El vaso entre sus manos le enfriaba las palmas mientras miraba de cuando en cuando a aquel chico que no le quitaba los ojos de encima desde el otro lado de la barra. La música sonaba a su alrededor y los presentes bailaban sin descanso, completamente ajenos a la guerra de miradas que se estaban echando esos dos.

Ella hacía tamborilear las uñas en el cristal de su ginebra y él bebía del botellín de cerveza, no sabiendo quien daría primero el paso de acercarse al otro y entablar una conversación que ya predecía dónde acabarían ambos. Los dos estaban allí por una razón que compartían, aunque en espacios temporales diferentes.

Al muchacho de rizos castaños le acababan de romper el corazón y, lejos de querer quedarse en su casa llorando a su exnovia, quiso salir a divertirse. A la pelinegra de media melena le había puesto los cuernos la que consideraba la mujer de su vida hacía dos años, cuando tenía veintiuno.

Desde entonces había seguido un patrón al que llamaba método tangencial, el cual consistía en huir antes de volver a salir herida. Un método que le había servido durante el tiempo que llevaba usándolo y que llegó a hacer daño a alguna que otra persona con la que lo puso en práctica. Pero no era su culpa, ella dejaba siempre las cosas claras para que no dieran lugar los malentendidos, no obstante, su indiferencia en esos pequeños casos era lo que dolía.

Dio un trago a su copa y luego se relamió la humedad de forma sugerente, lo que no le pasó desapercibido al joven que tanto le había estado devorando con la mirada. Decidió que era el momento de entrar en acción.

Se acercó y ella sonrió victoriosa.

—¿Qué animal te gusta más: un pato o un pingüino? —preguntó él acomodándose a su lado.

La chica se rio y le lanzó una mirada felina que captó por completo su atención; tenía un pequeño coloboma en uno de sus iris azulados, el izquierdo, dándole el aspecto del ojo de cualquier gato.

—Es la primera vez que me entran así y admito que me ha gustado.

—Eso es un punto a mi favor, ¿no?

—Obtuviste el máximo puntaje desde que entraste aquí.

—¿Llevas mirándome desde que entré? —Arqueó una ceja.

—¿A caso tú no? —Le mostró una sonrisa pícara.

Él se relamió los labios, le había calado entero.

—Te propongo una cosa —expuso ella respirando hondo—. Sé mi tangente esta noche.

—¿Tu tangente?

—Sí, es cuando dos líneas se encuentran en un punto y luego...

—Si te veo no me acuerdo —finalizó él—. Sé lo que es.

—¿Qué me dices, pues?

El joven le dio un largo trago a su cerveza sin apartar la vista de la chica, quien se mordisqueaba el labio inferior a conciencia. Sabía que ese gesto le traía loco, pues sus ojos habían ido a parar a su boca en más de una ocasión, deseoso de probarla en algún momento de la noche. A ella le gustaba poner nerviosos a los hombres y a las mujeres que le gustaban, era muy observadora y sabía exactamente qué hacer para hacerse desear, disfrutaba hacerse la interesante y la misteriosa mientras sus parejas picaban el anzuelo y se sentían irrefrenablemente atraídos hacia su persona.

Se terminó la copa de un trago y le penetró con la mirada. A él le recorrió un escalofrío de pies a cabeza que no hizo más que aumentar sus ganas de pasar la noche con aquella chica. Ella lo notó y no podía estar más satisfecha.

—Acepto. —Estiró la comisura derecha de su boca en una sonrisa curvada—. ¿Cómo te llamas?

—No, sin nombres —negó—. Así es más fácil.

—¿Y cómo me tengo que referir a ti?

—Puedes llamarme como quieras. —Se encogió de hombros.

Él puso sus iris verdosos en los de ella, pensando en un nombre que no le tardó en llegar. Sabía perfectamente como bautizarla porque todo en la pelinegra lo gritaba, sabía que iba a salir trasquilado de allí, pero le gustaba arriesgarse.

—Eris.

Le resultó tan extrañó que se echó a reír.

—¿Por qué Eris?

—Porque eres un caos que me va a destrozar vivo —explicó—. Lo sé. Lo veo en tu forma de mirarme y de... —le miró los labios— provocarme.

—Vaya.

Aquel chico le había dejado sin palabras porque nunca nadie le había descrito tan bien. Eris siempre había sido una chica caótica, un torbellino que arrasaba con todo a su paso, para bien o para mal, sobre todo en las relaciones amorosas; dejaba un liguero de corazones rotos a su paso desde que le mataron las mariposas de su estómago, ahora ella no quería volver a sentirlas, por eso, al primer aleteo, las vomitaba.

—Te toca —dijo él.

Eris respiró hondo y se tomó su tiempo en analizarle de pies a cabeza, hasta que sus ojos leyeron la etiqueta de la cerveza que este estaba consumiendo. Sonrió de medio lado y se rio para sus adentros; ya tenía un nombre.

—Kenai —susurró regresando sus iris a los del joven.

—¿Qué clase de nombre es ese?

—Te lo estás bebiendo.

El muchacho miró el botellín y leyó que la marca se llamaba exactamente así, no pudo evitar reprimir una risotada ronca.

—Siento no ser tan ingeniosa como tú, soy más simple —agregó.

—Ya veo.

Se sonrieron.

Aquella noche acabaron en la habitación de un hotel a las tres de la mañana, enredados en las sábanas donde seguro que habrían pasado muchas más tangentes, pero ninguna como la de ellos dos.

Kenai reafirmó que Eris era un caos, la manera en la que le estrujaba las entrañas con cada movimiento se lo dejó muy claro.

Y Eris sintió de nuevo el aleteo de las mariposas en su estómago, con cada cálida caricia que este le regalaba.

Comprendió que debía vomitarlas antes de que se reprodujeran.

Cuando él se despertó, ella ya se había ido.

Holi, por aquí os dejo el prólogo. El domingo viene el primer capítulo y os adelanto que comenzará a narrarlo Eris, y sí, eso quiere decir que Kenai también narrará bastante 🌚.

¿Qué os ha parecido el comienzo? ¿Qué personaje de los que se mencionan en Luna de miel creéis que aparecerá por aquí? 👀

Si queréis que os dedique algún capítulo, porfi please, comentad en este parrafito y os iré apuntando por orden de llegada.

Por último, espero que estéis bien y para los que sigáis de exámenes, mucho ánimo 💚

Besooos.

Kiwii.