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🦋 Capítulo 25

Eris.

Okmok estaba tan abarrotado que habíamos derramado sangre, sudor y lágrimas para encontrar una mesa de dos vacía. Bueno, tal vez exageré con lo de la sangre y las lágrimas, pero el calor que hacía en el interior del local había penetrado con tanta rapidez en nuestro interior, que poco nos faltaba para nadar en el caldero de Belcebú. No sabía qué prefería, si pasar frío fuera o asarme dentro.

Me había traído a Uxía a tomar algo después de cenar con la intención de animarla un poco y apartarle esos pensamientos negativos que no la dejaban ser, pero no lo estaba consiguiendo. Quería que sonriera, que me achuchara hasta cortarme el riego sanguíneo y que se pasase las horas muertas hablándome de lo feliz que se sentía con lo que estaba estudiando. No obstante, ya ni siquiera estudiaba, tampoco contestaba los mensajes o llamadas de sus compañeras de clase y no salía de casa.

Esperaba que una cerveza de esas que llevaban el nombre del oso de la película animada que tanto le gustaba le levantase el ánimo, pues sabía que se moría de ganas de probar una desde que supo de su existencia.

—Pastelito mío, ¿qué vas a tomar? —le pregunté; su respuesta fue un encogimiento de hombros—. ¿Una Kenai? ¿La quieres probar?

La rubia volvió a realizar ese gesto mientras se sentaba en su sitio, sin levantar la mirada de la mesa e ignorando el barullo que teníamos de fondo; verla decaída, sin hacer nada más que no fuese respirar, me partía el alma. Me acerqué a ella, agarré su rostro con delicadeza y lo atraje a mis labios, dejando varios besos cortos en una de sus mejillas.

—Nos tomamos nuestra cerveza, bailoteamos un poquito y cuando te canses nos vamos a casa a ver "Hermano oso" mientras nos desayunamos un chocolate con churros, ¿te gusta la idea?

—Sí, vale —murmuró.

—Bien, pues en un rato vuelvo. Voy a pedir lo nuestro.

Le acaricié el mentón y me encaminé hacia la barra, pasando por el cúmulo de personas que bailaban a mi alrededor descoordinadas por la embriaguez y pisando zonas pegajosas donde mis zapatillas se adherían; acabé un poco asqueada, pero era lo que tenían estos sitios.

Nada más llegar a mi destino, me metí en el primero hueco libre que vi y me apoyé en la barra a la espera de que algún camarero estuviese desocupado para poder pedirle nuestras bebidas. Mientras aguardaba, observé la ambientación de la discoteca; no había vuelto a venir desde la primera vez que estuve con Kenai, el de carne y hueso. Todo seguía tal cual estaba hacía un año, la decoración hacía referencia a Alaska y las cervezas protagonistas de allí abundaban en las estanterías.

Mi mente viajó al recuerdo de esta madrugada, en la que el ricitos se desmoronó de nuevo delante de mí y yo no supe cómo ayudarle. No sabía qué decirle para hacerle sentir mejor, no podía hacerle falsas promesas con respecto al estado de su amigo, no podía prometerle que fuese a recuperarse porque había una alta probabilidad de que no lo hiciese; las víctimas de accidentes de tráfico tenían una alta tasa de mortalidad.

Por eso, a falta de palabras de aliento, fui a darle un abrazo. No estaba muy segura, pero él lo necesitaba y era lo menos que podía hacer. Kenai se quedó consolándome la otra noche a pesar de que le dije que quería que me dejase en paz. Pudo haberme mandado a la mierda y no lo hizo, se quedó hablando conmigo. Se lo debía.

—Pero mira a quién tenemos aquí —dijo una voz masculina a mi vera.

Cuando desvié mi atención hacia dónde provenía, me topé con el muchacho con el que estuve la última vez en el bar en el que, desgraciadamente, trabajaba mi exnovia. Ese con el que estuve a punto de discutir hasta liarla pardísima.

—¿Quieres tirarme este también? —agregó levantando su cubata.

—No me tientes.

El camarero vino a atenderme y le pedí dos Kenais. Decidí ignorar al chico hasta que me entregasen las cervezas, no obstante, él tenía ganas de charlar. Le dio un toquecito a mi brazo y me pasó un par de monedas de dos euros.

—Por el cubata que no dejé que te bebieras —explicó.

—Quédatelo, yo también vacié el tuyo.

—Eso puedes compensármelo de otra forma.

Le miré y arqueé una ceja.

—¿Cuál?

—Retomando... lo nuestro —susurró en un tono seductor.

Sus dedos acariciaron mi codo con suavidad y se aproximó a mí con lentitud. Tenía los ojos brillosos y una mirada con unas intenciones muy diferentes a las que yo tenía, su sonrisa estaba curvada y la mía mostraba más burla que otra cosa.

—No quiero, estoy con una amiga.

—Pues otro día —insistió.

—Estaré ocupada.

—Vaya, ¿con qué?

—Con mi perro —contesté—. Se come los yogures caducados y se ha puesto malo.

—¿El chucho? —indagó, curioso—. ¿Cómo se llamaba?

Mis cervezas llegaron, el chico me las abrió con un abrebotellas y me las cobró. Una vez que pagué lo que correspondía, le di las gracias y regresé la vista a mi casi tangente de la otra vez. Este seguía atento a todos y cada uno de mis movimientos, manteniendo ese aire sugerente que me invitaba a quedarme con él; aún conservaba la esperanza de que accediese y se le veía muy seguro de sí mismo, intentaba con todas sus fuerzas mantener viva nuestra conversación de besugo, en vano.

—Kenai.

Alcé los botellines que tenían escrito ese nombre que tanto significado había acabado adquiriendo para mostrárselos. Aunque era consciente de que él no notaría la importancia de esa respuesta en mí, tuve una sensación terroríficamente agradable que se abrió paso por mis entrañas. Ese tío seguiría pensando en un perro de verdad, pero yo sentía que acababa de confesarle que estaba enamorada.

No me despedí de él, solo me di la vuelta y regresé sobre mis pasos hacia la mesa en la que se encontraba Uxía, con cuidado de que nadie me empujase y derramase nuestras bebidas. Por suerte, llegaron sanas y salvas. Me senté enfrente de ella y le entregué una cerveza a la vez que le mostraba una amplia sonrisa, pero mi amiga seguía con la cabeza gacha y sumergida en sus pensamientos.

Solté un suspiro tembloroso y desvié la mirada hacia otra parte, buscando en alguna alternativa que pudiese sacarle una sonrisa a mi rubia favorita, pero no se me ocurría nada. Tomé el frío botellín entre mis dedos y le di un trago largo, provocando que una mueca de asco hiciese acto de presencia en mi rostro. ¡Qué cosa más asquerosa!

Empecé a toser y a arrugar la cara hasta que el sabor tan fuerte y amargo que se había impregnado en mi paladar, cesase; me estaban entrando muchas ganas de chupar un limón para contrarrestar, incluso estuve unos segundos buscando algún vaso vacío que tuviese una rodaja de limón clavada en el borde para agenciármela. Sin embargo, un leve lloriqueo hizo que abortase la misión de inmediato.

Uxía estaba llorando.

—Uxi...

—Se me va a caer el pelo y me van a quitar un... —sollozó—. ¿Quién me va a querer calva y con un pecho menos?

Se quebró y yo me quebré con ella.

—Yo —contesté con firmeza.

Y así fue como me regaló la primera sonrisa de la noche.

🦋

A eso de las tres de la madrugada, volvimos a nuestro hogar. Llevábamos una buena cogorza encima, con la tontería de no gustarnos a ninguna de las dos aquella espantosa cerveza con nombre de oso, fuimos pidiendo un cubata detrás de otro para quitarnos el mal sabor de boca; se nos fue de las manos y acabamos meneando el pompis en la pista de baile más felices que una perdiz.

Sabía que me arrepentiría más tarde de beber tanto porque la resaca haría de mi cabeza una zona en obras con taladros y martillazos, pero habría valido la pena. Uxía había dejado a un lado esa mala noticia que la tenía con los ánimos por los suelos y se había centrado en divertirse a mi lado, cantando a grito pelado los temazos que sonaban por los altavoces, bailando como si no hubiese un mañana y contándole chistes a desconocidos mientras daban un trago de sus copas para provocarles una risa que acabase en escupitajo; a uno le salió el alcohol por la nariz.

—Me meo, me meo, me meo, me meo, ¡me meeeeoooo! —chillaba Uxía mientras corría, entre trompicones, hacia el cuarto de baño.

No pude evitar reírme cuando, al doblar la esquina del pasillo, la vi tropezar con sus propios pies y trastabillar hasta recuperar de nuevo el equilibrio. Cerré la puerta a mi espalda y me encaminé hacia mi habitación para echar una cabezadita antes de que abriesen las churrerías.

Me quité las zapatillas de una pisada en los talones y me lancé de espaldas a la cama a la par que un sonoro suspiro de satisfacción salía de mis adentros; me dolía tanto la espalda de estar de pie que, al tumbarme, mi cuerpo lo agradeció. Notaba como mi columna vertebral se amoldaba al mullido colchón y se relajaba a un ritmo lento.

—Por favor, dime que no estás acompañada —suplicó una voz al otro lado de la pared—. Estoy intentando dormir.

Kenai.

Escucharle alteró mis mariposas.

—No lo estoy —negué.

—¿Vienes de trabajar? Es muy pronto.

—No, he ido a Okmok con Uxía —comenté—. Y creo que te voy a cambiar el nombre.

—¿Por qué? —Se mostró extrañado.

—Porque las cervezas esas, las Kenais, están horribles, dan asco —expliqué arrugando la nariz al recordar su sabor—. Pero tú no, tú estás rico. Me gusta cómo sabes y la textura que tienes bajo mi lengua. Eres suave, dulce y con un regustillo picante al final. Si fueses alcohol, ya habría muerto de un coma etílico.

Se quedó en silencio, tal vez por el impacto que tuvieron mis palabras en él. Cuando bebía, perdía el filtro que decidía lo que podía o no salir de mi boca, soltaba lo que fuese que estuviese pasando por mi cabeza sin pararme a pensar en las posibles consecuencias que pudiesen acarrear después. Por eso me obligué a no acercarme a Kenai estando ebria, por el bien y la estabilidad emocional de ambos, pero me estaba desobedeciendo por segunda vez y lo peor era que no me importaba.

Me prometí seguir al pie de la letra todas las estrictas reglas que componían mi método tangencial, ese que me protegía de asesinatos a sangre fría en mi estómago. Pensaba que las mariposas no volarían entre trincheras y alambre de espino, pero me equivocaba.

Ahora quería mandarlo todo a la mierda.

Quería volver a saborear a Kenai.

—Estás borracha, ¿verdad? —habló al fin.

—Sí —confirmé.

Le escuché respirar hondo y expulsar el aire por la nariz con lentitud, desanimado. Me incorporé y me pegué a la pared que me separaba de él, deseando que no hubiese ninguna y pudiese tocarle con solo extender la mano. Me relamí los labios y rasqué la superficie con la uña, como si eso fuese a hacerla desparecer y permitirme entrar a su habitación.

—Quiero verte —confesé.

—¿Cuándo?

—Ahora —pronuncié con obviedad.

Hubo un breve parón.

—¿Y qué piensas hacer cuando me veas?

—Besarte.

—Vale —rio—, ¿qué más?

—Quitarte ese ridículo pijama de ositos.

—¿Y luego?

—Cabalgarte hasta el amanecer como en las películas de vaqueros —finalicé—. Creo que tengo un sombrero por ahí, así que, si quieres, me lo puedo poner.

Kenai soltó una sonora carcajada.

—Vale, exactamente, ¿cuánto has bebido? —dijo entre risas.

—No sé, ¿puedo ir a verte?

—No.

—¿Por qué no? —cuestioné en un murmullo—. Pensé que querías lo mismo que yo...

—Eris, lo que más deseo ahora mismo es que vengas y hagas conmigo lo que te dé la gana —aseguró—. Pero no así.

—¿Así cómo?

—Borracha.

Mis hombros descendieron en picado, abatidos. Las ganas que tenía de estar con él eran muy fuertes y escuchar su negativa me hizo caer en desánimo, pero muy en el fondo agradecía que me estuviese parando los pies. ¿Quién me aseguraba que no me iba a arrepentir más tarde? Estaría hiriendo a Kenai y me estaría hiriendo a mí misma.

—Hablamos más tarde. ¿Vale, canija? —agregó.

Sonreí.

—Vale.

Nos dimos las buenas noches y hasta ahí llegó nuestra conversación. Fui a tumbarme de nuevo e intentar dormir, no obstante, un brusco ruido como de algo cayéndose, me espabiló. Salté de la cama y casi corrí hacia el lugar de dónde provino aquel estruendo: el salón. Nada más llegar, me encontré con Uxía tirada de culo en el suelo entre el pequeño hueco que dejaban el sofá y el sillón.

La rubia tenía cara de desconcierto, ojos achicados y la boca ligeramente abierta mientras miraba a su alrededor en busca de algo que no supe descifrar. En el momento en el que sus ojos dieron con los míos, su entrecejo se frunció e hizo el ademán de hablar; no supo qué decir al respecto.

—¿Qué haces? —inquirí.

—Pues me he ido a sentar para descalzarme y..., no sé —susurró—. He supuesto que estaba viendo doble y me he tirado en medio.

Nos mantuvimos mirándonos con seriedad, procesando aquella información para entender por qué razón había llegado a la conclusión de que estaba viendo doble. Entendí que los asientos estaban demasiado juntos y la borrachera tomó cartas en el asunto, distorsionando la realidad. De la nada, se empezó a reír de manera afónica, lo que dio pie a que yo también lo hiciese.

¡Holi! ¡Feliz año por aquí también! ¿Qué tal estáis? Espero que os lo hayais pasado bien por estas fechas. 💚

Esto va viento en popa, eeh. Marina cada vez se va abriendo más, aunque no hay que negar que ha sido un poco culpa del alcohol, veremos que pasa cuando esté sobria. 😌

Os voy a dejar por aquí un minijuego. Soltaré 3 spoilers del siguiente capítulo y tenéis que adivinar cuál es el verdadero. A ver:

🦋 Oli tendrá un pequeño accidente y la sangre hará que se desmaye.

🦋 Marina recibirá la noticia de que a Donette se lo ha zampado un gato.

🦋 Por fin habrá el tan deseado y esperado momento hot entre Oli y Marina.

Lo dejos por aquí y me voy, turururu.

Besooos.

Kiwii.

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