🦋 Capítulo 59
Kenai.
Marina me tenía hipnotizado.
Era la perfecta personificación del mar.
Ese vestido azul marino le quedaba de infarto. La tela bailaba sobre su cuerpo como las olas con cada movimiento de cadera. Nadie podría lucirlo mejor. Me ahogaría encantado en ella.
Me dejé arrastrar por su suave oleaje hacia las profundidades de los baños sin dejar de mirarla. Ese culo me volvía loco, solo esperaba poder perderme entre sus nalgas mientras hacíamos las «paces», porque sabía perfectamente lo que eso significaba.
Entramos en uno de los cubículos y la canija echó el pestillo. Antes de que se diera la vuelta me acerqué a ella y le susurré al oído:
—¿Cómo quieres hacer las paces?
Mi pequeño caos con patas se giró despacio, hasta que nuestros rostros quedaron muy juntos.
—Así —respondió tomándome por la nuca para besarme, pero la frené a tiempo.
—¿«Así» cómo? —provoqué rozando mis labios con los suyos—. Quiero que me digas lo que hacer.
—¿Por qué?
—Quiero compensarte.
Ahora que habíamos solucionado las cosas, quería complacerla. Haría todo lo que me pidiera.
Deslicé uno de los tirantes del vestido por su hombro, dejando una suave caricia con mi dedo en su piel. Ella se estremeció y su respiración vibró antes de pronunciar su primer deseo.
—Quiero que me folles.
—¿Cómo? —Acaricié sus brazos—. ¿Suave o...?
—Duro —me interrumpió—. Muy duro.
Marina, sin ningún tipo de vergüenza, me agarró el paquete con firmeza y me lamió la boca. La presión en mis pantalones aumentó y una sonrisa de medio lado se hizo presente en mi cara. Me encantaba cuando tomaba el control de esa manera.
—Bien, quítate el tanga —ordené con picardía.
—Quítamelo tú.
—Será un placer.
Me arrodillé ante ella sin dejar de mirarla mientras mis manos pasaban con delicadeza por sus piernas, erizándole el vello. Hice que las separase un poco y después me colé debajo de la falda de su vestido. Su ropa interior era de color negro y el tanga en cuestión tenía algún que otro detalle de encaje que me encendía por dentro.
Enredé los dedos en los extremos de la única prenda que me separaba de su intimidad y se la fui bajando poco a poco. Le dejé algunos besos húmedos en el vientre, en las caderas y, cuando me deshice del todo de aquel trozo de tela, también en el pubis. Admiré su coño y quise explorar con la lengua cada pliegue. Quería saborearla hasta que se corriese del gusto, pero no sería aquella noche. Necesitaba verle la cara en el proceso y aquel fastidioso vestido me lo impedía.
Me aparté la falda de encima y me incorporé con su tanga en la mano. Tras guardármelo en uno de los bolsillos de mis pantalones, me quité la chaqueta del traje, tomé el bolsito de la canija y los dejé sobre la tapa del váter. Al regresar con ella, la tomé de la cintura y la besé.
Mi boca se movía con ferocidad sobre la suya, haciendo que nuestros dientes chocaran de vez en cuando. Su lengua exigía el contacto de la mía cada vez que separábamos los labios y sus manos desabrocharon mi cinturón y me bajaron la bragueta con desesperación.
«Tan impaciente como siempre».
Le di la vuelta con rapidez y la empotré contra la puerta del servicio, arrancándole un pequeño grito. La mirada que me lanzó por encima del hombro fue lasciva y me invitaba a seguir jugando. Marina echó las caderas hacia atrás a conciencia, presionando su precioso trasero contra el músculo que crecía entre mis piernas.
—¿Te gusta? —le ronroneé al oído—. ¿Te gusta sentirla?
—Me encanta...
—Pues es tuya, solo tuya.
Me puse a la altura de su culo y le levanté el vestido de nuevo, dejando sus perfectas nalgas a mi disposición. Eran tan redonditas y llenas..., que lo único que deseaba era que se sentara en mi cara. Le pegué un suave mordisco y lamí la separación que había entre ambas hasta que se estremeció.
Me incorporé con la cola de su vestido entre las manos y se la puse sobre los hombros para dejar mi camino al paraíso libre. Marina volvió a restregar su pandero contra mi entrepierna y yo la azoté con la fuerza justa para excitarla. Cuando vi cómo se mordía el labio inferior, supe que había acertado.
Joder, me ponía malo.
No podía aguantar más.
Torturarla era torturarme a mí mismo.
Me desnudé de cintura para abajo, agarré a Marina por las caderas para acercarla a mi erección y me adentré en ella desde atrás. Su espalda se arqueó y mi piel se erizó en cuanto sentí su cálida humedad calarme cada centímetro.
Empecé despacio y después empujé con fuerza como me había pedido. Cada embestida hacía colisionar la puerta con el tope del pestillo y sus gemidos se perdían con cada golpe. Rezaba para que nadie necesitase usar el baño con urgencia y para que el policía que susurraba a los agapornis no nos echase en falta.
«Dios, Diego me va a matar».
Las manos de Marina se aferraban con tanta fuerza a la madera, que sus uñas emperezaron a llevarse la pintura blanca. Tenía la cara apoyada en la puerta y la boca abierta. Verla así era la octava maravilla del mundo. Mi mundo.
—Oliver...
Música para mis oídos.
—¿Sí, canija?
—Si me follas así siempre, te dejo cagarla de vez en cuando.
Dejé de moverme, tenía el corazón a mil.
¿Lo había escuchado bien?
—¿Quieres que te folle siempre? —pregunté contra su oído.
—Sí —jadeó—. ¿Y tú?
—¿Qué si quiero? —Me clavé en ella con fuerza como respuesta, arrancándola un gemido—. Te voy a follar toda la puta vida, Marina.
La agarré de la nuca, la hice retroceder unos cuantos pasos y la incliné hacia adelante. Marina apoyó las manos contra la puerta y se movió de delante hacia atrás para que continuara. No la hice esperar. La tomé de la cintura y la arrastré contra mí mientras yo empujaba contra ella.
Las nalgas le rebotaban con cada embestida y su espalda se arqueaba cada vez más. Me vi obligado a recitar mentalmente el abecedario del revés para no irme con aquella imagen y la banda sonora que salía de las profundidades de su garganta.
Podrían oírnos, pero no me importaba.
Quería escucharla gritar mi nombre hasta que se quedara afónica.
La puerta traqueteaba sin parar y mis piernas temblaban cada vez que me retiraba de su interior y volvía a entrar. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y otro mucho más placentero se alojó en la cabeza de mi polla.
No aguantaba más.
Antes de que el orgasmo me estallase en la punta, salí de su interior.
—¿Por qué paras? —quiso saber.
—No quiero mancharte.
—Pero...
—Tenemos mucha noche por delante. —Le ayudé a incorporarse y apoyé su espalda contra la puerta—. Tú solo disfruta.
Metí la mano entre sus piernas y deslicé dos dedos en su cálida humedad. Estaba empapada y eso me ponía a cien. Me dolían los huevos de solo imaginarme dentro de ella otra vez y mentiría si dijera que no quería seguir penetrándola, pero no quería ensuciarle el vestido ni la piel.
Recordé cómo le gustaba que la tocaran y empecé a darle placer tal y como me había enseñado. Mi pulgar masajeaba su clítoris y los otros dos dedos bailaban sobre una superficie rugosa que la hacía jadear.
Masajeé el primer punto en círculos y el segundo de arriba abajo muy despacio, alternándolos y haciendo que su respiración se acelerase. Sus manos fueron a parar a mis hombros, dónde se agarraron a mi camisa. Tenía las cejas fruncidas en una placentera mueca que me hacía sonreír con picardía.
—¿Te gusta así?
Un suave gemido se escapó de entre sus labios.
—Me lo tomaré como un «sí».
Marina se rio y enseguida volvió a gemir.
Joder, no se hacía una idea de lo que me gustaba escucharla y de lo que provocaba en mí. Se me ponía la piel de gallina y me dolían las pelotas por la tensión acumulada. Me encantaba.
Por desgracia, tuve que taparle la boca con mi mano libre porque a alguien había entrado a los baños. El sonido de la puerta abriéndose y de unos pasos acercándose me lo confirmó.
A pesar de la inesperada compañía, no paré. Seguí moviendo los dedos, cada vez más mojados, dentro y fuera de ella. Marina apretaba los ojos y trataba de contener el orgasmo que le acechaba debajo del vientre.
Verla retorcerse de placer era todo un deleite.
Sus uñas se habían clavado en mis hombros con tanta fuerza que pensé que me rompería la camisa, pero en ese momento poco me importaba.
Cuando la persona que había entrado se fue, Marina se dejó ir en un gemido ahogado. Las piernas le temblaron y tuve que sujetarla para que no se cayera.
—¿Estamos en paz?
Marina me miró sofocada y con la cara colorada.
—Volveré a tomármelo como un «sí».
Mi pequeño caos con patas escondió una sonrisa en sus labios y me golpeó en el pectoral con el puño cerrado, arrancándome una carcajada. Le dejé un beso en la mejilla y salí del cubículo para lavarme las manos en el lavabo.
En cuanto me miré en el espejo me percaté de que tenía la boca roja del pintalabios de Marina, parecía un payaso recién salido del circo. Miré hacia atrás y comprobé que, efectivamente, la canija se encontraba en las mismas condiciones.
Allí dentro la iluminación era tan tenue que no nos habíamos dado cuenta.
Cuando la canija se dio la vuelta y me vio, no pudimos evitar reírnos el uno del otro. Y en el instante en el que dio con su reflejo, su risa aumentó. Quise coger un poco de papel higiénico para empaparlo en agua y limpiarle la boca, pero ella me lo impidió. Recogió nuestras cosas de la tapa del váter y después se acercó a mí. Dejó mi chaqueta sobre la encimera del lavabo y sacó de su bolsito un paquete pequeño de toallitas.
Saqué una del paquetito, le alcé el mentón con delicadeza y limpié sus destartalados labios rojos, despejando los bordes difuminados.
—¿Me habrá escuchado? —inquirió en voz baja, preocupada.
—Esperemos que no —reí—. Si tu padre se entera, me convierte en pienso de agapornis.
—Seguro que a Donette le encantarías.
Al terminar de quitarle los restos de maquillaje, hice lo mismo conmigo. Tiré la toallita y rebusqué en su bolso la barra de pintalabios que estaba utilizando. En cuanto di con ella, la tomé de la mandíbula y deslicé el carmín rojizo sobre sus labios con mucho cuidado de no salirme.
—Pareces todo un profesional —comentó.
—Te puedo hacer el servicio completo, tengo experiencia pintando tartanas motorizadas.
Ella intentó no sonreír para no entorpecer mi obra maestra y, cuando terminé, dejé que se mirase al espejo. Por su expresión facial supe que había quedado contenta con el resultado, así que le guardé el pintalabios en el bolso, se lo di y me puse la chaqueta para regresar cuanto antes a la cena.
Marina carraspeó con la garganta y extendió la palma de su mano.
—¿Qué?
—Mi tanga.
Ah.
Me saqué la prenda del bolsillo y se la entregué. Ella se la colocó donde correspondía y caminó hacia la salida conmigo detrás. En el instante en el que abrimos la puerta, nos encontramos con el intruso que había entrado a los baños.
El niño.
Tenía una mirada que parecía juzgarnos.
—¿Qué hacíais? —cuestionó.
Marina sonrió.
Y eso no significaba nada bueno.
—Bebés.
Aquella respuesta desconcertó al niño, pero no nos quedamos a explicarle más acerca del tema. La canija me tomó de la mano y me alejó del lugar.
Holi 🤓
¿Qué tal estáis?
La semana pasada me puse mala y no pude terminar el capítulo, pero ya estoy bien, así que aquí lo tenéis 🫶🏻
¿Qué os pareció el capítulo? Ya era hora de que liberasen tensión estos dos, aunque Oli esta vez se quedó un poquillo con las ganas 👀
¿Qué creéis que pasará en el siguiente capítulo? Porque hay un niño un poco porculero al que se le ha dado demasiado información, así que es probable que la acabe liando un poco.
¡Nos leemos el próximo finde!
Besooos 💚
Kiwii.
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