
Capítulo 20
20 - LA MISIÓN SECRETA
(Falling - Harry Styles)
Seguí mirándola, algo pasmada, durante unos segundos antes de reaccionar y apartarme para dejarla pasar. La madre de James me sonrió un poco y entró en la casa con aspecto nervioso.
En realidad, cada vez que la había visto tenía aspecto nervioso, como si le diera miedo que la otra persona se enfadara con ella por decir algo mal.
—Siento haber aparecido así —comentó, sentándose en el sillón—. Pero... bueno, no tenía tu número de teléfono. Solo tu dirección. Me la dio Grace cuando se la pedí para hablar contigo, como iba a pasar por la ciudad...
Seguía tan pasmada que no sabía ni qué decirle, así que al final señalé torpemente la cocina.
—¿Quiere algo para beber o...?
—Estoy bien —me aseguró—. Solo quiero hablar contigo.
Me senté en el sofá, yo también un poco tensa, y vi que ella se miraba las manos y dudaba durante varios segundos antes de girarse por fin hacia mí.
—Siento las cosas que mi familia ha provocado —me dijo en voz baja, sincera, como si se avergonzara de ellas—. Ojalá pudiera decir que no lo he sabido hasta hace poco, pero... mentiría. Simplemente... no quería verlo. Pero por suerte para ambas ahora sí lo afrontaré. De una vez.
Parpadeé, confusa, cuando ella repiqueteó los dedos en sus rodillas.
—Yo también tengo motivos para no querer a mi marido cerca —añadió en voz baja.
Solo con mirarla una vez, pude imaginarme los motivos, así que no dije nada al respecto. Había ciertas cosas que, si la otra persona no te ofrecía, era mejor no intentar sonsacar.
—Sé que lo viste hablando con... —hizo una pausa, intentando recordar el nombre—. No lo sé. El hombre rubio que se encarga de la liga profesional de boxeo.
El padre de April, sí. Los había visto hablando en esa cafetería cuando había ido a desayunar con mamá.
—Mi marido me dijo que los habías visto —siguió ella—, pero no le preocupó mucho. Después de todo, no puedes demostrar mucho con haber visto una conversación, supongo.
—Depende de la conversación —murmuré.
—A lo que quiero llegar... es que yo sé cómo podrías encontrar pruebas para ayudarte.
Eso sí hizo que me inclinara un poco hacia ella, interesada.
—¿Qué clase de pruebas?
—Sobornos, favores personales... esas cosas.
—¿Las tienen documentadas?
—Por supuesto. En un lugar seguro.
—Y... supongo que usted sabe cuál es el lugar seguro.
—Supones bien.
Estuve a punto de sonreír, pero me detuve cuando vi que ella me dedicaba una mirada bastante nerviosa, como si estuviera a punto de decirme algo que no me iba a gustar.
—¿A cambio de qué? —pregunté directamente.
—Yo te daré todo lo necesario para que tú puedas proteger a tu novio... a cambio de que yo pueda proteger a mi hijo.
Hubo un momento de silencio. La miré fijamente, sin saber qué sentir, hasta que mi primera reacción fue una sonrisa irónica.
—¿Dice que sabe lo que me hizo su hijo... y ahora pretende que lo perdone?
—No te pido que lo perdones, y sé que estoy exigiendo mucho, pero... es mi niño, Mara.
—Su niño me...
—Sé lo que hizo —cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Sé las cosas que ha estado haciendo. Sé cómo es mi hijo, desgraciadamente. Pero si todo eso se sabe, terminará en la cárcel. Y nunca sobreviviría ahí dentro. Eso lo sabemos las dos.
—Me da igual —mascullé.
—Yo misma me aseguraré de que se arrepienta. Buscaré ayuda, buscaré lo que sea necesario y te juro que haré que nadie más vuelva a pasar nunca por lo que tú pasaste a manos de James.
—Eso no hará que pague por lo que hizo.
—Pues no —admitió con una sonrisa triste—. Pero es mi trato.
Aparté la mirada y me puse de pie. Estaba muy tensa. La posibilidad de conseguir que por fin, después de todos esos años, justicia respecto a James era tan... dolorosamente satisfactoria. Todavía recordaba todas las noches llorando, todas las burlas de los policías, cómo la única que me apoyó fue Grace... y ahora podía vengarme.
Pero, por otro lado, Aiden...
Apreté los labios. Tenía la posibilidad de ayudarlo justo después de haberle jodido un combate —y los sentimientos—. Era muy tentador. Y una parte de mí quería aceptar solo por él. Después de todo, habría un poco de justicia. O la habría para todos menos para mí, pero ya era algo.
—Puedo dejarte mi número de teléfono por si necesitas pensarlo —añadió ella al ver que no respondía.
—Espere —volví a sentarme y la miré, tragando saliva—. Si... si aceptara... ¿qué tendría que hacer para tener esos documentos?
—Tendrías que colarte en un sitio y abrir una caja fuerte.
—¿Tiene el código?
Ella asintió, muy seria, yo apreté los labios, intentando pensar con claridad.
—Si me pillaran... —empecé.
—Si te pillan a ti, nos pillan a las dos. ¿O te crees que tardarán mucho en llegar a la conclusión que alguien te ha dicho dónde encontrar todo eso?
—¿Y por qué se arriesga tanto?
—Porque estoy harta de conformarme con lo malo. Merezco algo bueno. Y siento que este es el primer paso.
Aparté la mirada, nerviosa. Ella carraspeó suavemente y me dejó una tarjetita en la mesa de delante.
—Piénsalo y, tomes la decisión que tomes... avísame, ¿vale?
Aiden
Tres días después
Puse una mueca cuando la herida de la ceja empezó a palpitarme. Intenté centrarme en cualquier otra cosa, cerrando los ojos con fuerza.
Apenas podía abrir ese ojo, estaba hinchado por el golpe, pero también tenía otros. El peor era el del labio. En la última pelea me habían enganchado bien. La única solución que encontré fue reventarle la nariz al otro para que empezara a sangrar y pudiera ganar. Y al final, al menos, lo conseguí.
Metí las llaves en la cerradura de casa y suspiré al entrar la maleta. Lo que no esperaba era levantar la cabeza y ver que mis padres y mis hermanos estaban ahí de pie, mirándome con una gran sonrisa.
—¡Bienvenido a casa, campeón! —chilló mamá, acercándose y dándome un abrazo caluroso—. Oh, cómo me alegro de verte.
—Se nota que vienes de una pelea —mi padre puso una mueca.
—Deberías haber visto al otro —sonreí de lado, a lo que él empezó a reírse a carcajadas.
—A ver, mírame —mamá me sujetó la cara para revisármela con los ojos y ahogó un grito dramáticamente—. Bueno, con lo guapo que tú eres... un golpe no te quitará eso. ¿Te has puesto hielo?
—Mamá, tiene a un equipo entero que cuida de él —le recordó Gus.
—Pero nadie cuida como una madre. Ven aquí, vamos a encargarnos de esto.
Suspiré y dejé que me arrastrara hasta la cocina, donde me hizo sentarme en un taburete y se puso a rebuscar en el congelador.
—Te hemos traído una tarta de celebración —me informó Lisa, dejándola delante de mí.
—No puedo comer tanto azúcar —murmuré, viendo la gigantesca tarta de chocolate.
—Mamá también ha hecho una de zanahoria, la de chocolate es para nosotros.
—Ah, qué detalle —puse los ojos en blanco.
Mamá reapareció con un trapo con hielo y me lo colocó en el ojo, donde yo lo sujeté sintiéndome un poco estúpido. Gus se reía disimuladamente de mí.
—Sigo sin entender por qué te metiste en esa profesión tan violenta —replicó mamá revoloteando por la cocina.
—Porque le gusta —le dijo papá, encogiéndose de hombros.
—¿Y no podría gustarte algo que no implicara golpearte a muerte con otro ser vivo?
—No es a muerte —le dijo Lisa, frunciendo el ceño.
Mientras ellos discutían y mamá sacaba platos para empezar a poner trozos de tarta para todos, noté que el móvil volvía a vibrarme, pero lo ignoré, igual que había hecho con todos los mensajes de Amara de esos días.
Quizá fue inmaduro, pero la verdad es que sentía que ahora mismo no quería hablar con ella. Seguramente diría algo de lo que me arrepintiera, prefería calmarme. Y eso que no podía dejar de pensar en ella.
No me quedó más remedio que volver a centrarme cuando mamá me dejó un trozo de tarta de zanahoria de la vicotira delante con una gran sonrisa.
Mara
—¿Sigue sin responderte?
Apoyada en la pared del callejón de atrás del local, asentí con la cabeza. Había vuelto a trabajar el día anterior y ahora estaba tomándome un momento porque había pocos clientes. Estaba lloviendo muchísimo y, en las noches lluviosas, siempre había poca gente.
Johnny, que se había asomado, me dedicó una pequeña sonrisa de ánimo.
—A lo mejor deberías ir a hablar con él.
—No sé cuándo vuelve. Fui ayer a su casa, pero el portero me dijo que no había llegado. Como empiece a ir compulsivamente igual me denuncian los vecinos por loca acechadora.
—Bueno, lo que está claro por lo que me contaste es que deberías disculparte, encanto.
—¿Cómo me disculpo si no me responde? —murmuré, mirando todos los mensajes que le había dejado esos días.
—Bueno, déjale su espacio. Es lo que le dijiste al novio de tu amiga, ¿no?
Mierda, era verdad. Puse una mueca y escondí el móvil de nuevo, con la esperanza hasta el último momento de que volviera a vibrar, pero no lo hizo.
Al final, me resigné y entré en la cocina, donde Johnny y yo vimos el momento exacto en el que Alan se fue corriendo para que no lo pilláramos espiando nuestra conversación.
Aiden
Mis padres iban a quedarse en un hotel hasta el lunes para aprovechar y estar con nosotros tres, pero mis hermanos, por algún extraño motivo, decidieron que era buena idea quedarse a dormir en mi casa.
Como no tenía otra cama, tuvimos que improvisar algo con los sofás. Aunque, todo sea dicho, la verdad es que eran muy cómodos. Lisa se tumbó en uno de ellos con el móvil, tecleando a toda velocidad, mientras que Gus se tumbó en el otro y empezó a pasar canales de televisión bostezando.
—Bueno, si los niños necesitan algo, ya sabéis donde encontrarme —bromeé.
Gus me sacó la lengua y yo subí las escaleras, deseando darme una ducha caliente y descansar un poco.
Ese día llovía muchísimo y no pude evitar preguntarme si Amara ya habría empezado a trabajar otra vez. Y si habría tenido problemas para llegar al trabajo con ese tiempo. Seguro que se había dejado el paraguas y habría tenido que correr, aunque Johnny la llevaría a casa después, así que no...
Espera, ¿por qué pensaba en ella?
No. Sacudí la cabeza y me metí en la ducha, intentando no recordar lo que había pasado unas semanas antes ahí dentro.
Cuando salí de la ducha, me puse ropa cómoda y me miré de nuevo al espejo. Tenía medio lado de la cara destrozado. Me pregunté cuánto tiempo tardaría en bajarse la hinchazón. Más de dos semanas, eso seguro. No podría practicar en el ring. Maldita sea.
Me metí en la cama al cabo de un rato y me quedé mirando al techo, pensativo. No podía dormirme. Esos días no había dormido muy bien. Ya ni siquiera estaba seguro de por qué era.
Y, justo cuando empezaba a dormirme, bajé la mirada y me encontré a Lisa subiendo las escaleras de puntillas. Me dedicó una amplia sonrisa cuando se dejó caer en la cama y me miró, curiosa.
—Bueno, el enano ya duerme. Puedes contármelo.
—No hay nada que contar.
—Oh, vamos, Aiden. Nos conocemos. No me ocultes información.
Suspiré y me pasé una mano por la parte buena de la cara. Ella siguió mirándome fijamente, esperando a que dijera algo.
—El otro día Mara y yo discutimos —finalicé.
—Eso lo suponía, hermanito.
—¿Y por qué preguntas?
—Porque te veo mal y creo que necesitas hablarlo con alguien. ¡Enhorabuena! Ya tienes a ese alguien. Y que sepas que solo te escucho gratis porque eres mi hermano.
Me incorporé un poco y me quedé sentado con la espalda en el cabecero, mirándola. La verdad es que... quizá sí que necesitaba hablarlo con alguien. Quizá otro punto de vista me aclarara las cosas.
—Creo que se siente insegura —dije, mirándola—. No sé por qué. Le pasa cada vez que las cosas van bien. Pero nunca había reccionado de esa forma tan agresiva. Normalmente, solo me dice que no debería estar con ella o cosas así. Pero nunca me había dicho cosas... como las que me dijo.
—¿Cuánto hace de eso?
—Tres días.
—¿Y no has hablado con ella?
—Lo ha intentado, pero no le he respondido.
—Bueno, supongo que necesitas tiempo —se encogió de hombros—. Pero deberíais hablar en algún momento, Aiden.
—Lo sé.
Hubo un momento de silencio en el que Lisa me miró, pensativa, como si tuviera algo en la punta de la lengua pero no supiera cómo decírmelo. Le fruncí el ceño.
—¿Qué pasa?
—Yo... bueno, Aiden... la verdad es que no me sorprende tanto.
—¿Qué parte, exactamente?
—Lo de que se pusiera tan a la defensiva. Cuando era más pequeña no lo hacía, pero estos años... bueno, conmigo lo ha hecho unas cuantas veces. No al nivel de insultarme, pero sí al nivel de cerrarse y no querer hablar de nada de sus sentimientos. No sé. Debería hablarlo con un profesional o algo así. No es bueno guardarte tanto las cosas.
Espera, ¿Lis no sabía que Mara estaba viendo a una terapeuta? Entonces, ¿no sabía lo de...?
—Aiden —ella me miró, muy seria—, ¿puedo decirte algo sin que te lo tomes a mal?
—Pues claro —murmuré.
Lisa lo consideró un momento antes de hablar:
—Yo... quiero muchísimo a Mara. Y desde hace muchísimo tiempo. Pero también te quiero a ti, eres mi hermano. Y creo que deberías saber que... yo no creo que ella esté preparada para estar con alguien. No sé qué es lo que la atormenta, pero desde luego no sabe cómo deshacerse de ello. No digo que no podáis estar juntos, pero... no creo que fuera una relación muy sana.
Aparté la mirada casi al instante en el que dejó de hablar. Ella me dio un ligero apretón en el hombro, como dándome ánimos.
—No quería hacerte sentir mal, solo quería que lo supieras.
—Lo sé, Lis, no te preocupes.
—Bien. Te dejo tranquilo, entonces.
Mara
Colgué el móvil con el cuerpo entero temblándome.
¿Lo acababa de hacer?
Lo acabas de hacer.
¿Acababa de aceptar la maldita propuesta de la madre de James pese a todo?
Ajá.
Durante unos instantes, me quedé pensando en lo que acabábamos de hablar. Me había dado la dirección. Me había dado los datos. Me había dado la contraseña. Y solo faltaba un detalle. Necesitábamos encontrar a alguien que estuviera dispuesto a publicar la noticia en la prensa.
¿El problema? Que solo se nos ocurrió una persona que estuviera implicada y que pudiera hacerlo.
April.
Yo ni siquiera lo sabía, pero al parecer era una redactora bastante conocida de uno de los periódicos más vendidos de la ciudad. Si nosotras intentábamos venderle la historia a sus jefes nos ignorarían, pero si lo hacía ella... bueno, eso sería otro tema.
No me gustaba tener que hablar con April, pero si era necesario, pues... bueno, tocaba joderse un poco.
Conseguir su número fue cuestión de presionar un poco a Rob por teléfono, que al final cedió y me lo dijo. Llamarla fue bastante más complicado. Básicamente porque no me respondió durante toda la hora en que estuve cenando, ni después de mirar un poco la televisión, ni tampoco cuando me fui a la cama.
Me respondió por la tarde del día siguiente, cuando estaba en la cafetería. No me quedó más remedio que ir al callejón de atrás pasa hablar con ella.
—¿Quién es? —me preguntó directamente—. Me has llamado como cuarenta veces, espero que no seas un zumbado.
—Eh... soy Mara. Creo que te acordarás de mí.
Hubo un momento de silencio. Escuché que ella chasqueaba la lengua con cierto desagrado.
—¿Se puede saber para qué me llamas? ¿Aiden ya te ha dado la patada?
—No, y te llamo precisamente por él. Para ayudarle.
—¿En qué? —al menos, eso pareció captar su interés.
—En que vuelva a la liga.
De nuevo, silencio. Esta vez, me soltó una risita irónica.
—Déjame adivinar: quieres que publique algún artículo sobre mi padre y sus cosas ilegales con el tipo que se enfadó con Aiden, ¿no es así?
Aunque hubiera querido responder, no me habría dado tiempo.
—¿Me estás preguntando que elija entre mi padre, que me cuida siempre y me quiere... y tú?
—No, te estoy diciendo que si quisieras a Aiden tanto como dices querrías que tuviera la justicia que se merece.
—¿Justicia?
—Volver a la liga. Nunca debieron echarlo.
—Eso no es problema mío.
Eso me dejó descolocada durante unos instantes.
—Es su profesión —le dije en voz baja—. Estás jugando con tu maldita profesión.
April no respondió inmediatamente. De hecho, pasó casi un minuto en silencio hasta que, finalmente, escuché que me colgaba. Algo derrotada, volví a bajar la mano hasta mi regazo.
Aiden
La cara me dolía tanto al día siguiente que tuve que ir al hospital con Lisa, que se negó a dejarme solo. Gus se quedó en casa viendo Harry Potter —y fingiendo que no le daba asco ver sangre para que no me sintiera mal—. Ponerme el casco fue un poco más doloroso de lo previsto, así que al final optamos por ir en taxi.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Lisa cuando ya esperábamos en el vestíbulo del hospital.
—Sí —murmuré, acomodándome.
—Aiden, no quiero preocuparme... y me da la sensación de que no me lo estás diciendo todo.
La verdad es que no lo hacía. Había estado viendo puntitos negros por el ojo malo toda la mañana y no dejaba de palpitarme de forma muy dolorosa. Pero no iba a preocuparla antes de tiempo. Después de todo, ahora saldría el médico y...
Apenas había terminado de decirlo cuando apareció una enfermera y me llamó. Dejé mis cosas con Lisa y la seguí.
Mara
Vale, estaba nerviosa. Muy nerviosa.
Ya iba con mi atuendo negro de espía cuando me detuve delante de la puerta de casa de Aiden.
Creo que estuve dos minutos enteros debatiéndome internamente entre llamar o no a la puerta. A lo mejor salía con un palo y me daba en la cabeza. O directamente no me abría. No estaba muy segura de qué me daba más miedo.
Al final, respiré hondo y llamé al timbre, fingiendo serenidad aunque por dentro ya me hubieran dado unos cuantos infartos preocupantes.
Lo que, desde luego, no esperaba... era que fuera Gus Gus quien me abriera.
Él se quedó mirándome un momento, sorprendido, antes de esbozar una gran sonrisa.
—Hola, Mara —me saludó—. ¿Has venido a ver a Aiden? Ha salido.
Mhm... mierda.
El plan ya empezaba torcido.
—Pero puedo llamarlo —añadió al verme la cara.
—No, no te preocupes. Estará ocupado —empezó a entrarme la inseguridad, así que sacudí la cabeza—. Yo... eh... ya vendré en otro momento o...
—Espera —me detuvo, curioso—, ¿qué querías? A lo mejor yo puedo ayudarte.
—No te ofendas, Gus Gus, pero lo dudo mucho.
Gus frunció el ceño, confuso.
—¿Por qué no?
—Porque no es... —cerré los ojos un momento—. ¿Puedes guardarme un secreto?
No supe muy bien por qué se lo iba a contar específicamente a él, pero de pronto necesitaba hablarlo y Gus estaba ahí, así que parecía una buena opción. Además, parecía de fiar.
—Sí, claro —me dijo, sorprendido—. ¿Cuál?
—Pero no puedes contarlo, promételo.
—Eh... te lo prometo.
—Bien —di un paso hacia él y bajé la voz—. Tengo que robar unos papeles para echarle una mano a tu hermano y tenía la idea absurda de... bueno, no sé. Quería preguntarle si le parecía bien. Pero es una tontería.
—¿Unos... papeles?
—Para que vuelva a la liga, Gus.
—Ooooooh —parpadeó, sorprendido—. ¿Y puedo ir?
—¿Eh?
—Quiero ir. Vamos, yo te ayudo.
Miré su brazo, todavía vendado. Él sonrió ampliamente para restarle importancia.
—Estoy bien. Vamos, me hace ilusión.
—No tenemos cómo ir. No creo que sea muy profesional eso de ir en taxi, ¿sabes?
—¿Y no conoces a nadie discreto que pueda llevarnos?
Por mi expresión, cualquiera diría que se me acababa de encender una bombillita.
—En realidad, se me ocurre alguien.
Aiden
Después de casi media hora haciéndome pruebas y más pruebas en el ojo, sentía que iba a matar a alguien. Tuve que calmarme cuando vi a Lis echándome una mirada de advertencia. Sin poder evitarlo, me imaginé a Mara echándome la misma mirada, solo que de forma muchísimo más convincente.
Ella sí daba miedo cuando quería.
Me pregunté qué diría si estuviera aquí. Probablemente me hubiera hecho callarme la primera vez que empecé a protestar. O me habría dedicado una miradita divertida cuando puse los ojos en blanco. Intenté dejar de pensar en ella.
—Señor Walker —el médico me dedicó una sonrisa profesional antes de mirar a Lis—. Y su hermana, supongo.
—¿Puedo irme ya? —pregunté directamente.
—La verdad es que no. Me temo que debo comunicarle algo.
Tanto Lis como yo lo miramos al instante. Yo, confuso. Lisa, aterrorizada
—¿Qué le pasa? —preguntó como si fuera a morirme de un segundo a otro.
—Oh, no —medio bromeé, tenso—. Lis, prepara el móvil. Vas a tener que preparar un funeral.
—No, no se está muriendo, señor Walker —me aseguró el médico.
—¿Y qué le pasa?
—Tengo idiotismo regresivo —murmuré.
—No —el médico me miró, muy serio—. Tiene un glaucoma traumático.
Eso me quitó la sonrisa de golpe. Me quedé mirándolo, pasmado, mientras él seguía hablando. Pero yo ya no escuchaba. Solo lo veía mover los labios mientras Lis asentía con aspecto asustado, intentando memorizar todo. Al final, bajé la mirada y la clavé en la ventana de la habitación. Era como si me hubieran puesto una tela delante de uno de los ojos y solo pudiera ver de forma borrosa.
—No consideraríamos la cirugía hasta que no nos aseguremos de que no funcionan los medicamentos —añadió el médico, mirándome—. Es boxeador, ¿no es así? Me encuentro con muchos casos como el suyo.
—¿Y todos recuperan la vista? —preguntó Lis.
—Muchos no llegan a perderla del todo.
Es decir, que tampoco la recuperaban del todo.
Giré la cabeza hacia la ventana de nuevo y tragué saliva.
—Probablemente podrá seguir practicando boxeo cuando se recupere —añadió el médico.
No respondí.
Mara
Había conseguido reunir a un equipo... ejem... curioso.
Por un lado estaba yo, en el asiento del copiloto, con mis jeans, mis botas y mi jersey negro para sentirme como en una película de espías. A mi lado, estaba Johnny, con su bandana de siempre y su gran sonrisa, conduciendo el coche. Detrás, estaban Mark, Holt y Gus Gus, los guardaespaldas de la noche.
¿Necesitábamos tanta gente? Pues no. Pero no había tenido mucha alternativa. Básicamente, Gus se lo había contado a Mark para que nos ayudara y yo me había cruzado con Holt de camino a pedir ayuda a Johnny. Por algún motivo, también se lo había contado. El secreto menos secreto de toda la historia
—¿Todo el mundo tiene claro el plan? —pregunté mientras Johnny seguía conduciendo y canturreando una canción de Britney Spears.
—Esto es genial —Holt parecía entusiasmado—. Me siento como James Bond.
—No tiene que ser genial —lo señalé—. Tiene que ser rápido. ¿Todos tenéis clara vuestra parte?
—Yo espero con el coche en marcha —me dijo Johnny.
—Yo voy contigo —Holt asintió.
—Yo distraigo a los de la puerta —añadió Mark.
Todos —menos Johnny, claro— miramos a Gus, que enrojeció.
—Espera, ¿y yo por qué no tengo plan?
—Tú te quedas en el coche —le informé—. Y cuidas de Johnny.
—¡Pero yo quiero ir!
—No —soné tan tajante que no dejé paso a ninguna protesta—. Eres el hermano pequeño de Aiden. Si nos pillan, prefiero que a ti no te vean.
Él se cruzó de brazos, indignado, pero al menos no protestó.
Estaba muy nerviosa cuando Johnny detuvo el coche a una distancia prudente del edificio administrativo que nos habían dicho que visitáramos. Era de noche y estaba en un sitio prácticamente desierto, así que no tenía que ser muy difícil. Solo teníamos que saltar el muro que rodeaba el edificio.
Mal día para ser bajita.
—Vale —respiré hondo y me bajé el pasamontañas—. Me siento como una delincuente.
—¿A que sí? —Holt también se lo bajó.
—Buena suerte —Johnny nos sonrió ampliamente—. ¿Queréis que les diga algo a vuestros familiares si os matan?
Puse los ojos en blanco cuando se echó a reír y bajé del coche. Holt se colocó a mi lado. Éramos una combinación curiosa, como una enanita y un gigante con el mismo atuendo.
Mark, por su lado, iba con unos vaqueros y una camisa. Se ajustó las gafas que se había traído y asintió con la cabeza.
—Buena suerte —murmuró, antes de dirigirse al edificio.
Holt y yo lo seguimos con la mirada cuando entró en el recinto con una carpeta bajo el brazo. El guardia de seguridad salió de su oficina al verlo y se encontraron a medio camino. Mark esbozó su mejor sonrisa y empezó parlotear con él.
—Ahora —susurré.
Holt y yo cruzamos la calle corriendo y alcanzamos el muro del otro lado. Parecía gigantesco, pero Holt se limitó a poner las dos manos para que pudiera meter el pie e impulsarme hacia arriba. Cuando lo hizo, tenía tanta fuerza bruta que casi me lanzó directamente al otro lado.
—¡Holt! —casi le grité, asustada.
—¡Perdón! —susurró, seguramente enrojeciendo bajo el pasamontañas—. No controlo mi fuerza.
—¿Quién demonios eres? ¿Hulk?
Me sujeté bien del muro y le ofrecí una mano, cosa que pareció sorprenderlo un poco, pero como llevábamos guantes tampoco fue para tanto y lo ayudé a subirse. Caímos los dos al otro lado, él tambaleándose y yo de boca contra el suelo. Me quedé sin respiración un momento y puse una mueca.
—¿Estás bien? —me preguntó Holt, ayudándome a levantarme.
—Sí, estoy acostumbrada a hacer el ridículo, no te preocupes.
Nos acercamos a los setos que rodeaban el edificio y nos mantuvimos ahí escondidos para espiar a Mark, que seguía parloteando con un muy desconfiado guardia de seguridad. Holt puso una mueca.
—No lo va a conseguir.
—¿Eh?
—Mira al tipo, desconfía de él.
Era cierto, pero no quería perder la esperanza.
—Confía en Mark.
Apenas lo había dicho cuando el guardia, confuso, señaló la puerta y ambos entraron en el edificio. Sonreí ampliamente y empecé a empujar a Holt como una loca hacia el otro lado del edificio, a lo que él casi se cayó de culo al suelo.
Por suerte, conseguimos rodear el edificio —agachándonos en las zonas de las ventanas, claro— y llegar a la parte trasera, donde vimos que había tres ventanas, una por planta. Nosotros necesitábamos la primera. El problema era que teníamos que esperar a Mark.
—¿Crees que lo conseguirá? —preguntó Holt.
Estuve a punto de responder, pero ambos estuvimos a punto de morir de un infarto cuando mi móvil empezó a sonar. Lo alcancé al instante y lo silencié tan rápido como si fuera a explotar.
—¡Mara! —susurró Holt, indignado—. ¡El móvil en silencio! ¡Eso es de primero de atracos!
—¡Lo siento, pensé que lo había silenciado!
Giré la pantalla, confusa, y más confusa me quedé al ver la notificación. Holt me frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—Mis antiguos compañeros de instituto... quieren hacer una reunión.
Holt me miró durante unos instantes, intentando adivinar qué sentía al respecto.
—¿Y te apetece ir?
—No mucho.
La última vez que los había visto estaba: peleada con Drew —porque era mi novio y se pensó que me había acostado con su mejor amigo James—, peleada con James —sobran las explicaciones— y peleada con Abigal —mi gran amiga y la novia de James, con la que no volví a hablar por la vergüenza—.
No quería ni imaginarme lo que pasaría si yo aparecía por ahí. Puse una mueca y volví a esconder el móvil.
—Podrías ir —Holt se encogió de hombros—. A lo mejor te viene bien un poco de novedad.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Se te ve un poco nerviosa, como si necesitaras hacer algo —hizo una pausa, mirándome—. ¿Va todo bien? ¿Te has peleado con alguien?
Miré al otro lado del cristal preguntándome cuánto ruido haría si lo rompía. Al final, opté por esperar a Mark y encogerme de hombros.
—Con Aiden —murmuré.
—¿Por él o por ti?
—Por mí.
Holt me miró como si lo entendiera y se giró también hacia la ventana.
—No sé qué has hecho, pero seguro que te perdona si se lo pides.
—No sé, Holt... no me parece suficiente.
—¿El qué?
—La disculpa. Creo que... no sé... debería demostrarle que me preocupo por él, ¿no? Aunque se me dé como el culo expresarlo.
Justo en ese momento, la puerta del despacho se abrió y Mark apareció para abrirnos la ventana desde dentro apresuradamente.
—Vamos, se supone que estoy meando —nos apuró.
Entré en el despacho la primera y me sentí como un verdadero invasor, cosa que aumentó mis nervios cuando me puse a buscar por la habitación mientras Mark se marchaba a toda velocidad. Holt se puso a buscar detrás de mí. Teníamos que encontrar la caja fuerte.
—¿Te imaginas que la información fuera falsa? —bromeó Holt.
—No sé si es un gran momento para este tipo de bromas, Holtito.
—Oh, no, no empieces tú también con lo de... espera, ¿qué es esto?
Me giré al instante y casi empecé a reírme a carcajadas de la alegría cuando vi que Holt había apartado un cuadro y, detrás, se veía una caja fuerte. Estaba cerrada. Me acerqué a él justo cuando quitó el cuadro.
—Dime que te sabes la combinación —murmuró, nervioso.
Asentí con la cabeza y la puse rápidamente. La había memorizado tantas veces que prácticamente no necesitaba ni pensar en ella. En cuanto metí el último número, la pequeña puerta se abrió y ambos contuvimos la respiración.
Efectivamente, dentro había carpetas y libros amontonados. Los saqué con una mueca y empecé a rebuscar entre ellos.
—¿Por qué no nos lo llevamos todo? —preguntó Holt.
Lo miré un momento antes de encogerme de hombros y meterlo todo en la bolsa que me había guardado en el bolsillo.
Fue en ese momento, justo cuando metía las cosas en la bolsa, en que escuché los pasos acercándose por el pasillo.
Aiden
—¿Qué te ha dicho el médico? —preguntó mamá alegremente.
Estábamos todos en mi casa otra vez. Gus había desaparecido y, cuando le había mandado un mensaje, me había dicho que estaba dando una vuelta. Seguro que hacía algo ilegal.
—Nada importante —murmuré, acomodándome en el sofá.
Lisa me miró de reojo, pero no dijo nada.
Mi madre podría creerse cualquier cosa, pero mi padre no era así. De hecho, papá solía ser más de ese tipo de personas que te miran fijamente hasta que acabas diciéndoles la verdad. Y eso era lo que hacía en ese momento. Le fruncí el ceño, incómodo.
—¿Qué miras tanto? Ya sé que estoy feo.
—No estás feo, Aiden —me dijo mamá al instante.
Los demás asintieron. Casi me dieron ganas de espetarles que tenía un aspecto lamentable y que no quería que me mintieran al respecto, pero en el fondo sabía que solo había una persona, Amara, que se atrevería a decirme la verdad.
Maldita sea, necesitaba sacármela ya de la cabeza.
—¿Va todo bien con Mara? —preguntó papá de repente.
Hubo un momento de silencio en el que los cuatro, que estábamos mirando la televisión, no nos miramos entre nosotros. Al final, mi madre se giró hacia mí con sorpresa, como si se esperara un sí directo y no lo estuviera recibiendo.
—No va de ninguna forma —aclaré.
—¿Qué quieres decir con eso? —mamá parpadeó.
Oh, ¿en serio? ¿Teníamos que hablar de ella?
—Nada, no quiero decir nada. ¿Por qué hablamos de la amiga de Lisa?
—Porque hasta hace poco no era solo la amiga de Lisa —papá me enarcó una ceja.
—Bueno, pues ya no es nada mío. ¿Vale? Me lo dejó bastante claro. Y luego se fue corriendo. Hora de seguir adelante.
Mamá abrió mucho los ojos. Lisa solo apartó la mirada. Y, para mi sorpresa, papá se quedó pasmado durante unos instantes.
—¿Cómo? —preguntó.
—Ya me has oído.
—Mierda.
Le puse una mueca de confusión cuando él se pasó una mano por la cara, suspirando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Lisa.
—Yo... eh... —papá carraspeó—. Puede que le dijera algo a esa chica que... mhm... no le sentara muy bien.
De nuevo, silencio. Solo que esta vez me giré hacia él con una expresión mucho menos amistosa. Mi padre, que normalmente era despreocupado, me pareció sorprendentemente abochornado. Incluso mamá parecía sorprendida al verlo.
—¿Qué hiciste? —preguntó ella, pasmada.
—Nada, es decir... puede que le dijera que... si no tenía las cosas MUY claras... dejara a Aiden.
Entreabrí los labios, mirándolo, y escuché a Lisa ahogar un grito.
—¡Papá! —lo riñó, frunciendo el ceño.
—¡Solo me preocupaba por él! La veía tan... desapegada.
—¡Ella es así! —la defendió Lisa—. Que no demuestre sus sentimientos a simple vista no quiere decir que no los tenga.
—Solo estaba preocupado, Lisa.
—Bueno, pues la próxima vez pregúntame a mí. O a Aiden. Nosotros la conocemos mejor.
—Lisa —mamá la miró—, estoy segura de que tu padre no tenía ninguna mala intención. Y quizá el problema no sea lo que le dijo, no lo sabemos.
—Quizá no sea el problema principal, pero sí uno de ellos —Lisa se cruzó de brazos—. Dejad de tratar a Mara como si fuera una idiota sin corazón solo porque la haya cagado algunas veces o porque parezca algo fría.
—No quería decir eso —repitió papá, algo avergonzado.
—Aiden —mamá me miró—, ¿estás bien?
No respondí. Aparté la mirada y apreté los labios, pensativo.
Mara
Habíamos tenido dos problemas durante esos diez segundos:
1-Había gente fuera. Por lo tanto, no podíamos escapar por la ventana.
2-Había gente dentro. Por lo tanto, no podíamos escapar por el pasillo.
¿Qué alternativa quedaba?
Escondernos bajo la mesa.
Efectivamente.
Y ahí estaba, bajo una mesa de madera con las piernas encogidas junto a Holt, que también estaba hecho una bolita para poder caber a mi lado. Los documentos estaban en el suelo, entre nosotros, y no dejábamos de echarnos miradas nerviosas en completo silencio, escuchando los pasos.
Al menos, hasta que Holt lo interrumpió:
—Vamos a morir.
Lo miré al instante.
—¡No digas eso ahora!
—Una vez soñé que me moría por atragantarme con un trozo de sandía. Ni siquiera me gusta la sandía.
—Y a mí no me gustas tú.
—No digas cosas feas antes de morir, que luego te arrepi...
—¡Que te calles ya!
Di un respingo al darme cuenta de que había sonado muy fuerte, así que me encogí esperando lo peor, pero los pasos no se acercaron. Holt soltó un suspiro de alivio.
—Bueno —me miró—, ahora que estamos a las puertas de la muerte, ¿algo que confesar?
—Pues no.
—Yo sí. Una vez robé un DVD de una tienda y nunca lo devolví. A veces me da pesadillas.
Estuve a punto de reírme, pero me contuve. Holt había agachado la cabeza como si realmente me hubiera confesado un crimen horrible.
—Yo le robaba el dinero a mi madre a los quince años —murmuré.
Holt me miró, confuso, pero yo hice un gesto con la mano para restarle importancia.
—Bueno, técnicamente no se lo robaba. Solo no le recordaba que lo tenía. Me mandaba continuamente a comprarle alcohol, tabaco... cosas así a ella y a su novio. Y siempre me quedaba con el cambio.
—Si yo le intentara quitar dinero a mi madre, me cortaría la mano.
Sonreí un poco al pensar en Grace, probablemente ella también lo haría. Mi madre se limitaría a suspirar y a decirme que fuera a comprarle algo más con ese dinero.
—Si Aiden estuviera aquí encontraría la manera de escapar —me escuché decir a mí misma de repente.
Holt me miró con cierta precaución, como si no se atreviera a indagar mucho en el tema. Yo enrojecí un poco.
—Perdón, no quería sacar mis conflictos amorosos a...
—Oye, tú conoces todos mis conflictos amorosos. Puedes confesarte. Después de todo, no tenemos mucho más que hacer.
Negué con la cabeza y aparté la mirada, por lo que los dos nos quedamos en silencio durante unos instantes en los que yo, al final, volví a girarme hacia él. Había cambiado de opinión. Holt me miró al instante y esperó a que hablara, cosa que hice apenas unos segundos después.
—Yo... siento que estoy siendo muy egoísta. Con Aiden.
—¿Por qué?
—Porque yo nunca... no sé... siento que nunca voy a ser capaz de corresponderle de la misma forma en que él lo hace.
Holt me miró durante unos momentos, pensativo.
—¿A qué te refieres?
—A que él... me quiere de una forma que yo no... bueno... yo no sé si... podría alcanzar.
—Él te ha dicho que te quiere —sonrió un poco—. Ese es el punto, ¿no?
Asentí con una mueca.
—¿Y cuál es el problema? ¿Tú no sientes lo mismo por él?
—No lo sé... yo...
—¿Quieres a Aiden sí o no?
Me quedé en silencio un momento antes de, para mi propio asombro, asentir con la cabeza.
—Creo —murmuré.
—¿Lo crees?
—No controlo muy bien todo eso de... querer... ¿sabes? Nunca lo he hecho. No sé si me siento como debería sentirme.
—Pero quieres a mucha gente, Mara. A Lisa, a tus padres, a Johnny...
—No es lo mismo.
—¿Por qué no?
—Porque veo a Aiden tan... no sé... tan directo. Tan seguro de lo que siente, y de lo que piensa. Y tan seguro de todas las decisiones de su vida. Y luego me veo a mí misma, que tengo una crisis cada vez que siento que algo se sale de mi control. ¿Cómo voy a poder quererlo igual si cada vez que me salga un poco de mi zona de confort voy a estar pensando en que me va a dejar?
—No todo el mundo expresa sus sentimientos de la misma forma, ¿sabes?
—¿No se supone que todos nos enamoramos igual o mierdas así?
—Claro que no —Holt sonrió—. Bueno, me imagino que en las películas sí, pero en la vida real las cosas no son así. A veces, te enamoras de alguien y ese amor es intenso pero dura solo unos años. Otras veces, algo empieza siendo casual y terminas enamorándote por el resto de tu vida. O te enamoras de alguien y, aunque con los años ese amor pasional del principio desaparece, sigue habiendo el cariño y el respeto del principio. No todas las relaciones son iguales, Mara. Y no todas siguen el mismo patrón, eso te lo puedo asegurar.
—Wow —murmuré, pasmada—. ¿Desde cuándo eres así de poético?
—Desde que estoy soltero —bromeó—. A mí me pasó lo contrario que a ti. Sabía que Lisa no me quería, pero intentaba retenerla. Tú sabes que Aiden te quiere, pero intentas alejarlo.
No respondí. Me miré las rodillas, algo cabizbaja. Holt suspiró.
—No sé, Mara. Por mucho miedo que tengas, no vas a cambiar o predecir el futuro. Lo mejor que puedes hacer es disfrutar del presente.
—El presente es una mierda.
—Bueno, a veces —accedió—. Pero no siempre. Y a lo mejor el problema no es que Aiden te quiera o no, es que tú en el fondo no crees que pueda quererte porque sientes que nadie puede hacerlo.
—Vale, Holt, ¿cuándo te has sacado el grado en psicoanálisis?
—Cállate, estoy filosofando. Oye, te conozco desde hace mucho tiempo. Sé cómo funcionas, más o menos. Y creo que lo de Aiden es solo un miedo más. Te da miedo dejarte llevar y que luego sea él quien se aparte.
—...me estás empezando a caer mal...
—Y a lo mejor te estás enfocando demasiado en Aiden cuando el problema está en ti.
Bueno, eso no era ninguna novedad. Ya sabía que arrastraba cuarenta millones de problemas.
—Ya sé que el problema soy yo —mascullé.
—No he dicho que seas tú. He dicho que está en ti.
—Es lo mismo.
—En absoluto. Si fueras tú, no habría solución. Si solo es algo que está en ti, solo tienes que deshacerte de ello.
—La persona adecuada en el momento inadecuado.
—Podrías poner esa frase en una taza.
—Se la diré a la doctora Jenkins.
—¿Eh?
—Que eso no quiere decir que no tenga que disculparme con Aiden.
Sonreí un poco, mirándolo.
—Holt soltero me cae bien.
—Gracias, yo también me caigo bien.
—Eso sonaba mejor en tu cabeza.
—Probablemente —puse una mueca.
Estuve a punto de reírme, pero me callé de golpe cuando volvimos a escuchar los pasos acercándose. Holt y yo abrimos mucho los ojos a la vez cuando escuchamos la puerta abriéndose.
Y, justo en ese momento, la voz de Mark pareció venir del mismísimo cielo.
—Disculpe, pero yo ya tengo que marcharme —aclaró tranquilamente—. Le he dejado los datos en la tarjeta para que hable con su jefe. ¿Falta algo?
—Eh... —el tipo que había abierto se quedó un momento en silencio—. Espere, lo acompaño a la puerta.
—Claro, claro.
En cuanto los pasos se alejaron, Holt y yo casi nos chocamos cuando intentamos salir de debajo de la mesa a la vez. Me asomé a la ventana y, tras comprobar que no había nadie, intenté saltar con elegancia y terminé a punto de caerme. Holt me siguió como si estuviera en una película de espías.
Cruzamos el jardín casi corriendo y, en cuanto llegamos al muro, vimos que Mark seguía hablando con el de seguridad. Holt me puso las manos para ayudarme a impulsarme y yo me colgué la bolsa del hombro antes de subirme. En cuanto intenté bajarme, resbalé y terminé en el suelo otra vez. Resoplé, incorporándome, mientras Holt intentaba no reírse de mí y me ayudaba a sacudirme la hierba con palmaditas.
Llegamos al coche en unas condiciones... curiosas:
-Mark correteando para que el de seguridad no pudiera seguirlo.
-Yo llena de manchas de hierba y barro por las dos caídas.
-Holt con el pasamontañas medio sacado y lleno de briznitas de hierba.
Gus Gus y Johnny nos miraron durante unos instantes antes de reaccionar.
—Eh... ¿ha ido bien? —preguntó Johnny al final, arrancando el coche.
—Sí —suspiré—. Larguémonos de aquí de una vez.
Aiden
¿Es que era el único preocupado por Gus? ¿Por qué seguía sin aparecer?
Justo en ese momento, Lis me mandó un mensaje diciéndome que ya era mayorcito y que si hacía algo ilegal tampoco me lo diría, así que dejara de bombardearlo a mensajes.
Al final, casi me había rendido a no ir a buscarlo cuando escuché que alguien metía las llaves en la cerradura. Me puse de pie de golpe y fui directo a la puerta. Al abrirla, Gus casi se cayó de bruces contra el suelo.
—¡Aaaaaaaah! —se incorporó torpemente—. ¡Casi me ha dado un infarto!
—No es para tant...
Me callé al darme cuenta de que no estaba solo. Desvié la mirada por encima de su cabeza y noté que se me tensaba el cuerpo entero cuando vi que Mara estaba con él.
De hecho... ¿qué demonios llevaba puesto? ¿Habían ido a lanzarse por barro o qué?
—Ah, sí, he salido con una amiga —improvisó Gus señalándola—. Supongo que la conoces. Es bastaaaante amiga de Lisa y...
—Corta la broma, no tienes gracia.
Gus entrecerró los ojos, indignado.
—Pues que te den. Me voy a duchar.
Y, sorpresa, nos dejó solos.
Mara iba completamente de negro y tenía el pelo recogido. Nunca la había visto así, con la cara tan despejada. Estaba preciosa incluso con las manchas de barro. No pude evitar que me llamara la atención, pero estaba ocupado estando enfadado con ella, así que me resistí a disfrutarlo.
—Vaya —sonrió, algo nerviosa—. Tienes un aspecto horrible. ¿Estás bien?
La única que me había dicho la verdad: que me veía horrible. Me contuve para no sonreír.
—Sí —mascullé, tenso.
—¿Seguro que...?
—Supongo que no has subido para que te dé mi maldito parte médico.
—En mi defensa diré —ella enrojeció un poco—, que pensé que Gus estaría solo.
—¿En mi casa?
—Bueno, ¡antes estaba solo!
—¿Y a qué has subido?
—¿Sinceramente? Quería limpiarme el barro de la cara para que mi madre no pregunte cosas cuando llegue a casa. Si es que ya ha vuelto de estar con su nuevo novio.
Soltó una risita incómoda, pero al ver que yo no sonreía en absoluto carraspeó, enrojeciendo.
Sí, la cosa era incómoda.
En realidad, era adorable cuando se ruborizaba. Nunca la había visto ruborizada de esa forma en ningún contexto que no fuera estando nosotros dos solos. No sabía por qué me gustaba tanto ese detalle. Debería estar enfadado con ella.
Bueno, ¡lo estaba!
—Yo... —dudó un momento—. Aiden, lo s...
—Ni se te ocurra decirme que lo sientes.
Ella se detuvo de golpe y me miró, sorprendida.
—¿No? —preguntó, confusa.
—No. No quiero que te disculpes conmigo.
Me miró durante unos instantes, supuse que intentando adivinar qué pensaba. Al final, se limitó a fruncir el ceño.
—¿La gente no suele disculparse cuando jode las cosas?
—La gente normal, sí. Pero nosotros no somos normales.
—¿Y qué se supone que tengo que...?
—Quiero que me digas algo cursi.
Ella empezó a reírse al instante, pero dejó de hacerlo al ver que iba en serio. Muy en serio. Mara parpadeó, pasmada.
—¿Algo... cursi?
—Ya me has oído.
—P-pero... ¿no puedo disculparme? Es que... cosas cursis...
—¿Quieres que te perdone? Pues piensa algo.
—¡Pero es que con estas cosas no tengo imaginación!
—Pues búscala. Suerte.
Le cerré la puerta, pero no escuché que se marchara. De hecho, dio un pasito hacia ella y carraspeó, nerviosa.
—T-te haré feliz, cariño... eh... solo espera y lo verás... mhm... por cada... beso que me des... yo te daré tres y... ejem... desde el día en que te vi supe que...
—¿Me estás diciendo la letra de Be my baby? —casi empecé a reírme.
Amara se quedó un momento en silencio, casi pude visualizar lo roja que estaba.
—...no —mintió.
—Yo creo que sí.
—Bueno, ¡ya te he dicho que con estas cosas no tengo imaginación!
—Pues ya tienes una tarea: vuelve a tu casita y escríbeme un bonito discurso de amor o no volveré a hablarte.
—¡Pero...!
—Adiós, Amara.
Escuché que farfullaba una palabrota y no pude evitar sonreír disimuladamente.
—Está bien —declaró finalmente—. Volveré.
—Aquí estaré esperándote.
La escuché farfullar otra palabrota mientras se alejaba por el pasillo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro