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🦋 Capítulo 47

Kenai.

El sonido de la ducha me despertó y dio paso a un desmesurado e insoportable dolor de cabeza. Mi rostro se arrugó en una mueca agónica y un «au» casi afónico salió de las profundidades de mi garganta al presionarme la frente con el talón de la mano, gesto que hice como si pudiese frenar de alguna forma la deshidratación que el alcohol le había provocado a mi cerebro. Tenía el puto desierto del Sáhara ahí dentro y casi podía sentir a mis neuronas suicidarse.

Acaricié la cama vacía con el brazo y mi corazón sufrió un momentáneo infarto al recordar lo que ocurrió anoche: mi pequeño gran caos rompió a llorar mientras la besaba. La idea de haber hecho algo en contra de su voluntad me iluminó la mente como un relámpago y enseguida se me puso mal cuerpo. Me daba miedo pensar en la posibilidad de haberla obligado a hacer algo que no quería.

Me senté en el borde del colchón, me tallé los ojos con la intención de aliviar los alfileres que parecían estar clavándome en las córneas y suspiré. Tenía que hablar con Eris al respecto, no era algo que pudiese dejar pasar porque sabía que el estado en el que acabó no fue cosa de una borrachera. Había algo más. Algo que desconocía y que empezó a afectarle cuando regresé a nuestra cita después de mi llamada con Sabrina. Y debía averiguarlo.

Tras cambiarme de ropa y ponerme una mucho más cómoda, me dirigí al salón y me senté en el sofá a esperar a que Eris terminase de ducharse. La suave melodía que creaban las gotas de agua chocando contra la bañera, inundaba toda la casa y era muy relajante, pero pronto mis pensamientos empezaron a hacer más ruido.

Le eché un vistazo a mi tobillo desnudo de forma inconsciente.

Tenía algo pendiente que hacer.

Y ya no quería hacerlo.

«Maldita sea...».

Me había emborrachado a conciencia para decirle la verdad. Busqué las fuerzas que no tenía en el alcohol, sabiendo que era posible que no las encontrase. Pero las encontré. En el culo del décimo botellín de cerveza las encontré. Y me duraron lo suficiente para dar el paso, al menos, hasta que las perdí en la boca de Eris.

Cuando quise darme cuenta, el agua dejó de caer. Y cuando miré hacia el cuarto de baño, me encontré con unos ojos marinos que asomaban, tímidos, por detrás de la puerta. Me observaban con tristeza, vergüenza y miedo. Muchísimo miedo.

—Hola —murmuró.

—Hola.

—Tenemos que hablar.

«Tenemos que hablar».

Eso no sonaba bien.

Eris salió envuelta en una toalla y se acercó a mí muy despacio, dejando a su paso las huellas húmedas de sus pies. Se paró frente a mí, respiró hondo y se deshizo de aquello que arropaba su cuerpo desnudo. Uno de mis bóxers de color negro era lo único que vestía, el resto de su piel estaba cubierta por una fina capa de agua que me moría por secarle a lametazos. Diminutas gotitas resbalaban por sus pechos y temblaban en las puntas de sus pezones erectos.

«Madre-mía-del-amor-hermoso».

—Esto es lo único que te puedo ofrecer. —Su débil voz me sacó de mi embobamiento—. Hace tiempo que solo proyecto frío y nunca podré devolverte todo el calor que me das, porque soy sexo descarnado y no sé lo que hay más allá de eso.

—Eris...

—Lo siento.

Las lágrimas se le amontonaron en las pestañas y mi estómago se retorció dolorosamente bajo el eco de sus sollozos. En el momento en el que me levanté del sillón demasiado dispuesto a decirle que se equivocaba mientras la estrechaba entre mis brazos, todos y cada uno de sus músculos se tensaron, sus piernas retrocedieron y su mirada me lanzó una amenaza disfrazada de advertencia.

Ahí supe que habíamos vuelto al punto de partida.

No me iba a dejar acercarme a ella.

—No sé lo que hay más allá del sexo —recalcó.

—Pues déjame enseñártelo.

Le extendí la mano con la palma hacia arriba y aguardé a que se animara a darme una de las suyas, las cuales había empezado a retorcerse con bastante fuerza; estaba muy asustada. Me aguanté las ganas de frenar aquella tortura, sabía que si la tocaba saldría corriendo. Tenía que ser ella quien diera el siguiente paso.

Sus ojos miraron mi mano con recelo y el ceño fruncido, no atreviéndose del todo a bajar la guardia y enfrentarse a su mayor miedo: querer y dejarse querer.

Unos segundos después, llenó sus pulmones de aire y los vació con lentitud a la vez que relajaba su musculatura. Paró de hacerse daño en las manos y tomó la mía con una tembladera que dejaba a la vista todos sus temores. El contraste de su piel fría con la mía, mucho más cálida, me puso los pelos de punta.

Tragué saliva.

Acerqué mi mano libre hacia su rostro y Eris se alejó un poco como acto reflejo, no obstante, mantuvo nuestro pequeño agarre intacto. Continué aproximándome, cada vez más despacio, hasta que las yemas de mis dedos rozaron su mejilla y acabaron amoldándose a ella. Lo siguiente que hice fue atraerla a mi pecho y presionar el lateral de su cabeza contra mi corazón.

Quería que escuchara lo rápido que latía, quería que supiera que latía así por ella y quería que entendiera que era exactamente eso lo que había más allá del sexo: las taquicardias más dulces.

—Esto es lo que puedo ofrecerte yo —susurré—. Un corazón dispuesto a latir al ritmo del tuyo y con demasiado calor como para sudar solo. Porque soy amor, Eris. Amor del bueno.

En cuanto sus brazos se abrazaron con firmeza a mi torso, me lancé.

—Te quiero.

Rompió a llorar.

«Mierda».

Todo tenía que salirme mal, ¿por qué?

Estaba asustado y muy nervioso. No sabía si la había vuelto a cagar o no, al menos, no hasta que el tono quebrado de su voz me pidió lo siguiente:

—Repítelo.

—Te quiero.

—Otra vez.

—Joder, te quiero... —gemí, aliviado.

Eris me apretó con fuerza y yo la correspondí rodeándola con mis brazos; mi ropa absorbió toda la humedad que quedaba en su cuerpo. Nuestro abrazo no duró mucho más de cinco segundos porque era consciente de que aquellas muestras de cariño tan invasivas la agobiaban, por eso, en cuanto la sentí removerse con incomodidad, dejé un beso sobre su cabeza y le di su espacio.

Tenía los pómulos sonrojados y apenas cruzaba la mirada conmigo, parecía darle vergüenza algo que no terminaba de captar. Me provocaba muchísima ternura.

—Yo también te... eso.

—¿Qué? —reí.

—Que te...

Apretó los párpados y soltó un gruñido cargado de frustración. Sus manos tomaron con rapidez una de las mías y la pusieron sobre su pecho, pero no para que le masajease una teta como anoche, sino para que sintiera los latidos de su corazón. Iban a toda hostia.

Enseguida lo comprendí. Era su forma de decirme que también me quería.

—Te eso —repitió.

—Lo sé.

Sujeté su carita con suavidad y le limpié las lágrimas con una sonrisa tonta plantada en los labios. Sus dedos se enredaron en la tela de mi camiseta y tiraron de ella un poco hacia abajo mientras una de sus piernas subía hasta ponerse a la altura de mi cadera, pidiéndome que la aupara.

Una risilla traviesa atravesó mi garganta sin permiso, aunque el comportamiento de Eris seguía dándome más ternura que otra cosa. La levanté del suelo, haciendo que sus muslos rodeasen mi cintura y sus brazos mi cuello, y me senté en el sofá con ella encima.

Nuestras frentes cayeron la una contra la otra y las puntas de nuestros dedos regalaron caricias a la piel del otro, las suyas a mi mandíbula y las mías a sus costillas. Eris se estremecía bajo mi tacto y lloraba en silencio.

—¿Estás bien? —quise saber—. Me tienes acojonado, Eris.

—Es que me duele...

—¿El qué?

—El corazón.

Se sorbió la nariz.

—¿Quién te ha hecho daño en el corazón?

—Minerva —respondió en un tono ahogado—. Estaba ayer en el bar.

Me sonaba ese nombre. Y también me sonaba haberme chocado con una chica muy antipática esa noche.

—¿Tu ex?

—Sí —asintió—. Me dijo muchas cosas. Entre ellas, que no valía para que me quisieran, que solo valía para follar. Y, joder, yo no quería que perdieses el tiempo intentando querer a alguien que no da más de sí.

Sus ojos llorosos conectaron con los míos y su rostro se arrugó en una mueca que dio paso a un llanto desconsolado. Verla tan destruida me hacía hervir la sangre. De repente tenía muchas ganas de hacerle una visita a esa bruja.

—Deja que sea yo quien decida dónde y cómo perder el tiempo.

—Kenai... —sollozó—. No me importa si tienes a otra chica a la que dar cariño, lo nuestro puede ser únicamente... carnal.

—¿Otra chica? Eris, por favor...

—Escúchame —insistió—. Solo sé follar, querer se me da de pena.

—¿Y qué? A mí querer se me da muy bien —aseguré—, pero ¿follar? Follar se me da como el culo, Eris.

Ella se rio con cierta tristeza.

—No follas tan mal —negó.

—Tus dos estrellas y media no dicen lo mismo.

—Cállate.

Me dio un golpecito en el pectoral y trató de esconder la sonrisa que había conseguido sacarle a pesar de las lágrimas que seguían recorriendo sus mejillas sin tregua.

—Eh —llamé su atención y me humedecí los labios—. ¿Qué te parece si yo te enseño a querer y tú me enseñas a echar polvos merecedores de cinco estrellas?

Una sonora carcajada raspó en su garganta y asintió varias veces con la cabeza, no sabiendo si lo que quería era continuar llorando o reírse hasta quedarse afónica. Su boca cerró nuestro trato atrapando la mía en un beso tan íntimo que me arrebató un gemido mudo.

La tumbé sobre las plazas libres del sofá y me acomodé entre sus piernas, besando sus lágrimas saladas, sus ojos hinchados y sus labios agrietados. Ella me quitó la camiseta y recorrió mi torso, tratando de devolverme ese cariño, incluso llegó a detenerse en mi pecho para sentir el bombeo de mi corazón en la palma de su mano.

Perdí la cuenta de todas las caricias que repartí por su cuerpo hasta que la frialdad de su piel fue absorbiendo la calidez de la mía y de las veces que le susurré al oído: «no llores, cariño», «estoy aquí», «me tienes», «soy tuyo» y «te quiero».

Esa mañana la mimé.

La mimé hasta que dejó de llorar.

La mimé hasta que su corazón dejó de doler.

La mimé hasta que volvió a morderme por pesado.

🦋

Tenía los dientes de Eris clavados en el hombro, haciendo juego con la marca del bíceps de la vez anterior, y una sonrisa de oreja a oreja difícil de borrar.

Ella se había marchado después de desayunar porque debía cubrir el turno de mañana de una de sus compañeras de trabajo. Me costó un poco despedirme de ella, todavía la notaba bastante rota y no quería que se fuera de mi lado. ¿De verdad me había dicho que podía estar con otra chica? Quería abrazarla durante todo el día hasta que se le quitase esa tontería de la cabeza, aunque eso significase acabar con el cuerpo lleno de mordiscos. Los coleccionaría si hacía falta, me daba igual.

Terminé de enfundarme el localizador de nuevo en el tobillo y esperé asomado a la ventana de mi cuarto a que el policía que susurraba a los agapornis llegase para asegurarse de que había sido bueno durante su larga ausencia. Y digo larga porque llevaba sin verle desde que me pilló con Eris en casa y sin la tobillera puesta.

En ese tiempo estuve recibiendo visitas de un oficial mucho más malhumorado. Mis bromas ni siquiera le hacían gracia, al contrario, las interpretaba como un desafío a la autoridad y ya me había amenazado con atizarme con la porra por «chulito», cómo él me llamaba.

Eché un vistazo a los pisos de mi alrededor, en busca del condenado pájaro que tanta guerra me había dado. Sin embargo, todo estaba en silencio. No me gustaba pensar en su súbita muerte, pero...

«Descansa en paz, Piolín».

—Pedazo bocado tienes en el brazo —habló una chica a mi izquierda—. ¡Ah, y en el hombro! Uhmmm, noche de pasión, eh...

La amiga de Eris se encontraba apoyada en el alféizar con una sonrisa pilla plantada en la cara. No pude evitar reírme.

—Hola, Uxía. ¿Cómo estás?

—Déjate de protocolos, necesito el chisme. La muy sinvergüenza no me ha querido contar nada y estoy que me subo por las paredes. Desembucha. ¿Qué hicisteis ayer?

—Fuimos a tomar algo al Atlantis.

—¿Y...?

—Y... ¿qué? —Arqueé una ceja.

—¿Os habéis dicho ya los nombres?

Chasqueé la lengua y negué con la cabeza, borrándole todo rastro de ilusión.

Jolines, macho —se quejó—. Mira, yo así no puedo vivir. Dame la exclusiva, ¿cómo te llamas?

—¿Cómo se llama tu amiga?

—Eso que te lo diga ella.

—Pues nada, que te diga ella mi nombre cuando lo sepa.

—¡Nooooooo! —lloriqueó—. Eres malvado.

Me encogí de hombros como diciendo «es lo que hay, maja» y ella me hizo un puchero, aunque no muy tarde su expresión cambió de forma radical a una algo más seria. Me analizaba con cierta desconfianza. No entendía por qué.

—Entonces, ¿os lo pasasteis bien? —interrogó.

—Muy bien.

—Uhmm...

—¿Qué? —Achiqué los ojos.

—No te voy a mentir, no estoy aquí solo por el chisme. Hoy, a mi alguita ma... —carraspeó con la garganta—, a mi alguita oceánica, la he visto un poco triste. Así que hay algo en ese «muy bien» que no me cuadra. Por no hablar de que Eris solo muerde cuando le haces algo que no le gusta y ahí veo dos mordiscos bien dados. Así que empieza a cantar, pajarito. ¿Qué le has hecho a mi amiga?

Parpadeé varias veces con la boca abierta, perplejo.

—A ver..., no es lo que piensas.

—Pues cuéntame lo que ha pasado antes de que vaya allí y te ponga los huevos de corbata —amenazó.

«Joder».

—La cita iba genial, de verdad. Estuvimos tomándonos unas cervezas y hablando de buen rollo —expliqué—. Pero tuve que salir un momento a atender una llamada y parece ser que la tía esa con nombre de bruja de película Disney apareció para tocarle los ovarios a Eris.

—Espera, espera, espera. ¿Con bruja te refieres a...?

—A Minerva, sí.

Su gesto se endureció.

—Le dijo cosas muy feas y estos mordiscos son porque me he pasado con los arrumacos —finalicé—. La he agobiado.

—Esa arpía... —maldijo entre dientes—. Mala cagalera le entre, que le salgan almorranas como puños de labriego y no se pueda sentar en un mes.

—Amén.

—Siento haber pensado mal de ti.

Meneé la cabeza, quitándole importancia.

—Tranquila.

—Eso sí, como la hagas llorar una sola vez, te arranco los pelos de las pelotas uno a uno. ¿Entendido?

Me mordí el labio inferior y traté de reprimir una carcajada, sin éxito. Uxía arrugó el entrecejo.

—¿De qué te ríes? —cuestionó, ofendida.

—De que los tengo depiladitos.

La escandalosa risa de la muchacha resonó por todo el patio interno, contagiándomela en el acto. Era muy graciosa, parecía un cerdito con un silbato atragantado.

—Bueno, tú ándate con ojo —advirtió alejándose de la ventana—. Te dejo, que tengo que estudiar.

—Uxía.

—Dime.

Mi sonrisa se ensanchó.

—Me llamo Oliver.

Sus ojos se abrieron de par en par, sus pulmones se llenaron de aire y mis oídos se resintieron ante el agudo chillido «fangirl» que afloró de su interior.

¡Holi! ¿Cómo estáis? 🥰

Siento mucho la tardanza, quise echarme una siesta de media hora y acabaron siendo dos, así que no me dio tiempo, me agobié y tuve que dejarlo. No quería publicaros algo con lo que no estuviera contenta. 🤧

¿Qué os ha parecido el capítulo? No sé vosotras, pero yo quiero un Olibonito en mi vida. 🥺

¿Cómo pensáis que les irá ahora a nuestros dos intensitos? Está la situación un poco delicada...

Hablemos del «TE ESO» de Eris, POR FAVOR. ¡SONRÍO COMO TONTA YO SOLA!

¿Dónde se habrá metido el policía wue susurraba a los agapornis? 🤔

¿Y Uxía? Uxía tiene la lengua muy suelta, ¿se le escapará el nombre de Oli en presencia de Marina? 👀

En el próximo capítulo tendremos noticias de papi Juan. Tiene varias cosas que decirle al respecto y creo que os va a poner sensibles...

Besooos.

Kiwii.

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