🦋 Capítulo 50
Nuestra segunda cita.
Tenía que admitir que, después de aquella desastrosa primera cita, no creía posible una segunda. Sobre todo porque iba muy dispuesta a ponerle fin al algo tan bonito que Kenai y yo empezábamos a tener solo por el caos que arrasó mi corazón aquella noche.
Algo.
Kenai y yo teníamos un algo.
Una ola de calor azotó mi cuerpo y me hizo jadear. Mis mejillas ardían y mi estómago se retorcía ante la idea de estar en una casi relación con él. Esa fase sin nombre era solo el principio de algo mucho más grande que daría comienzo si ninguno de los dos retrocedía. Me daba miedo. Me daba miedo tener miedo porque sabía que, en cuanto lo sintiese correr por mis venas, la que daría ese paso atrás iba a ser yo.
No quería pensar mucho más en ello, así que meneé la cabeza para deshacerme de esos pensamientos y me concentré en el espejo que había adherido a la puerta interna de mi armario. Mi reflejo me mostraba con un vestido corto, por encima de las rodillas y con una pequeña abertura en el muslo, de tirantes finos, escote acabado en pico y tela lisa, coloreada de un rojo intenso que iba a juego con el carmín mate de mis labios.
A Kenai no le supondría ningún esfuerzo quitármelo luego, ni siquiera llevaba sujetador que le entorpeciese las caricias que quisiera regalarme en la espalda a lo largo de la noche. Me preguntaba si él también llevaría ropa fácil de quitar.
—Eres la alguita más bonita que he visto. —La voz de Uxía hizo acto de presencia desde la puerta de mi habitación—. Si me tocases un pinrel en el mar no saldría corriendo del asco, te lo aseguro.
Una carcajada se apoderó de mi garganta.
—Gracias, pastelito.
Cerré la puerta del armario y me senté en el borde de la cama para calzarme. En lugar de los tacones que me había recomendado mi amiga, opté por unas deportivas blancas. Quizás fuese hecha una pintillas, pero al menos iría cómoda y con la seguridad de no perder ningún diente por el camino.
Recordaba lo que pasó la última vez que llevé tacones saliendo de fiesta y la verdad era que no quería volver a pasar por algo así. Me torcí el tobillo de una forma muy fea cuando era más alcohol que persona y estuve varias semanas sin poder caminar hasta que se me curó el esguince del todo. Por no mencionar que caí de boca, no me partí los piños de milagro.
Aunque también tenía buenos recuerdos. El mejor de todos fue con el ricitos la madrugada que empezamos a desnudarnos en nuestra habitación de hotel. Mengüé cerca de diez centímetros y eso nos hizo especial gracia a los dos. Tal vez, si hubiese estado sobria, le hubiese atizado con el zapato. Aun así, nunca me había reído tanto como aquella noche.
—Por cierto... —canturreó Uxía mientras se acercaba a mí—. ¿Sabes lo que es también muy bonito?
—¿El qué?
—El nombre de Kenai.
Mis ojos taladraron los suyos en busca de cualquier gesto que me indicase que me estaba tomando el pelo. Mostraba su dentadura en una amplia sonrisa cargada de pillería y su mirada no rehuía la mía. Fue ahí cuando mi corazón dio un vuelco. No bromeaba. Decía la verdad.
«Fuck».
—¿Cómo lo sabes? —cuestioné en un hilillo de voz.
—Él me lo dijo.
—Dime que estás de coña.
—Nop —negó—, no lo estoy.
—Fuera.
Señalé la salida con el dedo índice y la expresión endurecida; tenía los nervios a flor de piel. Ella me miró con sorpresa e indignación a partes iguales.
—¿Por qué?
—Porque tienes la lengua muy suelta.
—Tranquila, no voy a decirte que se llama...
Casi se me salieron los ojos de las órbitas cuando dejó la frase en el aire mientras me miraba con esa cara de diablilla que gritaba: «ahora mismo me siento muuuuuy poderosa». Lo estaba haciendo a posta. Era consciente de que no me haría semejante putada, no obstante, sí que jugaría con la estabilidad de mi pobre corazoncito.
Kenai acababa de convertir a mi amiga en un monstruo, pero eso no era lo peor. Uxía era ahora mismo una bomba de relojería con patas. Aquel adorable ser no sabía mantener la boca cerrada cuando tenía un secreto bailándole en la punta de la lengua, se le escaparía en cualquier momento. ¿Por qué coño le había dicho su verdadero nombre? Gilipollas. Por su culpa iba a tener que mudarme lejos.
—¡Largo! —Me levanté de un salto y la empujé por la espalda hacia la salida—. ¡Vete de aquí!
—¿Te puedo decir al menos la primera letra?
—¡No!
—¿La del final?
—¡Ni se te ocurra!
—Bueno, pues una del medio.
La risa que emergía de las profundidades de su garganta era lo más parecido a la de una bruja que sabe que su maldad está teniendo el efecto deseado sobre su víctima. Disfrutaba viéndome entrar en pánico. Un gritito agudo vibró en mis cuerdas vocales cuando sus labios pronunciaron:
—Contiene la letrita...
—¡Ladra, chucho, que no te escucho! —grité con los párpados apretados y las manos en las orejas—. ¡Calla!
—Entonces, ¿ladro o me callo? Decídete...
El timbre del portero sonó y un suspiro de alivio atravesó mis pulmones. Eran las nueve en punto, seguro que Kenai ya me estaba esperando abajo.
Uxía ni siquiera se lo pensó cuando echó a correr hacia el telefonillo con la alegría de una niña que está a punto de cometer alguna travesura. Por lo menos estaría entretenida el rato que tardase en terminar de prepararme y dejaría de darme por saco con el temita del nombre. No obstante, tan rápido como la escuché saludar a mi cita, la calma abandonó mi cuerpo.
Mi queridísima amiga podía revelarle mi nombre a Kenai en un descuido y necesitaba ser yo quien diera ese paso cuando me sintiera segura —en todos los sentidos—, porque presentarle a la chica asustada y desconfiada que se escondía detrás de Eris era algo que me correspondía solo a mí. Ese momento llegaría, pero Marina debía vencer primero todos sus miedos.
No quería arriesgarme a dejarla hablando a solas con él por mucho más tiempo, así que me puse la chaqueta, tomé el bolso y corrí hacia la entrada antes de que ocurriera alguna desgracia. Me encontré a Uxía lanzándole amenazas pasivo-agresivas a Kenai en las que sus huevos eran el principal objetivo si se atrevía a hacerme daño. A pesar de lo graciosa que resultaba la escena, le colgué el telefonillo, dejé un beso en su mejilla a modo de despedida y me fui.
Bajé las escaleras con una rapidez pasmosa y estuve a punto de caerme en el penúltimo escalón de cada tramo. Mi corazón iba a mil por hora, tenía mucho calor y la garganta seca. Estaba muy nerviosa y no entendía la razón. No era la primera vez que quedaba con él y ya habíamos compartido demasiadas cosas como para que ahora la vergüenza se apoderase de mí. Al llegar a la planta baja lo comprendí.
Aquella era la segunda cita de Eris, pero era la primera de Marina.
Kenai se encontraba a unos metros de la entrada del edificio. Vestía unos vaqueros de color negro, una camiseta también negra que le quedaba tan ceñida al torso que podía apreciarse el piercing del pezón, una chaqueta vaquera de un azul oscuro en la que podríamos caber perfectamente los dos y las mismas zapatillas desgastadas de la vez anterior.
Fácil.
Muy fácil.
—Cómo sé que no te gustan las sorpresas, te voy a decir lo que va a pasar —dijo con una sonrisa ladina plantada en los labios—: voy a ser bueno y te voy a comer la boca ahora para que puedas subir a casa a arreglarte el pintalabios antes de irnos. De camino al restaurante puede que te coja de la mano, de la cintura o del culo, según me venga. En la cena, a pesar de que me gustaría comer otra cosa, me voy a comportar. Porque seré un cerdo, pero soy un cerdo decente —admitió, haciéndome reír—. Cuando estemos bailando en alguna discoteca de la zona..., lo haré muy pegado a ti —se acercó a mí muy despacio—, tanto, que podrás sentir mi estado de ánimo entre tus nalgas. Y, tal vez, cuando ya no pueda aguantar más, busque la intimidad de un rinconcito oscuro para colarme en ese vestido y recorrer cada centímetro de tu piel hasta que mis huellas dactilares se borren. —Su nariz rozó la mía y su aliento mentolado me acarició la cara, se me pusieron los pelos de punta—. ¿Alguna objeción?
Ahora tenía muchas ganas de mandar la cita a la mierda y subir con él a casa.
—Sí —susurré contra su boca—. No me agrada la idea de que te comportes en la cena.
—No creo que los camareros vean con muy buenos ojos que te suba a la mesa y te abra las piernas.
Nos pusimos colorados de la risa.
—¿Alguna más? —indagó.
—No.
—Bien.
Sus manos atraparon mi rostro y sus labios tomaron los míos con una ferocidad que me arrancó un gemido. La humedad de su lengua llenaba mi boca con movimientos rápidos pero meditados, sabía cómo hacer que me deshiciera en cada beso. El ritmo impuesto se fue haciendo cada vez más lento, menos frenético. Dejó un breve mordisco en mi labio inferior antes de separarse.
—Estás muy guapa, por cierto.
—Tú también —reconocí con una sonrisa nerviosa—. Aunque ahora tengas el aspecto de un payaso de circo.
Deslicé el pulgar sobre la sonrisa de su boca para retirarle el rojo del pintalabios. Por suerte, no se había manchado mucho.
—¿Te has quedado a gusto?
—Muy a gusto —admitió con picardía—. Ve a arreglarte ese estropicio, anda. Te espero aquí.
Besó mi mejilla y me dejó subir de nuevo a casa, dónde Uxía soltó una sonora carcajada nada más verme entrar por la puerta con los morros hechos un desastre.
🦋
Paseamos por las calles de Madrid durante más de media hora, con su mano recorriendo de manera progresiva cada uno de los puntos que había mencionado antes de besarme, las miradas de los madrileños pasando de manera fugaz sobre nosotros y su voz serena tratando de adivinar mi verdadero nombre. Mónica, Carla y Arantxa fueron algunos de los que, según él, pegaban conmigo. Y Mario, Oscar y David fueron los que, según yo, pegaban con él.
Nos habíamos prometido decir «sí» si alguno de los dos acertaba, pero cuando Kenai empezó a cantar como un pajarillo todos los nombres que le cruzaban la mente, me acojoné. Él sabía cómo me llamaba, aunque aquella información estuviese guardada bajo llave en su subconsciente. Me daba miedo que se acordase. Y en cuanto llegó mi turno me puse muy nerviosa, porque ¿y si daba justo en el clavo? Por suerte, nuestro juego acabó en el instante en el que llegamos al restaurante.
Me llevó a un buffet libre de comida oriental. Mis ojos hicieron chiribitas al ver la variedad de sushi que había en las bandejas. Kenai me había invitado a cenar mi plato favorito y ya no sabía si mi estómago brincaba por el hambre o por lo feliz que me hizo que se acordase de que adoraba aquel delicioso manjar. Dejamos las cosas en la mesa que nos indicaron y cada uno fuimos a por nuestra cena.
Al regresar lo hice con el plato a rebosar de sushi. Kenai ya se encontraba sentado en la mesa, esperándome con unos tallarines con bambú y unas gyozas de verduras que tenían muy buena pinta.
—Vas a dejar a la Sirenita sin amigos —comentó él.
—Les daré una buena sepultura aquí dentro —dije dando un par de palmadas sobre mi tripa mientras tomaba asiento—. No sufras.
«No sufras».
Kenai era vegano.
«Mierda».
—Lo siento —murmuré.
—¿Por qué?
—Porque supongo que esto es como hacerte ser testigo de un crimen.
—Anda, boba —rio—. Come lo que quieras.
Arqueé una ceja.
«Lo que quiera».
—Lo que yo quiero comer ha decidido comportarse esta noche.
Me pisé el talón de la deportiva derecha y saqué el pie para después comenzar a deslizarlo por una de sus piernas, de abajo arriba y de arriba abajo. Una sonrisa se curvó en sus labios cuando mi pulgar rozó su rodilla y volvió a descender, muy muy despacio, hasta su tobillo, dónde me topé con un obstáculo duro que no supe identificar.
Los ojos de Kenai se abrieron mucho y sus manos atraparon enseguida mi pierna, apartándola de aquella zona con una risa nerviosa atascándole la garganta. Fruncí el ceño.
—¿Pasa algo? —pregunté, confundida—. ¿No te gusta?
—El problema es que me gusta demasiado —susurró en un tono sugerente que logró opacar su nerviosismo—. Eris, tenemos toda la noche para meternos mano. Ahora disfruta del sushi, de mí..., de esto. ¿Vale?
—Joder, perdona.
—Pero, ¿por qué?
—Porque no sé estar en una cita contigo sin pensar en tu polla en pleno apogeo.
El ricitos retuvo una carcajada que acabó saliéndole como un ronquido. Me contagió la risa durante unos segundos en los que ni siquiera respiré, sin embargo, la preocupación que sentía era mucho más fuerte.
Estaba demostrando que lo único que rondaba por mi cabeza era el momento en el que los dos estuviésemos desnudos en la cama y que la cita no era más que un mero protocolo. Me frustraba no estar siendo capaz de cumplir sus expectativas.
Kenai se levantó de su asiento y se acuclilló a mi lado para ponerme de nuevo la zapatilla. Sus dedos acariciaron la piel desnuda de mi tobillo y un cosquilleo me cruzó las entrañas en el instante en el que empezó a atarme los cordones. Tenía los nudillos calientes.
—La estoy cagando, ¿verdad? —suspiré.
—Claro que no.
—No sé hacer esto.
—Prometí enseñarte, ¿no?
—Sí.
Apretó el nudo de un tirón, besó mi rodilla con cariño y luego volvió a su sitio. Mi corazón latía muy rápido.
—¿Qué te parece si nos seguimos conociendo? —propuso—. Háblame más de ti.
—No.
—¿No?
La forma en la que me miró me encogió el pecho. Tenía miedo, miedo a que saliera corriendo. Podía verlo danzar en sus pupilas. Pero no lo haría. Así que me armé de valor y empecé a enfrentar mis temores uno a uno:
—Ahora me toca a mí conocerte.
Su rostro se iluminó y las taquicardias más dulces se apoderaron de mi corazón.
—Está bien —asintió, sonriente.
—¿Qué hay detrás de esos ojos aceitunas?
—Malas decisiones.
Ladeé la cabeza con curiosidad y esperé a que siguiera hablando. Él respiró hondo y prosiguió.
—Durante toda mi vida he ido saltando de una decisión de mierda a otra. La primera que tomé fue cuando tenía quince años. Decidí irme de casa porque mi padre había cambiado a mi madre por otra mujer.
Me temí lo peor.
—¿Tu madre...?
—Paula era drogadicta —respondió con la tristeza instalada en su voz—. Estaba intentando desengancharse y un día..., simplemente desapareció. Tenía solo doce años la mañana que desperté y la vi marcharse sin decir adiós.
—Kenai...
—Estoy bien —aseguró—. Me están ayudando a buscarla.
Abrí la boca con la intención de darle ánimos, no obstante, me arrepentí. No sabía qué decirle. Quizás un: «seguro que la encontrarás», fuese demasiado. Una cagada monumental. Habían pasado muchos años, ¿qué posibilidad había de que dieran con ella ahora?
Tragué saliva y traté de buscar una alternativa para que no pensase que era una insensible de mierda a la que le importaba un comino todo. Busqué cerca y la encontré.
Mi mano recorrió con torpeza la mesa hasta alcanzar la suya, dónde mis dedos temblorosos se entrelazaron a los de él con fuerza. Kenai me mostró una cálida sonrisa al percatarse y acarició mi piel con el pulgar en un gesto tranquilizador.
—La segunda decisión de mierda que tomé fue cuando conocí a Rafael —continuó, ahora un poco más animado—. Acabé en comisaría por su culpa. Me cargó a mí el muerto y salió corriendo, el muy sinvergüenza. Esa noche decidí que le seguiría al fin del mundo si fuera necesario, nunca volvimos a separarnos.
—¿Y por qué fue una mala decisión? —indagué.
—Porque lo perdí todo. A mi familia, a mis amigos, a mi novia..., todo. Él me ayudó muchísimo cuando me quedé solo y también me arrastró a hacer cosas que nunca habría hecho de no haberle conocido. Pero nada fue culpa suya.
Le di un suave apretón a falta de palabras. No era una novedad que no se me diese bien consolar a las personas y me sentía un poco impotente. Kenai se estaba abriendo en canal para mí y no podía siquiera decirle un..., no sé, algo.
—Sigo estando bien —me aclaró al darse cuenta y me guiñó un ojo—. Las cosas se han ido arreglando. Me he reconciliado con mis amigos, con mi padre y estoy a punto de arreglarlo con el resto de mi familia.
—¿Y tu exnovia?
—Se ha convertido en una buena amiga, no sé qué haría sin ella. Quizás pudrirme en el calabozo de alguna comisaría.
Asentí con la cabeza y me esforcé para que las palabras de Minerva no volviesen a joderme la noche. Eran buenos amigos, no pasaba nada.
—Y la tercera decisión de mierda que tomé fue cuando decidí...
Se calló.
Me miró y se calló.
Su semblante alegre se volvió serio y juraría que se aguantaba las ganas de echarse a llorar. No tenía ni idea del dolor que podría haber detrás de aquella mala decisión, pero estaba claro que no le iba a insistir. Así que le pedí que me hablase más de su relación con Rafael mientras cenábamos. Me contó algunos de los líos en los que se habían metido juntos por pintar las calles con spray y lo mucho que se divertían trabajando codo con codo en un taller mecánico.
Tuvimos un pequeño debate sobre si el grafiti era arte urbano o vandalismo. Empezamos con opiniones opuestas y acabamos coincidiendo en un mismo punto. Había una gran diferencia entre ambos términos y lo que Kenai hacía era arte, no vandalismo. Porque él no pintaba garabatos sin sentido, él pintaba de verdad. Me pregunté cuántos de los murales considerados ilegales que había visto por Madrid serían de su autoría y enseguida quise que me los mostrara todos.
Al terminar de cenar, fuimos en busca de nuestras chuches veganas favoritas.
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal las clases? Yo estoy hasta arriba de exámenes, así que si algún día no me veis por aquí, es porque estoy haciendo la estudiación como si no hubiese un mañana 🤧
¿Qué os ha parecido el capítulo? Se me ha alargado un poco, pero creo que ha merecido la pena 😌
Aquí todos amamos a Uxía, ¿verdad? Es la cosita más adorable que he escrito 🥺
La tercera decisión de mierda de la que hablaba Oli..., creo que todos sabemos cual es. Ha estado a puntito de decirlo, pero no se ha atrevido 😤
En el siguiente capítulo tendremos la segunda parte de la cita y veremos al muchacho con el que nuestra querida Marina se quiso pelear por culpa de un cubata, ¿os acordáis? 🤭
Besooos.
Kiwii.
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