraña sonrisa forzada.

—¡Drew! —mi intento de fingir que acababa de darme cuenta de su presencia fue bastante triste—. Vaya... eh... ¡cuánto tiempo!

Esperé, tensa, a que reaccionara de alguna forma. Para bien o para mal. No me importaba. Pero que reaccionara en lugar de quedarse mirándome fijamente de esa manera.

—Sí —dijo, al final, apartando la mirada un momento antes de girarse de nuevo hacia mí—. Cinco años, ¿no?

—Eh... sí, creo.

Y... silencio incómodo.

Bajé de la cinta, manteniendo cierta distancia entre nosotros. No creía que fuera a tocarme, pero no quería arriesgarme. Además, si se ponía a gritarme insultos de repente, prefería poder irme corriendo a los vestuarios.

Al ver que no decía nada y solo me miraba fijamente, forcé otra sonrisa extraña.

—¿Cómo... estás?

—Bien.

Y... silencio incómodo otra vez.

Estaba a punto de decirle que tenía que ir a otra máquina cuando él enarcó una ceja.

—Te recordaba más atractiva.

Y yo te recordaba menos imbécil.

Bueno, la época en la que me había conocido había sido cuando más me cuidaba a mí misma. Ahora, había adelgazado bastante y apenas tenía masa muscular. Estaba flaca.

—¿En serio? —murmuré—. ¿Vas a empezar a insultarme?

—No te he insultado, solo digo que te recordaba mejor.

—La gente cambia, Drew. Algunos se vuelven maleducados, por lo que veo.

Él sonrió irónicamente y sacudió la cabeza.

—Y pensar que antes me gustaba que me hablaras así... —me miró—. ¿Estás saliendo con algún otro pobre idiota al que puedas volver loco?

—Eso... no es asunto tuyo —le aseguré en voz baja.

—A lo mejor debería advertirle —murmuró, mirándome con esa expresión resentida que tan bien recordaba—. Para que no pase por lo mismo que yo.

—Drew, yo no...

—¿Ya has escrito algún best-seller? —me provocó con una mueca cruel—. Porque no recuerdo haber visto tu nombre en la portada de ningún libro.

—No te conté que quería ser escritora para que ahora lo uses como arma arrojadiza.

—Oh, ¿yo uso las cosas como armas arrojadizas? —espetó, dando un paso hacia mí—. ¿Quieres que hablemos de lo que te gustaba hacer a ti a mis espaldas?

—Drew...

—Como follarte a mi mejor amigo, por ejemplo.

—Apártate —advertí en voz baja.

Se había acercado demasiado y yo ya estaba poniéndome nerviosa.

Sospeché que no se habría apartado en otro contexto, pero sí en ese, porque su trabajo estaba en juego y había otro empleado mirándonos de reojo. Drew me observó un momento más antes de mascullar un insulto y pasar por mi lado, dejándome ahí plantada.

Está claro que me marché de ahí enseguida. Y no pensaba volver. No con Drew por ahí.

En cuanto llegué a mi casa, mientras dejaba la bolsa en el suelo, recordé que había estado hablando con Aiden y saqué el móvil otra vez.

Capullo engreído: Podrías venir a mi gimnasio a distraerme en persona, ¿no?

Mara: Tu entrenador te mataría. Mejor me quedo aquí.

Capullo engreído: ¿Y si voy a verte mañana al terminar?

Mara: Eso... parece algo mejor.

Capullo engreído: Espérame a las ocho. En bragas, preferiblemente.

Mara: En tus sueños.

Capullo engreído: Ahí lo has hecho ya unas cuantas veces ;)

—¿A quién le sonríes tanto?

Levanté la cabeza, sobresaltada, y me encontré a Zaida y su nuevo novio juzgándome con la mirada. Borré mi sonrisita estúpida de golpe, avergonzada.

—A... nadie. A mi padre. Ha pescado una trucha muy grande.

—¿Una... trucha?

—Pues sí, ¿algún problema?

Intercambiaron una mirada y yo aproveché para meterme en el cuarto de baño.

***

Pobre Aiden... me habían entrado ganas de cocinar.

Y eso solo podía significar una cosa: PELIGRO.

Tenía el móvil apoyado entre el hombro y la oreja mientras seguía las instrucciones de Johnny, que me hablaba por el otro lado de la línea.

—¿Has precalentado el horno? —insistió.

Yo dejé de batir un momento la masa para fruncir el ceño.

—¿Que si he hecho... qué?

—Ay, encanto... por favor, no incendies nada.

—¿Qué tengo que calentar?

—Enciente el horno. ¡Te lo he dicho antes!

Solo mis tristes habilidades culinarias podían hacer que el bueno de Johnny se pusiera de los nervios.

Estaba preparando un pastel de chocolate y fresas. ¿por qué? No lo sé. Pero esperaba que estuviera bueno.

El problema... bueno, era yo. Y que mis comidas siempre terminaban siendo horribles.

Zaida entró en la cocina cuando estaba intentando cortar las fresas torpemente.

—¿Qué demonios...? —empezó.

—¡No toques nada!

—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Has visto el desastre que has montado?

Vale, puede que la cocina estuviera llena de harina, azúcar y chocolate...

...y puede que yo también.

—¡Estoy haciendo un pastel! —protesté.

—No, estás haciendo un desastre. Límpialo todo ahora mismo o...

—Oye, yo también vivo aquí. Déjame en paz.

—Pues por eso, es nuestra cocina, no tuya. Limpia esta mierda.

—¡No!

—¡Sí!

—¿Te digo yo a ti que apartes a los inútiles de tus amigos cuando tengo hambre y no puedo cenar porque se han amontonado en la cocina?

—¿Mis amigos son inútiles? ¿Tú te has visto? ¿Has visto el maldito desastre que has montado por hacer un pastel?

Oh, esa chica iba a terminar recibiendo un cucharazo en la cara como no se callara.

Por suerte, dejó la conversación porque apareció su novio y se metió con él en la habitación. Empecé a escuchar los ruidos exagerados —alguien seguía enfadada conmigo— mientras untaba el bizcocho de chocolate con lo de las fresas.

Y Aiden llamó al timbre justo a tiempo.

Dejé todo apresuradamente y me pasé una mano por la cara, dejándome harina y chocolate en la mejilla y la frente. Ni siquiera me di cuenta.

Al abrir la puerta, vi que estaba apoyado otra vez perezosamente en el marco, pero contuvo una risotada al verme.

—¿Te has metido en una guerra de comida y no me has avisado?

—No. He intentado cocinar.

—¿Has tenido que matar a alguien para eso? —preguntó, viendo mi atuendo hecho un desastre.

—No, listo —me aparté para que pudiera pasar—. Pero llegas justo a tiempo. Vas a poder probar el pastel.

—Sí, tengo ganas de probarlo.

Fruncí el ceño, sin entenderlo, pero mi cuerpo entero dio un respingo cuando acercó la mano a mi mejilla, retiró el chocolate con el pulgar y se lo metió en la boca con media sonrisita.

—Mhm... no está mal.

Como me había puesto nerviosa, no se me ocurrió nada ingenioso que decirle.

Aiden empezó a torcer el gesto a medida que llegábamos a la cocina, que desprendía un extraño olor a quemado, rancio y dulzón agrio. Era... una mezcla extraña. Y horrorosa.

El pobre hizo un verdadero esfuerzo por mantener la sonrisa.

—Eh... huele genial.

—¿En serio?

—Sí, sí...

—¿Quieres probarlo?

—¿E-eh...? Es decir... yo... bueno...

No le dejé mucha otra opción. Fui a cortar un trozo de pastel y lo puse delicadamente sobre un plato, como si fuera mi obra maestra. Corté un pedacito con un tenedor y se lo ofrecí, a lo que él tragó saliva, como un soldado que afronta una batalla peligrosa.

—¿Seguro que quieres probarlo? —enarqué una ceja.

—Sí. No dejes que me lo piense mucho.

Dejé que se metiera el trocito en la boca y me quedé mirándolo, expectante. Vi cómo su expresión se volvía casi de dolor por un momento para después ser sustituida por la sonrisa más forzada que había visto en mi vida.

—Wow —murmuró, acariciándose el cuello con una mueca—. Es... curioso... yo... es...

—Es horrible, ¿no?

—Pues sí, joder. No sabía que el chocolate pudiera saber tan mal.

Solté una risita, divertida, mientras él iba a por agua desesperadamente.

Vale, el pobre chocolate había sido desperdiciado. Bueno, no. Seguro que yo me lo acababa comiendo. Después de todo, cuando tenía hambre no me importaba que la comida estuviera mala. Por eso había sobrevivido con mis propios platos hasta ahora.

Escondí el pastel en la nevera, me limpié la cara y saqué las dos hamburguesas que me había dado Johnny al terminar mi turno. Me las había ganado después de ayudarle a hablar en francés con su nuevo ligue.

Cuando se lo conté a Aiden mientras nos devorábamos las hamburguesas en mi sofá, me miró con curiosidad.

—Es verdad, tu madre es francesa —murmuró—. No me acordaba.

—Ya casi no lo usa —me encogí de hombros—. Cuando era pequeña tenía el acento mucho más marcado que ahora. Y cuando se enfadaba lo usaba mucho. Sé un montón de insultos franceses.

—¿Y se enfadaba a menudo? —bromeó.

—Conmigo, un poco. Con mi padre, bastante —admití con una sonrisa—. Pero... ellos funcionaban así. Discutían, se reconciliaban en su habitación diciéndome que me quedara en el salón con los auriculares puestos, volvían a discutir... y así continuamente.

Aiden no dijo nada, pero sabía que sus padres eran muy distintos. Los suyos eran el ejemplo perfecto de familia estructurada. Las pocas veces que los había visto discutir cuando había ido por su casa, habían sido por tonterías y lo habían arreglado casi al instante.

Pero... sí recordaba el único día en que había visto al señor Walker gritando a alguien, a Aiden.

—Tus padres no discutían mucho —murmuré—. O... no que yo recuerde.

—Mi padre solía enfadarse conmigo. No nos entendíamos muy bien —se encogió de hombros—. Al menos, cuando empecé la adolescencia. Luego ya nos reconciliamos. Y ahora estamos bien.

—Me alegro.

No pareció darle mucha importancia, y yo necesitaba sacar el tema del día que había visto cómo le gritaba sin ser una cotilla aunque lo estuviera siendo.

—Yo... me acuerdo del día de la pelea —murmuré.

Aiden sonrió un poco.

—Difícil de olvidar, ¿eh?

—Intenté defenderte.

Esta vez, la sonrisa fue completa.

—Eso también es difícil de olvidar.

Lo recordaba perfectamente. Había ido a casa de Lisa después de comer, y nos habíamos quedado en el salón charlando tranquilamente hasta que, de pronto... apareció el señor Walker con Aiden. Y Aiden tenía un ojo amoratado. Su padre parecía furioso, cosa muy inusual en él, y nos gritó que subiéramos a la habitación de Lisa, cosa que hicimos casi corriendo.

Sin embargo, nos quedamos en las escaleras escuchando la discusión. Yo abracé a Lisa, que parecía muy triste por escuchar cómo gritaba a su hermano y cómo él no se defendía en absoluto.

Al final, cuando escuché que le decía que no servía para nada, no pude más y entré en el salón. No sé de dónde saqué el valor para decirle al señor Walker que nadie debería hablar así a su hijo, pero lo hice.

Tampoco sé cuál de los dos pareció más sorprendido.

No me atreví a mirar a Aiden. Tenía demasiado asumido que para él mi existencia era bastante indiferente y no quería encontrarme una mueca de extrañeza al girarme.

Pero, cuando el señor Walker bajó la voz y me dijo que no me metiera en eso, no me quedó más remedio que apartarme de la situación.

Una semana más tarde se disculpó conmigo y nos llevó a Lisa y a mí al parque de atracciones, así que no hubo demasiado rencor. Al menos, para mí. No sé qué pasó con Aiden.

Como si me hubiera leído la mente, sacudió la cabeza.

—Me metí en una pelea —me explicó en voz baja—. La única en la que me he metido fuera de un ring... y elegí al peor contrincante posible.

—¿Por qué?

—Era el hijo del jefe de policía.

—Mierda —solté sin pensar.

Aiden sonrió.

—Sí, las cosas se pusieron feas. Incluso amenazaron con denunciarme. Por eso mi padre se volvió loco. Pero... gracias a eso se fijaron en mí para empezar a boxear, así que no todo fue malo.

—¿Rob se fijó en ti?

—No. Tuve otro entrenador primero. El padre de... —se cortó a sí mismo y de golpe y carraspeó—. Era más duro que Rob, pero me enseñó bien.

Hice un verdadero esfuerzo por fingir que me daba igual que hubiera dejado la frase a la mitad. Después de todo, yo era la primera que se agobiaría si insistía en saber cosas que que no quería contarle.

Justo mientras lo pensaba, Zaida abrió la puerta de su habitación y apareció con su novio. Él solo llevaba ropa interior, y ella solo unas bragas y la camiseta de él. Y ambos estaban despeinados y ligeramente rojos. Un gran espectáculo visual.

—Viene una amiga —aclaró, mirándome significativamente—. Necesito el salón.

Dudé un instante, mirando de reojo a Aiden, que pilló la indirecta y se puso de pie.

—Eh... yo ya me iba y...

—¿Por qué no vais a tu habitación? —me preguntó Zaida, confusa.

No sé en qué momento eso me había parecido una buena idea, pero de pronto me encontré a mí misma encerrada en mi cuarto con Aiden.

Eso podía salir tan mal de tantas formas distintas que no sabía ni cómo empezar a sentirme.

—Bueno —dijo él, cortando el silencio y repasándome con los ojos—, no me has recibido en bragas, pero estamos en tu habitación. Yo lo considero un gran avance.

—El único avance —aclaré.

—Pues sí, porque mañana tengo un combate.

—¡Y aunque no lo tuvieras!

Sonrió dulcemente.

—Ya.

Me crucé de brazos, enfurruñada, mientras él miraba a su alrededor con curiosidad. Y, mientras me daba la espalda, yo aproveché para colocarme el pelo y la ropa a toda velocidad.

—Bonita habitación —murmuró.

—Es un poco pequeña.

—Mejor, así tenemos que estar pegaditos el uno al otro.

Fingí que no lo oía porque, básicamente, no se me ocurría ninguna respuesta ingeniosa, y él se acercó a mi pequeña estantería. Echó una ojeada a las fotos que tenía con mi padre, con mi madre y con Grace. Casi todas eran de cuando era pequeña —menos las últimas—. Sonrió ligeramente cuando me detuve a su lado.

—Hace tiempo que no veo a tu padre —comentó.

—Sigue viviendo en la misma casa.

Por lo que recordaba... Aiden y papá no se llevaban demasiado bien.

Es decir, no tenían demasiada relación. De hecho, solo los recordaba hablando una vez, pero mi padre le había empezado a poner mala cara el día de la pelea. Y nunca se la había quitado. Decía que era problemático, aunque yo siempre estuve convencida de que no lo era.

No sé por qué, pero el hecho de que no se llevaran bien me puso nerviosa.

Menuda tontería. Ni que fuera a estar con ellos en la misma habitación alguna vez.

Aiden bajó la mirada y vi que la clavaba en el escritorio que tenía delante. En concreto, pasó los dedos por encima de mi máquina de escribir. Era vieja, tenía algunas teclas medio desgastadas y el azul apenas era notable porque se había ido oxidando con los años.

—Sabes que existen los ordenadores, ¿no?

—Soy una chica clásica —me defendí.

Él sonrió un poco, pero no dijo nada, así que fui yo quien volvió a hablar.

—Patty es un poco vieja —aclaré.

—Por favor, dime que no le has puesto nombre a una maldita máquina de escribir.

—¡Me gusta ponerle nombre a cosas!

—Sí, a mí me llamas capullo engreído. Es genial.

—En el fondo, te gusta.

—Me gusta tanto como le gusta a Patty —puso una mueca cuando acarició el óxido—. No la has estado cuidado demasiado, ¿eh?

Esa acusación hizo que enrojeciera, enfurruñada.

—No es cuestión de que la cuide, es que es vieja.

—¿Y por qué no te compras otra?

—¿Cómo podría sustituir a la pobre Patty? Sería como traicionar a una hermana.

—¿Tu hermana es una máquina de escribir vieja y oxidada a la que llamas Patty?

Bueno, eso había sonado un poco triste. Puse una mueca y él se echó a reír.

—No tiene gracia —mascullé.

—Tienes razón —me hizo casi una reverencia—. Perdón por ofender a la buena de Patty.

—Eso está mejor.

Y justo eligió ese momento para dar un paso hacia mí, con una mirada mucho más intensa e interesada que hizo que pareciera que la habitación encogía un poco a nuestro alrededor.

—Bueno —ladeó la cabeza, mirándome—, ¿y qué tienes pensado que hagamos ahora, pequeña Amara?

La cosa es que... ejem... no tenía nada pensado.

Bueno, tenía algo pensado, lo único en lo que podía pensar cuando me miraba así, pero dudaba que pedírsela directamente fuera muy elegante.

Y probablemente solo nos llevaría a que yo empezara a hiperventilar y marearme. No parecía un gran final del día.

—Podemos... —improvisé a toda velocidad— ...escuchar música.

Él enarcó un poco una ceja.

—¿Escuchar música? —repitió, poniendo una mueca.

—Sí, la música está bien. Y... yo... tengo mucha en el móvil.

—Sí, suena maravilloso —suspiró y se dejó caer sentado en mi cama—. Bueno, pues nada, pon música.

Solté un suspiro de alivio y me apresuré a ir a por mi móvil, que había dejado en mi mesita. Rebusqué entre mis canciones y terminé eligiendo una cualquiera antes de girarme hacia Aiden.

—Puedes quitarte la sudadera —le dije sin pensar.

Él levantó la mirada hacia mí y una pequeña sonrisa empezó a bailar en sus labios.

—Por... mhm... por si tienes calor —añadí enseguida.

—Como ordenes —me dijo con esa misma sonrisita, y se la sacó por la cabeza antes de dejarla en la silla de mi escritorio, con su chaqueta.

Vale, había sido una mala idea. Ahora podía ver los tatuajes gracias a la camiseta de manga corta y mi capacidad de concentración se había deteriorado dramáticamente.

—¿Quieres que me quite algo más? —preguntó, mucho más interesado en la conversación.

—Déjalo, así estás divino.

—Tú también puedes quitarte algo —sugirió, y noté que mi corazón empezaba a acelerarse cuando me recorrió con la mirada muy detenidamente, revisando las pocas prendas con los ojos—. Los pantalones parecen una buena opción.

—¿Por qué demonios estás tan empeñado en dejarme en bragas?

—También estoy empeñado en dejarte sin ellas.

Y, después de soltar esa bomba para mis nervios, se acomodó con la espalda en la pared como si nada.

Ese chico tenía algo en contra de mis pobres nervios, seguro.

Cuando me senté a su lado, a una distancia prudente, vi que había rescatado a mi peluche de entre las dos almohadas y ahora lo miraba con curiosidad.

—¿Tienes un peluche? —preguntó, ajustándole concienzudamente el lacito rojo del cuello para que le quedara mejor.

—Sí, ¿algún problema?

—Relájate, Amara, solo era una pregunta. ¿Este también tiene nombre?

Dejé de entrecerrar los ojos por un momento y mi cara, como pocas veces lo había hecho antes de conocerlo, se volvió completamente roja.

Eso, claro, hizo que Aiden aumentara su interés en el tema.

—Oh, no. ¿Qué nombre le has puesto al pobre peluche?

—Ninguno —mascullé.

—No lo creo.

Cerré un momento los ojos.

—Se... mhm... —lo miré, avergonzada—, se llama Señor Abracitos.

Hubo un momento de silencio antes de que pasara lo que sabía perfectamente que pasaría.

El capullo empezó a reírse a carcajadas.

Tuve una pequeña disputa de sentimientos encontrados en mi interior, porque su risa me estaba provocando tanto oleadas de satisfacción como de enfado. Al final, opté por el enfado y le quité a mi pobre Señor Abracitos de las manos para dejarlo en el sillón blanco que había junto a mi cama.

—¿Vas a dejar de reírte? —protesté.

No lo pareció, porque él tuvo que ponerse una mano en el estómago para empezar a calmarse.

—¿Señor Abracitos? —repitió, casi llorando.

—¡Deja de reírte!

—¿Qué pasa? ¿Le dabas abracitos?

—¡Pues sí! ¡Y sigo haciéndolo!

—Vaya, ahora tengo envidia del Señor Abracitos.

—¡Deja de reírte!

—A mí no me das abracitos, me das manotazos.

—¡Porque no dejas de reírte de mí!

Finalmente, dejó de reírse porque vio que estaba poniendo demasiado a prueba mi paciencia. Sonrió como un angelito y se acomodó de nuevo.

—Preciosa canción —asintió con la cabeza—. Gran elección. Tienes un gusto exquisito.

—Por eso tú no me gustas.

—Por eso yo te encanto, no te engañes.

—Engreído.

—¿Ya no soy un capullo? Genial, hemos avanzado.

—Es peor engreído que capullo —bromeé.

—¿Ahora me dirás que cuando me llamas capullo es con amor?

—Claro que sí. Con todo el amor que llevo dentro.

—Pues igual yo debería llamarte nena —bromeó.

—Como me llames nena te doy con Patty en la cara.

Empezó a reírse, pero no de una forma tan descarada como antes. Se pasó una mano por la cara, divertido, sacudiendo la cabeza.

—Mierda, Amara, ¿dónde demonios has estado toda mi vida?

—Con tu hermana Lisa.

—Ah, sí —negó con la cabeza—. No me puedo creer que salga con ese chico.

—¿Qué tiene Holt de malo? —protesté.

—No lo sé. Algo de él no me convence.

—Sinceramente, Aiden, ¿existe alguna persona que podría convencerte del todo para estar con tu hermana?

Se cruzó de brazos.

—Me lo tomaré como un no —sonreí—. Holt es muy simpático, pero no se le da bien eso de ser muy extrovertido con la gente que no conoce. Se pone nervioso. Especialmente si sabe que el hermano boxeador y potencialmente agresivo de su novia va a hablarle mal.

—¡No le hablé mal! —se defendió él.

¿Y tú quién demonios eres? —imité su voz—. Sí, muy suave.

—Bueno, pensaba que era tu ligue.

—Y no olvidemos que acababa de verte hundiéndole la nariz a un pobre chico porque sí —añadí, medio divertida—. El pobre no quería acabar igual.

Eso hizo que Aiden me enarcara una ceja.

—¿De verdad te crees que le di ese golpe porque sí?

—¿Eh? —pregunté, confusa.

—Ese chico vio las miradas que te dedicaba después de cada ronda —aclaró Aiden, como si fuera obvio—. No sabía por dónde atacar para provocarme, y tú eras el objetivo más fácil.

Hubo un momento de silencio que rompí yo misma al empezar a entender lo que decía.

—Espera... ¿los comentarios con los que dijiste que te provocaba... eran sobre mí?

—Muy bien, Amara. Cien puntos para Gryffindor.

—P-pero... —no me lo podía creer, ni siquiera se me había pasado por la cabeza—. ¿Qué te dijo?

—Tonterías —murmuró—. Se pensó que eras mi novia. Insinuaba cosas sobre consolarte cuando me diera una paliza y terminara el combate.

Me quedé mirándolo, de nuevo. Él no parecía muy afectado teniendo en cuenta que me estaba contando que le había roto la nariz a un chico que lo había estado provocando.

—Bueno —dije, al final—, pues he cambiado de opinión. Se merecía el golpe.

—Lo sé —sonrió.

—Por eso Rob se puso rojo cuando le pregunté qué te decía.

—¿Se puso rojo? —la idea pareció divertirlo.

—Sí, no se parece mucho a su hermano Jonnhy. Él habría agarrado la botella de agua y se la habría lanzado a la cabeza nada más escucharlo.

Aiden empezó a reírse, y yo estuve a punto de hacer lo mismo, pero me detuve en seco cuando noté que me ponía una mano en la rodilla.

Me aparté instintivamente, alejándome de él. Ni siquiera me había dado tiempo a mí misma para reaccionar, pero ya sentía un nudo desagradable de nervios en el estómago.

—¿Qué? —preguntó Aiden, sorprendido.

—Eh... nada.

Él debió malinterpretar mi expresión, porque sonrió ligeramente.

—¿Ahora te haces la tímida?

—Aiden...

—Podríamos repetir lo del callejón. Esta vez con menos ropa.

Cuando hizo un ademán de tocarme otra vez, no pude evitarlo y me aparté de nuevo, quedando sentada al otro extremo de la cama con cara de espanto.

Esta vez, no me sonrió. Solo pareció sorprendido.

—Es que... —dije torpemente—. No me gusta que me toquen.

Tampoco iba a decirle la verdad, claro. Si era difícil hablarlo con mi terapeuta, ¿cómo podría hacerlo con él?

Y sabía por qué mi cuerpo había estado reaccionando así de mal. Lo hablé con la doctora Jenkins. Habíamos llegado a la conclusión de que no había tenido una respuesta negativa a su contacto porque él no me había dado tiempo suficiente para pensarlo, sino que simplemente lo había hecho. Y yo no había podido pensar ni siquiera en lo asustada que podía estar por ello.

Pero, ahora... bueno, había sido consciente de que vendría todo el día. Y que probablemente intentaría tocarme. Arrastraba la tensión de todo el día. Y eso no iba a terminar bien, ya lo sabía.

No sé por qué me empeñaba en intentarlo.

De todos modos, él enarcó un poco una ceja.

—¿De qué forma no te gusta, exactamente?

—Aiden, hablo en serio.

—Vale, relájate —me ofreció una mano—. No voy a arrancarte la camiseta ni nada de eso. Lo podemos reservar para el futuro.

Miré su mano dubitativa, y noté que los dedos me cosquilleaban cuando la acepté y dejé que tirara de mí hasta que volvió a tenerme sentada justo a su lado. Tragué saliva cuando me apartó el pelo de encima del hombro, sonriendo un poco.

—¿Ves? Esto no está tan mal —murmuró.

No, no estaba tan mal, pero no podía evitar estar tensa. Nuestros brazos estaban en contacto. Y nuestras piernas. Y tenía una de sus manos junto a mi cabeza, estaba enrollando un mechón de pelo pelirrojo entorno a su dedo.

Intenté relajarme un poco. Estaba claro que eso no estaba tan mal.

—No me digas que tú también tienes debilidad por las pelirrojas —bromeé.

—Solo por una.

Sacudí la cabeza, divertida. Y tensa. Y nerviosa.

Giré la cabeza para decir algo, pero las palabras se quedaron ahogadas cuando fui consciente de lo cerca que estaba su cara de la mía, y de que su dedo había chocado contra mi mejilla al girarme hacia él.

Una de las comisuras de su boca se levantó cuando me recorrió el pómulo con ese mismo dedo.

—Si realmente quieres ir despacio, deja de mirarme así. Lo estás haciendo cada vez más complicado.

—No te estoy mirando de ninguna forma —me defendí.

—Ya —sonrió—. Pues yo a ti sí.

Estoy segura de que iba a decir algo, pero fui incapaz de hacerlo cuando me recorrió el labio inferior con el pulgar, mirándome con aire malicioso. Sabía perfectamente lo que hacía. Y lo peor es que estaba funcionando, porque me moría de ganas de besarlo.

Hacía años que no quería besar a nadie. Que veía películas en las que los protagonistas se besaban y ponía muecas de disgusto. Y, ahora... aquí estaba otra vez, queriendo besar a alguien.

Y él también quería, estaba segura. Por mucho que pareciera burlón, había visto cómo se tensaban sus hombros, y cómo no dejaba de bajar la mirada a mi boca y volver a subirla a mis ojos.

A la mierda. Quería besarlo.

Cuando me incliné hacia delante, estaba muy segura de lo que hacía. Pero, cuando estuve cerca de su boca, perdí toda la confianza de golpe y se transformó en una sensación fría y terrorífica recorriéndome las venas.

Me detuve en seco cuando noté que la mano suave que tenía en la mejilla se volvía áspera y, de alguna forma, supe que iba a moverse a mi nuca y apretármela hasta hacerme daño. A obligarme a mantenerla ahí. Y luego iba a girarme la cabeza para hundírmela en el colchón. Y apenas iba a poder respirar. Se me paralizó el cuerpo pese a que quería apartarlo tan rápido como fuera posible, y alejarme de él. La sonrisa ya no parecía dulce y apetecible. Era una mueca de labios gruesos y burlones que apestaba a alcohol. Y a él. Y me empezaron a zumbar los oídos.

Él se inclinó hacia mí, aumentando la sonrisa, y yo noté que mi cabeza empezaba a sacudirse, intentando apartarse. Solo conseguí una mueca de diversión. Su olor me invadía las fosas nasales cuando me apretó los dedos en la nuca.

—¿No? —repitió, y era su voz. Su voz burlona y cruel—. ¿Y aquí quién te oirá gritar?

¡No! Intenté hacerlo, pero el grito se ahogó en mi garganta cuando aplastó su boca sobre la mía. Sabía alcohol. Y a humo. Intenté apartarme, llorando, pero no me hacía caso y...

—¡Amara!

Parpadeé, mirando a mi alrededor, como salida de mi ensoñación, y me di cuenta de que estaba jadeando, sentada en el suelo, y que en algún momento había retrocedido hasta el lugar opuesto de la habitación, chocando mi espalda contra el armario.

Levanté la mirada, sobresaltada. Todavía podía sentir el olor, y las manos, y los labios. Pero él no estaba ahí. El que estaba ahí era Aiden, que me miraba con cautela y preocupación, agachado delante de mí.

Oh, no.

—Respira —me dijo en voz baja, sin atreverse a acercarse más—. Mírame, Amara. Respira hondo, eso es.

Conseguí que una bocanada de aire temblorosa me entrara en el cuerpo y él suspiró, aliviado. Y me di cuenta de que tenía mis manos apretadas en las rodillas, y que me había apretado con tanta fuerza que tenía las marcas de las uñas en ellas.

—¿Q-qué...? —empecé torpemente, todavía notando una capa de sudor frío en la espalda.

—Te has quedado paralizada y me has empujado de repente —Aiden me repasó la cara con los ojos—. Cuando vi que ibas a caerte de la cama he intentado sujetarte, pero... te has alejado como si fuera a hacerte daño.

Aparté la mirada, temblando de pies a cabeza, y la clavé en cualquier cosa que no fuera él. No me atrevía a mirarlo a la cara. Me sentía humillada. No me podía creer que no hubiera sido capaz de contenerme delante de él. ¿Qué iba a pensar de mí ahora?

Me entraron ganas de llorar, pero logré contenerlas.

¿Cómo iba a querer volver a verme si siempre que lo hacía yo reaccionaba así? Seguro que no quería volver a saber nada de mí.

—¿Estás mejor? —escuché que me preguntaba, sin acercarse—. ¿Necesitas...?

—No puedo hacerlo, Aiden —le dije con un hilo de voz.

Noté que me miraba, y seguro que era con confusión.

—¿Qué?

—N-no... no puedo... —cerré los ojos con fuerza—. Necesito que te vayas. Por favor.

Hubo un momento de silencio en la habitación. Cuando abrí los ojos, vi que él seguía mirándome con expresión confusa.

—Pero... ¿estás bien o...?

—Estoy bien. Solo necesito que te vayas —y estaba tan nerviosa que me salió de una forma mucho más brusca de lo que pretendía.

Aiden parpadeó, mirándome, pero se puso de pie al mismo tiempo que yo. Retrocedió con aire más confuso cuando yo fui torpemente a por su chaqueta y sudadera y se la di sin mirarlo, con la cabeza agachada.

—Amara...

—Por favor, vete ya —le supliqué en voz baja.

Aiden me miró unos segundos antes de, finalmente, ponerse la chaqueta. Abrí la puerta de mi habitación todavía con manos temblorosas y fui directa a la entrada. Aiden me siguió sin decir nada, y manteniendo cierta distancia entre nosotros.

No iba a querer volver a verme. No después de lo que me había pasado. Y menos ahora que lo estaba echando. Me entraron ganas de llorar otra vez.

Aiden se detuvo al otro lado de la puerta principal, mirándome con aire preocupado.

—¿Estás segura de que estás bien?

Algo en mí me decía que si alargaba mucho la conversación, iba a intentar tocarme otra vez. Me entraban ganas de vomitar solo con la perspectiva. Solo pude asentir torpemente con la cabeza.

—¿Quieres que te lleve a...?

Cuando adelantó una mano hacia mí, una oleada de terror me invadió y solo fui capaz de decir una cosa:

—Buenas noches, Aiden.

Él apretó un poco los labios cuando me aparté para cerrar la puerta, pero no dijo nada más. Yo me quedé con la frente apoyada en ella, sintiéndome horrible, y escuché sus pasos hacia el ascensor.

Y, así de fácil, estaba sola otra vez.

—¿Ya has espantado al chico guapo ése? —se burló Zaida, detrás de mí—. Supongo que era cuestión de tiempo.

Ni siquiera me di cuenta de que se hubiera acercado, pero me aparté bruscamente cuando noté que estaba justo detrás de mí. Ella enarcó una ceja cuando pasé por su lado sin decir nada y volví a mi habitación a toda velocidad.

En cuanto estuve sola, no pude evitarlo y empecé a llorar.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro