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🦋 Capítulo 57

Eris.

—No.

—Pero...

—Me ha mentido —le recordé con seriedad—. No hay «peros» que valgan.

Uxía llevaba intentando convencerme de que fuese a la boda con Kenai desde que nos habíamos levantado, pero me sentía tan traicionada que no sabía si podría perdonarle.

Tenía la sensación de que todo había sido un engaño, que nada de lo que me había dicho era verdad. Me estuvo regalando los oídos porque se aburría y necesitaba un pasatiempo. Tal vez me lo merecía por haber utilizado a tantas personas para llenar mi vacío emocional.

Una cucharada de mi propia medicina.

Kenai era mi karma.

Me tumbé en la cama con la angustia atorada en el pecho. Tenía muchísimas ganas de llorar, pero algo en mi interior me impedía hacerlo. Quizás fuese mi orgulloso corazón queriendo demostrar que nada le afectaba, no obstante, sabía que buscaba aparentar fortaleza cuando solo era vulnerable.

No volví a escuchar a mi amiga al otro lado de la puerta de mi habitación, así que supuse que se había cansado de insistir en que saliera y fuera en busca de aquella embustera cerveza con patas. Al menos hasta que otra voz llamó mi atención.

—Hola, Marina, me llamo Sabrina —pronunció con firmeza—. Soy amiga de Oli, ¿podemos hablar?

«Sabrina».

Ese nombre me sonaba.

Me puse en pie y me dirigí a la entrada. Cuando abrí la puerta, una chica de piel morena que recordaba haber visto antes apareció en mi campo de visión. Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres? —pregunté, extrañada.

—Que vayas con Oli a la boda.

Esa voz también me sonaba.

Un recuerdo amargo cruzó mi mente y no sé si fue por orgullo o por celos, pero volví a cerrar la puerta de mi habitación como respuesta.

Aquella chica era la que escuché en el cuarto de Kenai mientras le subía las persianas, la que vi una vez en su casa y la misma a la que él decía querer mucho en nuestra primera cita fallida. Minerva fue testigo de ello y, aunque ya no sabía de quién de los dos fiarme, opté por confiar en que solo eran buenos amigos por el bien de mi corazoncito.

No necesitaba más razones para llorar, prefería pensar que en esto no me había mentido y que esos «te quiero a ti» realmente fuesen para mí, por mucho que me costara creerlo después de todas las mentiras.

—¿Por qué no vas tú con él? —inquirí con cierto resquemor.

—Porque Oli quiere que seas tú quien vaya —respondió—. Yo no pinto nada allí.

—¿Y yo sí?

—Bueno, sois algo.

—No somos nada.

Mi corazón se resintió. Era doloroso convencerme de que todo había acabado cuando ya me había acostumbrado a sentir de nuevo.

Un suspiro se hizo presente al otro lado de la puerta, seguido de un leve murmullo. Uxía y Sabrina cuchicheaban algo que no alcanzaba a entender, aunque estaba segura de que sería algún plan para hacerme cambiar de opinión y correr tras Kenai antes de que fuera demasiado tarde.

Una parte de mí quería que me dejaran en paz, pero otra ansiaba poder solucionar las cosas de algún modo. No obstante, el daño ya estaba hecho y no sabía a cuál de las dos obedecer. Medité durante unos segundos si mandarlas a freír espárragos o esperar paciente a lo que tuvieran que decir y, en cuanto me decanté por la primera opción, Sabrina habló.

—Oliver puede ser un poco... inconsciente. No piensa en las consecuencias hasta que ya es demasiado tarde. Le da miedo cagarla y no se da cuenta de que así la caga más —me explicó, sincera—. Es un desastre. Pero tiene intenciones y sentimientos bonitos, sobre todo hacia ti. No es mal chico.

—Me ha mentido —insistí cruzándome de brazos.

—No he dicho que sea listo.

Estaba claro que no lo era.

—Tú también eres un poco desastre, alguita —intervino Uxía.

Sabía que no lo había dicho con la intención de ofenderme, sino para que recordara que yo también me había equivocado. Mis emociones eran un caos y habían sido culpables de muchas de las lágrimas del chico. Cada vez tenía más claro que esto era cosa del karma.

Pero, aunque la culpa fuera de una energía cósmica trascendental, Kenai me había ocultado su temeridad y las verdaderas consecuencias de sus actos aun conociendo mi historia.

Kenai había demostrado ser un mentiroso y un cobarde.

A Kenai no le perdonaría nunca.

Pero él ya no era Kenai.

Era Oliver.

«Fuck».

Descrucé los brazos y abrí el armario en busca de algún vestido decente para una boda. No sabía si me arrepentiría, pero no quería quedarme con la duda porque había una cosa que tenía muy clara:

Kenai y Oliver no eran la misma persona.

Igual que Eris y Marina tampoco lo eran.

Quizás fuese un buen momento para despedirse de la cerveza rancia de Okmok y de la diosa del caos para dar la bienvenida a la aceituna con patas y al pez de agua salada.

Después de descartar algún que otro conjunto de fiesta, me decanté por un vestido azul marino que tenía desde hacía mucho y nunca había tenido oportunidad de usar. Era de tela fina, largo por la parte de atrás y algo más corto por delante, a la altura de las rodillas. El escote era pronunciado y abierto y los tirantes acababan entrecruzados en la espalda.

No tenía mucho tiempo, así que me desnudé y me lo puse lo más rápido que pude. A falta de tacones azules y equilibrio para llevarlos, me calcé unas zapatillas de tela blanca. Una vez lista, cogí un bolsito con todo lo necesario y salí de la habitación.

Uxía y Sabrina ya no se encontraban en el pasillo, se habían dado por vencidas, pero las escuchaba charlar en la entrada de casa. Hablaban de mi situación con Oliver y, aunque ambas entendían mi enfado, les entristecía el final de nuestra no-relación. Estaban a punto de despedirse.

Ninguna de las dos se percató de mi presencia cuando llegué hasta a ellas, así que las interrumpí diciendo con firmeza lo siguiente:

—He cambiado de opinión. Iré a la boda.

Uxía se dio la vuelta y casi gritó de la emoción al verme.

—¿Y eso? —preguntó Sabrina, confundida.

—Él supo separar a Eris de Marina en su momento, no se merece menos.

Me dio una segunda oportunidad cuando debió mandarme a la mierda y yo no sería la que le privaría de ello. Ya había conocido a Kenai, me tocaba conocer a Oliver.

—¡Bien! Pues no perdamos más el tiempo —exclamó con alegría—. Te llevo con él.

🦋

Mientras Sabrina conducía hacia mi destino con Taylor Swift a todo volumen, yo intentaba maquillarme para ocultar mi cara de pocos amigos. Apenas había dormido, tenía ojeras y los ojos hinchados de llorar. El disgusto me había dejado huella.

Ayudándome del pequeño espejo del parasol, me puse corrector en las zonas que más lo necesitaban y continué con el eyeliner. Se me hacía bastante difícil mantener el pulso firme con tanto bache, pero no me iba a dar por vencida.

La amiga de Oliver canturreaba en voz baja las canciones y yo no podía evitar preguntarme si ella sería la exnovia de la que me habló en una de nuestras citas. La duda me carcomía y me generaba cierta inseguridad pensar en ella como su antiguo amor. Tal vez fuese por lo traumática que fue mi experiencia amorosa con Minerva, pero me daba miedo que su ex fuera también su amiga. ¿Y si seguían sintiendo algo el uno por el otro? No quería ser tóxica. Ni siquiera sabía si ya lo estaba siendo.

A veces se vivía mejor en la ignorancia, pero esa misma era la que alimentaba mi ansiedad y los miles de pensamientos destructivos que se me pasaban por la cabeza. Así que, por el bien de mi salud mental, me armé de valor y se lo pregunté:

—¿Eres la ex de Oliver?

—Sí.

Tragué saliva.

—Y ahora sois amigos —afirmé.

—Sí —confirmó.

—Estoy algo celosa.

Sabrina arrugó el entrecejo y me miró con desconcierto. Mi corazón latía muy rápido, como si acabara de meter la pata.

—¿Por qué? —quiso saber.

—Porque eres preciosa, cariñosa y muy simpática. Todo lo contrario a mí.

—Marina, tú también eres preciosa. —Su voz salió tan seria que tuve que dejar de maquillarme de lo nerviosa que me había puesto—. Puede que no tan cariñosa y algo más antipática, pero así le gustas a Oli. Está que no caga contigo.

—¿De verdad?

—De verdad de la buena. Además, yo no tengo ningún tipo de interés romántico en él, no tienes que preocuparte por nada —me aseguró con una dulce sonrisa en sus labios—. Ahora, ¿debería preocuparme yo?

Arqueó una ceja y me echó un rápido vistazo mientras yo guardaba el eyeliner y sacaba el pintalabios rojo del bolsito.

—No voy a tirarte de los pelos si te veo a su lado, si es lo que preguntas —le aclaré entre risas—. Me caes bien.

—Tú a mí también, aunque antes no mucho.

—No eres la primera que me lo dice.

Tendía a adoptar una actitud arisca y reservada con las personas que no conocía, lo que me hacía ver un poco borde al principio de todas mis relaciones, fuesen del tipo que fuesen.

Ambas nos reímos y mi inquietud e incomodidad desaparecieron por completo. Necesitaba esto.

—Gracias —le agradecí.

—¿Por qué?

—Por esta conversación.

Sabrina me sonrió como respuesta y continuó conduciendo. Yo destapé el pintalabios e intenté no convertirme en un payaso de circo entre curva y curva.

🦋

Llegué a mi destino con el corazón al borde de un infarto y las piernas temblando como gelatina. Aquel acontecimiento era aterrador por todo lo que conllevaba. Nunca había conocido a la familia de ningún... lo que fuera, ni siquiera a la de Minerva. Ahora estaba a punto de presentarme como la pareja de Oliver delante de todos sus parientes cercanos y puede que también lejanos...

Joder.

—Voy a vomitar.

—¿Qué? ¿Qué te ocurre? —me preguntó Sabrina con preocupación.

Lejos de echarme a patadas de su coche para que no lo manchase, me abrió la ventanilla y me acarició la espalda de arriba abajo como apoyo mientras esperaba a que hablase.

—Me da miedo el compromiso y si entro ahí estaré diciéndole a la gente que estoy «comprometida» con Oliver... —susurré, temerosa—. Me siento como si me fuera a casar yo.

—Eh —llamó mi atención—. Solo vosotros tenéis el poder de decidir lo que sois, nadie más. Lo que piensen los demás, da igual.

Tenía razón.

La miré con la mano en la boca y asentí con la cabeza muy despacio. Ella imitó mi gesto y me animó a enfrentarme a mis miedos. Con un «suerte» de despedida, me bajé del coche y caminé hacia la entrada de la iglesia, dónde mi padre se encontraba custodiando la puerta junto a Donette.

Había estado hablando con él por teléfono esa mañana para contarle lo que había pasado con Oliver. Me extrañaba que no me hubiese dicho nada cuando fuimos a comer a su casa y le pregunté al respecto muy enfadada, pero enseguida entendí por qué no lo hizo. Quería que él afrontara las consecuencias de sus mentiras.

Diego me recibió con los brazos abiertos, un beso en la mejilla y un: «no tiene el historial delictivo más limpio del mundo, pero es buen chico». Aquella confirmación era todo lo que necesitaba escuchar para darle una segunda oportunidad.

Así que me armé de valor y le hice frente a mis miedos.

Holi 🥸

¿Qué tal estáis?

Este año me propuse terminar con todas las cositas que tenía pendientes y ahora que estoy algo más tranquila es el turno de Tangente 🦋

Sé que ha pasado mucho desde la última actualización, si no os acordáis de algo decidme y os explico 💚

Con respecto al capítulo, ¿Qué os ha parecido?

¿Qué creéis que pasará entre Marina y Oliver ahora?

¿Y durante la boda?

En el próximo capítulo tendremos algún que otro momento emovito entre nuestros intensitos.

Nos vemos el finde que viene 🤗💚

Kiwii.

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