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🦋 Capítulo 5

Eris.

—¿Qué te han dicho en el médico? —le pregunté a Uxía en cuanto me acordé de que hoy tenía la cita.

Nos encontrábamos en el salón comiendo, hacía unos minutos que la rubia había llegado de clase y no se la veía con muy buena cara para lo alegre que solía ser. Había acudido al ambulatorio en la mañana y lo único que me había dejado por mensaje es un "voy corriendo al instituto, luego te cuento".

Era muy estudiosa y se negaba a perder días de clase, le había visto acudir estando mala con las anginas. Incluso hace unas semanas, cuando fue su cumpleaños número veintiséis, se negó rotundamente a soltar los libros para celebrarlo tranquilamente conmigo, aunque luego se tomó un descanso para comer tarta y hacer el canelo en el salón con la música que salía en aleatorio de nuestro reproductor.

—Me han mandado una ecografía, la tengo la semana que viene —contestó apenada—. Eso es mala señal, ¿verdad?

—No, es una forma de dar un diagnóstico más seguro. Tú tranquila.

Uxía respiró aliviada y me mostró una muy radiante sonrisa en sus labios que logró reconfortarme al completo. Amaba como trasmitía sus emociones y como las contagiaba con tan poquito, aquella era una de las muchas cosas que me hacían verla con ojos de enamorada empedernida. Pero a ella no le gustaban las mujeres en el mismo sentido que a mí, así que poco podía hacer al respecto. Siempre sería mi asíntota, una que no me gustaría perder nunca.

Tan pronto como empecé a pensar en asíntotas, se me vinieron a la cabeza el resto de líneas y curvas con las que bautizaba las relaciones sobrantes, más concretamente las tangentes. Kenai comenzó a adueñarse de mis pensamientos con el paso de los segundos hasta que solo era capaz de vislumbrarle a él, a su burlesca expresión, su voz suave y su manso carácter.

¿Por qué narices se había tenido que mudar al edificio que estaba al lado del nuestro? ¿Y por qué justo en el piso que daba con el nuestro? Compartíamos la pared de nuestras habitaciones y eso no hacía más que quitarme las ganas de entrar en mi cuarto. Era tan estúpida algunas veces, que estaba segura de que dormiría en el sofá si se empeñaba en tocarme los ovarios.

—Marina, ¿estás bien? —inquirió mi amiga en un tono preocupado.

—Sí, ¿por?

—Llevas un rato linchando a ese huevo. —Señaló mi plato.

Descendí la vista hasta este, viendo las pocas judías verdes que me quedaban y el huevo cocido atravesado tropecientas veces por mi tenedor; había acabado deshaciéndolo sin darme cuenta. Dejé caer el cubierto y bufé con exasperación mientras que me restregaba la cara con insistencia.

«Estoy acabada».

—Hay una tangente viviendo en el piso de al lado, en el otro edificio —comenté estresada.

—No me jodas —expresó con sorpresa; su boca se había quedado abierta—. ¿Cuál?

—La de Okmok.

—¿Al que le pusiste el nombre del novio de la Barbie?

—¿Qué? —Arrugué la nariz.

—Ken.

«Ah».

—Kenai —corregí.

—Oh, como el oso.

—¿Qué oso? —Fruncí el cejo.

Cada palabra que salía de su boca me descolocaba más.

—¿No has visto "Hermano oso"?

—No. —Negué con la cabeza.

Se llevó la mano al pecho mientras su boca se abría más y un sonido de indignación salía de sus adentros.

—¿Y de dónde sacaste el nombre?

—De una cerveza. —Me encogí de hombros.

—¿Hay una cerveza? —Sus ojos casi se le salieron de las cuencas—. ¡La necesito!

—La puedes encontrar en Alaska o en Okmok.

—Me tienes que llevar a probarla, pero no sin antes ver la película —imploró haciendo un puchero y yo asentí entre risas—. Bueno, ¿y qué pasa con Kenai?

—Pasa que no le quiero ver ni en pintura.

—¿Por qué? Tal vez podáis haceros amigos.

No, claro que eso no podía suceder. Por algo lo llamé "tangente", para asegurarme de que a esas personas las vería una vez y luego no me las volvería a encontrar. Aquello no podía pasar, iba en contra de mi método y de la clara estructura que tenía en mi cabeza sobre el mismo. El objetivo que tenía con eso, era evitar que me rompieran el corazón otra vez como lo hizo mi ex al ponerme los cuernos con otra tía, no quería tener que enamorarme otra vez de ninguna chica ni de ningún chico; Uxía era la excepción porque era inalcanzable y era mi amiga.

Tal vez se podía denominar miedo al compromiso, al amor, a las personas, a volver a sufrir lo mismo una segunda vez, no lo sabía. Lo único que sí sabía era que no iba a arriesgarme a ello, estaba divinamente tal y como estaba en ese momento, viviendo mi vida a mi manera y exprimiendo mi sexualidad como me daba la real gana. No iba a atarme a nadie de nuevo, antes muerta.

La razón por la que no quería tener ningún tipo de contacto con Kenai era porque ya había sentido algo cuando estuve con él. Ese tipo despertó una puñetera mariposa en mi estómago que me había estado dando por culo por bastante tiempo, y yo solo quería acabar con ella de una vez por todas, matarla, vomitarla, lo que fuera. Había estado dormida durante meses en mis entrañas, creí haberme deshecho de ella, pero fue ver sus ojos verdes y volver a sentir el aleteo. El ricitos tenía el poder de hacerme caer, de arruinarme la existencia y de romperme el corazón si lograba que el sentimiento que había nacido en mi ser, creciera.

Hasta me había desmontado toda mi teoría en menos de dos segundos diciendo que las paralelas y las asíntotas podían encontrarse en el infinito. Incluso se iba a atrever a hacer lo mismo con la que lo identificaba, pero no le dejé. No quería escucharlo. Aquello solo me dio más motivos para mantenerme alejada.

Kenai tenía el poder de destruirme en sus manos.

—Por el método tangencial, ¿recuerdas? —le dije llevándome unas cuantas judías a la boca—. No le voy a dar ninguna oportunidad, no insistas. No hay excepciones.

—Pero no puedes estar así eternamente, Marina.

—¿Qué no? Solo observa.

—Pienso que deberías darte una segunda oportunidad —aconsejó—. No todo son corazones rotos, encontrarás a alguien que lo haga latir.

—Para eso ya estoy yo —objeté—. Cederle el control de los latidos de tu corazón a alguien es arriesgarte a que este deje de latir.

—Tienes razón —admitió—, pero es algo que debemos sufrir hasta dar con la persona correcta.

—Uxi, pastelito mío, estoy muy bien sola.

Mi amiga suspiró, dándose por vencida, y luego siguió comiendo. Sabía que no lo hacía a malas, que solo quería que fuese feliz al lado de una persona, pero lo cierto es que no necesitaba a nadie para sentirme bien. Uxía era una chica muy pastelosa, le iba lo romántico, las cursilerías y soñaba despierta imaginando distintas continuaciones a los finales de películas y libros pertenecientes al romance.

Ambas habíamos tenido males de amores, pero lo sobrellevábamos de maneras distintas; la rubia lloraba durante semanas y después se recomponía estando segura de que encontraría al chico de sus sueños, yo me cagaba en todo lo cagable y pasaba de esperar algo que para mí no existía. Éramos muy diferentes en ese aspecto y, la verdad, es que la admiraba. Le habían hecho mucho daño en innumerables ocasiones y siempre le quedaba la esperanza de encontrar a ese alguien especial, sin importar cuantas veces más le tirasen al suelo.

Ella se levantaba resplandeciente y proseguía su camino, en cambio, yo ya hacía bastante tiempo que me había quedado ahí tirada a la bartola, siendo la piedra con la que la gente que entraba a mi vida tropezaba.

Luego de haber terminado de comer, Uxía se encargó de lavar los platos; se negó a que le ayudara porque yo había hecho la comida en su ausencia. Se lo agradecí enormemente porque lo cierto es que seguía estando cansada y tenía el sueño suficiente como para poder permitirme una siesta antes de tener que irme a trabajar en la noche otra vez.

Así que no me demoré, me dirigí a mi habitación con pies de plomo y me dejé caer panza arriba en la mullida cama. Me arropé con una manta y me abracé a la almohada. Al cerrar los ojos, escuché un gruñido que me hizo abrirlos y arrugar el ceño. Provenía del otro lado de la pared. ¡Oh, por favor! ¿En serio se le podía escuchar? Eso iba a ser un problema.

Cierto recuerdo cruzó mi mente, mis mejillas ardieron y el endemoniado aleteo de la mariposa que habitaba en mi estómago hizo acto de presencia.

«Me mato».

Tenía una cosa muy clara, y era que no iba a permitir que se quedara viviendo en mi interior por mucho más tiempo.

🦋

Salí de los vestuarios de los trabajadores ya con el uniforme del personal de enfermería puesto; lo primero que quería hacer antes que nada era preguntar por las víctimas del accidente de tráfico que tuvo lugar ayer, saber cómo se encontraban, si estaban graves, leves, se les daría el alta pronto o deberían de quedarse unos cuantos días. En el instante en el que me crucé con Sonia, no dudé en preguntarle por si tenía alguna noticia al respecto.

—Hola, Sonia. ¿Sabes algo de los heridos del accidente de anoche?

—Hola, sí. La mujer y la niña se encuentran estables, en un par de días volverán a casa —contestó con alegría—. El chico está peor, le operaron de urgencia de las cervicales. Pero ha sufrido una lesión cerebral grave y no ha despertado desde entonces. Ha entrado en coma.

—No me jodas...

—Sí, tiene muy mala pinta. —Suspiró abatida—. No sé yo si saldrá adelante.

—¿Está en la UCI?

—Así es.

—Vale, dile a Marta que enseguida me reúno con vosotras. Dadme cinco minutos —pedí.

—Pero no tardes. Hay mucho que hacer.

Tras asentir con la cabeza, me encaminé hacia la Unidad de Cuidados Intensivos para poder ver el estado en el que se encontraba el muchacho. Cuando llegué y pude ver desde la puerta su cuerpo postrado en la camilla siendo monitorizado. Estaba conectado a todo tipo de máquinas por una centena de cables y vías, tenía un collarín que le mantenía el cuello erguido, un tubo en la boca que le proporcionaba el oxígeno que no le llegaba, rasguños, golpes y hematomas por su rostro y brazos. Estaba destrozado.

Me entristecía pensar que aquello lo había provocado una rueda en mal estado. Kenai había tenido la suerte de salir casi ileso teniendo en cuenta que estaban en el mismo vehículo. No tardé en relacionar el coche que estaba en peores condiciones, ese que tenía un agujero en el parabrisas, con ellos dos. Visualicé al muchacho saliendo disparado a través del cristal y enseguida se me puso la carne de gallina.

¿Es que acaso no llevaba el cinturón puesto? ¿Cómo narices había salido proyectado de esa manera hasta agujerear esa zona? Si solo hubiese tenido puesto el cinto de seguridad, habría podido estar en mejores condiciones y, posiblemente, consciente. ¡Y todo por una rueda!

No sabía exactamente lo que había pasado en ese accidente, estaba presuponiendo demasiado, pero era obvio que él había acabado fuera de su asiento y sobre el capó del coche. La gravedad de sus heridas me lo decían y encajaba con el estado en el que se encontraba la carrocería.

Había sido todo un milagro que, tanto Kenai, como la madre y su hija, estuvieran bien dentro de lo que cabía; me pasaría a visitarlas más tarde, al menos para sacarle una sonrisa a la niña que, seguro, que estaba muy asustada por todo lo sucedido. No podía evitar verme reflejada en ella, aunque por suerte había salido todo bien.

Me aliviaba saber que no había habido ninguna víctima mortal, aunque aún no era tarde para que el contador marcase un uno. Temía por la vida de ese chico. Yo no podía hacer gran cosa, pero esperaba, de todo corazón, que abriera los ojos y se reencontrara con su amigo.

Holi, ¿cómo estáis? Espero que bien 🥰

Ya habéis podido ver que las paredes de estos dos granujillas son de papel y se escucha hasta el más mínimo ruido. No diré más 🌚

¿Qué pensáis de los personajes? Os estaré leyendo y respondiendo por aquí 👀

Besooos.

Kiwii.

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