🦋 Capítulo 30
El escalofrío que recorría mi espina dorsal cada vez que pensaba en el lugar en el que me encontraba y en lo que iba a pasar en cuanto su puerta se abriese, tenían a mi cuerpo sumido en una constante tembladera que me costaba mantener a raya. Solo había una manera de deshacerme de las mariposas que habitaban mis entrañas, y era espantándolas dándoles aquello que tanto pedían: a Kenai.
Después morirían, desaparecían, emprenderían el vuelo y se irían a fastidiar a otro estómago dispuesto a aguantar las cosquillas de sus aleteos; el mío ya había tenido suficiente. Y si todavía alguna se aferraba a la vida, la vomitaría como había hecho siempre con todas las que se atrevieron a volar cerca de las trincheras.
Esa iba a ser la última guerra que libraría.
Esa noche derrotaría al enemigo.
Saldría victoriosa.
Cuando la puerta se abrió, sus ojos aceitunas se encontraron con los míos, entrecortándome el flujo de aire que entraba y salía de mis pulmones y haciendo que mi corazón brincase. La neutralidad de su rostro me impedía descifrarle, pero la intensidad con la que su mirada me devoraba me invitaba a acercarme, así que lo hice y paré justo a un pie de distancia; volví a percibir un aroma a mantequilla.
—¿A qué has venido? —preguntó él.
—A crear el caos.
Entonces se pegó a mi cuerpo, curvando su comisura derecha en una sonrisa sugerente que me incitaba a hacer demasiadas cosas con él; era toda una tentación y estaba dispuesta a caer en ella una última noche.
—¿Y cómo se crea el caos, Eris? —provocó.
—Así.
Le tomé de las mejillas relamiéndome como un gato hambriento y le hice caminar hacia atrás hasta que ambos estuvimos dentro de su casa. Kenai cerró la puerta de un empujón y atrapó mi cintura con firmeza mientras miraba mi boca, ávido e impaciente.
Deslicé mi nariz por la suya con delicadeza, acariciándola, y vacilé sobre los pocos milímetros que nos separaban del beso que tanto anhelábamos recibir, aumentando nuestro ritmo cardiaco y temperatura corporal; podía sentir su pulso palpitar en mis manos y la calidez de su piel envolverse con la que desprendía la mía, lo que avivaba las ganas que teníamos de despojarnos de la ropa del otro.
Kenai se inclinó con la clara intención de fusionarme con él de una jodida vez, pero no lo iba a permitir aún. Puse el pulgar sobre su labio inferior y lo presioné para que retrocediera.
Me tocaba jugar a mí.
—Quieto —susurré.
No se movió, pero noté como el lento vaivén de su pecho se aceleraba y comenzaba a entrecortarse conforme mis labios acariciaban una de sus mejillas. Fui descendiendo con lentitud hacia su cuello y le soplé ahí con suavidad, sintiendo su cuerpo estremecerse contra el mío.
Entreabrí la boca, le encajé los dientes en esa zona con cuidado de no hacerle daño y la fui cerrando muy despacio, dejándole un beso húmedo que logró cortarle el aliento y disiparle las fuerzas. El agarre de sus manos sobre mi cintura se fue aflojando, quedando sujeta tan solo por el roce de sus dedos.
Subí de nuevo, creando un recorrido con la punta de mi lengua hasta su oreja, donde me tomé la libertad de mordisquearle el lóbulo; jadeó. Me alejé unos centímetros y le miré a los ojos. Los tenía entrecerrados y seguían pendientes de mi boca, intrigados por cual sería lo siguiente que esta cataría sin pudor.
Mis manos abandonaron su rostro y se colaron debajo de su camiseta, queriendo disfrutar del tacto de su piel desnuda y de su fuerte musculatura. Acaricié sus dorsales en círculos a la vez que besaba su maxilar inferior, barbilla y una de sus comisuras, deteniéndome el tiempo suficiente como para ponerle los pelos de punta.
Kenai suspiró y apretó la mandíbula; sabía que le estaba costando un triunfo estarse quieto, pues no era precisamente pasivo en las relaciones. La primera vez que estuvimos juntos, me lo dejó muy claro. Era activo, le gustaba llevar las riendas, tener el control y estar en constante movimiento, eso de dejarse hacer y que no le dejasen hacer, no lo llevaba bien.
No se aguantó las ganas de probar suerte de nuevo y trató de besarme; me alejé y le tomé del cuello para echarlo hacia atrás, arrebatándole un gruñido de exasperación que fue música para mis oídos. Me encantaba desesperarle y ver su expresión enfurruñada al no obtener lo que deseaba.
—Eris... —murmuró—. Déjame besarte.
—Aún no he terminado contigo.
—¿Te gusta torturarme?
—Solo un poco —admití dándole un lametón en su labio superior.
Aquello bastó para acabar de volverle loco. Sonreí satisfecha y esperé a que tomase la iniciativa, no obstante, él se quedó rígido como una estatua, observándome sin siquiera pestañear; sus iris se oscurecieron bajo la sombra de su cejo fruncido y sus pupilas se expandieron de forma casi imperceptible.
No se contuvo más.
Agarró mis mejillas y estrelló nuestras bocas con ferocidad, moviendo la suya a un ritmo ansioso, como si fuese consciente de lo fugaz que sería. Me gustaba como se escuchaba la fricción de nuestros labios, agresiva y desesperada. Tenía la sensación de estar en una montaña rusa que hacía levitar mis entrañas, el miedo y las ganas de volar se mezclaban.
Me hizo retroceder hasta que mi espalda chocó bruscamente contra la puerta. Mi corazón se revolucionó ante la corriente eléctrica que provocaba el contacto de su lengua en la mía, la mente se me nubló y mis pulmones se resintieron al no estar recibiendo oxígeno.
—Joder... —masculló.
Nos separamos, asfixiados. Su frente cayó sobre la mía y sus manos se sujetaron a mis caderas. Le miré a los ojos y tragué saliva; me moría de ganas de sentir más de él a pesar de las miles de advertencias de peligro que cruzaban mi mente.
Kenai era una tangente.
Y yo nunca repetía con la misma.
Un acto reflejo me obligó a apartarme.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Nada, solo quiero...
—¿El qué?
Respiré hondo y me concentré en su cercanía, su calor, su olor, en todo lo que causaba en mí..., en él.
Solo en él.
—Esto.
Le atrapé el paquete por encima de la ropa y le di un apretón, arrancándole el primer gemido de la noche. Lo froté de arriba abajo, notando como su erección crecía y se endurecía con facilidad.
Sentir sus dedos clavarse en mis caderas, atrayéndome hacia a él, y su miembro presionar la palma de mi mano, me calentaba y preparaba a mi zona íntima para recibirlo, mojándose.
—Eris..., no tengo condones —se lamentó.
—Yo sí.
Saqué el preservativo que había traído conmigo y se lo di; lo observó con una ceja arqueada.
—¿Has pillado uno al azar o te acordabas de mi talla? —quiso saber.
—Al azar.
Mentira, me acordaba de su talla.
Kenai sonrió de medio lado.
—Mi turno.
«¿Tu qué?».
No me dio tiempo a protestar. Se agachó y se abrazó a mis piernas para después reincorporarse conmigo sobre su hombro, haciéndome soltar un chillido que ahogué al principio de mi garganta.
Puso rumbo a su habitación y me echó en su cama. No tardó en abrirme las piernas y meterse entre ellas, pegando su abdomen al mío y presionando su dureza contra mi centro, ya sensible a cualquier tipo de tacto, por muy leve que fuera.
—Ven —pedí tirando de su camiseta—. Quítatela.
—Quietecita.
Tomó mis muñecas y las aprisionó sobre mi cabeza.
—Mi turno —repitió.
Llené los pulmones de aire y asentí, resignada, dándole vía libre.
Kenai me soltó y me despojó de la camiseta con una lentitud tortuosa. Inclinó su boca hacia mi abdomen y fue repartiendo besos alrededor de mi ombligo, erizándome el vello. Cuando sus labios fueron subiendo hacia mi cuello y sus dedos bajaron hasta el broche de mis vaqueros, el pulso se me aceleró.
Deslizó los pantalones a lo largo de mis piernas y se deshizo de ellos; escuché como caían al suelo. Luego volvió a posicionarse sobre mí, besó mis labios y una de sus manos se coló entre mis bragas. Dejé de respirar en cuanto sentí como introdujo dos de sus dedos en mi humedad, agarré las sábanas y jadeé contra su boca.
—Para follar como el culo te veo muy dispuesta —pronunció con cierta burla.
—Menos hablar y más movimiento, que no siento nada.
Su provocativa sonrisa me avisaba de lo que venía a continuación, por lo que mis piernas se tensaron con anticipación. Él empezó a masajear cierto punto interno con las yemas, suave y lento, sin prisas y de arriba abajo. No se detuvo y yo seguía aguantando la respiración, no queriendo que ningún sonido saliera de mis adentros.
—¿Sientes algo ahora?
Negué mordiéndome el labio.
Kenai usó el pulgar para estimular el clítoris y entonces perdí el control. Tuve que respirar, ya no podía contenerme. Mi estómago se contrajo, mi espalda se arqueó y un gemido se apoderó de mi garganta.
—¿Y ahora?
No dije nada y él continuó con su cometido, alojando un cosquilleo en mi bajo vientre que no tardaría en explotar y en propagarse por todas mis terminaciones nerviosas. Rodeé sus hombros con mis brazos, lo atraje a mí y me dejé ir, deshaciéndome entre sus dedos y recibiendo una ola de espasmos por todo mi cuerpo.
—Lo tomaré como un sí —dijo sonriente—. Espero mis cinco estrellas después de esto.
—No... —jadeé—. Dos estrellas.
—¿Solo dos?
Presionó mi clítoris y yo rasguñé su nuca.
—Dos estrellas y media —rectifiqué—. Ahora, quita. Me toca.
Chasqueó la lengua y apartó la mano de mi intimidad mientras que yo llevaba las mías al borde de su camiseta para sacársela de una vez, sin embargo, Kenai quiso prolongar un pelín más su turno capturando mis extremidades superiores contra el colchón.
—He dicho que me toca. —Arrugué el entrecejo.
—¿Qué quieres hacerme, Eris?
—Cosquillas, no te jode.
Traté de liberarme, sin éxito.
—Dilo —exigió—. ¿Qué quieres hacerme?
—Follarte.
—¿Follarme?
—Hasta no dejar ni el hueso. —Sonreí.
Kenai se levantó y se quedó de pie cerca de la cama.
—Empieza —ordenó.
La sonrisilla traviesa que se había adueñado de su expresión desde el momento en el que abrió la puerta, se ensanchó; ganas de besársela no me faltaban. Deslicé las piernas fuera y me quedé sentada en el borde, teniendo a mi entera disposición sus pantalones, los cuales no dudé en bajarle de un tirón hasta descubrir la presión que ejercía su miembro contra su ropa interior.
Me levanté y, sin despegar los ojos de aquella zona, le quité la camiseta, descubriendo su torso fuerte y definido. Su musculatura no era exagerada, pero se notaba el trabajo que había detrás. Toqué sus hombros y descendí hasta sus pectorales, sintiendo sus pezones acariciarme las palmas, aunque había algo más que no lograba reconocer, algo duro y frío; miré para ver de qué se trataba y vi una barrita metálica relucir.
Tenía un puñetero piercing en el pezón.
«Eso antes no estaba ahí».
—Ahora ya sí que no tienes nada nuevo —murmuré rozándolo.
—¿Te gusta?
—Me pone.
—Entonces valió la pena desmayarme tres veces.
Nos reímos como tontos y un breve silencio nos envolvió después; la tensión era palpable.
—Soy todo tuyo —agregó—. Haz conmigo lo que quieras.
Me relamí los dientes.
—Siéntate.
Kenai obedeció y se sentó sin desconectar sus pupilas de las mías. Me acomodé sobre su regazo y enterré los dedos en sus rizos, desenredándolos a la vez que mi boca vacilaba a la suya. Amoldé mis labios a los de él y los moví sin prisa, queriendo saborearle todo lo posible antes de nuestra despedida.
Una de sus manos subió por mi espalda y me desabrochó el sujetador a la primera. Terminé de quitármelo y lo tiré por ahí lejos. Me desplacé de adelante hacia atrás, excitándolo con aquel vaivén que tan loco le volvía. Sus gruñidos y los pequeños mordiscos que le pegaba a mi hombro izquierdo para ahogarlos, me encendían.
Llevé las manos hacia abajo y perfilé su marcada V con las yemas. Jugueteé con la goma elástica de sus calzoncillos, la estiré y la solté de golpe, dándole un pequeño latigazo que le robó un jadeo.
—Fóllame, Eris —pidió—. Hagamos el caos.
Su voz era profunda y ardiente; lo único en lo que podía pensar era en escucharla más de cerca, contra mi oído, temblorosa y agitada.
Me estrujó el culo por debajo de las bragas y aprovechó para bajármelas. Me incorporé para facilitarle la tarea y luego hice lo mismo con la prenda que me separaba de su dureza. Kenai buscó el preservativo por las sábanas y cuando lo hubo encontrado, lo abrió y se lo puso bajo mi atenta mirada.
Rodeé su pene con los dedos y lo coloqué en mi entrada para luego deslizarme sobre él muy lentamente. Cerró los párpados durante un instante y expandió sus costillas, tratando de controlar la sensación que le provocaba. Mi respiración se vio comprometida en cuanto él comenzó a dirigir los movimientos con lentitud, elevando la temperatura y haciéndome cosquillas en la entrepierna.
Aumenté el ritmo hasta que nuestros latidos se sincronizaron, desequilibrando por unos instantes a Kenai, quien tuvo que apoyar una de sus palmas contra el colchón para no caer. Empujó con fuerza desde abajo cada vez que yo me alzaba, intensificando el efecto que tenía en mí y haciéndome gritar, extasiada.
La tenue luz que entraba por la ventana avivaba el brillo de sus ojos, los cuales desbordaban placer y sostenían los míos en todo momento. Su entrecejo se contraía cada vez que sus centímetros penetraban en mi interior, y su aliento se entremezclaba con el mío en cada exhalación.
Aquello se sentía muy bien; era intenso, tal y como lo recordaba. Los mismos pensamientos de la primera vez que estuvimos tan cerca, tan unidos, me invadieron de nuevo. Quería que Kenai fuese el responsable de mis orgasmos, de todos ellos, sin excepción.
«No».
Eso iba en contra de las reglas.
Mis reglas.
Y las estaba rompiendo.
No podía caer; no otra vez.
Dejé de moverme y con el toque de mis palmas en su pecho, hice que se tumbara. Me adueñé de sus manos, entrelacé nuestros dedos con fuerza, me incliné hacia a él y se las coloqué por encima de la cabeza. Una sonrisa picarona se abrió paso en sus labios cuando reanudé la marcha.
Su torso se fue estirando y su espalda arqueando. Maldijo por lo bajo y apretó el agarre de mis manos conforme su abdomen se retraía. Sus ojos cerrados y su boca abierta me avisaban de que faltaba poco para que llegase al clímax.
—Eris... —gimió.
Empecé a notar una leve presión en mi bajo vientre y me moví más rápido, haciéndola crecer. Los músculos de Kenai se tensaron y mis piernas vibraron. En apenas unos segundos, estallamos el uno contra el otro. Perdí las fuerzas y caí contra su fatigado pecho.
Los brazos de Kenai me envolvieron en un abrazo mientras recuperaba el aliento y volvía a obtener el control de mi cuerpo; los muslos me temblaban, todo mi ser temblaba. Podía percibir las pulsaciones de su corazón bajo sus costillas, eran enérgicas y frenéticas, igual que las mías. Iban al mismo compás.
Nunca me había parado a escuchar los latidos de alguien, lo veía demasiado íntimo. Aquello no iba conmigo y me costaba entender por qué no me había apartado todavía, por qué no me había levantado, por qué no me había empezado a vestir y por qué no me había ido ya. No quería. No quería marcharme. Y eso no era lo que debía pasar.
—Mírame —habló, jadeante.
Lo hice y él me apartó un mechón de pelo que se había adherido a mi cara por el sudor, pasándolo tras mi oreja. Sus pupilas danzaban sobre las mías, no sabiendo en cuál de las dos detenerse.
—Te quiero —confesó.
Un aleteo.
Pum-pum.
Dos aleteos.
Pum-pum.
Tres aleteos.
Estaban más vivas que nunca.
Ha estado potente la cosa *sorbito de café*.
Perdón por no aparecer ayer, estos capítulos me cuestan un triunfo escribirlos porque me da cosita que queden mal y no me dio tiempo a terminarlo. 👉🏻👈🏻
¿Cómo estáis? ¿Habéis pasado buen San Valentín / San Solterín? 👀
El próximo capítulo lo va a narrar Oli, ¿qué pensáis que pasará? ¿cómo reaccionará Marina después de esa confesión? 🤔
Os aviso de que comienzo ya los exámenes finales y es posible que tarde un poquinino más en actualizar, si no lo hago un domingo, tened por seguro que lo haré al siguiente. De todas formas, os iré informando por mis redes sociales y por aquí siempre que tenga que posponer algún capítulo. Gracias por vuestro apoyo. 💚
Besooos.
Kiwii.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro