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🦋 Capítulo 37

Eris.

Llegué a casa agotada, el turno de mañana del hospital estuvo bastante movidito y ahora me caía del sueño. Lo único que me sostenía en ese momento era mi cigarrillo desestresante de antes de comer y la compañía de cierto pajarillo, mi padre me lo había traído para que lo cuidase en su ausencia después de darme la mala noticia.

Habían intentado matar a Donette.

Diego intentó contactar conmigo durante toda mañana para hacérmelo saber, tenía el móvil con varias llamadas perdidas suyas y me asusté bastante porque él se sabía de memoria mis horarios de trabajo y siempre me llamaba cuando tenía un rato libre. Esa vez no fue así y solo podía significar que algo iba mal.

La denuncia estaba puesta, aunque los dos sabíamos que no iban a hacer nada al respecto por falta de pruebas, la única solución que le dieron fue la de no volver a llevarlo a comisaría. Viviría conmigo hasta que las cosas se calmasen.

No paraba de darle vueltas, habían atiborrado a Donette a azúcar y estuvieron a punto de quitárselo de en medio. ¿Qué clase de ser sin corazón sería capaz de hacer algo así? Estaba que trinaba de la rabia. La única que tenía vía libre para incordiar al pajarraco era yo y con actos inofensivos que no pusieran en riesgo su vida. Solía darle pipas y comérmelas yo antes de que su piquito las alcanzara, lo que acababa con un picotazo cargado de mala uva en alguno de mis dedos. Donette y yo llevábamos una relación de amor-odio bastante peculiar, pero nunca le haría daño y tenía claro que el culpable se las vería conmigo.

—Alguita —habló Uxía desde la entrada de mi cuarto, sacándome de mis pensamientos—. He pensado que podríamos comer por ahí, quiero salir un ratito de casa. ¿Te apetece?

Uxía había estado varias horas en el Hospital de Día para recibir otra sesión de quimioterapia esa misma mañana y le vendría muy bien moverse un poco para despejarse, no obstante, yo estaba reventada, los párpados se me cerraban cada cierto tiempo y temía no llegar despierta al restaurante.

No sería la primera vez que me quedaba dormida sobre el plato, Uxía aún tenía fotografías de aquella vez que enterré la cabeza en una sopa de verduras. Estuve a punto de ahogarme, los fideos se me metieron por la nariz.

—¿Te parece si salimos mejor a merendar o a cenar? Tengo que echarme antes un ratito la siesta —comenté.

—Sí, sin problema.

Antes de marcharse de vuelta al salón, me dedicó una de sus radiantes sonrisas.

Le di una calada al cigarrillo y expulsé el humo por la ventana mientras acariciaba al bichito emplumado con el dedo índice. Se encontraba envuelto en un trapito a modo de nido dentro de la jaula y se le cerraban los ojitos ante mi tacto. Me resultaba raro verle tan decaído, seguro que le dolía la barriga. Esperaba que se recuperase pronto y poder verle bailotear de nuevo, e incordiarle, claro.

Un bostezo se apoderó de mi boca antes de que pudiera aspirar de nuevo la nicotina, aunque este no tardó en cortarse de sopetón ante el estridente ruido de unas persianas subiéndose y una ventana abriéndose con energía.

«Fuck».

—No abras la ventana —se quejó la voz de Kenai en la lejanía.

—Y una mierda —respondió una chica—, hay que ventilar esto, guarro.

—Necesito que esté cerrada, Sabri.

—No, necesitas darte una ducha —corrigió—. Hasta aquí me llega el tufillo a rechazo, anda a frotarte con la esponja, hombre.

Las neuronas de mi cerebro se despertaron todas de golpe y comenzaron a funcionar a una velocidad de vértigo, lo que provocó que estuviese durante unos segundos moviéndome en el sitio sin saber muy bien hacia donde correr. No estaba preparada para que su ventana se abriese y eso había hecho que cundiera el pánico en mi interior.

Apagué el cigarro en el cenicero con una tembladera que casi logró que chamuscase el escritorio y cerré la ventana con tanta fuerza que el cristal vibró. Aquello me alertó más porque era muy probable que se hubiesen percatado de que yo andaba cerca y no estaba precisamente equivocada, pues no tardé en escucharlos hablar.

—Qué mala hostia tiene la Eris, ¿no?

—Te dije que no la abrieras, joder —le riñó Kenai.

Con el corazón latiendo desbocado en mi pecho y los nervios a flor de piel, hui de allí despavorida. Oír al ricitos tan molesto por haber sentido mi presencia, me estrujaba las tripas de una manera que se me antojaba dolorosa. Ser consciente de que ya no me soportaba, me dolía.

—¡Uxía, vístete! —grité recorriendo el pasillo—. ¡Nos vamos!

🦋

Luego de unos minutos de trayecto y una hora dando vueltas por las calles en busca de aparcamiento, al fin encontramos un hueco libre justo enfrente del restaurante italiano al que mi amiga quería ir; tenía antojo de un buen plato de espaguetis con setas y no dudó en canturreármelo durante todo el camino en coche, su felicidad era inmensa. No sabía cómo podía gustarle eso, a mí no me entusiasmaba nada esa combinación, adoraba la pasta, pero odiaba las setas.

Eché el freno de mano y me recosté en el asiento soltando un suspiro de cansancio. Miré a mi rubita favorita, quien se encontraba sumergida en la pantalla de su teléfono móvil desde hacía un buen rato. Parecía que algo le había hecho caer en un bajón del que no conseguía aflorar.

—¿Qué te pasa?

—¿Crees que debería decirles a mis padres lo de...? Bueno... —murmuró—. Es que..., sabes lo complicada que es mi relación con ellos y..., no sé. Quizás no les interese.

—Llámales —aconsejé—. Son tus padres y, a pesar de vuestras diferencias, creo que lo mejor es que sepan lo que te está pasando.

—Vale.

Bloqueó la pantalla, se guardó el móvil y bajó la visera parasol de su lado para mirarse en el pequeño espejito que había adherido a ella. Se colocó el pañuelo de un rosa claro que envolvía su cabeza, quitando alguna arruga de la tela y ajustándoselo para que no se le moviera. El tratamiento que tenía que seguir ya había empezado a dejarle alguna que otra calva, pues le estaba empezando a crecer el pelo de manera desigual.

Una vez que se vio lista, subió de nuevo la visera, me sonrió y salió del coche dispuesta a devorar su tan ansiado plato de pasta con setas. Lejos de querer hacerla esperar, la imité, cerré el coche y ambas pusimos rumbo hacia la entrada del restaurante; las tripas me rugían exigiendo alimento, estaba hambrienta.

Antes de que pudiésemos cruzar el umbral de la puerta, a Uxía le llamó la atención algo que se encontraba a nuestra izquierda, pues clavó los talones en el suelo y se quedó muy quieta mientras miraba algo a lo lejos. Siguiendo la trayectoria de su mirada, me topé con un estudio de tatuajes al que no le veía nada en especial. Al menos, no hasta que leí que hacían tatuajes solidarios para mujeres con cáncer de mama.

—¿Podemos entrar un momentito ahí? —preguntó señalando el local.

—Sí, claro.

Casi ni esperó a saber mi respuesta, reanudó la marcha sin mí. La primera en llegar y abrir la puerta del lugar fue ella, sin embargo, algo en el interior hizo que se arrepintiese enseguida y se diese la vuelta para regresar por dónde había venido. Al hacerlo, se chocó conmigo.

—¿Qué haces? —inquirí, confundida.

—Irme, ¿no lo ves? Vámonos.

—Pero ¿por qué?

Uxía insistía en hacerme retroceder, sin éxito.

—Hay un chico guapo —susurró.

—¿Y?

—Sabes lo nerviosa que me pongo en presencia de los chicos y más cuando son guapetes. ¡Vámonos!

—Pero querías entrar —recordé.

—Volveré otro día.

Miré por encima del hombro de mi amiga hasta que el chico joven que se encontraba tras el mostrador haciendo algunos dibujos entró en mi campo de visión. Tenía el pelo rizado y amarrado en un moño alto, sus rizos suplicaban ser liberados. Sus ojos eran tan claritos que su color verdoso podía apreciarse desde donde me encontraba. Era alto, delgadito, con músculos definidos y lucía barba de unos cuantos días.

Era guapo, sí.

Estaba pendiente de nosotras y del numerito de Uxía, tenía una mirada y una sonrisa de extrañeza plantada en el rostro.

—Nos está mirando —informé.

—¿¡Qué!?

—Ya no hay vuelta atrás, entra.

—No, no, no, no...

La agarré por la muñeca y me escabullí dentro del estudio con ella. Conforme nos acercábamos al mostrador, más nos sonreía el muchacho y más nerviosa se ponía mi amiga, pues notaba cómo hacía su mayor esfuerzo para deshacerse de mi agarre lo más disimuladamente posible. Ya empezaba a hacerme daño. ¡Me estaba pellizcando, la muy asquerosa!

En el instante en el que llegamos a nuestro destino, Uxía dejó de pelear.

—Hola, chicas —nos saludó él con alegría—. ¿En qué puedo ayudaros?

—Eso te lo dirá ella —avisé señalando a Uxía con un leve movimiento de cabeza.

Le solté la muñeca y me aparté un poco de ellos, sentándome en un sillón cercano a la espera de que mi amiga terminase lo que había venido a hacer allí. No obstante, ella no volvió a hablar, parecía que ni siquiera respiraba, solo observaba al chico que tenía enfrente con cara de susto.

—Dime —le animó.

—Hola, chico —murmuró Uxía.

Él la sonrió.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—Lo que quieras.

—¿Qué? —cuestionó el chaval.

—Lo que quieras hacer por mí.

—Bueno, dime qué quieres que haga y ya veré —rio.

El rostro de Uxía pasó por todos los tonos rojizos habidos y por haber, pero no arrancaba, así que decidí echarle un cable.

—Hemos visto lo del tatuaje solidario y mi amiga quería informarse —expliqué.

—¡Ah! —exclamó—. Pues mira, consiste en la reconstrucción del pezón y la areola de forma totalmente gratuita a mujeres que han sufrido una mastectomía de mama, ¿hace cuánto te operaron?

—Unos días.

—Vale, ¿quieres ir pidiendo cita para que te lo haga?

Los ojos de Uxía se abrieron mucho y sus mejillas llegaron al rojo más intenso que existía.

—¿Hacerme el qué?

—El tatuaje —aclaró él.

—Ah, claro.

—¿Te... pido la cita entonces?

—No.

—¿No? —repitió, confundido.

—Me falta la teta.

Me golpeé la frente con la mano.

—Pero podemos esperar a que te hagan la reconstrucción del pecho —dijo él entre risas.

—Ah.

—Bueno, mira. Te voy a dar este folleto para que te lo pienses y si decides hacértelo solo llama al teléfono que pone ahí.

Se lo entregó y Uxía, con las manos temblando, lo tomó y le echó una ojeada.

—¿Me vas a tatuar tú? —quiso saber.

—¿Quieres que te tatúe yo?

—No, digo sí, digo... a ver...

—A ver —volvió a reír.

—Tú hazme lo que quieras.

El muchacho soltó una sonora carcajada, siendo consciente ya de lo nerviosa que estaba la chica con la que hablaba.

—Bueno, tú llama a ese número y pregunta por Bruno.

—¿Quién es Bruno?

—Yo soy Bruno.

—Ah —articuló—. Vale, adiós.

—Adiós, guapa.

Uxía y yo dejamos de respirar al mismo tiempo; le había escuchado llamarle guapo antes y acababa de devolvérselo. Bruno le guiñó un ojo como despedida y, en cuanto me levanté del sillón, nos dirigimos a la salida del estudio.

Una vez fuera, mi amiga pudo respirar tranquila. Fui a hacerle un poquito de rabiar por lo que había pasado allí dentro, pero ella me lanzó una mirada amenazante que me lo impidió.

—Ni una. Sola. Palabra —advirtió—. O...

—¿O qué?

—O te ahogo.

—Tú hazme todo lo que quieras —dije imitando su voz.

—Vete a la caca.

Sin más, se encaminó hacia el restaurante y me dejó rezagada.

🦋

«Mierda».

Primera arcada.

«Y más mierda».

Las condiciones en las que llegué a casa varias horas después, fueron de esas en las que aseguras querer morirte, pero del asco que te das a ti misma. Apenas podía mantenerme en pie por mis propios medios, me daba vueltas todo y, a pesar de estar riéndome hasta de las piedras, por dentro estaba hecha un estropicio. Tenía algo muerto en el estómago que necesitaba sacar cuanto antes si no quería perecer.

No sabía con exactitud lo que me había llevado a timplarme una botella de vino yo solita, pero ahora mismo me arrepentía muchísimo de haber aceptado la primera copa. ¿Qué coño? ¡Sí que lo sabía! Solo no quería recordarlo para no sentirme tan malditamente estúpida.

Joder, ser consciente de que Kenai había vuelto a abrir su ventana y que no le había hecho ni pizca de gracia escucharme, me había sentado como una patada en el culo y a mí no se me ocurrió otra cosa mejor que hacer que no fuese emborracharme para olvidarme del dolorcillo que sentía en el corazón.

Y lo peor de todo era que, si dolía, era solo por mi culpa, por no ser capaz de encajar mis sentimientos, de admitir que Kenai me volvía loca y que lo que más quería era estar con él. Pero no, eso era impensable para la Marina sobria y ahora mismo la ebria estaba muy enfadada con ella.

«Ahora mismo podría estar comiéndole la boca de no ser por ti, hija de puta».

Segunda arcada.

«Me cago en mi vida».

Me encontraba tirada en el suelo, abrazada a mi buen amigo don retrete y con la cabeza medio metida en el agujero mientras Uxía acariciaba mi espalda con cariño a la espera de que mi estómago decidiera vaciarse. Las lágrimas me recorrían el rostro.

Tercera arcada y premio.

Me sorbí la nariz y miré el interior de la taza del váter.

—Uxi.

—Dime, cariño.

—¿Ves alguna mariposa ahí? —interrogué.

—Uhm..., me da a mí que no.

—¿Si me bebo un chorrito lejía crees que saldrán?

—Marina, a la cama a dormir la mona —ordenó con dureza—. Ya.

Me levantó del suelo y me acercó al lavabo para dejar que me enjuagase la boca antes de llevarme a mi habitación. Seguía encontrándome fatal, pero al menos mi aliento olería a menta y no a macarrones mezclados con jugos gástricos.

Cuando me arrastró dentro de mi cuarto, me ayudó a subirme en la cama y luego se dispuso a quitarme las zapatillas. Donette, quien ya parecía estar un poco más vivito que antes, me observaba con un detenimiento desde su nidito que llegué a pensar que podría estar burlándose de mí. Fruncí el ceño.

—¿Y tú qué miras, pajarraco? —le ataqué—. A que te soplo.

—Deja al animalito tranquilo, anda —advirtió Uxía.

—Se está riendo de mí.

—No es verdad.

—Sí que lo es —aseguré—. Ahí dentro, en el cacahuete que tiene por cerebro.

—Túmbate.

Sus manos tomaron mis hombros y me presionaron para que obedeciese su mandato. Iba a hacerlo sin rechistar, no obstante, mi mirada aún deambulaba por el escritorio y la ausencia de algo que debería encontrarse ahí, me alteró. Fue casi inmediato el brinco que pegué fuera de la cama para comenzar a buscarlo como una loca a la vez que pensaba en dónde podría haberlo dejado. No tenía ni idea de si lo había puesto en otro lugar para hacerle hueco a la jaula de Donette, no lo recordaba.

Miré por todas partes, incluso por el suelo por si el viento lo había desplazado cuando abrí la ventana, pero no había ni rastro. El agobio fue llegando a mí con rapidez, el corazón me latía a mil por hora y el dolor que me provocaba pensar que lo había perdido, me hizo soltar las primeras lágrimas.

Uxía me miraba preocupada.

—¿Qué te pasa? ¿Qué buscas?

—¿Dónde está? —sollocé.

Revisé los cajones y saqué las cosas con desesperación.

—Ma...

—¡La tapa! —grité.

—¿Qué tapa?

—¡La tapa del yogurt de fresa!

—¿La tapa de un yogurt? —repitió entre confundida y pensativa—. La he tirado a la basura.

Frené de golpe y me giré hacia a ella.

—¿¡Qué has qué!? —chillé.

—Pero ¿qué pasa?

No la contesté, solo corrí dando tumbos hacia la cocina. Allí me arrodillé frente al cubo de la basura y busqué mi preciado tesoro mientras las lágrimas recorrían mis mejillas sin parar, como si me hubiesen arrebatado algo muy importante. Como no la encontrase, lloraría durante toda mi vida. Tenía que encontrarla como fuera, era la tapita de yogurt más especial del mundo.

Sentí a Uxía posicionarse a mi lado sin entender muy bien qué era lo que sucedía conmigo. Ella no tenía ni idea de lo que significaba para mí ese trocito de plástico y entendía que lo hubiese tirado a la basura al verlo por ahí.

Después de haber sacado casi medio cubo, mis dedos atraparon lo que tanto ansiaba recuperar. Me abracé a la tapa de yogurt y lloré contra ella con un desconsuelo que nadie iba a lograr frenar.

—Alguita, por favor, dime qué te ocurre...

—Me la regaló él para demostrarme lo mucho que le gustan las cosas caducadas como yo —revelé entre lágrimas.

—Marina...

—Quiero ir a verle...

—Mañana, cariño.

Me agarró por debajo de las axilas y me levantó del suelo.

—¡No! —negué—. Tengo que disculparme con él y decirle que yo también le quiero, tiene que ser ahora...

—Estás borracha, ¿cómo crees que se tomará esa disculpa y esa confesión si te ve así?

—Mal...

La llantina aumentó y mi amiga me abrazó con fuerza.

—Exacto —confirmó—. Mejor mañana.

—Mejor mañana —murmuré adormilada.

—A la cama.

—A la cama —bostecé.

Mi amiga me condujo de nuevo a mi dormitorio, me tumbó en la cama y me arropó. Nada más cerrar los párpados, me quedé profundamente dormida con la tapa del yogurt de fresa caducado entre mis brazos.

¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal vais con los exámenes? Pensemos en que ya falta menos para acabar el curso, solo queda un último empujoncito. 🤧

¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy? Han pasado muchas cositas buenas, entre ellas el pequeño encuentro entre Uxía y Bruno, ¿os gustó? 👀

¿Qué pensáis que hará Marina cuando esté en sus cinco sentidos? ¿Irá a hablar con Oli o negará lo que siente de nuevo?

En el próximo capítulo, es muy probable que Minerva vuelva a hacer de las suyas para machacar el delicado corazoncito de Marina. También os digo que, después de eso, necesitará muchos mimitos. Yo no digo ná y lo digo to, jeje. 🤓

Besooos.

Kiwii.

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