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🦋 Capítulo 44

—¿Va todo bien?

No, no lo iba.

Una hora antes de salir de casa contacté con Miguel para que me cubriese mientras estuviese fuera por si la policía quería saber de mí. Le dejé muy claro que me llamase solo en caso de emergencia y... ¡me estaba llamando! Acababa de meterme en un buen lío.

Mi corazón bombeaba sangre tan rápido que podía sentir mis venas arder presas del pánico. La vibración del móvil se sincronizó con la tembladera de mi mano y no tenía ni puñetera idea de lo que hacer. No quería descolgar porque eso significaba que tendría que cagarla con Eris dejándola plantada, pero debía hacerlo para que mi insensatez no me costase más años de cárcel.

«Mierda, mierda, mierda...»

Empezaba a sudar como un pollo.

—Kenai. —Su voz me golpeó como un balde de agua fría—. ¿Ocurre algo?

—Tengo que contestar —dije levantándome de un salto—. Ahora vuelvo.

Las entrañas se me retorcieron.

«Sabes que no vas a volver».

—Vale. —Sonrió, aunque la veía preocupada.

Traté de darle una sonrisa tranquilizadora, pero era tal mi nerviosismo que acabó convertida en una mueca. Carraspeé con la garganta para hacerla pasar desapercibida, me puse mi chaqueta y caminé rápido hacia la salida del bar. Una vez fuera, me alejé unos cuantos metros del lugar y respiré hondo; buscaba el valor suficiente para afrontar aquella situación, sin éxito.

Apreté los dientes y me alboroté los rizos, soltando alguna que otra maldición que me ayudaba a descargar la tensión acumulada en mi cuerpo. Caminé sin rumbo de un lado a otro mirando la pantalla y, después de varios segundos de agonía, descolgué el teléfono.

«Venga, tú puedes».

—Miguel, ¿qué pasa?

—Te dije que si volvías a saltarte el arresto te crujía.

Fruncí el ceño.

Ese no era Miguel.

—¿Sabrina?

—La misma —confirmó—. Mira, voy a ser buena y te voy a dejar elegir. Moya quiere desenredarte los intestinos de un puñetazo y Chirimoya tiene una fijación especial por tu napia. ¿Por cuál te decantas?

Tragué saliva; daba miedo cuando nombraba a sus bíceps.

—Eh... ¡Miguel! ¡Prometiste no contarle nada!

—Lo siento, Oli —le escuché a lo lejos—. Es que ha venido y..., ¿sabes que puede llegar a ser muy persuasiva cuando se lo propone?

—¡Claro que lo sé! Estuvimos saliendo durante... —me quedé en silencio—. Espera..., ¿de qué forma dices que te ha persuadido?

La manera que tenía de hacerlo solía ser... bastante sugerente y algo provocadora. Su voz cambiaba a una más suave y dulce, sus movimientos eran más lentos y meditados, e incluso sabía exactamente dónde tocar y qué decir para hacerte perder los estribos.

Recordaba a la perfección cómo logró convencerme de que le hiciese tortitas cada domingo para desayunar y pensar en mi inocente calabacita siendo víctima de uno de sus numeritos me hacía mucha gracia. Me lo imaginaba tartamudeando en un tono muy agudo y soltando cosas en élficos sin ningún sentido.

—Pues...

—¡No cambies de tema! —chilló ella—. Oliver, primer aviso: vuelve aquí ahora.

—¿Ha llamado la poli o algo?

—No, pero...

—¡Joder, Sabri, tía! —exclamé con molestia—. He estado a punto de escupir el corazón por tu culpa.

—¡Oh! Y lo escupirás, créeme —canturreó—. Cuack se encargará de eso como no estés aquí en menos de diez minutos.

—¿Quién es Cuack?

—Mi pata izquierda.

Su pata.

—Eres de lo que no hay.

Suspiré y dejé caer mi trasero sobre el bordillo de la acera. Se me disiparon las fuerzas del inmenso alivio que me había dado asimilar que no estaba en problemas y que no iba a tener que ser un cabrón con Eris para salvar mi pellejo. No sabía lo que habría sido de nosotros si las cosas hubiesen sucedido al revés. No quería ni pensarlo.

Ahora que no tenía más mierdas de las que preocuparme y estaba un poco más tranquilo, podía regresar a nuestra cita y seguir conociéndonos como acordamos. Aunque aún seguía con cierta espinita clavada en el pecho. Me costaba respirar cada vez que me acordaba de lo embustero que había sido con ella, pero es que no quería meterla en líos.

Por aquel entonces veía muy buena idea mantenerla al margen de todo porque la evitaría problemas, sin embargo, ya no lo tenía tan claro. Las cosas habían cambiado, antes no me importaba mucho lo que pasara entre nosotros, me daba igual lo que pensara de mí porque lo único que sentía por ella era pura atracción sexual y quería hacer mi arresto más ameno; me divertía chincharla.

Eris no tenía por qué saber nada de mí.

Luego empecé a sentir otras cosas al verla por la ventana, el estómago se me ponía del revés y se retorcía ante el desastroso cosquilleo que me provocaba mirarla. Me di cuenta de que no era un simple encoñamiento y que me estaba enamorando de verdad de una persona a la que apenas conocía. Acabé queriéndola y odiaba tener que herirla.

Había llegado el momento de saber el uno del otro y yo no estaba preparado para decirle la verdad.

—¿Por dónde vas? —preguntó Sabrina al otro lado de la línea.

—¿Cómo que por dónde voy?

—¿Estás viniendo a casa?

—No.

—¡Oliver!

—No me voy a ir todavía —negué.

—¿Estás de coña? —rio sin gracia—. ¿Has vuelto a perder algún tornillo o qué?

—¿Pero aún le quedan tornillos? —intervino Miguel.

Ignoré sus comentarios y me restregué la cara, frustrado. Debía ser sincero con ellos y decirles dónde me encontraba en realidad, porque Miguel se creía que estaba en el hospital visitando a Rafael y Sabrina habría confiado en las palabras de nuestro amigo sin pensar en que podría haberle mentido.

—Estoy en una cita —confesé—. Con Eris.

Murmullos y quejas medio afónicas era lo único que podía escuchar. Mis dos amigos se sumieron en una pequeña pelea en busca del mentiroso.

—¡Oliver! —gritaron al unísono.

Tuve que alejarme el móvil del oído.

—¿Qué? Me vais a desgastar el nombre.

—¿Por qué me has mentido? —cuestionó el pelirrojo, ofendido.

—Porque si te hubiese dicho la verdad no me habrías dejado salir de casa.

—En primer lugar, no debería haberte dejado salir en ningún caso —comentó Sabrina—. Eres un egoísta, Oli, puedes buscarle un problema a Miguel y a ti te la suda.

—Tranquilízate, no ha pasado nada.

—¿Qué me tranquilice? Deja de comportarte como si todo te diera igual. Esto es serio —me riñó—. A veces pienso que las cosas serían mejor si Rafa y tú nunca os hubieseis conocido.

Arrugué el entrecejo; no me gustó cómo sonó eso.

—¿Qué quieres decir?

—Que Rafael ha sido una mala influencia para ti —respondió—. Mírate, antes no actuabas así.

Una presión asfixiante se apoderó de mi pecho.

—No digas tonterías —susurré.

—¿Tonterías? —repitió; su voz cada vez sonaba más rota—. Si él se tira de un puente tú irías detrás sin dudarlo, ¿me equivoco?

No sabía qué decir, así que me quedé callado mientras trataba de que las lágrimas que amenazaban por desbordarse no cayeran. No llevaba bien que hablasen así de Rafa, no me gustaba que lo tratasen como el malo. Él estuvo para mí en los peores momentos, me ayudó a buscar a mi madre, me dio la mano cuando más lo necesitaba y juntos salimos a flote.

Nos convertimos en hermanos.

Éramos familia.

—Te he sacado mil veces de comisaría, Oli —sollozó—. He ido a verte al hospital en innumerables ocasiones cuando te hacías daño por seguirle el juego. ¿Hace falta que te recuerde por qué se acabó lo nuestro? Sin quererlo me arrastrabas contigo, igual que Rafa te arrastraba a ti.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas.

—Me estás haciendo mucho daño, Sabri.

—Tenía que hacerlo —se excusó—. Alguien tenía que decírtelo.

Me sorbí la nariz y me aparté la humedad del rostro con el dorso de mi mano libre. Abrí la boca en varias ocasiones para decir algo al respecto, pero las palabras no me salían. Se quedaban atrancadas a mitad de camino e iban haciéndose bola, creando un pesado nudo en mi garganta que dolía.

—Cuando regreses no estaremos aquí —informó—. No quiero que me salpique más mierda, ya tuve bastante. Y no voy a permitir que le hagas lo mismo a Miguel. ¿Vale?

—Vale —asentí, destrozado.

—Y Oli.

—Dime.

—Si realmente quieres a esa chica, dile la verdad y vuelve a casa —aconsejó—. Empieza a hacer las cosas bien.

Los ojos se me empañaron y al primer parpadeo las lágrimas descendieron de nuevo.

—Adiós, Oli.

—Sabri —la detuve.

—¿Si?

—Lo siento —me disculpé, adolorido—. Os quiero mucho.

—Nosotros también te queremos.

Mantuve el teléfono móvil contra mi oreja hasta que el pitido que me indicaba que había colgado la llamada se coló por mi canal auditivo. Acto seguido y sin poder remediarlo, las ganas de llorar se intensificaron, arrugando mi rostro y cortándome la respiración hasta que, después de unos instantes, salió todo fuera.

Estaba destruido, me dolía cada célula y las sentía morir en mi interior. Los pulmones me escocían cada vez que inhalaba, algo me molestaba dentro del pecho y mis entrañas se retorcían arrebatándome quejidos que salían temblorosos de mi boca.

Nunca una verdad me había dolido tanto, Sabrina tenía razón en muchas cosas: Rafa era una mala influencia para mí y yo lo era para Miguel, nuestra ruptura fue un daño colateral causado por todas las tonterías que hacía y mi actitud había cambiado bastante desde que Rafael apareció en mi vida. Debía adaptarme a su modo de vivir si quería sobrevivir y no quedarme solo. Pensar así de él me mataba porque no era un mal chico, pero no podía negarlo.

Encogí las rodillas y escondí la cabeza entre ellas, viendo como las gotitas de agua salada que brotaban de mis lagrimales colisionaban contra el suelo. No tenía ni la menor idea de lo que hacer, si quedarme o irme. Me sentía perdido y acordarme de que Eris me esperaba dentro del bar alteraba mi ritmo cardiaco.

Tarde o temprano iba a tener que romperle el corazón.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰

El capítulo de hoy ha sido algo más cortito que los anteriores, pero han pasado varias cosas que han dolido un poquito. ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? Dejo pañuelos por aquí por si acaso. 🤧

¿Qué creéis que hará Oli? ¿Se irá o se quedará?

¿Qué opináis de lo que ha dicho Sabrina?

En el próximo capítulo toca romper a Marina, y para ello tendremos que soportar la indeseada visita de cierta personita. 👀

Besooos.

Kiwii.

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