🦋 Capítulo 22
Abrí la ventana con una agresividad producto del terrible dolor de cabeza que me venía atacando desde que me había despertado. La luz del sol me hacía daño en los ojos y amplificaba mis jaquecas, tuve que entrecerrarlos para aliviar un poco la sensación. Mi cara estaba enfurruñada, advertía a todo aquel que me mirase que me había levantado con el pie izquierdo y que podía llegar a morder si me tocaban las narices.
Me coloqué el pelo tras las orejas y me dispuse a sacar un cigarrillo y el mechero de la cajetilla que había en el escritorio que estaba a mi vera. Tras ponerlo entre mis labios y prenderlo, le di una profunda calada y expulsé el humo con una satisfacción que relajó cada parte de mi cuerpo. Me recosté sobre el alféizar y me permití descansar la vista un rato.
Sentir el frescor del aire y la cálida luz intentando penetrar en mis párpados me relajaba, lo único que lo fastidiaba era la resaca que había adquirido gracias a la cantidad de alcohol ingerida ayer en la noche. Empecé a acordarme de las tantas cosas que sucedieron, desde mi intento de estrangular a la tangente que estaba conmigo hasta mi encuentro con Minerva.
—Joder... —susurré.
Su recuerdo comenzó a hacer estragos en mi interior, el nudo en la garganta adquirió fuerza y mi estómago se oprimió de manera dolorosa. Revivir esa desagradable situación en mi cabeza hizo que se me aguasen los ojos y que mi mandíbula se apretase hasta provocar un ligero rechinar de muelas. Fue tal el esfuerzo para no dejar que ni una sola lágrima saliera a la luz, que todo mi cuerpo tembló como si fuera gelatina.
Quería echarme a llorar y descargar todas mis emociones en un chillido aflictivo, pero es que ella tenía razón. Yo tenía fecha de caducidad y ya la había alcanzado; me había vuelto ácida, agria y dañina. Era incomible y podía herir a todo aquel que lo intentase. Nadie iba a arriesgarse a comerse algo en mal estado.
«Kenai...».
Bueno, nadie excepto él.
De repente entré en calma, me relajé por completo y la agüilla salada que había quedado acumulada en mis pestañas descendió por mis mejillas en forma de pequeñas gotas. Mi temperatura corporal subió y mis pómulos se colorearon de un tono rojizo, lo que me obligó a presionar las palmas contra mi rostro para contrarrestarlo.
«Él se come los yogures caducados».
—Será idiota —reí de manera inconsciente.
El estrepitoso sonido de unas persianas elevándose me hicieron incorporarme de un brinco y mirar hacia la ventana del ricitos; estaba despierto, iba a aparecer en cualquier momento y yo iba a entrar en pánico. El corazón se me había acelerado y la mariposa de mis entrañas emprendió el vuelo, causándome ese cosquilleo que ya no me resultaba tan molesto como antes.
Sequé mis lágrimas con rapidez y me quedé muy quieta, con un palpable temor que podía percibirse en el vello erizado de mi piel. Me faltaba poco para salir corriendo, pero algo muy dentro de mí me hacía mantenerme firme. No quería huir, quería enfrentarle. No obstante, solo pude ver el cristal correrse hacia un lado. No hizo nada más, se fue.
—¡Buenos días! —solté de carrerilla.
Pasaron unos segundos en los que no sucedió nada y eso no hacía otra cosa que revolverme por dentro, tenía la extraña sensación de que me había expuesto a un peligro inminente y que me esperaba una muerte segura. No sabía hacia a dónde me llevaría aquello, pero deseaba sentirle cerca.
Mi vecino se fue asomando con lentitud, tanteando el terreno. Tenía el entrecejo fruncido y su expresión facial era una mezcla de confusión y sorpresa.
—Buenos... días —murmuró.
Tragué saliva.
—Gracias por lo de ayer.
Recordaba a la perfección la conversación que tuvimos anoche y lo arropada que me hizo sentir su cálida voz. Pude percibir ese cariño que tanto me faltaba en ese instante, me hizo reír cuando no era más que un mar de lágrimas y supo aliviar mi dolor emocional.
—Ah, no hay de qué —le quitó importancia—. ¿Estás mejor?
—Sí.
Asintió y apoyó sus antebrazos en el alféizar sin desconectar sus pupilas de las mías, lo que me robó el aliento y alteró el lento vaivén de mi caja torácica. Notaba la boca seca y una ligera tembladera en mis extremidades; el cigarrillo bailaba entre mis dedos corriendo el riesgo de caerse.
Volví a tragar saliva y me permití analizar su aspecto. Tenía los rizos revueltos e iba vestido con un pijama que llevaba un estampado de ositos pardos en diferentes posiciones: sentados, comiendo bayas, sostenidos sobre sus dos patas, caminando a cuatro... Todos ellos muy alegres.
—Veo que lo del pijama de ositos lo decías en serio —comenté.
—Sí —rio y se rascó la nuca, nervioso—. Y te recuerdo que te estás perdiendo lo que hay debajo.
—No creo que me esté perdiendo nada nuevo.
Kenai alzó las cejas y se pasó la lengua por un colmillo a la vez que dejaba entrever una sonrisa curvada y sugerente; me quedó claro que había algo que todavía no había tenido el placer de ver. Me relamí los labios y acabé por sujetar el inferior entre mis dientes mientras mis ojos divagaban por su torso cubierto como si tuviese visión de rayos x.
—Quítate la camiseta —provoqué.
—Ven y quítamela tú.
Sonreí, tentada.
«Marina, ¿qué estás haciendo?»
La sangre se me heló en las venas al comprender que me estaba traicionando a mí misma y a mi método de supervivencia. Quería estar cerca, sentir su calor y su tacto regalándome caricias, quería sentirle a él por completo. Mandarlo todo a la mierda y lanzarme a la piscina tuviese o no agua, quería arriesgarme, pensar menos en las consecuencias y disfrutar de los mimos que pudiera darme.
Pero me aterraba la idea de pensar que eso podría tener un final, no quería que se acabase, no quería tener que odiarle como odiaba a Minerva. No quería hacerle daño y tampoco quería que me hiciera daño a mí. Ya era tarde. La explosión era inevitable. Nos habíamos vuelto unos kamikazes.
Aparté la mirada de Kenai y le di una profunda calada a lo que me quedaba del cigarrillo; se había acabado consumiendo solo.
—Te vas a volver a ir, ¿verdad? —dijo el muchacho, apenado—. Desaparecerás y harás como si nada de esto hubiese pasado.
Expulsé el humo.
—El problema es que todo esto ha pasado. —Me encogí de hombros.
—¿Qué quieres decir con eso?
Apagué el cigarro en el cenicero de mi escritorio y le miré con el corazón en un puño antes de pronunciar lo siguiente:
—Que no me voy a ir.
Desde mi posición pude notar como a Kenai se le cortó la respiración, estaba segura de que ya se había hecho a la idea de que le mandaría a la mierda como en las veces anteriores, pero es que ya no era capaz de hacerlo.
Su boca se abrió y se cerró en varias ocasiones sin dejar escapar ni un solo ruido, parecía estar buscando la forma y las fuerzas para decirme algo que no le salía. Al final, optó por mantenerse callado y continuar observándome atónito, como si tuviese a un ser de otro mundo justo delante.
Uno par de golpecitos en la puerta de mi dormitorio me hicieron descentrar la atención del chico que vivía al otro lado y darme la vuelta. Vi a Uxía con una inquietud que de inmediato me hizo caer en la cuenta de lo que pasaba; hoy le daban los resultados de la biopsia y la iba a acompañar. No perdí el tiempo y, tras despedirme del ricitos con un leve gesto de mi cabeza, cerré la ventana y me dispuse a vestirme para ir al médico con mi amiga.
🦋
La sala de espera estaba vacía, de vez en cuando pasaba algún médico o alguna persona que tenía cita previa para ser atendida. Nosotras llevábamos quince minutos y se nos estaban haciendo eternos. Uxía estaba nerviosa, su pierna subía y bajaba una y otra vez sin parar mientras que se arrancaba los padrastros de las uñas para mantener su mente ocupada. Se hizo sangre y decidí tomarle las manos para que dejase de hacerlo y que así tuviera algo a lo que aferrarse. Me lo agradeció con una dulce sonrisa y yo se la devolví.
—Uxía Gómez —pronunció una voz femenina.
Una mujer joven con bata blanca nos estaba esperando en la entrada de una de las consultas, no tardó en pedirnos que pasásemos para poder hablar sobre los resultados que habían dado las pruebas de mi amiga.
—¿Entras conmigo? —me preguntó Uxía, temerosa.
—Claro.
Me puse en pie y le ayudé a levantarse, le temblaban tanto las piernas que le costaba dominarlas. Entramos en la consulta, tomamos asiento y cuando la médica cerró la puerta, se reunió con nosotras. Antes de comenzar a contarnos todo lo que sabía, entrelazó los dedos de sus manos sobre la mesa y tomó una larga bocanada de aire que acabó expulsando lentamente a la vez que nos miraba a las dos con una expresión que no supe identificar; no sabía si lo que vendría a continuación sería bueno o malo. Esperaba que fuese lo primero.
—La biopsia ha salido mal —declaró.
Uxía me echó un breve vistazo, desconcertada.
—Entonces la tengo que repetir, ¿o...? —dejó la pregunta en el aire.
—No —negó la mujer—. Me refiero a que las muestras que cogimos están afectadas por cáncer. Tienes un carcinoma ductal invasivo.
Una dolorosa punzada se alojó en mi estómago y como acto reflejo le agarré la rodilla a Uxía, queriendo hacerle saber que estaba allí con ella.
—Si quieres podríamos operarte el jueves de la semana que viene y empezar con las sesiones de quimioterapia ya —agregó—. Creo que no conviene atrasarlo mucho, así que piénsatelo.
La rubia asintió con la cabeza.
—Si tienes una pregunta o algo...
—La... la operación —tartamudeó mi amiga—, ¿qué es?
—Una mastectomía —contestó—. Consiste en la extirpación del seno para retirar todo el tejido afectado.
Volvió a asentir. Noté cómo las lágrimas se le iban acumulando poco a poco.
—¿Puedo irme ya? —pidió en un hilillo de voz apenas audible.
—Sí, te llamaremos para confirmar el día de la operación —explicó la médica—. Tendrás una reunión antes con el anestesiólogo y el cirujano para hablar sobre esto, determinar tu plan de anestesia y sobre una posible reconstrucción, ¿vale?
—Vale.
Sin más, Uxía se levantó y caminó hacia la salida sin esperarme. No perdí el tiempo y, después de despedirme de la mujer al otro lado de la mesa, salí corriendo tras mi amiga. Me dolía el pecho, el pulso me iba por las nubes y tenía la sensación de que me faltaba el aire. Los latidos de mi corazón eran fuertes, los notaba en la cabeza, en la garganta y en los dedos.
Alcancé a Uxía en las escaleras de bajada, tuve que agarrarle del brazo para que no continuara caminando sin mí. En cuanto se giró para poder tenerme de frente, me desmoroné. Estaba con el rostro arrugado, aguantándose las ganas de llorar, sin éxito. Sollozos afligidos salían sin cesar de sus adentros, las lágrimas descendían por sus sonrosadas mejillas, llevándose consigo todo rastro de alegría de su bonito rostro.
Le sujeté la carita entre mis manos, apartando con los pulgares la humedad mientras pensaba en la mejor forma de darle mi apoyo. Solo conocía una, porque las palabras nunca se me habían dado bien. Besé uno de sus ojos y me abracé a su cuello. Sus brazos pasaron por detrás de mi espalda y me apretaron contra ella, eso bastó para que la agüilla brotase de mis lagrimales también.
—No me dejes sola, por favor —sollozó.
—Estoy contigo, Uxi.
—Marina, no sé si...
No terminó la frase, las lágrimas y su respiración agitada se lo impedían. No había nada que yo pudiera decirle para que se sintiera mejor, pero tenía muy claro que no me iba a separar de ella en lo que quedaba de día.
¡Holi! Ya estoy de vuelta 😌. ¿Cómo estáis? ¿Qué tal os fueron los exámenes? ¿Y la semana? Os estaré leyendo. 👀
¿Qué os ha parecido el capítulo? Las cosas siguen avanzando entre Marina y Oli, veremos cuanto dura jeje. Yo aviso de que se vienen cositas rikolinas. 🌚
Para los que hayáis leído Luna de miel ya sabríais lo de Uxía, así que no está de más que os diga que es posible que Bruno tengo su aparición estelar en algún punto de la novela. Quién sabe. 🤭
El próximo capítulo lo narra Kenai y sabremos de Sabrina, a ver qué tiene para contarnos. Yo prestaría mucha atención.
Besooos.
Kiwii.
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