—¿Piensas que me quede a tu lado para soportar tus arrebatos de locura?  —El la observó fijamente—. ¡Es mucho más que eso y lo sabes!

—No se trata de eso, sé que me amas, pero yo no creo hacerlo lo suficiente como para soportar todo, también me derrumbo.  —Matizó ella  atribulada por sus pensamientos guardados para sí.

Él le tomó las manos con delicadeza, clavó su mirada en ella antes de desviarla a la lluvia incesante de aquella tarde. Como si su alma fuese a reducirse a la nada con la sola idea de perderla, la abrazo. Sintió su calor acurrucarse junto al suyo. Él se sentía seguro al tenerla ahí tan cerca, era inevitable no sonreír con el simple hecho de verla ruborizarse cuando susurraba a sus oídos lo hermosa que era.  

—¡No quiero que te vayas! —dijo él acabando con el silencio que se había apoderado un instante entre ellos—. ¡Te amo!  Y amarte significada entregarte lo mejor y lo peor de mí, al igual que tú, soportaría todo a tu lado, y si no es suficiente, no sé qué más entregarte, porque he ofrecido lo mejor de mí.

Ambos se dedicaron una sonrisa, y finalmente ella lo besó como si no hubiese un mañana.