Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🦋 Capítulo 27

Kenai.

«Marina».

Ese nombre rondaba por mi mente sin descanso, aunque no sabía de dónde provenía y por qué lo recordaba. Mis recuerdos estaban muy difusos y no era capaz de sacar en claro nada. Bien podría haberse tratado de un sueño, pero tenía la extraña sensación de que me lo habían susurrado al oído.

—¿Qué haces? Te va a matar.

—Es esto o darle tortitas de cabreo en la cara.

—Te va a matar con cualquiera de las dos.

—Entonces no hay más que hablar.

—¡Espera! Saca los hielos, al menos.

—No, así es mejor.

—Oh, Dios. No quiero ver esto.

Fruncí el ceño y respiré hondo. Me dolía la cabeza y me daba vueltas sin parar, no dejaba de escuchar unas voces lejanas que cada vez se oían más claras y cercanas; no las identificaba, no sabía a quién relacionarlas, pero sabía que pertenecían a un chico y a una chica. Apreté los ojos e hice el gran esfuerzo de abrirlos a pesar de lo mucho que me pesaban, era como si me hubiesen untando cemento en los párpados.

Antes de que pudiera abrirlos, sentí como un líquido congelado con tropezones duros se cernía sobre mi cuerpo, haciéndome pegar un brinco y soltar un chillido tan agudo que podría haber roto los cristales como conseguían algunos cantantes de ópera. Si aún estaba un poco dormido, ahora ya me había despertado del todo.

Me incorporé y miré hacia todas partes para situarme; me encontraba sentado en el sofá del pequeño piso en el que residía, estaba calado hasta los huesos y tenía hielos que enfriaban mi piel a través de la ropa. Al alzar la mirada, me topé con la calabacita observándome de pie con una expresión que denotaba culpabilidad; incluso pude percibir una disculpa destellar en sus iris verdosos.

La siguiente persona que vi fue a Sabrina; esta tenía entre las manos un barreño vacío con el que supuse que me había tirado el agua. Su sonrisa me mostraba una malicia muy inocente, un rasgo que le caracterizaba mucho y que siempre lograba que no me enfadase con ella por muy pesada que fuese la travesura; no obstante, esta vez, no le estaba funcionando muy bien.

—¿Qué cojones te pasa a ti? —espeté quitándome los hielos de encima.

—Te habías desmayado.

—Desmayado —repetí en un murmullo; escurrí la camiseta y enseguida me vi la tirita del dedo—. Desmayado..., sangre..., Eris... ¿Eris? ¡Eris!

Con gran rapidez me miré los pies y levanté el bajo de mis pantalones de la zona en la que debía encontrase el localizador; tenía la estúpida esperanza de que no lo llevase puesto, pero esta cayó en picado cuando lo vi. Estaba perfectamente abrochado alrededor de mi tobillo, lo que provocó que un escalofrío me recorriese la espina dorsal y que un calor extraño se apoderase de mi organismo.

La idea de Eris encontrándose con ese cachivache que me mantenía preso entre las paredes de esta casa, era la única que mi mente vislumbraba. Si lo había visto, no querría saber nada más de mí. Le había ocultado algo muy importante, le había mentido y ahora sabría que me había saltado el arresto en al menos una ocasión. Para ella, lo que pasó fue un desafortunado accidente del que solo me llevé una multa.

¿Qué pensaría de mí si descubría que el accidente lo provoqué yo al superar el límite de velocidad, con unas ruedas desgastadas y un coche robado? Me daba miedo, estaba aterrado.

—¿Quién es Eris? —indagó Sabri—. ¿Era la chica que estaba aquí?

—¿Estaba aquí cuándo llegasteis?

—Sí, creíamos que te había noqueado —dijo entre risas—. Ya estaba a punto de sacar a Moya y a Chirimoya de paseo. —Besó sus bíceps.

En otra ocasión me hubiese reído, pero estaba demasiado nervioso.

—¿Sabes si me ha visto el localizador? —La voz me temblaba.

—¿Qué?

—El localizador. Joder, ¿lo ha visto?

—Creo que no... —respondió arrugando el cejo.

Un suspiro de alivio salió de mis adentros, dejé caer mi espalda en el respaldo del sofá y me restregué la cara con las manos, agobiado.

—¿Por qué te importa tanto que tu vecina sepa que estás en arresto? —cuestionó Miguel en un intento de comprenderme; solo tuvo que mirarme a la cara para hacerlo—. No..., ella es la chica.

—¿La chica? —intervino nuestra amiga, confundida.

—Sí, la chica de la que Oli anda encoñado.

Sabrina abrió la boca con sorpresa y dejó caer el barreño al suelo. Miró al pelirrojo sin creerse tal suposición y luego los dos optaron por poner sus ojos sobre mí para que les confirmara o desmintiera la teoría, así que lo hice.

—Sí, ella es la chica.

A los dos les había hablado de Eris, pero a ninguno les comenté que me refería a ella como tal. No tenían ni idea de que la noche en la que nos vimos por primera vez iniciamos una especie de juego en el que tuvimos que pensar en un nombre para el otro con el único objetivo de no conocer a nuestro verdadero yo. Tampoco eran conscientes de que no se trataba solo de un simple "encoñamiento", lo que estaba empezando a sentir por aquel caos andante era algo mucho más fuerte.

La morena se sentó a mi lado, esquivando las zonas húmedas del sofá que ella misma había empapado y me observó con una seriedad que denotaba advertencia. La calabacita tomó asiento sobre la mesita de centro y nos prestó atención.

—¿Por qué no se lo has dicho? —quiso saber.

—No puedo —negué.

—Tienes que decírselo.

—Lo sé.

—¿Vas a hacerlo? —agregó Miguel.

Tragué saliva.

—No lo sé.

—Veo venir la cagada desde aquí, Oli —avisó Sabrina—. Párala antes de que sea tarde.

—Ya es tarde —susurré, notando un nudo en la garganta—. Ya la he cagado.

Todo empezó porque quería ir a ver a Rafael al hospital y, para ello, Eris no podía saber que yo estaba en arresto domiciliario porque no me dejaría poner un pie fuera de casa. Pasé del tema y esa pequeña mentirijilla se fue haciendo bola. Ahora ya no era capaz de contarle la verdad porque temía perderla, y lo haría, la perdería.

La perdería en el mismo día en el que dictasen mi sentencia.

La perdería al entrar en prisión.

Me incorporé a la par que soltaba un bufido, exasperado, apoyé los codos sobre mis rodillas y me sujeté la cabeza entre las manos. Ya no tenía escapatoria, hiciera lo que hiciera acabaría odiándome, pensaría que era un delincuente, una mala persona que pudo haber destruido la vida de una madre y una niña pequeña... Y tendría razón, lo era, me había convertido en eso y estaba a punto de convertirme en un asesino. Si Rafa moría...

Cogí una bocanada de aire y la fui expulsando con lentitud en un intento de tranquilizarme, cosa que conseguí al cabo de unos segundos. Cuando puse la vista sobre mis amigos, los vi comunicarse por medio de gestos que pudieron pasar desapercibidos si Miguel no fuese tan exagerado moviendo los ojos y se enterase de las indicaciones que Sabrina le daba; se traían algo entre manos y de inmediato pensé en la relación que llevaban en secreto.

—No sabía que tenías novia —le dije al pelirrojo.

Este me miró extrañado.

—Yo tampoco. —Se encogió de hombros—. Cuando la veas, preséntamela.

—¿Qué?

—¿De dónde te has sacado que tengo novia? —rio—. Ojalá.

Mis pupilas se cruzaron con las de Sabrina, quien había adoptado una posición de ataque bastante amenazante. Enseguida lo entendí todo, no estaban saliendo juntos, pero a ella le gustaba él, y este, como siempre andaba en su mundo de yupi, no se enteraba de nada.

Sonreí de medio lado y, sin apartar la mirada de ella, le pregunté lo siguiente a nuestra queridísima calabaza:

—¿Quieres que te la presente?

—¡Bueno! —exclamó la morena, nerviosa—. No hemos venido aquí para buscarle ligue a Anselmo.

«Oh, no».

Miguel giró la cabeza hacia a ella como si de un muñeco diabólico se tratase.

—¿Cómo... me has... llamado? —El tono se le fue haciendo más agudo.

Sabrina chasqueó la lengua y le apartó la cara de un suave manotazo, lo que hizo que nuestro amigo le lanzase una mirada cargada de resentimiento y una locura que adquiría únicamente cuando le llamaban por su primer nombre. Sus ojos se le habían vuelto saltones y una falsa y tétrica sonrisa en la que enseñaba toda su dentadura se abrió paso en su boca, parecía que fuese a engancharla del cuello en cualquier momento y, de no ser porque era un muchacho de lo más pacífico, habría jurado que se enzarzarían en una pelea.

Debía admitir que había sido una buena estrategia para que Miguel centrase su atención en otra cosa, pero aquella bomba de humo tan arriesgada le iba a costar caro; acababa de perder muchos puntos con él. Aunque la complicidad con la que se miraban y sonreían, me aseguraba que no le costaría mucho conseguirlos de nuevo.

Verlos me calentaba el alma, recordaba los viejos tiempos en los que éramos nosotros tres contra el mundo. Yo había roto el grupo al pelearme con Miguel cuando me encontré con Rafael y Sabrina intentó con todas sus fuerzas repararlo, siendo salpicada por muchas de nuestras disputas. Acabó dividida entre los dos y, ser testigo de cómo volvíamos a estar juntos, comportándonos como los niños que una vez fuimos, era muy satisfactorio.

🦋

Contemplé el paquete de tabaco que Rafael me confió la noche antes de nuestro accidente como una muestra de que dejaría de fumar, absorto y con el corazón adolorido. Lo acariciaba con el dedo pulgar mientras pensaba en él, en nuestro sueño de abrir un taller mecánico algún día y en su promesa de que siempre estaríamos el uno para el otro, como una familia.

«¿Sabes? Siempre quise tener un hermano pequeño», recordé sus palabras. Las dijo alborotándome el pelo después de escaparnos de comisaría la misma noche en la que nos conocimos, esa en la que me metió en mi primer problema con la policía. Me acordaba a la perfección, estaba cabreado y no quería cuentas con él, pero con solo esa frase y habiendo compartido nuestro primer subidón de adrenalina juntos, nos volvimos inseparables.

Rafael solo tenía a su padre y a su hermano mayor, pero tener eso era como no tener nada. Su progenitor era un alcohólico y su hermano un abusón, le hacían la vida imposible. Siempre le habían considerado un debilucho y un inútil, rompían sus pertenencias como castigo o le pegaban, por eso se pasaba varios días lejos de casa. Iba con su bicicleta a todas partes, hasta que llegó a Madrid y me encontró a mí. No regresó a su hogar.

Yo me convertí en su hogar y él se convirtió en el mío.

El sonido de una ventana abriéndose me sacó de mi ensoñación; Eris había vuelto de trabajar y era momento de saludarla. Me moría de ganas de hablar con ella y, sobre todo, de darles las gracias por venir a ayudarme cuando me estaba dando un patatús con la sangre. Así que no tarde en dejar el tabaco sobre la cama y levantarme.

Me asomé a la ventana, apoyé los brazos sobre la estructura y me la quedé mirando. Estaba con un cigarrillo entre los labios, con una mano se lo cubría y con la otra encendía la llama del mechero para prenderlo. Dio la primera calada y expulsó el humo sin percatarse de mi presencia al otro lado. Me relamí los labios y hablé.

—Con que te gusta mi sabor, eh...

Se atragantó con el humo y comenzó a toser, reí por lo bajo.

—Creo que tenemos una conversación pendiente —añadí.

—¿Tú crees?

—Sí —afirmé.

Ella carraspeó con la garganta y me miró; sus mejillas se habían coloreado de un tono rojizo.

—Tú dirás...

—Quiero verte —confesé con una sonrisa de oreja a oreja

—¿Y qué harás cuándo me veas? —Arqueó una ceja.

—Besarte.

—¿Qué más? —Curvó una de sus comisuras.

—Desnudarte, muy despacio —dije escaneando su cuerpo con lentitud.

—¿Y después?

Respiré hondo y conecté mis pupilas con las suyas.

—Ponerte ese sombrero de vaquera que dices tener y dejar que me cabalgues.

—Deja de burlarte —me regañó entre risas.

—No me estoy burlando —negué—. Lo digo muy en serio.

Eris negó con la cabeza al mismo tiempo que se pasaba la lengua por uno de sus colmillos. El silencio nos envolvió, ninguno de los dos nos atrevimos a romperlo porque estábamos sumergidos en las profundidades de los ojos del otro. Hubo un momento en el que mi cuerpo actuó por sí solo y se acercó del todo al extremo más cercano a la canija, como si aquello bastase para poder tocarnos.

Creí que había sido un acto de lo más ridículo, hasta que vi que ella hizo exactamente los mismo, queriendo pegarse a mí de no ser por la maldita pared que nos separaba. Sus ojos descendieron hasta mis labios por una milésima de segundo y recordé ese día en el que vino con una bolsa de besitos de fresa para regalarme; casi me besó. Tragué saliva.

—¿Por qué no vienes a darme el beso que dejaste a medias?

—Porque no sería solo un beso —explicó.

—¿Y eso es malo?

—Aún no lo sé —pronunció en voz baja.

Escuché un «alguita» procedente de su habitación y Eris se giró para atender a la persona que le había llamado por aquel extraño apelativo. No fui capaz de escuchar lo que decían, lo hacían en un tono bastante leve. En cuanto terminaron, la canija volvió a mirarme.

—Tengo que irme —informó.

Asentí.

—¿Puedo darte un mensaje para Rafa? —pregunté y ella asintió—. Dile que aún tiene que llevarme a los Acantilados del infierno, no pienso ir sin él.

—De acuerdo. No te vuelvas a cortar en mi ausencia, ¿quieres?

—Lo intentaré —reí—. Y gracias.

Eris me sonrió con sinceridad y se marchó.

«Alguita», pensé.

Era extraño, me había despertado pensando en el mar.

¡Holi! Antes que nada, si te has sentido un poquito perdida/o leyendo el capítulo, es porque no leíste los cambios que hice en el 26. Corre a verlos. 🥰

Ahora sí, ¿qué tal estáis? ¿Todo bien? Espero que sí. 💚

¿Qué os ha parecido el capítulo? Oliver se acuerda de poca cosa tras su desmayo, ¿creéis que se acordará de todo en algún momento? 👀

En el siguiente capítulo tendremos más de Miguel y Sabrina y, un extraño reto que pondrá a nuestros tortolitos (Oli y Marina) un poquito tontorrones en un futuro no muy lejano. 😏

Besooos.

Kiwii.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro