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🦋 Capítulo 28

Al día siguiente me apetecía mucho pasar algo de tiempo con Miguel y Sabrina, llevábamos años separados por unas cosas u otras y yo quería aprovechar el momento con ellos antes de que entrase a prisión y no pudiese verlos tan a menudo como me gustaría. Por eso los invité a cenar.

La noche transcurrió con normalidad hasta que nos dio por sacar la cerveza. En teoría iba a ser solo una ronda, pero para el pelirrojo acabaron siendo varias más y pasó de estar medianamente sereno, a perder un poco la cabeza, pues ya había empezado a hablar en élfico como si perteneciese al mundo de sus libros y películas favoritas.

Aquello nos llevó a Sabrina y a mí a sufrir una improvisada y martirizante clase de Quenya, la lengua élfica que tanto se había estudiado nuestra querida calabaza desde que tenía uso de razón. Aunque Sabri le prestaba toda la atención del mundo, como si solo existiera él. Miguel, no muy tarde, también hizo lo mismo, se centró solo en ella. Ambos se miraban con admiración.

Yo sobraba allí.

Verlos tan acaramelados me alegraba, no obstante, también me daba un poco de envidia. Yo solo podía pensar en Eris y en las ganas que tenía de poder mantener una conversación así con ella, cara a cara y en la que nos mirásemos con esa misma complicidad y fascinación el uno por el otro. Quería poder sentir su tacto y su olor, pero solo hablaba conmigo cuando se emborrachaba y habiendo una pared entre medias que la protegiera de mi cercanía. No bajaba la guardia, nunca lo había hecho, me consideraba un peligro. Ella tenía miedo de salir herida y era hora de aceptarlo.

Nunca me iba a dejar conocerla.

Siempre seríamos unos completos desconocidos.

El estómago se me encogió y tuve que dar una respiración profunda para aliviar esa presión de mis entrañas. Aquella situación me dolía, lo único que deseaba era que me dejase saber de ella y, sobre todo, que me dejase quererla. Porque la quería, ahora lo sabía. Y no tenía ni idea de cómo decírselo y de si cambiaría algo entre nosotros, fuese para bien o para mal.

—¡Oli, atiende! —exclamó el pelirrojo, asustándome—. Que esto te interesa.

Regresé a la realidad de golpe, mi amigo me miraba sonriente y rojo como un tomate debido al alcohol, mientras que Sabrina lo hacía un tanto avergonzada; el tono rojizo de sus mejillas era por otra cosa y acababa de darse cuenta de ello.

—¿Qué? —cuestioné.

—Dime lo que más te gusta de la chica.

Me quedé en blanco.

—¿Qué?

—Qué mono, se hace el tonto —le canturreó a Sabrina con intención de burlarse—. Que me digas algo que te guste de Eris.

—Pues...

Me gustaban tantas cosas de ella que no sabía decir solo una, como verla sonreír cuando ni ella misma se esperaba hacerlo. Escucharla reír era todo un placer y la intensidad que tenía su mirada cuando esta se cruzaba con la mía me robaba el aliento, y más cuando podía percibir como sus pupilas se ensanchaban o empequeñecían de manera sutil. La forma en la que caminaba me encantaba, cada movimiento de sus caderas parecía estar programado a la perfección para hacer de sus andares una enigmática danza en la que su culo cobraba todo protagonismo. Su culo era increíble, era tan redondito y mullido que hacía tiempo que soñaba con poder usarlo de almohada.

—¡Oliver!

—Su cul... sonrisa. —Carraspeé con la garganta—. Su sonrisa.

—Observa al maestro.

Miguel cogió el bolígrafo y la libreta que estaba usando para darnos clases para escribir algo. No tardó más de tres segundos en arrancar la hoja y entregármela con una sonrisa de oreja a oreja en la que podía verse toda su dentadura. Lo tomé con el cejo fruncido y lo leí para mis adentros.

"Melin cén hendulyar sílala írë lálal."

Melincen bendulury... ¿silolo? —cuestioné—. Creo que he invocado un demonio intentando pronunciar esta mierda. ¿Qué cojones significa?

—Significa: "me encanta ver brillar tus ojos mientras sonríes" —respondió—. Tienes que decírselo a Eris.

—¿Qué? No, ¿por qué?

—Para conquistarla —dijo con obviedad.

—¿Para conquistarla o para cagarla?

—A mí me está funcionando, ¿por qué a ti no?

No contesté, solo me recosté en el sofá mientras comía palomitas imaginarias por la cacho indirecta que acababa de salir de su boca. Llevaba desde que el alcohol se le había subido a la cabeza soltándole frases en élfico a Sabrina; ninguno sabíamos lo que significaban, pero con lo que había dicho hacía tan solo unos segundos, lo dejaba claro, porque ella no le había quitado los ojos de encima desde entonces. ¿Lo malo? Que la tonta no lo había pillado, se había puesto a mirar el móvil y no se había dado cuenta de nada.

Por eso mismo, cuando Miguel volvió a ponerle atención a nuestra amiga, le quitó despacio el teléfono de entre las manos y se agachó un poco hasta que sus pupilas se encontraron. Ella arrugó el entrecejo sin entender muy bien lo que sucedía y él pronunció la siguiente palabra:

Melinyel.

—La tuya por si acaso —contestó la morena.

Melinyel —repitió él.

Sonreí.

Conocía su significado.

«Te amo».

🦋

Nos dieron las doce de la noche y creímos que ya era hora de que cada uno se fuera a su casa. Miguel ya estaba que se arrastraba por el suelo del sueño que tenía y balbuceaba cosas sin sentido; nunca le había sentado bien el alcohol, no sabía beber y terminaba en muy malas condiciones. No quería ni imaginarme cómo se levantaría al día siguiente, si es que lo hacía, porque viéndole, no iba a querer salir de su habitación hasta que se le pasase la resaca.

Llevaba cerca de diez minutos intentando despedirme de él, pero se había abrazado a mí como una garrapata y no era capaz de quitármelo de encima. Estaba inclinado, su espalda recta, brazos rodeando mi torso con fuerza, cabeza pegada a mi abdomen y el trasero en pompa, perfecto para quien quisiera darle una cachetada. La postura en la que se encontraba era tan graciosa, que Sabrina no dudó en sacarnos una foto para tener con qué mofarse en cuanto recuperase sus facultades.

—Anselmo —le llamó Sabri—. Hay que irse a casa, suelta a Oli.

—Te quiesro muchio, Olivo —murmuró él—. Ay..., como me gustan las aceitunas...

—Sí, sí. Yo también te quiero, venga. Suéltame.

Se agarró a mi camiseta y me trepó hasta incorporarse del todo. Me tomó de los hombros y me miró con los ojos entrecerrados y una sonrisa cerrada que se me antojaba bastante divertida. Antes de que pudiera volver a abrir la boca, me plantó un beso en los labios que duró poco más de dos segundos. Luego me empujó y salió de mi casa dando tumbos.

Le seguí con la mirada, sorprendido y procesando lo que acababa de ocurrir. Le vi sentarse en el primer escalón e ir bajando las escaleras de culo para evitar caerse y romperse la crisma, si este llegaba a casa sano y salvo iba a ser gracias a Sabrina, eso desde luego.

—¿Qué ha pasado? —inquirió Sabri entre risas.

—Que me ha besado antes que a ti.

Mi burla provocó que me pegara un puñetazo en el hombro.

—Eh, no te pongas celosa —me quejé—. Si hubieras prestado atención a sus clases en vez de babear por él, también hubieses recibido un beso suyo.

—¿Qué?

—Que estudies —reí—. Procura que no se mate por el camino, ¿vale?

—No, ahora no me cambies de tema.

—Buenas noches, Sabri.

Le di un abrazo rápido y la conduje al otro lado de la puerta.

—¡Oliver! —gritó.

—Avisad cuando lleguéis a casa.

Dicho aquello, cerré la puerta, escuchando a la morena gruñir con frustración y sus pasos alejarse del lugar. Me resultaba muy divertido saber que los dos sentían algo por el otro y que se lanzaban indirectas con la esperanza de que alguno se diera cuenta, sin éxito. ¿Se hacían los tontos o qué? Un ciego ya lo habría visto.

Me encaminé hacia mi habitación con la alegría todavía instalada en mi ser por haber podido pasar un rato con mis amigos y me saqué del bolsillo de mis vaqueros el papelito en el que Miguel había escrito aquella endemoniada frase; me estaba planteando muy seriamente hacerle caso y decírsela a Eris, aunque el temor que me producía el solo hecho de pensarlo era demasiado fuerte como para que me animara a ello. Desaparecería, se iría de mi vida igual que la primera vez.

Suspiré y frené antes de acceder a mi cuarto, observando con detenimiento la ventana para comprobar si Eris se encontraba fumando. No tenía mucho conocimiento de su horario de trabajo, pero sabía que los viernes a estas horas de la noche ya estaba por casa por las tantas veces que me la había encontrado.

En cuanto vi el humo blanco volar a través del cristal, mi estómago se encogió y mi pulso se vio alterado. Miré el papel entre mis dedos y tragué saliva. Necesitaba ser sincero con ella y decírselo. Era consciente de que podía provocar aquello que tanto temía, pero era un riesgo que debía correr si quería que lo que fuera que teníamos avanzara, de una forma u otra. Estábamos estancados y así no llegaríamos a ninguna parte.

El que no arriesgaba no podía ganar.

«Pero tampoco perder», recordé.

Mentira, siempre había algo que perder.

Y yo perdía una posibilidad.

La posibilidad.

Inhalé en profundidad por la nariz, exhalé por la boca de un soplido y me adentré en mi dormitorio con lentitud, armándome de valor para enfrentar a la chica que tanto caos había provocado en mi interior desde que la conocí. Abrí la ventana y apoyé los brazos en el alféizar, haciendo que sus ojos se pusieran sobre mí en el acto.

—Hola —le saludé.

Eris expulsó el humo de su cigarrillo y me hizo un leve gesto con la cabeza. Ni un solo ruido salió de su boca, lo que me decía que no estaba por la labor de comenzar algún tipo de conversación conmigo, era de esperarse; a esa chica había que sacarle las palabras con un sacacorchos. Al menos tenía el consuelo de que no le incomodaba mi presencia, estaba tranquila y disfrutaba del silencio, como la otra vez.

Me aclaré la garganta y me humedecí los labios.

—Eris.

—¿Uhm? —articuló sin más.

—Quiero decirte que...

Desdoblé el papel y me dispuse a leerlo, no obstante, seguía sin saber cómo narices se pronunciaba la frasecita de los huevos. Por eso mismo estuve unos cuantos segundos emitiendo sonidos ilegibles, intentando con todas mis fuerzas decirlo de forma correcta; fue imposible. La chica al otro lado de la pared me miraba con el cejo fruncido, sin comprender qué era lo que pretendía.

Me harté, arrugué el papelito y lo lancé por encima de mi hombro, rendido. Entrelacé los dedos de mis manos y los apreté, aguantando la respiración y buscando ese último empujoncito para animarme a confesarle lo que sentía.

—Me estoy enamorando —confesé.

Volví a respirar.

—Estás jodido.

—De ti —aclaré—. Estoy jodidamente enamorado de ti, Eris.

Dio un paso hacia atrás; acababa de cagarla.

Se puso nerviosa, parecía que quisiera salir corriendo. El cigarrillo le temblaba entre los dedos, sus ojos no se mantenían quietos en un punto fijo y tenía la respiración tan acelerada que su pecho subía y bajaba con mayor rapidez, incluso tuve la sensación de que le estaba costando bastante llenar y vaciar los pulmones de aire; se ahogaba.

—Tengo que irme —susurró.

—Eris...

—Buenas noches.

Ella retrocedió otro paso y yo suspiré.

—Buenas noches. —Asentí.

Cerró la ventana y se fue.

Con mi corazón haciéndose añicos y clavándose los pedazos en cada latido, hice lo mismo y me tiré boca arriba en la cama. Con una dolorosa presión estomacal, me mentalicé de que aquella sería la última vez que la vería, porque a partir de ahora iba a salir huyendo nada más sentirme cerca. Habíamos vuelto al principio, aunque con una gran diferencia.

Eris no iba a regresar.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰

Marina sigue teniendo el miedo latente y le ha dado plantón a nuestro bebé, quizás algún día esté dispuesta a enfrentarlo, o no. Quién sabe. 😌

¿Os ha gustado el capítulo? Mi parte favorita ha sido la del beso de Miguel y Oli, ¿y la vuestra? 👀

Como adelanto del próximo capítulo os digo que lo narrará Eris y podremos leer un poquitico de Rafael, aún tiene que llevarle el mensaje de Oli. 🤧

Besooos.

Kiwii.

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