🦋 Capítulo 20
La música de «The score» resonaba por todo el taller y me hacía tararearla mientras que terminaba de colocar la nueva batería en el coche que nos había traído la grúa hacía unas horas. Rafael seguía el ritmo de «Born for this» chocando la suela de su pie contra el suelo; era nuestro grupo y canción favorita. Él estaba sentado en el asiento del copiloto con una pierna fuera, a la espera de que le diera luz verde para arrancar el motor y comprobar el funcionamiento.
Cuando hube terminado, me aseguré de que estaba todo bien colocado y saqué la parte superior de mi cuerpo del capó. Cogí el trapo ennegrecido que tenía en uno de los bolsillos de mi mono de trabajo y me limpié lo que pude de la suciedad que tenía en las manos; apestaba a gasolina ya grasa.
—Dale, Rafa —pedí—. Arranca.
Esperé unos segundos, pero el coche no hizo ni un solo ruido. Arrugué el entrecejo y me asomé a mi derecha para poder ver lo que estaba haciendo mi amigo; miraba hacia abajo con una sonrisa de oreja a oreja plantada en su rostro, lo que me indicaba que ni siquiera había estado atento a lo que estábamos haciendo.
Me llevé las manos a las caderas y chasqueé la lengua con desaprobación. Antes de ir a echarle la bronca, cerré el capó y me dirigí al asiento del copiloto. Allí me senté y me quedé observándole de brazos cruzados. No apartaba los ojos de una fotografía pequeña, podía ver la nostalgia brillar en ellos.
—Rafa —le llamé.
Él alzó la cabeza de golpe y me miró.
—Ah, tío. Perdón.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Es que me he puesto a cotillear y he encontrado esta foto en la guantera.
Me la entregó sin hacer desaparecer esa expresión de felicidad que le hacía parecer un niño con una ilusión que no le cabía en el pecho. Se trataba de un acantilado, la tierra estaba recubierta de verde y habían captado las olas rompiendo contra las paredes de este. Era un paisaje bastante bonito, pero no comprendía por qué le había dejado en ese estado de ensoñación.
—Es mi tierra —aclaró con alegría—. Son los Acantilados del infierno de Ribadesella, en Asturias.
—No sabía que eras asturiano.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí.
—¿Y por qué no me las cuentas? —cuestioné un tanto desconcertado.
—No me gusta forzar las cosas, soy más de contarlas llegado el momento oportuno. Y este es uno. —Me quitó la fotografía y volvió a sumergirse en ella—. Me encantaba ir a este sitio. Iba siempre que podía con la bicicleta. —Acarició una esquina con el pulgar e hizo una larga pausa—. Oli, ¿puedo pedirte una cosa?
—Claro. —Asentí y me recosté en el respaldo.
—Si muero antes que tú, incinérame y tira mis cenizas aquí.
Al principio esas palabras me dejaron helado, no podía pensar siquiera en perderle, en tener que esparcir sus cenizas por su lugar favorito. Por un momento me acojoné, pero su estado de ánimo no coincidía con lo que me acababa de pedir; no se mostraba ni serio ni abatido, todo lo contrario, estaba bastante contento, así que la tensión que se había alojado en mi interior se fue disipando poco a poco en una breve risilla.
—Rafa, hay más probabilidades de que nos matemos los dos en una de las nuestras.
—Supongo que tienes razón. —Se encogió de hombros y volvió su mirada a la mía—. ¿Tú no tienes un lugar al que quieras ir a parar después de morir?
Cogí una bocanada de aire y miré a mi alrededor pensando en su pregunta con detenimiento. La fui expulsando con lentitud y acabé por negar con la cabeza, respondiéndole.
—Un día voy a llevarte a Ribadesella y te enseñaré los acantilados —aseguró—. Te irás a casa queriendo que te tiren allí.
—¿Vivo o muerto? —Arqueé una ceja.
—Si quieres que te tiren vivo, conmigo no cuentes.
Solté una sonora risotada.
—Hay que ver que conversaciones más extrañas me haces tener —murmuré—. Anda, arranca el coche. Nuestro taller no se va a levantar solo.
Rafael sonrió más ampliamente, mostrándome toda su dentadura, y dejó la fotografía que le había hecho viajar al recuerdo de su infancia de nuevo en la guantera. Se irguió en el sitio, tomó el volante con decisión, puso su atención en la parte delantera del vehículo y giró la llave en el contacto. En cuanto el motor rugió y la carrocería vibró, nos miramos por el rabillo del ojo con una chulería muy nuestra.
—Hemos nacido para esto, Oli.
Abrí los ojos con esa frase retumbando en las paredes de mi cerebro. Veía borroso y la poca luz que entraba por la ventana me molestó tanto que tuve tallármelos con las manos; el recuerdo de Rafa había hecho que se me aguasen. Rodé en la cama hasta quedar boca arriba y busqué mi móvil entre las sábanas; me acordé que me había quedado dormido intentando contactar con Sabrina.
Quería hablar con ella y pedirle disculpas, pero no había manera. Me dolían las entrañas, tenía una sensación de desazón en el pecho que no podía quitarme de encima. Era pensar en que ahora debería de odiarme..., y todo mi organismo se volvía en mi contra.
Mis dedos lo rozaron y de inmediato lo agarraron. Lo encendí y miré la hora: eran las cinco de la tarde. Lo siguiente que hice fue revisar las notificaciones en busca de alguna llamada perdida suya o un mensaje, pero no había nada. Suspiré derrotado y dejé caer el dispositivo sobre mi estómago.
«Eres idiota», me dije.
El timbre de casa sonó un par de veces, lo que me hizo gruñir por las pocas ganas que tenía para todo. Respiré hondo y me levanté de la cama, sintiendo un martillo invisible golpeándome el cráneo de manera incesante; para un rato que conseguía dormirme y me levantaba como si estuviese de resaca. Estaba harto y de muy mal humor, me gustaría poder descansar bien por una vez en la vida. Veía muy tentador darme de cabezazos contra la pared a ver si se solucionaba el problema o me quedaba inconsciente. Al menos, de esa forma, podría dormir tranquilo por un buen rato.
Me encaminé hacia la entrada con pies de plomo y abrí la puerta sin esperar encontrarme con el hombre que había frente a mí; era Juan, mi padre. Él llevaba las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, estaba ligeramente encorvado, con el morro torcido y el entrecejo fruncido. Su seriedad me puso la carne de gallina.
Tragué saliva y mi expresión facial comenzó a sufrir una serie de transformaciones en las que se podían vislumbrar todas mis emociones en pocos segundos. Tuve que bajar la mirada, aún no me atrevía a mirarle. Mi cuerpo reaccionó solo ante el temor que me provocaba la situación, quería huir, así que intenté evadirle cerrándole la puerta en las narices, pero no resultó.
—¡Eh, eh, eh, eh! —exclamó frenando mi acción con su cuerpo—. De eso nada.
—¿A qué has venido?
Silencio.
Esperé un rato, pero la respuesta a mi pregunta no llegaba, cosa que me extrañó. Fui alzando la vista con lentitud hasta que nuestros ojos se encontraron. Los suyos estaban inquietos, las pupilas se movían sobre las mías de manera intermitente, sin saber en cual detenerse.
—Me caso.
—Te casas —afirmé.
—Con Susana.
—Con Susana —repetí.
—Sí.
Susana era su novia, con la que empezó a salir tres años después de que mi madre desapareciera. No había tenido la oportunidad de conocerla muy a fondo porque me fui de casa el mismo día en el que Juan me la presentó. No concebía que intentase sustituir a Paula, la mujer de la que heredé los rizos.
Yo estaba empeñado en que ella regresaría algún día y cada noche soñaba con despertarme y verla sentada en el salón leyendo una de esas novelas policíacas que tanto le gustaban. Eso no sucedió y, cuando vi que mi padre había pasado página, salí de allí con la intención de encontrar a mi madre y quedarme con ella.
No la encontré, me di cuenta de que la había cagado a lo grande con Susana y Juan, y me daba vergüenza regresar después de la que había liado. Porque les había dicho cosas horribles a los dos y ya había estado varios meses sin poner un pie en casa. ¿Cómo iba a hacerlo después de tanto tiempo? Había estado luchando por una causa perdida y yo me había perdido junto a ella, no tenía derecho a volver como si nada hubiese pasado.
—Vale, enhorabuena —dije casi en un murmullo.
Mis ganas de escapar aún seguían latentes en mi interior, por lo que no desaproveché ni una sola oportunidad en escabullirme dentro del piso. No obstante, Juan seguía impidiendo que le cerrase la puerta. Apreté la mandíbula y le miré un tanto enervado.
—Qué.
—Quiero que vengas —dijo con firmeza.
Arrugué el cejo.
—Hace unos días dijiste que decidías dejar de tener un hijo.
—Ya bueno, tú decidiste antes dejar de tener un padre —contraatacó.
Me quedé callado; tenía razón.
—¿Vas a venir? —insistió.
—Estoy en arresto domiciliario.
—Con permiso y vigilancia podrían dejarte salir —informó con seguridad, como si lo hubiese estado investigando antes de venir a verme.
—¿Qué te hace pensar que quiero ir?
—¿No quieres venir?
—No —negué.
Me daba terror el solo hecho de pensar en asistir a esa boda y que todos los familiares a los que abandoné me juzgasen con la mirada, me daba miedo lo que pudiesen llegar a pensar de mí porque sabía que no sería nada bueno.
—¡Oh, vamos! Yo también merezco ser feliz —espetó con molestia—. Asimila que Paula no va a volver de una vez y alégrate por mí. Ella estará a saber dónde puesta hasta arriba de a saber qué sin acodarse de ti y yo estoy aquí, Oliver. Justo aquí y ahora.
Sus palabras me escocieron tanto que sentí como algo ácido se abría paso por mis entrañas; odiaba que siguiera viendo a mi madre como una drogadicta cuando no se sabía absolutamente nada de ella.
—Vete a la mierda —escupí.
Una vez más, quise cerrar la puerta, y fue una vez más la que Juan me lo impidió. Mis dientes rechinaron. Mi padre abrió la boca para decirme algo al respecto, pero ni siquiera le dejé hacerlo.
—¿Por qué has venido aquí? —interrogué—. Dime la verdad, porque no me creo que lo hayas hecho por tu propio pie.
Respiró hondo y expulsó el aire con lentitud; cada vez se le veía con menos paciencia y su cabreo se dejaba entrever.
—Sabrina me pidió que viniera a decírtelo —respondió—, ¿contento?
—Sabía que era imposible que, precisamente tú, quisieras algo de mí. No pienso ir a tu boda.
—Vale, pues no vengas —usó un tono cargado de burla.
—Bien.
—Genial.
—Adiós.
—¡Hasta nunca! —gritó.
Cerré de un portazo.
Tenía los puños y los dientes apretados, tanto que mis manos y mandíbula ya empezaban a resentirse. Respiré hondo y expulsé el aire de golpe, deshinchándome por completo y relajando todos y cada uno de mis músculos Apoyé la frente contra la puerta y tragué saliva; aún podía notar como esa acidez se paseaba por mis adentros, dejándome con ganas de gritar hasta reventar.
La primera lágrima salió a la luz y las demás la siguieron, devolviéndome a mis quince años, esos en los que lo eché todo a perder. Mentiría si dijera que no me gustaría estar de nuevo con mi familia, pero ya era demasiado tarde para arreglar las cosas.
No iba a regresar.
🦋
Llegada la noche, me fui a la cama pronto para intentar dormir, aunque fuera unos cuantos minutos, pero no había manera. Di vueltas durante horas, no encontraba una posición que me resultase cómoda y cuando daba con ella, solo me duraba unos cuantos minutos en los que ni siquiera mi mente me daba tregua alguna.
Siempre había algo que decidía rondar por mi cabeza cuando estaba en calma, no podía dejar apartados los pensamientos que me abordaban, los cuales estaban relacionados con Rafa, con la cantidad de líos en los que estaba y mis meteduras de pata. No me dejaban descansar.
«Maldita sea, ¿dónde hay un martillo cuándo lo necesitas?»
Gruñí a la cuadragésima vez que rodé por el colchón para colocarme sobre mi lado izquierdo, aunque, por desgracia, no medí el espacio bien y aquella acción hizo que me precipitara hacia al suelo. Uno de mis brazos acabó debajo de mi cuerpo y crujió como si se hubiese roto, pero no le había pasado nada.
—Jo...der... —ahogué un quejido en las profundidades de mi garganta.
Con el impulso de mis palmas sobre las baldosas, me puse en pie como si de un anciano me tratase, de manera lenta y como si me fuese a partir en dos. Acto seguido, hice que los huesos de mi espalda crujieran. Miré de reojo mi cama, no podía mantenerla dentro de mi campo de visión por mucho tiempo, la había aborrecido porque la relacionaba con esa porculera acción que tan difícil me resultaba llevar a cabo: dormir.
«Necesito despejarme», pensé.
Con mi mejor cara de amargado, me aproximé a la ventana, levanté la persiana y la abrí. Creí que un poco de aire fresco me vendría bien, pero me equivocaba. No era fresco, olía a humo y enseguida supe de dónde provenía; ella acababa de llegar del trabajo.
Miré hacia mi izquierda. Eris se apartó del alfeizar como si este quemase a la vez que me observaba con alerta, parecía estar a la defensiva. No sabía a qué estaba esperando para tirar el cigarrillo a medio empezar y salir corriendo, me resultó raro que no lo hubiese hecho ya. Su expresión dejaba evidencia de sus ganas de huir mientras que la mía se mantenía en su característica neutralidad.
Su mirada felina me encandilaba, era inevitable no quedarse embelesado admirándola. Era única, hipnótica..., ella era Eris, la diosa del caos. Era una de esas personas que, nada más verlas, sabes que te van a joder y tú, iluso, lo mandas todo a la mierda porque quieres que alguien así te joda la vida.
Y yo, iluso de nacimiento, quería que ella me jodiera vivo.
—¿Qué quieres de mí? —le volví a preguntar; tenía un nudo en la garganta.
—Nada —respondió con rapidez—. Quiero que me dejes en paz.
Sentí un pinchazo en el pecho.
—¿Quieres que te deje en paz?
—Sí —confirmó con firmeza y seriedad.
—Bien. —Asentí—. Pues empieza tú primero por dejarme en paz a mí.
Dicho aquello, volví a cerrar la ventana con una sensación aflictiva atacando a mi corazón y estómago. Algo se me estaba muriendo dentro.
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal la semana? Espero que bien. 👀
Bueno, pues el padre de Oli ha aparecido a petición de Sabrina con una gran noticia bajo la manga, ¿qué pensais de él?
El próximo capítulo lo narra Eris y va a estar un poco más irritable de lo normal y bastante sensible, puede que esté directamente relacionado con el alcohol y Minerva, quién sabe. 😌
Aviso también que me estoy quedando sin capítulos de reserva, solo me queda uno y ni eso. El siguiente lo tengo a medio escribir, pero podré terminarlo para el domingo. Con esto quiero decir que no sé si podré ponerme a escribir los que vengan después, sigo con exámenes y el último lo tengo el 17 de diciembre. Intentaré buscar un hueco para no dejaros sin actualización, pero no prometo nada. 😪
Gracias por todo vuestro apoyo, os quiero mucho. 💚
Besooos.
Kiwii.
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