🦋 Capítulo 29
⚠ Hice un cambio en el final del capítulo anterior. Echadle una ojeada antes de leer este si no lo habéis hecho. En la nota de abajo os explico lo que ha pasado ⚠
*
Eris.
Al día siguiente, aprovechando que tenía turno de mañana en el hospital, le hice una rápida visita a Rafael para decirle que su amigo esperaba que despertase pronto, que todavía tenía que llevarle a los Acantilados del infierno y que no iría sin él. Su aspecto había mejorado; ya no tenía el rostro y la cabeza a rebosar de vendas, las heridas que estas ocultaban se habían curado a la perfección y solo quedaban visibles pequeñas cicatrices, costras y algún que otro hematoma leve. No obstante, su pronóstico seguía siendo reservado.
Llegué a casa justo a la hora de comer y me iba a tocar almorzar sola, pues Uxía estaba terminando un trabajo de clase con sus compañeras antes de exponerlo e iba a tardar. Conseguimos que no abandonase su vida por el diagnóstico, ya volvía a ser la rubia pastelosa, feliz y aplicada de siempre, aunque eso no quitaba que tuviese sus momentos de bajón.
Me dirigí a mi habitación para ponerme cómoda antes de prepararme la comida, pero mi cuerpo paró en seco antes de traspasar el umbral de la puerta de manera inconsciente, aunque sabía la razón por la que había actuado así: la confesión de anoche.
Aquel «estoy jodidamente enamorado de ti» hizo que cundiera el pánico en mi interior. Mi instinto me obligó a huir antes de que fuese demasiado tarde y yo le obedecí sin rechistar porque me sentía tan perdida, que no sabía cómo manejar la situación. Pasé la noche en vela convenciéndome de que lo que había dicho no era cierto; no podía serlo, era imposible.
Kenai no estaba enamorado; estaba encoñado.
«Ya se le pasará».
Siempre era así.
Incluso había llegado a la conclusión de que lo que yo sentía por él no era más que un mero calentón, me resultaba más sencillo darle esa lógica a la sensación de mariposas en el estómago porque me daba miedo ponerle otro nombre al cosquilleo que se alojaba en mis entrañas. Aun así, no entendía por qué no era capaz de mantenerme alejada por mucho tiempo y tampoco quería entenderlo.
Quería obviar su existencia y seguir a mi rollo, poder mirarle a los ojos y no desear que me besara, que me tocara o que, simplemente, se quedara a mi lado. Quería todo eso y a la vez todo lo contrario. Lo razonable sería huir en dirección contraria y no mirar atrás, no obstante, siempre acababa corriendo de vuelta a él.
Como ahora.
A pesar de la tembladera de mis extremidades, caminé hacia mi cama, me descalcé y me subí a ella, quedando de cara a la pared que comunicaba con el dormitorio de la tangente de la que tanto me estaba costando despegarme. Tragué saliva y di unos cuantos golpes con los nudillos. No obtuve respuesta.
—Kenai.
Silencio.
Volví a golpear la pared y, al cabo de unos segundos, le escuché en la lejanía.
—¿Eris?
—Sí.
—¿Pasa algo?
Noté sus pasos acercarse y el pulso se me aceleró.
—No —negué.
—¿Entonces qué quieres?
—No... no estoy segura.
Inhaló en profundidad y luego expulsó el aire con lentitud.
—Mira, deja de marearme, por favor —dijo, cansado—. Adiós, Eris.
—No, no, no. ¡Espera!
—¿Qué? —bufó con molestia—. Vale, ya sé lo que pasa. Vuelves a estar borracha.
—No estoy borracha —aseguré.
—Permíteme dudarlo.
—Puedes venir a comprobarlo, si quieres.
Se quedó callado, lo único que podía oír era a mi corazón latir con fuerza.
—¿Quieres que vaya?
—Quiero que vengas —confirmé.
No dijo nada, era probable que ya se hubiese hartado de mí y de mis idas y venidas. El sonido de sus pisadas marchándose me encogieron las tripas y me anudaron la garganta. El aire que entraba y salía de mis pulmones había adquirido unas características que se me antojaban desagradables: pesadez y escasez. Respirar se había vuelto tedioso y tenía la sensación de estar ahogándome en un lamento que estaba atorado en mi tráquea.
Intentaba por todos los medios ignorar la impresión de vacío que se había formado en mi pecho mientras me repetía internamente que debía tranquilizarme y que no me iba a pasar nada, pero me era imposible. Mi cuerpo no dejaba de tener sucesivos espasmos y mis manos se volvieron inquietas, bailaban con desamparo en busca de otras manos que las sostuvieran; tuve que apretármelas para controlar los impulsos nerviosos que estaban azotando a mi organismo.
Me bajé de la cama y me dispuse a cambiarme la ropa de calle por unos pantalones deportivos y una camiseta ancha de manga corta que usaba para estar por casa dada su comodidad. Al terminar, me mantuve unos minutos mirando mi reflejo en el espejo que había en una de las paredes del armario, absorta y turbada.
«¿Qué es lo que quieres?», me dije.
No lo sabía.
El timbre del portero sonó y mi pulso se alteró. Me dirigí a la entrada con lentitud y descolgué el telefonillo, dando paso a que una voz, su voz, se adentrase en mis oídos hasta relajar cada fibra de mi ser.
Kenai.
Le dejé entrar y le esperé con la puerta abierta. Cuando le vi aparecer por las escaleras, acercándose a mí, despacio y con sus ojos verdes fijos en los míos, mi respiración se volvió más fluida y me sentí en calma. Se posicionó a tan solo unos centímetros de donde me encontraba y me observó desde arriba; nuestra diferencia de altura era notable y las distancia entre nosotros era tan escasa que podía sentir el calor que desprendía.
Inclinó su rostro hacia el mío y me respiró, supuse que para comprobar si olía a alcohol; no le había mentido, no estaba borracha, no había probado ni una sola gota. Se alejó un poco de mí y nuestras pupilas conectaron; juraría que me llegó un olor a mantequilla.
—¿Qué intenciones tienes?
—Las que quieras que tenga —susurró.
Giré sobre mis talones y caminé hacia mi cuarto de nuevo con la intención de que me siguiera. Allí me recosté de espaldas en la pared y esperé a que él apareciera por el lugar, cosa que no tardó en suceder. Se adentró en silencio, parecía estar algo nervioso, lo veía en su mirada inquieta y en el acto disimulado de secarse el sudor de las palmas en los vaqueros.
Recorrió el dormitorio con cautela y lo miró todo a su paso, deteniéndose en mi escritorio. Pasó la punta de sus dedos por encima hasta que estos chocaron con la tapa del yogurt caducado que me había regalado el otro día; no lo tiré a la basura porque había adquirido un fuerte significado que me impedía deshacerme de él. Pude ver como una sonrisa se abría paso en sus labios, lo que me causó cosquillas en el estómago.
—Creía que ibas a desaparecer.
—Iba a hacerlo —admití.
Se dio la vuelta para verme.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—No lo sé —musité—. ¿Y tú? ¿Por qué no has desaparecido aún?
—¿Estás segura de que quieres volver a escucharlo?
Aparté la vista de él y me encogí de hombros.
—Eris, ¿estás bien con que esté aquí? —quiso saber.
—Estaría mejor si te acercaras —contesté—. No muerdo.
Me atreví a mirarle, haciendo que mi boca se secara y que mi corazón trotara. La forma en la que sus ojos me desnudaban lograba estremecerme, podía percibir el deseo en cada parpadeo, aunque también actuaba con mesura.
—No me importaría que me mordieras, la verdad.
—¿Dónde me sugieres, entonces?
—Dónde tú quieras —dijo caminando hacia a mí.
Dejó un espacio entre los dos, quizás por prudencia a cómo pudiese reaccionar, pero no me hizo gracia que estuviera tan lejos. Por eso no dudé en agarrarle del cinturón y tirar de él hasta que se pegó por completo a mí. Tuvo que poner las manos contra la pared, a ambos lados de mi cabeza, para evitar un impacto mayor. Nuestros rostros quedaron tan cerca que nuestras narices podían tocarse; empezaba a tener bastante calor, me ardía todo.
Tragó saliva.
—¿Sabes cómo se crea el caos, Eris?
—No.
—¿Quieres que te enseñe?
Le tomé las mejillas con suavidad y atraje su boca a la mía sin llegar a unirlas. Kenai deslizó las yemas de sus dedos desde mis hombros hasta los codos, agitándome de una manera tan placentera que me desvivía por prolongar. Luego descendió por mis costados y los acarició por debajo de mi camiseta, erizándome la piel y expandiendo mis costillas. Un tembloroso suspiro salió de entre mis labios, chocando con los suyos y dando pie a que él los juntara hasta hacer que se tocaran por una milésima de segundo.
Anhelaba un beso suyo, necesitaba que me besara y fusionara nuestras lenguas. Las ganas que tenía de que su saliva impregnara mi paladar y las partes que él quisiera degustar, crecían a una velocidad de vértigo. Necesitaba desvestirle y que él hiciera lo mismo conmigo, ver los músculos de su espalda contraerse con cada movimiento y sentirle estallar dentro de mí.
Jadeé y él sonrió.
Presioné las palmas contra su pecho, le empujé hacia atrás con cuidado e hice que se sentara en la cama, dejándome vía libre para ponerme a horcajadas sobre su regazo. Le rodeé el cuello con los brazos, hundiendo los dedos en los rizos de su nuca y presionando nuestras frentes. Kenai colocó sus manos sobre mis caderas, las sujetó con fuerza y las atrajo hacia a él, creando un roce en su entrepierna que le robó el aliento.
Ver su expresión de deleite era magnífico y me pedía a gritos que la intensificara, así que continué con aquel lento vaivén, provocando que en sus pantalones se fuese notando poco a poco una erección que apretaba mi zona íntima. Mi sexo palpitaba y mi clítoris pedía más.
—Vas a acabar conmigo... —jadeó.
—¿Quieres que pare? —provoqué.
—Ni se te ocurra.
Cuando sus manos se amoldaron a mi culo y lo estrujaron a su antojo, no concebí una retirada. Me incorporé ligeramente, quedando de rodillas y unos centímetros por encima. Él me observó desde abajo, con el pecho subiendo y bajando con rapidez y la boca entreabierta; me suplicaba que le encajara un beso de una vez por todas, así que lo hice o, al menos, lo intenté.
Uxía llegó a casa antes de lo esperado.
Frené a tan solo unos pocos milímetros de sus labios y volví a sentarme sobre su regazado mientras soltaba una maldición que Kenai no dudó en acompañar con un bufido en el que sacó toda su exasperación a relucir.
—Alguita, al final he terminado el trabajo de clase antes —habló mi amiga desde el pasillo—. He traído sushi para comer jun... ¡Hosti puti! Perdón, ¿he interrumpido algo?
La rubia dio un paso atrás y se ocultó el rostro con la bolsa que traía nuestra comida.
—No, tranquila... —murmuró él, carraspeando con la garganta—. Yo ya me iba...
Kenai reforzó el agarre que tenía sobre mi cintura y me quitó de encima con cuidado de no hacerme caer, echándome a un lado de la cama. Después de taparse la zona abultada de sus pantalones que había provocado nuestro juego de roces, se encaminó hacia la salida, no sin antes echarme un rápido vistazo por encima del hombro.
En cuanto desapareció de nuestra vista, Uxía se acercó con vergüenza a mí.
—He interrumpido algo, ¿verdad?
—Sí —confirmé.
Se disculpó reiteradas veces por no haberme avisado de que iba a regresar más temprano de lo previsto y me rogó que la perdonara. Empezó a enumerarme una lista de cosas que estaba dispuesta a hacer por mí para que no le tuviese en cuenta la intromisión, pero yo estaba sumergida en mis pensamientos, en lo que había pasado y en lo que estuvo a punto de pasar.
La sensación de excitación que me había dejado su tacto iba a requerir de una ducha y de un buen chorro de agua a presión para hacerla desaparecer.
🦋
Esa misma noche me estaba costando mucho quedarme dormida, no dejaba de dar vueltas en el colchón y había perdido la cuenta de las veces que había mirado la hora; la última vez que lo hice era la una de la madrugada.
Estaba jodida.
Mi cabeza no podía pensar en otra cosa que no fuera en Kenai y en sus dedos acariciándome con suavidad y lentitud. Alborotó a mis mariposas con tan solo el roce de sus labios en los míos, su cercanía y las cosquillas que iban dejando sus yemas es mis costados. Los latidos de mi corazón se habían desbocado y me era imposible frenarlos, no dejaba de sentirle entre mis muslos, ansioso y excitado.
Lo había conseguido.
Había creado el caos.
Aún podía sentirlo haciendo estragos en mi interior; el vello se me erizaba, la boca se me secaba, la piel me ardía y un explosivo cosquilleo se alojaba dentro de mi estómago para luego propagarse sin control hacia todas mis terminaciones nerviosas. Mi cuerpo añoraba el suyo, no toleraba esa sensación de ausencia y frío, le quería conmigo y ahora.
Gruñí y me di la vuelta sobre el colchón hasta quedar de cara a la pared que me separaba de él. Extendí el brazo y le di un toquecito con la punta del índice, no sabiendo con exactitud lo que pretendía con aquello.
Kenai habló y mi corazón se embaló.
—¿No puedes dormir? —me preguntó.
—No, ¿y tú?
—Yo tampoco.
No lo medité más de la cuenta.
Salí de la cama, me vestí y guardé en un bolsillo de mis vaqueros un preservativo.
Era el momento de matar a las mariposas.
¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰
Para quienes no me sigáis en redes os explico un poco mejor por aquí a qué se ha debido el cambio que hice en estos capítulos (28 y 29). Básicamente utilicé la idea de este capítulo en el anterior y a la hora de ponerme a escribir este, nada me cuadraba. Y como no quería que leyérais lo mismo de nuevo, añadí más cositas y detalles.
Espero que os hayan gustado. Perdonad a este desastre con patas, os quiero mucho. 🥺💚
Creo que no hace falta que os dé pistas de lo que ocurrirá en el capítulo que viene, aunque la situación con Marina es un poco caótica y... puede actuar de dos formas, ¿cuál creéis que será? 👀
🦋 Afrontar lo que siente.
🦋 Huir.
Nos leemos en el próximo capítulo. 💚
Besoooos.
Kiwii.
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