🦋 Capítulo 54
Nuestras manos estaban entrelazadas en el centro de la cama cuando desperté. Todavía seguía detestando los abrazos y más mientras dormía, pero mi necesidad de tocarle era tan fuerte que nos permití mantener esa pequeña unión durante el resto de la noche.
La luz del sol iluminaba la habitación de un tono anaranjado y revelaban reflejos cobrizos en los ricitos castaños que caían sobre los párpados de Oliver. No pude contenerme cuando deslicé mis dedos por su frente con cuidado para apartárselos. Verle dormir era... extraño, pero me gustaba.
Esa misma extrañeza fue la que me hizo huir la primera vez, pero ahora era la razón por la que quería quedarme.
Mi estómago se retorcía ante las cosquillas de las mariposas, mi corazón latía con fuerza y mi cuerpo temblaba presa del pánico. Necesitaba un cigarrillo si no quería salir corriendo, así que me levanté de la cama, saqué uno del bolso y lo encendí. La calma bailó en mis entrañas y el humo se llevó el miedo por la ventana en la primera calada.
El calor del sol y la fresca brisa de la mañana acariciaban mi piel desnuda mientras yo miraba mi reflejo en la ventana del vecino de enfrente. Tenía las persianas bajadas y unas muy buenas vistas, esperaba que no le diese por madrugar.
—Me encanta tu culo —ronroneó el ricitos con la voz ronca y adormilada.
Le lancé una media sonrisa por encima del hombro y le dije:
—Buenos días a ti también.
El colchón crujió cuando él se movió y mis músculos se tensaron cuando sentí sus brazos rodearme desde atrás.
—Buenos días, Marina —me susurró al oído.
Su cálido aliento chocó contra mi oreja y sus dientes me atraparon el lóbulo con delicadeza, poniéndome la carne de gallina. Un tembloroso jadeo escapó de entre mis labios en cuanto su boca empezó a recorrer mi cuello entre besos.
—¿Qué más cosas te encantan de mí? —le pregunté dándome la vuelta hasta que nuestras narices se rozaron.
—Me encantan tus tetas... —dijo perfilando los pezones con los pulgares— cuando las hago rebotar una y otra vez.
—Eres un cerdo.
—Pero soy un cerdo decente.
—¿Y qué diferencia hay?
Ante mi cara de circunstancia, Oliver sonrió y continuó hablando.
—Al cerdo le encanta usar tu trasero de almohada y ver tus pechos en acción. Y al cerdo decente le encanta cuando intentas ser cariñosa y cuando parpadeas lento. Y a mí, que a veces soy solo un cerdo y otras un cerdo decente, me encantas tú, Marina.
La sangre se me subió a las mejillas y la respiración se me atropelló en la tráquea durante unos segundos en los que mis neuronas solo pudieron procesar una única orden: dar la segunda calada al cigarrillo. Así que inspiré el humo, me recosté de espaldas sobre el alféizar y eché la cabeza hacia atrás para expulsarlo por la ventana.
Al incorporarme, la boca de Oliver se encontraba muy cerca de la mía. Sus labios rozaron los míos con provocación hasta que nuestros alientos se fundieron en un beso lento. Mi mano libre le sostuvo por la mejilla mientras la otra se alejaba todo lo posible de su cuerpo para no quemarle con las cenizas.
El ricitos se separó al poco tiempo, con el ceño ligeramente fruncido y un extraño mohín en los labios que trató de disimular en vano. Aunque sus ganas de volver a besarme eran genuinas, sabía que algo le había resultado desagradable y no lo iba a pasar por alto.
—No te gusta —murmuré.
Él, confundido, preguntó:
—¿El qué?
—El sabor a tabaco cuando me besas.
—No —admitió—, pero me gusta besarte.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Que te voy a seguir besando.
Y así lo hizo.
Lo hizo hasta moldear una sonrisa en mi boca que gritaba aquello que tanto me costaba decir en voz alta. La confesión que ardía en mi pecho y me quemaba el paladar. El «te quiero» que esperaba a que lo dejase salir sin su disfraz de «eso».
A falta de palabras —o de valor— para decírselo a la cara, le besé con más ganas. Nunca había sentido algo parecido. Era bonito, agradable y... raro. Las emociones que se arremolinaban en mis entrañas eran tan difíciles de procesar, que la única forma que tuve de canalizarlas fue mordiéndole la mandíbula.
No lo pensé.
Ni siquiera medí mi fuerza.
Él susurró un «au» entre risas mientras me miraba con la venganza bailándole en las pupilas. No tardó en llevarla a cabo encajando sus dientes en una de mis mejillas y pellizcándola con el cuidado que no le había puesto yo antes.
Una carcajada raspó mi garganta cuando empezó a gruñir como si fuese un perro rabioso. Le separé la cara con un suave manotazo y admiré cómo la pillería le moldeaba la expresión conforme volvía a acercarse; era la hostia, en el mejor de los sentidos.
No sé qué fue lo que le pasó, pero poco a poco fue dejando caer su frente contra la mía con un desánimo que me preocupó. No me dio tiempo a preguntarle si estaba todo bien, solo dijo:
—Ven conmigo.
—¿A dónde?
Respiró hondo.
—Mi padre se casa mañana con su nueva novia y... —La respiración le tembló y sus ojos junto a su voz me suplicaron—: Ven conmigo, por favor.
Mis pulmones cortaron el suministro de aire y mi cuerpo se puso completamente rígido. No podía aceptar aquella invitación. No estaba preparada para enfrentarme a un acontecimiento familiar tan importante. Acompañarle a esa boda me pondría en un compromiso, me vería obligada a definirme como la novia o la amiga de Oliver y yo no era nada de eso.
Tragué saliva y comencé a retorcerme las manos en un intento de hacer desaparecer el miedo que se enquistaba con saña en mi corazón. La necesidad de salir corriendo volvía a atacarme.
El ricitos tomó distancia y me observó con los nervios a flor de piel. Esperaba una respuesta que no llegaba y me sentía mal por no ser capaz de dársela. Él estaba arriesgando la salud de sus mariposas por mí y yo ni siquiera tenía el valor de involucrar del todo a las mías. Y eso no era justo. Porque mientras uno se tiraba a la piscina sin dudarlo, el otro daba vueltas alrededor esperando el momento adecuado para saltar.
Un suspiro de alivio escapó de mis adentros cuando mi teléfono móvil vibró un par de veces sobre la mesilla de noche. Lo cogí de inmediato para salir del apuro y leí los mensajes que acababan de llegarme. Ambos eran de mi padre y me escribía para invitarnos a mi «churri» y a mí a comer en casa esa misma tarde.
Miré a mi «churri» de reojo.
Tal vez el momento para lanzarse fuera ese.
—¿Qué pasa? —preguntó, preocupado.
«A la mierda».
—Voy contigo a la boda si te vienes a comer con mi padre y conmigo.
—¿Hoy?
—Sí.
Todas sus inquietudes se esfumaron en una amplia sonrisa. Me tendió una de sus manos para que se la estrechara.
—Hecho —prometió, firme.
—Muy bien.
Cerramos el trato con un apretón en el que nuestros pulgares empezaron a regalarse suaves caricias. Nuestras pupilas danzaron en los ojos del otro, perdiéndose y encontrándose en el verde de los campos de olivos y en el azul del mar.
Me quedé embobada.
La mirada de Oliver irradiaba tanta sensualidad que hizo que una ola de calor estallara en mi pecho y colorease mis mejillas de un tono rojizo. La sensación que me provocaba era difícil de explicar, pero no quería que dejara de mirarme así nunca.
—Di mi nombre —pidió rozando mi boca con provocación, lo que me sacó una sonrisa pícara.
—Oliver.
Los ojos se le oscurecieron.
—Me muero de ganas de escuchar cómo lo gimes —confesó en un tono de voz ronco.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Me mordí el labio inferior y le susurré al oído:
—Pues házmelo gemir.
En cuanto me apagó el cigarrillo en el vaso que descansaba sobre su mesilla y me quitó el móvil para dejarlo donde se encontraba antes, supe lo que pasaría a continuación.
—Date la vuelta —ordenó en voz baja.
Le obedecí sin rechistar y, en el momento en el que me vi reflejada en la ventana del vecino, la adrenalina se me disparó. Las manos de Oliver apretaron las mías contra el marco de nuestra ventana y su boca ronroneó contra mi oreja un «ahí quieta» que me puso la carne de gallina.
No me moví ni un solo centímetro cuando me soltó y empezó a acariciar la piel desnuda de mis costados con las puntas de los dedos mientras sus labios se amoldaban a mi cuello a un ritmo lento. Repartió besos a lo largo de mi columna vertebral conforme se agachaba para poder alcanzar mis bragas. Las deslizó hacia abajo y me dio un mordisco en una nalga.
Abrí las piernas y eché la cadera hacia atrás a modo de invitación. Su lengua la aceptó encantada, pues se alojó en mi zona íntima y ascendió pasando por mi culo, espalda, cuello..., hasta alcanzar de nuevo mi oreja. Mi cuerpo tembló durante todo el recorrido, sobre todo al sentir su pene duro empujando contra mis posaderas.
—Joder, Marina...
Escuchar mi nombre temblar en su paladar hizo que una ola de calor me recorriera el vientre y terminase de volverme loca. Sonaba tan bien..., necesitaba volver a oírlo. Acababa de convertirse en una jodida necesidad.
Deshacerme de sus calzoncillos fue casi instantáneo y restregarle el culo contra la polla una declaración de guerra. Noté en mi oído como una sonrisa pícara se abría paso en su boca, dejando escapar un suspiro ahogado que me encendió por dentro.
Quería que me follara.
Hasta que nuestro vecino se despertó y subió la persiana.
«Fuck».
Nos agachamos cubriéndonos las vergüenzas con las manos, con las mejillas coloradas y los ojos muy abiertos. «Estos jóvenes de hoy en día...», refunfuñó el anciano. Y nosotros, que teníamos los nervios a flor de piel, no pudimos hacer otra cosa que reír.
🦋
De camino a casa de mi padre, Eris y Marina se enzarzaron en una pelea que avivaba el caos que habitaba dentro de mí. Mientras una bufaba presa del pánico, la otra ronroneaba con las ilusiones revoloteándole en el estómago. Ninguna estaba dispuesta a rendirse, seguirían luchando hasta que una de las dos dejara de existir.
Era una batalla a muerte entre el miedo y la esperanza.
Y aún no sabía quién ganaría.
—Este pollo me suena mucho.
La respiración se me cortó de golpe.
Oliver miraba a Donette a través de los barrotes de la jaula con cierta confusión, intentando averiguar de dónde conocía al bicho que le picoteaba el dedo con cariño. Rezaba porque no se diera cuenta de que era el responsable de varias de sus noches de insomnio.
Tenía el consuelo de que el bicho canturreaba solo por las noches, así que no se pondría a darle el concierto en pleno viaje y yo podría conducir sin preocuparme de cómo lidiar con el cabreo de un vegano con muy mala uva.
En cuanto llegamos a nuestro destino, mi corazón amenazó con inmolarse si me atrevía a tocar el timbre. Sentía la boca seca y las manos temblorosas. El miedo me instaba a salir corriendo, pero la esperanza me hizo avisar a mi padre de nuestra llegada.
Y antes de que pudiera arrepentirme, la puerta se abrió.
He vuelto 😎
Siento mucho la desaparición, llevo desde enero con un bloqueo del que no conseguía salir y ha sido ahora cuando por fin he podido avanzar 🤧
¿Cómo habéis estado? Yo me he graduado ya, así que espero poder traeros capítulos de forma más constante 😉
En los últimos capítulos las cosas entre Oliver y Marina estaban yendo bastante bien, pero el final de este... ¿Qué creéis que va a pasar?
Os dejo varias opciones:
🦋 Que Diego delate a Oli delante de Marina.
🦋 Que Diego no diga nada al respecto durante toda la comida y luego hable a solas con Oli.
🦋 Que Oli salga corriendo para no enfrentarse a la furia de Diego ni a la decepción de Marina.
En el próximo capítulo se vienen muchas emociones 😬
Nos leemos prontito, os echaba mucho de menos ya 💚
Besoooos.
Kiwii.
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