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🦋 Capítulo 34

Llevaba media hora recorriéndome el hospital con la esperanza de encontrarme con Uxía, pero por desgracia, no había tenido suerte. Me encontraba visitando las habitaciones de los pacientes para preguntarles si la habían visto pasar y solo me quedaba una; tenía los nervios a flor de piel, la respiración agitada y la angustia latente en mi pecho.

Toqué la puerta con los nudillos y luego me asomé con cautela para no molestar más de lo que ya lo estaba haciendo. Al acceder al lugar, me encontré con dos chicas jóvenes sentadas en la camilla, una de ellas la paciente. Esta tenía el rostro y los brazos llenos de contusiones, un collarín que mantenía su cuello erguido y una sonda de drenaje conectada a su costado derecho; parecía que le habían metido una buena paliza, aunque esperaba que no fuese eso.

—Perdonad que os moleste. No habréis visto pasar por aquí a una chica en bata, ¿verdad? —les pregunté suplicante—. Se llama Uxía, tiene una operación ahora y no la encontramos.

—No, lo siento —respondieron al unísono.

Se me cayó el alma a los pies.

—¿No? Bueno, muchas gracias.

Me di la vuelta y regresé sobre mis pasos hasta quedarme de nuevo en mitad del pasillo, sin saber muy bien hacia dónde dirigirme. Literalmente, casi todo el hospital, por no decir todo, estábamos como locos buscando a Uxía. ¿Dónde narices se había metido? Iba a darle un tirón de orejas en cuanto la encontrase por darme semejante susto.

Deambulé por unos cuantos minutos más, incluso le eché un segundo vistazo a los sitios por los que ya había pasado, cada vez más desesperada. Uxía tenía que aparecer antes de que se le pasase el tiempo y se negasen a operarla hasta próximo aviso, como se perdiese la operación me daría un infarto. De hecho, el dolorcito que notaba en el pecho ya me emparanoyaba. Por ello, me escabullí al primer aseo que avisté. No obstante, antes de que pudiera adentrarme en el de mujeres, un sollozo ahogado llamó mi atención desde el servicio de hombres.

«No me jodas».

Me quedé quieta y escuché con atención. Cuando Uxía lloraba con desconsuelo, salían de su interior soniditos similares a los de un cerdito pequeñito, nunca fallaba Así que, al primer «oink» que escuché, suspiré aliviada. La había encontrado.

Me adentré en el cuarto de baño de los chicos y me posicioné justo enfrente de uno de los cubículos, el que estaba cerrado y del que salían sucesivos «oinks». En situaciones en las que sus lágrimas eran provocadas por el final de alguna película o serie, me estaría riendo por lo graciosos que me resultaba esos ruidillos, sin embargo, aquella vez era algo mucho más serio.

—Si pensabas que no iba a mirar en el baño de los tíos... —hablé, haciendo que se callase—, pues estabas en lo cierto. Pero aquí estoy, así que hazme el favor de salir y venir conmigo, ¿vale?

—No puedo...

—Sí que puedes, venga.

—Me da miedo, Marina —sollozó.

Agarré el picaporte de la puerta e intenté abrirla, pero no se pudo; tenía echado el pestillo. Cogí una bocanada de aire y la fui expulsando poco a poco mientras me sentaba en el suelo, con la espalda apoyada en el marco. Podía ver a través de la pequeña abertura inferior, los pies descalzos de mi amiga, los cuales temblaban presas del pánico.

Me iba a costar sacarla de ahí.

—¿En concreto, a qué le tienes miedo?

—A todo —contestó—. A entrar en ese quirófano, salir de él sin mi pecho, que la gente me mire rarito y que ningún chico se fije en mí después de esto.

—Que les den a los tíos, primero estás tú.

—Quiero que me quieran.

—Yo te quiero.

—Pero tú eres mi amiga —objetó, afónica.

Antes de que pudiese abrir la boca para decir algo al respecto, un chaval entró en el cuarto de baño haciendo el baile sambito porque se meaba vivo y no llegaba. En el momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos y se percató de que me encontraba en el sitio equivocado, pegó un brinco hacia atrás y me miró avergonzado.

Endurecí el gesto y articulé un «fuera de aquí» sin voz, lo que provocó que él frunciese el ceño y me mirase como si estuviese mal de la azotea. Protestó en un tono bajo, diciéndome que necesitaba entrar y que yo no debería de estar allí, pero no cedí e hice un brusco movimiento con mi brazo, ordenándole que se marchase y que dejase de incordiar. Al final, salió del lugar entre resoplidos.

Respiré hondo y eché la cabeza hacia atrás.

—¿Sabes? Hace un par meses me vino una chica a urgencias porque se había pegado la hostia de su vida corriendo de aquí para allá en la estación de bus, se había tropezado con su maleta y se había raspado las rodillas y torcido la muñeca —relaté—. Se mudó aquí por estudios y andaba algo apurada porque no encontraba un piso de estudiantes, así que le ofrecí compartir el mío. Pronto hicimos muy buenas migas y me di cuenta de que estaba llena de complejos. No se quería a sí misma y aseguraba que nunca llegaría a gustarle a alguien, pero se equivocaba. Porque te juro que yo me enamoré de ella, de su alegría, de sus defectos y de su buen corazón.

El silencio reinó en el lugar y yo, como un acto de nerviosismo, me mordí el interior de la mejilla a la espera de que mi amiga diese señales de vida. De repente, la puerta se abrió y Uxía apareció ante mí, mirándome desde arriba, con el rostro pegajoso por las lágrimas y las escleróticas enrojecidas.

—Estás hablando de mí.

—Estoy hablando de ti —confirmé—. Siempre fuiste mi asíntota.

Me levanté del suelo y me puse frente a ella.

—Te quiero mucho —confesó haciendo un puchero—. Pero como amigas.

Solté una sonora carcajada.

—Yo también, pastelito, yo también —admití.

Al siguiente puchero que hizo, la abracé con fuerza.

—¿Qué pasa si no me curo? —inquirió, temblorosa.

—Si no te operas será entonces cuando no te curarás.

—¿Vas a estar conmigo?

—No puedo entrar al quirófano, pero estaré ahí cuando salgas —aseguré.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. —Le di un beso en la sien.

Sus brazos me apretujaron hasta hacerme soltar un quejido; comenzaba a faltarme el aire, me estaba obstruyendo las vías respiratorias de algún modo. No me gustaban los abrazos, el contacto físico me costaba tanto darlo como recibirlo, sin embargo, me aguanté y dejé que me aplastara todo lo que quisiera.

—¿¡Puedo entrar a mear ya, joder!? —gritó el muchacho de antes desde fuera.

Uxía y yo nos separamos y fuimos a enfrentar sus miedos dadas de la mano.

🦋

Después de dejar a Uxía en manos de los médicos y de haberme despedido de ella antes de que entrase en quirófano, me dirigí hacia la Unidad de Cuidados Intensivos para hacerle una rápida visita a Rafael y preguntar por su estado. Aún me quedaba algo de tiempo de mi descanso antes de tener que regresar a mi trabajo y lo iba a aprovechar.

Conforme me acercaba a mi destino, escuchaba varios gritos entremezclados que no parecían muy amistosos, cosa que me asustó. Por ello, aceleré el paso para llegar cuantos antes y ver qué era lo que estaba sucediendo. Nada más girar en la esquina, me topé con un grupo de tres médicos y un guardia de seguridad intentando retener a un chico que insistía en acceder al pasillo de las UCIS. Este suplicaba entre lágrimas, que le dejasen pasar, que necesitaba ver a alguien y que no iba a tardar, pero no le dejaban.

En el instante en el que el guardia tiró de él hacia atrás y este se revolvió para deshacerse de su agarre, pude ver su inconfundible cabellera rizada. Era Kenai y estaba intentando colarse para ver a Rafael.

«Oh, no».

Me aproximé a ellos con rapidez y me interpuse entre Kenai y los médicos que taponaban la entrada. Tomé al ricitos por los hombros y lo eché hacia atrás. Él, hasta que mis manos no mantuvieron contacto con su cuerpo, ni siquiera reparó en mí. Cuando lo hizo, todos y cada uno de sus músculos se tensaron y enseguida dejó de pelear.

Su rostro mostraba el cansancio en forma de unas muy marcadas ojeras oscuras, la agüilla salada recorría sus sonrojados pómulos y sus ojos vidriosos se encontraban algo irritados por la llantina que le invadía. Kenai me miró con el ceño fruncido, no muy contento de que yo estuviese allí entrometiéndome; podía sentir la incómoda tensión que había entre nosotros. La única razón por la que no me había dado media vuelta y pasado del tema, era porque sabía que se iba a meter en un lio muy gordo si lo dejaba estar.

—¿Te vas a estar quieto? —cuestioné.

No contestó.

Busqué la mirada del guardia.

—Puede soltarle —dije, pero no me obedeció—. Suéltele, por favor, ya está. Se acabó.

Aquella vez, aunque algo dudoso, me hizo caso y le liberó los brazos. Antes de que Kenai volviese a cometer algún tipo de estupidez, le conduje hacia el banco más cercano para que se sentase hasta que recobrase la compostura.

Allí, se dejó caer. Estaba alterado y se le veía agotado, tenía la respiración agitada, la mirada fija en el suelo y reacia a cruzarse con la mía, un incontrolable tic en la pierna y una preocupante tembladera en las manos.

—¿En qué estabas pensando? —quise saber, molesta.

—Quiero ver a Rafa —murmuró.

—Lo que has hecho... No deberías de haber hecho esto.

—Hay tantas cosas que no debería haber hecho... —suspiró—. Así me va.

Sus pupilas conectaron con las mías por unos breves instantes, dejando en claro esas cosas a las que se refería. Seguía enfadado conmigo y era comprensible, no obstante, no iba a entrar en esa discusión justo ahora.

—Ha intentado colarse —informó alguien a mi lado.

Era Felipe, el médico que me dejó pasar a Kenai a las UCIS la primera vez. Este tenía la vista perdida por mi cabeza y el entrecejo arrugado, como si algo no le cuadrase del todo y no supiera con exactitud el qué.

—¿Qué le ha pasado a tu pelo?

—Uxía tiene cáncer —respondí—. Nos lo hemos rapado juntas.

Sentí al ricitos mirarme de reojo.

—Oh, cuanto lo siento.

El hombre me apretó el hombro en señal de apoyo y yo hice lo mismo en esa mano, mostrándole una pequeña sonrisa en señal de agradecimiento. Cuando regresé la vista a Kenai, él la apartó de inmediato y se hizo el desentendido.

Me humedecí los labios.

—Felipe, ¿crees que podrías hacer una segunda excepción y dejarle ver a su amigo? —pedí—. Será poco tiempo, como la otra vez, te lo prometo.

El médico me observó no muy convencido de lo que le estaba pidiendo, pero después de unos cuantos segundos en los que le supliqué con la mirada que me hiciera ese pequeño favor, accedió.

—Está bien, pero con la condición de que vaya contigo —advirtió—. No le dejes solo.

—No lo haré, gracias. —Sonreí.

Le hice un gesto con la cabeza a Kenai, quien se puso en pie casi de un salto y comenzó a caminar hacia la entrada. Tuve que correr detrás de él para no perderle de vista y enseguida logré ponerme a su lado, pudiendo así ser yo quien le guiase por aquel largo pasillo hasta la habitación de Rafael.

Una vez que hubimos llegado, le abrí la puerta y le dejé entrar. Con la intención de darle su espacio y algo de intimidad, cerré a su espalda y me quedé recostada contra la pared hasta que terminase su visita.

Podía ver todos sus movimientos desde fuera a través del cristal de la pequeña ventanita, me partía el corazón lo cauteloso y miedoso que avanzaba hacia la camilla en la que se encontraba postrado el muchacho, como si su sola presencia pudiese causarle un mal peor. Kenai acercó un taburete al borde de la cama y se sentó en él sin apartar los ojos del cuerpo de su colega.

Sus manos acariciaron el pálido y magullado brazo de Rafa con un cuidado que me estremeció; lo tocaba como si fuese de porcelana, un ser muy frágil. La barbilla le vibró y su cara se arrugó al querer aguantarse las ganas de llorar que le abordaban. No pudo retenerlas por mucho más tiempo y rompió a llorar a lágrima viva, aferrándose a él como si se le fuese a escapar de entre los dedos.

«Lo siento», «no me abandones» y «por favor», eran las palabras que más repetía, una y otra vez. Le imploraba que despertase y que volviese a casa con él, que estaba solo y que únicamente le tenía a él, necesitaba que regresara. Cada frase que salía de su boca, aportaba su granito de arena a que el nudo en mi garganta y el dolor de mi estómago aumentasen. Pero lo peor, lo que acabó por rematarme, fue lo siguiente: «te juro que, si tú te vas, yo voy detrás».

Un frío escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

El ricitos se puse en pie, se secó la humedad de su rostro con la manga de su sudadera y salió de la habitación de Rafael. No me dijo nada y tampoco me miró, solo caminaba hacia la salida con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones y la cabeza agachada.

Di un paso al frente.

—Espera un momento.

—No —suplicó girándose hacia a mí—. Por favor, no.

—Quiero hablar conti...

—Yo no, Eris. Sea lo que sea esto... —Me señaló y luego señaló a sí mismo—. Se acabó.

Sin más, volvió a darse la vuelta y emprendió de nuevo el rumbo, haciéndome sentir un dolorcito insoportable en el pecho.

—K...

La voz se me cortó.

«Kenai».

Quería llamarle, gritar su nombre y que no se fuera, pero ni un solo sonido salió de las profundidades de mi garganta; tenía un bloqueo interno que no me permitía hacerlo. En cuanto cruzó las puertas, el corazón me pegó un vuelco.

«Espera».

Mis piernas corrieron y cruzaron después. Para aquel entonces, él ya no estaba por ninguna parte.

Se había ido.

Se había acabado.

🦋

Durante las próximas horas no dejé de sentirme algo extraña, era como si me hubiesen arrancado el corazón del pecho, sentía que ahí faltaba algo, que lo había perdido. Notaba la zona demasiado desierta a pesar de sentir a aquel órgano latir sin parar. Entonces fui consciente de ello.

No había perdido el corazón.

Había perdido a alguien que ya se había adentrado en él.

Había perdido a Kenai.

Quizás así fuese mejor. Aquella dolorosa sensación de ausencia desaparecería y yo volvería a ser la misma de siempre, no debía complicar más las cosas haciéndole caso a un estúpido sentimiento que sabía que, si no me lo habían matado aún, moría por su cuenta.

Llené mis pulmones de aire, negué con la cabeza para deshacerme de todos esos pensamientos intrusivos y me concentré en el paciente que estaba frente a mí quejándose por una posible rotura en los nudillos tras darle un puñetazo a una pared. Le revisé la zona afectada con cuidado y le hice las preguntas pertinentes para saber cuál sería el tratamiento más adecuado, no obstante, la intromisión de una de mis compañeras, captó toda mi atención.

—Uxía está en planta y ya puedes ir a verla —informó—. Así que, si quieres ir y me ocupo yo del chico...

Ni siquiera lo dudé; lo dejé todo, le di las gracias y fui en busca de mi amiga. El pulso me iba por las nubes y temí que me fuese a dar algo malo antes de que llegase junto a ella; estaba muy nerviosa y esperaba que mi rubita favorita no tuviese los ojos llenos de lágrimas.

Cuando llegué, toqué la puerta con los nudillos y me adentré en su habitación con lentitud. En el momento en el que su mirada dio con la mía y una sonrisa empezó a abrirse paso por sus labios, haciendo brillar de alegría sus preciosos iris azulados, supe que todo iba a ir bien.

¡Holi! Perdón por publicar a estas horas, esto me pasa por dejarlo todo para el último momento, jeje. ¿Qué tal estáis? 🥰

Creo que el capítulo de hoy ha sido muy emotivo, tanto por la parte de Uxía, como por la de Oli. ¿Qué oa ha parecido? 👀

¿Creéis que Marina acabará dando el paso en algún momento?

¿Oliver la perdonará?

¿Nuestro querido Rafa se irá o se quedará junto a Oli?

El próximo capítulo lo narrará Oliver y tendremos un poquito más de info con respecto a papi Juan y al propio Rafael. 😊

Besooos.

Kiwii.

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