🦋 Capítulo 58
En cuanto abrí las puertas de la iglesia, quise que la tierra me tragase. Los ojos de todos los invitados se pusieron sobre mí con aire curioso, aunque algunos me observaban con cierta molestia porque la ceremonia ya había empezado. Los ignoré y busqué al par de aceitunitas verdes que me interesaba, pero estas ni siquiera me miraban. Oliver estaba solo, cabizbajo, nadie se había sentado a su lado y parecía nervioso.
Respiré hondo y caminé en silencio hacia el banco en el que se encontraba. Él no se dio cuenta de mi presencia cuando me senté a su lado, tenía la atención puesta en su teléfono móvil. Hablaba con su amiga.
Oliver: ya ha pasado más de una hora, ¿dónde estás?
Sabri: acabo de llegar, te he dejado una sorpresa.
Oliver: ¿qué sorpresa? ¿Me has traído besitos de fresa?
—Me ha traído a mí —susurré haciendo que pegase un brinco y me mirase con el susto reflejado en su rostro—. Y lo siento, pero no llevo tus chuches favoritas encima.
—Mar... Eris —carraspeó la garganta, inquieto—. ¿Qué haces aquí?
—Tú me invitaste.
—¿Eso quiere decir que me perdonas?
—Eso quiere decir que cumplo mis promesas.
Su ánimo cayó en picado.
—¿No me perdonas?
Las dos señoras mayores que se encontraban delante de nosotros nos mandaron callar con un «chis» y una mirada amenazadora. Oliver volvió a carraspear y puso su atención en los novios que se intercambiaban palabras con el Cura.
No le respondí, no era momento para tener esa conversación y menos con aquellas ancianas tan cascarrabias pendientes de nosotros. En su lugar, me lo comí un poquito con los ojos. Iba guapísimo con ese traje pegadito y esos ricitos tan bien definidos. Las ganas que tenía de poder manosearle entero casi podía sentirlas en mis...
Enseguida negué con la cabeza para deshacerme de esos pensamientos.
Estaba en una iglesia.
Dios me vigilaba.
Eché un vistazo a mi alrededor con la intención de distraerme, hasta que vi a algún que otro invitado mirando a Oliver como si no fuera bienvenido. Eso me obligaba a observarles hasta que se sentían incómodos y dejaban de dar por culo. Me faltaba bufarles y escupirles en un ojo, pero tampoco iba a ser maleducada.
La ansiedad del ricitos empezaba a ser evidente, pues la exteriorizaba moviendo involuntariamente su pierna derecha y arrancándose los pellejitos de los dedos sin darse cuenta de las heriditas que se provocaba. Quise frenar aquella tortura igual que él había hecho conmigo más de una vez, así que le tomé la mano y entrelacé mis dedos con los suyos.
Antes de que se desmayase por la presencia de sangre, saqué un pañuelo de papel del bolsito y lo pasé con suavidad por los laterales de sus uñas. Oliver tragó saliva al comprender mi acción y apartó la mirada, no sin antes regalarme caricias en la mano con su dedo pulgar.
🦋
Cuando los novios se dijeron el «sí, quiero», nos fuimos al salón de bodas a cenar. Nos habían puesto en una mesa solos. Los recién casados habían pensado en la escolta de Oliver y le pusieron con nosotros. A pesar del buen gesto, mi padre rechazó la invitación al estar de servicio. Se quedó al margen mientras hacía su trabajo y le daba de comer pipas a Donette.
Cenamos en completo silencio, a excepción de algún que otro comentario sobre la comida y un bebé que no paraba de llorar en alguna de las mesas. La tensión casi podía cortarse con un cuchillo. Él parecía tener vergüenza de hablar y a mí me costaba empezar una conversación después de una discusión.
—¿Tienes un bebé en la tripa? —La dulce voz de un niño pequeño se hizo presente entre el hueco que dejaban nuestros asientos.
El mocoso me miró la barriga con aire curioso y Oliver escupió entre carcajadas el agua que estaba tomando. Le asesiné con la mirada, aunque debía admitir que me encantaba escucharle reír.
—No, es que acabo de comer —le expliqué—. Es comida.
—¿Y cómo se hacen los bebés? ¿También se comen? Porque mi mamá tiene uno aquí.
Sus manitas, con un muñequito de lego en cada una, se pusieron sobre su barriguita.
—No, a ver... —Tomé prestado sus legos y mientras le explicaba, le hice una demostración—. Cuando una pareja se quiere mucho, el pitulín del papá entra en la...
Puse a un muñequito encima del otro, pero el ricitos me los quitó de inmediato.
—Eris, es un niño —me recordó a modo de regaño.
Carraspeé la garganta.
Se me daban fatal los niños.
—La cigüeña —rectifiqué, sonriente—. Los trae la cigüeña.
Oli le dio los juguetes al niño y le pidió que volviera con su madre antes de que pudiera causarle algún trauma. Yo me miré la barriga. No le había hecho ascos a ninguno de los platos que nos habían puesto y ahora presentaba las consecuencias de ello. Estaba un poco hinchada.
Por un momento me imaginé embarazada y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, haciendo que me removiera con incomodidad. Nunca me habían gustado los niños y no me veía como madre de uno.
Eran demonios pequeños y adorables.
Falsamente adorables.
—Eris... —susurró con timidez—. A pesar de todo, gracias por venir.
Negué con la cabeza.
—No, Kenai... —suspiré—. Se acabó.
—¿Qué?
—Me has mentido y no puedo perdonártelo.
Oliver perdió el color de sus mejillas de un segundo a otro, como si se le hubiese congelado la sangre en las venas. Tenía los ojos muy abiertos y su respiración brillaba por su ausencia; se notaba lo asustado que estaba.
—Marina, no, espera...
—Déjame hablar —le pedí.
Tragó saliva y guardó silencio.
Sabía lo que pensaba, pero yo solo me estaba despidiendo del chico con nombre de cerveza al que conocí en Okmok. No de él.
Kenai había sido un cobarde y me había mentido.
Pero Oliver había sido valiente y me había contado la verdad.
—He estado conociendo a alguien más y sé que nunca me haría algo así —le dije con seguridad, viendo cómo se le aguaban los ojos—. Es un poco desastre, no te lo voy a negar. Pero es mi desastre.
«Y yo el suyo».
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas y un dolorcito fugaz me atravesó el corazón. No me gustaba nada verle llorar y menos cuando sabía que era yo la responsable. Esta vez no era comparable a las veces anteriores, pero, aun así, se me venía el mundo encima.
—¿Sabes cómo se llama? —le pregunté buscando su mirada.
Él negó con la cabeza y miró hacia otro lado, en un intento fallido de contener la tristeza que le abordaba. Me estaba imaginando con otro tío y eso le destrozaba.
—Oliver, se llama Oliver.
En cuanto su nombre salió de entre mis labios, sus pupilas hicieron contacto con las mías y la agüilla salada dejó de mojar su piel por un instante. Después, una sonrisa se abrió paso en su rostro y volvió a llorar. Esta vez, de alegría.
Sin siquiera esperármelo, se abalanzó sobre mí para darme un abrazo. En otras circunstancias me habría puesto tensa y le habría apartado. Pero aquella muestra de cariño la necesitábamos los dos, así que le correspondí sin rechistar.
—Lo siento, Marina —sollozó contra mi cuello—. De verdad, lo siento mucho. Al principio pensé que sería divertido intentar conocerte durante mi arresto. Te lo oculté porque no quería meterte en problemas, pero luego se me hizo bola y no supe remediarlo. No quería..., no quiero perderte.
No pude evitar verme reflejada en su disculpa.
—No me vas a perder —le aseguré.
Le tomé la cara con suavidad y lo alejé un poco de mí para poder verle. Oliver, por miedo a que le hiciera desaparecer de mi vida, me ocultó parte de la suya. Y yo, por miedo a que no me quisieran bien, le quise mal.
Ninguno queríamos perdernos.
Y ambos habíamos estado a punto de hacerlo.
—Te eso, Oliver —confesé.
—Te quiero, Marina.
Le besé.
No fue un beso intenso, fue uno más superficial e íntimo. De esos que tanto terror me daba dar por lo que provocaban en mi estómago. Un beso corto, pero sentido. Las mariposas volaron más alto que nunca y me acariciaron las entrañas, las costillas y el corazón.
Al separarnos, Oliver me miró embobado, como si lo que acababa de pasar fuese un sueño. No le culpaba, conmigo era todo muy complicado por mis temores y acababa de hacer frente al más grande. Era extraño en mí, pero no cuando se trataba de él.
Siempre había despertado cosas en mi interior que trataba de ignorar de una forma o de otra, pero ahora las estaba dejando fluir. Era acojonante y agradable a partes iguales. No tenía ni la menor idea de cómo gestionar todas esas emociones, pero tampoco quería huir de ellas.
Las quería sentir.
—¡Me lo ha dicho ella, mamá! —gritó una voz a lo lejos.
«Oh, no».
El niño.
Tenía que esconderme.
Tragué saliva y volví la atención al ricitos.
—¿Quieres hacer las paces? —susurré contra sus labios.
—Sí.
—Ven.
Agarré su mano y, tras asegurarme de que mi padre no nos prestaba atención, me lo llevé conmigo a un lugar más... privado.
Holi 🙃
¿Cómo estáis?
Hoy hemos tenido un gran avance con Marina respecto a sus sentimientos, aunque Oli antes de ha llevado un sustito. ¿Qué os ha parecido el capítulo?
En los próximos capítulos empezaremos a tener noticias de Rafa, la madre de Oli y del «amorío» entre Miguel y Sabrina. Quedan varias cositas por contar antes de terminar esta historia 👀
Pero hasta entonces, en el capítulo del próximo domingo tendremos un momento picantón entre nuestros dos intensitos, que ya hacía falta después del drama 😌
Espero que os haya gustado, nos leemos pronto 💚
Kiwii.
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