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🦋 Capítulo 6

Las yemas de sus dedos se apretaron en mis caderas y dirigieron cada movimiento que hacía sobre su pelvis, arrancándole jadeos y gemidos que me erizaban el vello de la mejor manera. Sus ojos verdes como las aceitunas se mantuvieron fijos en los míos en todo momento, extasiado, brillantes y suplicando por más.

Mis manos acariciaban su torso desnudo, delineando los músculos de su contraído abdomen mientras que las suyas se aseguraban de no perder el contacto con mi culo, estrujándolo con suavidad. En el instante en el que su espalda se despegó del colchón y se incorporó hasta que su boca quedó a milímetros de la mía, mi respiración se entrecortó; él me ponía nerviosa.

Tragué saliva y él juntó nuestras frentes a la vez que se mordisqueaba el labio inferior con fuerza, reteniendo el placentero gimoteo que salía de sus adentros; sabía que estaba a punto de llegar, podía verlo en su expresión facial, en la forma que habían adoptado sus cejas y en cómo su vientre se retraía a cada segundo que pasaba.

Eché mi cabeza hacia atrás al sentir como ese escalofrío comenzaba a instalarse en mi centro para después ascender y estallar en cada parte de mi ser. Él empujaba mi espalda hasta que mis pechos quedaron a disposición de su boca, regalándome beso tras beso, haciéndome suspirar; me volvía loca, Kenai me estaba volviendo loca.

Un segundo cosquilleo bastante diferente al primero que ya predecía la llegada del orgasmo, empezó a rebotar en las paredes de mi estómago, provocando que mi corazón pegara un vuelco. Lo ignoré, no le presté atención, no quise darle importancia. Me abracé a su cuello y gemí contra su boca, invitando al muchacho a que lo callase fusionando sus labios con los míos.

Era cuestión de segundos que ambos explotásemos el uno contra el otro, pero eso no ocurrió. Sentí mi cuerpo deslizarse por el borde de la cama hasta caer al suelo y despertarme de sobresalto con el pulso a mil por hora y el aire entrando y saliendo de mis pulmones con gran rapidez. Miré hacia todos lados mientras me tallaba los ojos; estaba en mi habitación, en el piso que compartía con Uxía, sola y sin el que ahora era mi vecino en la cama.

Había sido un sueño. Un sueño que me había dejado palpitando lo que no debía palpitar en ese preciso momento.

Me enderecé poco a poco, adolorida por el golpe tan tonto que me había llevado por soñar con cosas que no debería de haber soñado, y me senté con la espalda reposada en la estructura de madera de mi cama. ¿Acababa de recrear en mi subconsciente la noche en la que me acosté con Kenai? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no le podía sacar de mi cabeza ni siquiera cuando estaba durmiendo?

Sin darme cuenta, ya estaba pensando de nuevo en él y en lo que acababa de pasar entre nosotros en mi cabeza, alterándome, secándome la boca y poniéndome completamente colorada. Sentí el condenado aleteo en mi estómago y un cosquilleo un pelín más abajo, por lo que tuve que cerrar las piernas y apretarlas al mismo tiempo que me llevaba las manos a la cara y gritaba con frustración.

Tenía que evitarle a toda costa, si ya me había causado tanto con un simple polvo, no me quería ni imaginar lo que me podría hacer sentir luego de conocerle a fondo. No podía dejar que eso sucediera. No dejaría que me conociera y no dejaría que él se dejase conocer por mí.

«Me vas a joder viva, tío».

Respiré hondo para calmarme y tragué saliva. En cuanto me creí con los pies en la tierra, me levanté y me dispuse a sacar un cigarrillo de la cajetilla que había sobre la mesilla de noche para poder despejarme y ahogar en humo todo lo que hubiese dentro de mí. Con un poco de suerte, se me muere la puñetera mariposa.

Luego de coger el mechero, abrí la ventana, me puse el cigarro entre los labios y lo encendí. Me apoyé en el alféizar mientras le daba una profunda calada y lo sujetaba entre los dedos índice y corazón.

—¿Te has hecho daño? He escuchado un buen trompazo —preguntó una voz masculina a mi derecha.

Me sobresalté tanto que el humo se me fue por mal sitio y comencé a toser como desquiciada.

—Deja de aparecer así de repente, joder —espeté con el corazón en la boca.

—Esa mierda que tanto fumas se me mete en casa, solo he salido para echarte la bronca.

Le miré por el rabillo del ojo a la par que me recomponía entre carraspeos de garganta. Kenai estaba asomado a la ventada de su habitación, con los brazos apoyados en el alfeizar y una pequeña sonrisa plantada en el rostro. Tenía los rizos alborotados y algunos le caían sobre los párpados, bajo sus ojos seguían descansando esas ojeras que le divisé en el hospital mientras le curaba.

—Pues cierra la ventana. —Me encogí de hombros y continué con lo mío.

—Cómo enfermera que eres deberías de saber que el tabaco es perjudicial para la salud.

—Lo sé —admití—. Pero de algo hay que morir.

Volví a mirarle, topándome con sus ojos aceitunas. Su expresión facial era tan serena y despreocupada, que transmitía tranquilidad con solo mirarle. Era todo lo contrario a mí, como bien me había definido hace un año, yo era caótica, y él muy apacible.

—¿Qué te ha pasado antes? —curioseó.

—Me he caído de la cama.

Sentí mis mejillas sonrojarse de solo pensar el motivo.

—¿Estabas durmiendo? Van a dar casi la una de la tarde.

—Sí, bueno. Tenía turno de noche —expliqué y dejé caer la ceniza del cigarrillo en el cenicero que tenía en el escritorio a mi vera—. Por suerte hoy libro y me gustaría estar tranquilita, así que... ¿qué tal si te pierdes un rato por ahí? —Le mostré la dentadura en una falsa sonrisa.

—Vale, ya veo que te caigo como el culo. Pero ¿podría al menos saber por qué?

—Un mal polvo, ¿te parece poco?

—Siempre me lo puedes descambiar por otro.

Le di una calada al piti y le asesiné con la mirada al mismo tiempo que expulsaba el humo. Kenai no cambiaba la expresión de su rostro, seguía igual, imperturbable, con esa sonrisa plantada en sus carnosos labios; lo estaba disfrutando.

—Ni en sueños me volvería a acostar contigo —aseguré.

«Ya lo has hecho, Marina».

Me presioné la frente con los dedos de mi mano libre ante ese pensamiento y me maldije internamente. Estaba claro que Kenai era de todo menos malo en el sexo, sabía exactamente qué hacer, cómo hacerlo y dónde tocar para que te derritieras encima o debajo de él. Le mentía con la esperanza de que se sintiera ofendido y me dejara de hablar, pero al parecer le importaba poco lo que yo opinase sobre su forma de follar. No se inmutaba ante mis críticas negativas, me soltaba algún que otro comentario en defensa propia, pero no mostraba molestia alguna.

—Yo tampoco es que quiera volver a hacerlo contigo —confesó—. Prefiero a las chicas que avisan antes de irse y me dejan una puntuación que va de una a cinco estrellas. —Sonrió con burla; estaba cachondeándose de mí.

—Yo no te daba ni una sola.

—Es una pena. Yo a ti te daba las cinco.

Me puse tan nerviosa que el humo que expulsé salió tembloroso y estaba segura de que él pudo llegar a captarlo, pero decidí no pensarlo porque lo único que conseguía era empeorar mi estado. La noche que nos conocimos no intercambiamos más palabras que las justas y necesarias, así que esas conversaciones que estaba manteniendo con Kenai, las cuales ya se me antojaban largas, me tomaban por sorpresa.

Cuando mi objetivo era acostarme con él, le vi de una manera totalmente diferente a como le veía ahora. Eso se debía a que empezaba a conocer más a fondo su carácter y personalidad, y eso no me agradaba. Quería evitar eso a toda costa y estaba haciendo lo contrario. Poco a poco le estaba empezando a conocer y a mí me gustaba cuando no era más que un simple desconocido, aquello me ponía las cosas más difíciles por instantes.

—Oye, poniéndonos serios. ¿Sabes cómo se encuentra mi amigo?

—Sí —afirmé—. Está en coma.

Se hizo un silencio entre nosotros.

—¿Cómo que está en coma? —La voz se le quebró.

—Ha sufrido una lesión cerebral bastante fuerte —comenté—. No ha despertado aún. Lo siento mucho.

—¿Puedo verle?

—Está en la UCI y ahí solo pueden entrar familiares directos.

—Soy la única familia que tiene —dijo con seriedad.

Volví a posar mis ojos en los suyos. Estaba asustado, su respiración se había visto alterada y su expresión se había desencajado radicalmente.

—¿Tienes parentesco con él? —indagué.

—No.

—Entonces no puedes.

—Eris..., por favor...

—Lo siento, ricitos. Yo no hago las normas. —Alcé las cejas y le di una última calada al cigarro.

Hecho aquello, lo apagué en el cenicero, cerré la ventana y me dispuse a ir a la cocina para prepararme el desayuno. Las tripas me rugían.

🦋

Aprovechando que era mi día libre, Uxía se las ingenió para traer a casa la película de "Hermano oso" para que pudiéramos verla juntas. Llevábamos poco más de media hora, la habíamos puesto después de comer y estábamos las dos en el sillón comiéndonos el postre como si fueran las palomitas de nuestro cine casero.

En el transcurso, no podía evitar pensar en el Kenai de la vida real cuando se mencionaba al ficticio, me era inevitable y con eso ya podía saber que estaba empezando a estar un poco jodida. No era capaz de sacármelo de la cabeza y menos con la conversación que habíamos tenido unas horas antes; me dio cierta penita rechazar su petición de dejarle ver a su amigo, pero yo no era quien llevaba eso y no podía simplemente colarle, pues me podía meter en un gran lío.

—Te voy a lanzar el yogurt a la cabeza como sigas sin prestarle atención a la película, primer aviso —advirtió Uxía.

—Perdón, ya atiendo.

Meneé la cabeza de un lado a otro con movimientos cortos y rápidos para deshacerme de los pensamientos que tuviesen relación con la tangente que tanto me estaba costando olvidar ahora que había regresado de nuevo a mi vida.

La rubia de mi amiga, lejos de creerse mis palabras, me escudriñó con la mirada y luego echó mano del mando a distancia para poder pausar los dibujos animados que estábamos viendo. Hecho aquello, se cruzó de brazos y puso toda su atención en mí, arqueando una ceja y sonriendo de una forma que me invitaba a contarle lo que había pasado esa vez con el chico que vivía a nuestro lado. Nos conocíamos desde hace poquito, pero habíamos hecho muy buenas migas y nos conocíamos lo suficiente como para adivinar lo que podía pasarnos sin llegar a decir ni una sola palabra; conexión inalámbrica, lo llamo.

Suspiré y me humedecí los labios.

—Me ha pedido que le deje ver a su amigo —revelé—, pero está en la UCI y no puede entrar.

—¿Qué hace su amigo en la UCI?

Se me había olvidado que no le había contado como había llegado Kenai de nuevo a mi vida.

—Tuvieron un accidente de tráfico, Kenai salió ileso, pero él está muy grave. Tuvieron que operarle de urgencias y ahora ha entrado en coma.

—Oh, joe, pobrecitos. ¿Y por qué no intentas que le vea un ratito? —preguntó.

—No puedo meterle, ¿quieres que me la cargue?

—No, no, no —se apresuró a decir—. Me refería a que podrías ir con él y preguntarle a la persona encargada si puede hacer una excepción con el muchacho. Si dice que no, pues bueno, qué se le va a hacer. Pero si dice que sí, le darás una alegría. No estarías haciendo nada malo.

Fui a abrir la boca para rebatir lo que había dicho, pero acabé por no pronunciar absolutamente nada porque tenía razón. Podía hacer eso sin problema, no obstante, eso conllevaría estar a su lado durante la ida al hospital y yo quería pasar el menor tiempo posible con él por obvias razones. Aunque también quería que pudiera estar con su colega, eso no se lo podía negar.

Gruñí por lo bajo, me puse en pie y me dirigí hacia a mi habitación con firmeza. Escuché las pisadas de Uxía seguir las mías, sin embargo, ella se quedó en la entrada de mi cuarto mientras que yo me adentraba y me disponía a abrir la ventana. Una vez que la abrí, me asomé.

—¡Tú, ricitos! —le llamé en voz alta—. ¡Kenai!

Aparté la mirada y la puse sobre mi amiga, quien estaba atenta a lo que pudiera pasar a continuación. En cuanto escuché como su ventana se abría, volví la vista hacia allí, viendo al muchacho un tanto confundido.

—Mañana estoy de tarde, te quiero preparado antes de las tres. Te vienes conmigo.

—¿Es en serio? —Parecía sorprendido.

—Sí, pero no te prometo que puedas verle. Todo dependerá de lo que diga el supervisor.

Una cálida sonrisa se abrió paso en sus labios, contagiándomela, pero no tardó en borrárseme cuando pronunció lo siguiente:

—Gracias, canija.

—Canija la tuya —escupí con el cejo fruncido.

Soltó una sonora carcajada que me erizó el vello.

—Sabes que no. —Alzó las cejas y se pasó la lengua por uno de sus colmillos disimuladamente.

Respiré hondo y rodé los ojos; me había vuelto a hacer sonreír y ya no era capaz de ocultarlo, cosa que no le pasó desapercibida y parecía dejarle bastante satisfecho, pues su felicidad ya era bastante palpable.

—Las gracias mejor dáselas a mi compañera de piso, ha sido quien me ha convencido —informé.

—Vale, dile que muchas gracias.

Al mirar hacia la dirección en la que se encontraba mi amiga, vi cómo corría hacia a mí y se asomaba de inmediato para poder recibir esas palabras en persona.

—Muchas de nadas —respondió la rubia—. Me llamo Uxía, encantada.

Estiró el brazo hacia el chico.

—Igualmente, yo soy...

—¡Kenai! —le interrumpí—. Eres Kenai.

Puse las manos sobre los hombros de mi amiga y la retiré un poco del lugar. El ricitos torció el gesto.

—¿Sigues con eso?

—Hasta que me muera —contesté, seria—. Hasta mañana.

No esperé a que él pudiera despedirse, solo cerré la ventana y regresé con Uxía al salón para continuar viendo la película de los osos que tanto le gustaban.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien 🥰

Habréis podido notar que Oliver está en un pequeño aprieto. Está en arresto domiciliario y Marina le ha ofrecido llevarle al hospital a que vea a su amigo. ¿Qué creéis que hará? ¿Será buen recluso y se quedará en casita? ¿O seguirá siendo el idiota que es y saldrá de casa igual? Jummm.

También os aviso de que en mis redes sociales subo spoiles y adelantos de esta historia por si queréis seguirme por allí c:

¡Muchas gracias por todo el apoyo!

Besooos.

Kiwii.

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