🦋 Capítulo 41
Eris.
Olía a él.
No podía despegar la nariz de su camiseta, su aroma estaba impregnado en cada hilo y ya había perdido la cuenta de los minutos que llevaba esnifándolo. Era jodidamente adictivo, me tenía hechizada. Ni siquiera había sido capaz de fumar. No quería opacar su perfume con el del tabaco, lo arruinaría.
Se me ponía la piel de gallina ante la sensación fantasma de sus caricias en mi espalda y se me aceleraba el pulso al recordarle tan cerca de mí. Aún sentía el calor que irradiaba su cuerpo, escuchaba su voz colarse en mis oídos y notaba sus mullidos labios haciendo presión contra los míos, como si de algún modo siguiera conmigo.
Las mariposas de mi estómago volaron y mi corazón se embaló presa del pánico. Aquel agradable cosquilleo se entremezclaba con el miedo que seguía teniendo atorado en el pecho, haciendo que las órdenes en mi cerebro se contradijeran. Había una parte de mí que insistía en salir corriendo, pero ya estaba harta de huir.
Ya había vivido congelada mucho tiempo.
Era hora de derretir el hielo.
Quería sentir su calor.
—Bueno, ¿vas a decirme de quién es esa camiseta?
Pegué un brinco en la silla al escuchar hablar a Uxía; ella se encontraba a mi lado, sentada en un sillón mientras le administraban la quimioterapia por vía intravenosa. Sus ojos me analizaban con introspección, como si quisiese averiguar lo que ocultaba la rojez de mis mejillas y la inquietud que me abordó al procesar su pregunta.
No le había contado nada al respecto porque no tenía ni la más mínima idea de cómo saldrían las cosas entre Kenai y yo. Aún seguía siendo un poco inestable, no sabía si nos iría bien o si nos acabaríamos odiando al día siguiente. Quería mantenerlo en secreto hasta que estuviera segura del rumbo que tomaría nuestra... ¿relación? Joder, definirlo así era acojonante.
—Mía —contesté.
—¿Desde cuándo?
—Esta mañana.
Achicó los ojos.
—Anoche estuviste con una tangente —recordó—, pero siempre madrugas para irte antes de que despierten, jamás te has quedado a desayunar y nunca te llevas nada que les pertenezca. En cambio, hoy eran las once de la mañana cuando te he llamado, has llegado en menos de dos minutos a casa con un zumito y una barrita vegana entre manos y una camiseta que apesta a colonia de tío. ¿Sabes lo que creo?
Dejé de respirar; era demasiado observadora.
—Que no estuviste con una tangente cualquiera —continuó con una sonrisilla traviesa plantada en la cara—. Encontraste la tapita, ¿verdad?
Tragué saliva.
—Pues...
—¡Lo sabía! —prorrumpió—. ¡Estuviste con Kenai!
—Sí, pero...
—¡Madre mía! Cuéntamelo todo, ¿os habéis dicho los nombres?
Mis músculos se tensaron y mi pecho comenzó a pesar.
—Eh..., no.
—¿Sois novios?
—Uxía...
—¿Vais a serlo?
—¡Por Dios, deja de agobiarme! —grité.
Mi amiga se quedó en completo silencio y con los ojos abiertos de par en par, sorprendida por cómo había reaccionado. Los pacientes que nos acompañaban en aquella sala de hospital se giraron a vernos algo molestos y yo no pude hacer otra cosa que hacerme pequeñita en el sitio, avergonzada.
Nunca le había levantado la voz así a nadie y mucho menos a Uxía; era muy sensible y cualquier cosa hacía que se le escapase la lagrimilla. Me sentiría un monstruo si se ponía a llorar por mi culpa. Ella todavía me observaba atónita y sin saber qué hacer o decir, sus labios formaron un puchero y una punzada de arrepentimiento me cruzó el estómago.
«Ay, no».
—Perdón por gritarte, Uxi —me disculpé—. Yo solo...
—No, perdóname tú —dijo un tanto desanimada—. Me he dejado llevar por la emoción.
—Es que... hace mucho que no me involucro emocionalmente con alguien y se siente... raro —confesé—. Necesito ir despacio, Uxía. Aún hay muchas cosas que me aterran y el compromiso es una de ellas. No sabe mi nombre ni yo el suyo, no somos novios y no sé si llegaremos a serlo, ¿vale?
—Vale, lo entiendo. Pero...
—¿Pero...? —suspiré.
—¿Me cuentas el chisme?
Uxía me sonrió algo tímida y yo respiré hondo.
—A ver...
—¡Bien! —exclamó con alegría—. Ojalá tener un gran cuenco de palomitas ahora mismo... Bueno, venga, cuenta. ¿Qué ha pasado?
Imaginármela comiendo palomitas mientras le relataba lo sucedido me arrebató una carcajada a la que ella se unió enseguida. Estaba segurísima de que si estuviésemos en casa ya se habría ido derechita a la cocina a preparárselas como la vez anterior. No obstante, nos encontrábamos en el hospital y no había nada que Uxía pudiera comer a no ser que estuviese dispuesta a vomitarlo después; el tratamiento le provocaba náuseas y siempre lo recibía con una bolsa de papel bajo el brazo por si acaso.
Me removí con incomodidad en el sitio y me preparé mentalmente para contarle lo que tanto deseaba saber. Era inevitable que los nervios no me abordasen en momentos como ese. Estábamos hablando de mí, del caos con patas que no le gustaba aferrarse sentimentalmente a ninguna persona y que ahora iba a arriesgarse a ello pese a todas las consecuencias que su cabeza sopesaba a modo de advertencia.
Nunca pensé que volvería a tener una conversación así con alguien. La última vez que hablé sobre la persona que me gustaba fue cuando conocí a Minerva hacía ya muchos años atrás. Le hablaba a mi padre de ella a todas horas y cuando comenzamos a salir juntas lo celebró como si nos hubiésemos casado. El día que lo dejamos, Minerva no solo me rompió el corazón a mí, también se lo rompió a mi padre. Él supo pasar página, en cambio, yo me quedé estancada.
Carraspeé con la garganta y me armé de valor.
—Pues que me he dado cuenta de que... eso. Ya sabes, que le... eso.
—¿Qué le quieres? —Arqueó una ceja.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
—Digamos... que es la única persona que me pone.
—A la Marina borracha no le importó decir que le quería... —recordó sonriendo de oreja a oreja.
—Pues a la Marina sobria le pone.
—Y le quiere.
Ante aquella afirmación no dudé en asesinarla con la mirada. Pocas veces le decía alguien que le quería y aún me costaba asociar aquella palabra a Kenai, era extraño pensar en él de esa forma.
—Vale, te pone —se corrigió—. Prosigue.
—Fui a su casa, le pedí disculpas y...
—¿Y...?
—Acabamos en la cama.
—Oh...
Me lanzó una mirada picarona.
—Durmiendo —aclaré.
—Ah.
—Ya.
Mentiría si dijera que anoche no le tenía ganas. ¡Por favor! Si desde el instante en el que me metió en su casa y me besó de aquella forma tan íntima estaba que babeaba, y no precisamente por la boca. Lo último que quería hacer con él esa noche era dormir. Aunque debía admitir que no me disgustó la idea, la experiencia resultó ser bastante buena. Kenai respetó mi espacio y no me agobió durante el rato que estuve recostada sobre su pecho, me sentí más cómoda a su lado de lo que esperaba y lo repetiría sin problema.
—Pero lo más importante: ¿eres feliz? —inquirió.
—Creo que sí —reí, nerviosa.
—Pues si tú eres feliz, yo también lo soy, alguita.
Uxía me tomó la mano y le dio un suave apretón, lo que aproveché para alzársela y dejarle un beso en el dorso. Tras mostrarme otra de sus alegres sonrisas, volvió la atención a su teléfono móvil. Había estado pendiente de él desde que fui a recogerla esa misma mañana y no sabía muy bien qué era lo que la tenía en ese estado ansioso.
Le eché un rápido vistazo a la pantalla y vi que se trataba de su madre. Sus dedos vacilaban sobre el teclado, borrando y reescribiendo un mensaje que no se atrevía a enviar. Quería hacerles saber a sus padres lo que le pasaba y le estaba costando un poco.
—Llámala —aconsejé.
—¿Y qué pasa si...?
—Estoy aquí contigo.
Mi amiga me miró y luego asintió. Marcó su número de teléfono y se llevó el dispositivo al oído a la espera de que lo descolgase. Tras un par de segundos, la voz de su madre se adentró en nuestros oídos pronunciando el nombre de Uxía con un tono cargado de emoción; parecía estar al borde del llanto, echaba de menos a su hija.
—Hola, mamá —sollozó ella—. Tengo que contarte algo.
Hablaron por más de media hora y, en cuanto la vi sonreír, supe que todo había salido bien.
🦋
Nada más acabar la sesión de quimio que debía recibir Uxía esa mañana, decidimos ir a comer a un restaurante cercano para no tener que cocinar, pues salimos un poco tarde. Pasamos el día juntas dando un paseo por Madrid, cerca del estudio de tatuajes que visitamos la vez anterior. Mi amiga lo negaba, pero yo estaba convencida de que quería ver a su ser amado, aunque fuese solo desde el escaparate. Luego, conforme se acercaba la noche, me fui directa a trabajar y no regresé a casa hasta pasadas las cinco de la madrugada, cuando terminó mi turno en el hospital.
Entré en mi habitación de puntillas y cerré la puerta para no despertar a mi rubia favorita, aún era muy pronto para que se levantase antes de marcharse al instituto y no quería molestarla. Dejé mis cosas sobre la cama y saqué un cigarrillo de la cajetilla que guardaba en uno de los bolsillos de mis pantalones junto con el mechero. Me quité la camiseta de Kenai para no ahumarla, quedándome en sujetador, y abrí la ventana para fumar.
Encendí el cigarro y le di la primera calada.
—Buenos días, canija.
Mi corazón pegó un vuelco.
Había olvidado lo mucho que echaba de menos su presencia mientras fumaba. Se encontraba con los brazos apoyados sobre el alféizar y una de sus mansas sonrisas plantada en la cara. Iba sin camiseta, podía ver el piercing relucir en su pezón, su cabello estaba alborotado y mantenía sus ya características ojeras bajo el verde olivo de sus iris.
—¿Qué haces despierto a estas horas? —pregunté.
—Llevo toda la noche escuchando a un pájaro piar y no he pegado ojo.
Me puse rígida.
«Donette».
Le eché un vistazo al bichito emplumado que dormía plácidamente en la jaula. Donette era un pájaro de lo más peculiar, le gustaba cantarle a la luna más que al sol en las mañanas. Los días que estuvo enfermo no dio mucha guerra, pero ahora que se había recuperado... ¡La madre que lo parió!
—¿Sabes de algún vecino que tenga pájaros? —interrogó—. Tengo ganas de asesinar a alguien ahora mismo y el dueño de ese pajarraco me parece una buena forma de empezar en el mundillo del crimen.
—Eh...
Volví a mirar a Donette.
«Hoy te ceno, pollo del demonio».
—No —mentí—. No tengo ni idea.
Kenai soltó un suspiro y se restregó el rostro, cansado. Sabía que le costaba conciliar el sueño porque me lo había dicho en alguna ocasión y porque sus marcadas ojeras lo dejaban entrever, así que haber contribuido indirectamente a que no pudiese dormir me hacía sentir un poco mal.
Aparté la mirada de él, haciéndome la inocente para no acabar muerta a manos de un vegano irritado, y me concentré en el humo que entraba y salía de mis pulmones. Podía verse como los rayos de luz propios del amanecer se alzaban sobre nuestras cabezas, dejando el cielo en un tono anaranjado de lo más bonito y cubriendo mi rostro con su cálido manto.
Le di una calada al cigarrillo.
—¿Sabes? —susurró el ricitos—. Me recuerdas mucho al mar.
El humo se me fue por mal sitio y empecé a toser como loca.
—¿¡Qué!?
—Veo el mar en ti, en tus ojos —señaló—. Justo ahora.
Su mirada me tenía atrapada, no era capaz de mover ni un solo músculo.
Al mar, le recordaba al jodido mar.
—¿Por qué?
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Un día soñé algo que..., no sé.
Negó repetidas veces con la cabeza y miró hacia abajo.
El corazón me iba a mil por hora, la respiración se me atropelló en la tráquea y las ganas de salir corriendo adquirieron más fuerza. ¿Es que había escuchado todo lo que dije aquel día? Fuck... Debía cambiar cuanto antes el rumbo de la conversación si no quería que se le vinieran más cosas a la cabeza. Él pensaba que se trataba de un simple sueño y quería que eso siguiese así.
Tragué saliva.
—¿Haces algo ahora? —quise saber.
—Supongo que intentaré dormir un poco, ¿por qué?
—Por si te apetecía pasar un buen rato... conmigo.
Alzó una de sus cejas y me enseñó una sonrisa ladeada.
—Estoy muy cansado, canija.
—¿Y esta tarde?
Kenai se rio.
—No creo que...
—¿Esta noche? —insistí—. Puedo pasarme por tu casa antes de irme a trabajar y...
—Eris, no me malinterpretes —interrumpió—. Me encanta el sexo y más si es contigo, pero también me gustaría hacer otro tipo de cosas.
Parpadeé un par de veces, atónita.
—¿Cómo cuáles?
—Conocerte, por favor —respondió con cierta súplica—. Dijiste que me dejarías conocerte.
Me mantuve unos segundos en silencio pensando en ello mientras el cigarrillo se consumía por sí solo entre mis dedos. Tenía razón, se lo dije y lo iba a cumplir. Si quería intentar algo con él tenía que hacerlo bien. Quizás una de esas cosas en las que dos personas quedan para saber más la una de la otra fuese un muy buen comienzo para aprender a bajar la guardia.
Mordí el interior de mi mejilla.
—¿Conoces... el bar Atlantis? El que está en...
—Sí, lo conozco —afirmó.
—¿Te parece si...? Bueno, solo si quieres. No estás obligado a aceptar ni nada, es que..., a ver... ¿Quieres que..., no sé..., nos veamos allí mañana sobre... las once de la noche?
El ricitos me observó incrédulo y yo reí con nerviosismo.
—¿Me estás pidiendo una cita, Eris?
—Eso parece.
Asintió en aprobación sin creerse todavía lo que le acababa de proponer.
—Pues allí nos vemos, canija.
—Vale.
—Hasta mañana —se despidió.
—Adiós, qué descanses.
Me guiñó un ojo y volvió dentro de su habitación. Nada más desaparecer de mi vista solté todo el aire contenido en mis pulmones, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba reteniendo la respiración. Kenai y las mariposas en mi estómago iban a acabar con mi pobre corazoncito.
Donette canturreó, captando mi atención.
«Se te acabó la juerga, capullo».
Cogí la jaula entre mis brazos y me la llevé a la cocina para evitar que me buscase más enemigos.
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal os está yendo el verano? Yo cada día que pasa me muero más de calor, poco me falta para irme a vivir al congelador. 🤧
En el capítulo de hoy hemos podido ver a una Marina algo más tranquila, ¿qué os ha parecido?
¿Qué creéis que sucederá en la cita?
¿Creéis que Oliver recuerda todo lo que le dijo Marina estando él inconsciente?
En el próximo capítulo tendremos una charla entre Marina y su padre cuyo tema principal será nuestro querido Oli bonito. ¿Qué creéis que se dirán? 👀
Besooos.
Kiwii.
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